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Sacrificio de Amor por midhiel

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Sacrificio de Amor

Capítulo Uno: El Anillo De Fânel.

…………….



Una vez más, mil gracias, Ali, por la beteada.

A Amaltea, gracias por darme tu opinión del primer capítulo.

……………

Aclaración: Este fic transcurre mucho tiempo antes de la Guerra del Anillo. Por lo tanto, Aragorn es sólo el heredero de Isildur y ni él ni Legolas todavía son guerreros.


…………..


Con una mirada soñadora, el joven Legolas guardó los papeles que acababa de firmar y giró hacia el balcón que daba al jardín del palacio, esperando encontrar a Aragorn, su esposo.

Su vida parecía un sueño. Tenía todo lo que pudiera desear: el amor incondicional de su consorte, un hogar tranquilo en Mirkwood, y la esperanza de un hijito de tres meses que crecía en su vientre. No podía anhelar nada más.

Sin embargo, la vida no siempre se le había presentado tan dichosa. Cuatro años atrás, antes de conocer a Aragorn, Legolas había estado comprometido con Lord Firien, un poderoso y lascivo elfo hechicero, que había sellado un pacto con su padre. Legolas aún sentía asco al recordar la mirada libidinosa que le había lanzado cuando cerraron el compromiso. Thranduil tampoco había estado de acuerdo con el enlace; sin embargo, Firien había jurado ayudar a proteger las fronteras de Mirkwood con sus hechizos y como la sombra del Señor Oscuro se cernía sobre el bosque con más y más fuerza con cada día que pasaba, el Rey no había tenido alternativa.

Pero las cosas habían cambiado una mañana, meses antes de la boda, cuando llegó una escolta de Rivendell trayendo a los hijos gemelos de Elrond, junto con un joven humano al que el medio elfo había adoptado. Se trataba de Aragorn, el Heredero de Isildur y descendiente directo de Elros, el hermano de Elrond.

Legolas todavía recordaba el cosquilleo que había sentido al conocerlo. Las miradas tímidas que se habían lanzado, la manera poco sutil con que el hombre lo había buscado durante la cena el mismo día de su llegada, las excusas tontas que Legolas le diera a su padre para que le dejara acompañarlos en paseos y excursiones y, finalmente, la declaración de Aragorn, dos meses después, confesándole cuánto lo amaba.

Legolas no recordaba haberse sentido tan feliz hasta ese momento. Con determinación, se había plantado ante su padre y le había solicitado que rompiese su compromiso con Firien. Al principio Thranduil se había opuesto, ya que Aragorn no era Rey aún y no podría proteger las fronteras de Mirkwood.

Pero, entonces, el hombre hizo el juramento de recuperar el trono de Gondor cuando el tiempo fuera propicio y nombrar al Príncipe Consorte Real. El Rey junto al Consejo estuvieron de acuerdo y así Legolas rompió su enlace con Firien.

El hechicero aceptó de mala gana perder a su candidato, ya que lo consideraba un elfo muy apetecible, y juró, para sus adentros, recuperarlo.

Algo que hasta el momento no había conseguido.

Más tarde, llegaron otros motivos que hicieron a Legolas aún más dichoso: su boda y la noticia del embarazo.

Evocando estos acontecimientos, el Príncipe se preguntaba qué más podía pedir, qué más podía desear.

-Legolas, ¿terminaste de firmar los papeles? – la voz solemne de su padre, desde el umbral, lo sacó de sus reflexiones.

Giró la cabeza hacia la puerta del despacho y asintió. Thranduil entró con su majestuosa compostura y tomó asiento frente al escritorio de su hijo.

-Elessar me comunicó que sentiste náuseas esta mañana y que obstinadamente decidiste trabajar – el tono de reproche del Rey se mezclaba con ternura -. Sabes bien que no quiero que te ocupes de estos asuntos si te sientes indispuesto.

Legolas sacudió la cabeza, mientras acomodaba los documentos.

-Elessar siempre exagera, adar. Sentí un leve mareo que pasó enseguida. Eso fue todo.

Thranduil frunció el ceño, aprensivo. Su hijo sonrió para tranquilizarlo y le extendió los papeles.

-Elessar te ama y te cuida.

-Lo sé – sonrió feliz.

-Legolas, no quiero que trabajes en exceso.

-Adar, no lo hago – volvió a sonreír -. Los sanadores me aseguraron que mi embarazo marcha bien y que los mareos no dañan al bebé – su mirada se tornó seria -. No busco cansarme ni excederme en el trabajo. Me conoces y sabes que mi hijo está primero que todo.

Thranduil tomó los documentos. Legolas se acomodó en el mullido sillón y se frotó el vientre. El Rey sacó un cofrecito de bronce de su bolsillo.

-Entiendo, hijo – replicó, extendiéndole la cajita -. Y reconozco lo responsable que eres. Por eso quiero que tengas esto.

El joven tomó el cofre y lo abrió con curiosidad. Adentro yacía un anillo de mithril con una piedra azul incrustada en el centro.

-¿El anillo de Fânel? – preguntó sorprendido, alzando la vista hacia su padre.

Thranduil asintió.

-El anillo que portan los herederos de Mirkwood. Lo llevó tu abuelo durante muchos años y luego me lo legó a mí cuando subió al trono.

-Adar – musitó, aturdido -. ¿Por qué me lo estás dando?

-Porque deseo nombrarte mi heredero – tomó la mano derecha de su hijo y le colocó la sortija en el dedo anular. El joven lo miró a los ojos y vio el orgullo que sentía -. Tienes las virtudes que busco en un sucesor y sé que algún día tú y tu hijo serán dignos soberanos.

-Padre, yo – balbuceó Legolas, mirando atónito la joya - … no sé que decir.

-Puedes decir que aceptas – sonrió.

-Pero, ¿qué hay de Isilya?

-Tu hermana es una hermosa e inteligente joven, pero no la veo capaz de sucederme en el trono. Tú eres mi elegido, Legolas. Ahora vuelvo a preguntarte si aceptas.

Emocionado, el Príncipe estudió la sortija atentamente. Después alzó la vista hacia su padre y asintió.

-Es un honor, adar – adujo con firmeza -. Acepto convertirme en tu sucesor. Acepto convertirme en el Heredero de Mirkwood.

Thranduil sonrió complacido y se levantó del asiento.

-Haré el nombramiento oficial durante la celebración de esta noche, cuando nos acompañen los elfos más importantes de Rivendell y Lórien. Quiero que los reconozcan como mis legítimos sucesores. A ti y a tu hijo.

Legolas sólo atinó a asentir. Su padre lo miró satisfecho y se retiró del despacho.


……………………


Aragorn recorría el pasillo principal con su aire regio y elegante, dirigiéndose al despacho de su esposo. Por el camino se cruzó con su cuñada Isilya, que salía de sus aposentos.

-Aiya, Elessar – lo saludó la elfa en un sugestivo tono.

Aragorn la miró de soslayo e inclinó la cabeza devolviéndole el saludo. Con un mohín de disgusto, la joven le hizo un gesto para que se detuviera, pero el hombre siguió su camino.

-¿Qué te sucede, Elessar? Pareciera que huyes de mí – comentó con una falsa sonrisa, mientras se acomodaba los bucles dorados que le caían sobre los hombros -. Cuando te saludo o intento iniciar una conversación contigo, te me escabulles.

Aragorn sacudió la cabeza y se detuvo. En verdad, la joven tenía razón, él no la soportaba y a cada rato evitaba su presencia. Desde que la conociera, le había parecido una elfa caprichosa y engreída, y hasta existían momentos en que sospechaba que buscaba seducirlo. Sólo la respetaba y era cortés porque se trataba de la hermana mayor de su consorte.

-Lo siento, Isilya – giró hacia ella. La joven se le acercó -. Estoy buscando a Legolas.

-Ya veo – alzó la mano hacia el corpulento brazo de Aragorn para acariciarlo, pero el hombre se la atrapó antes de que le rozara la piel -. Seguramente está atendiendo algunos asuntos que le encargó adar. Ya conoces a Legolas, siempre dispuesto a jugar de niño obediente.

-Es un elfo responsable que cumple sus funciones de Príncipe – replicó Aragorn en tono tajante.

-Claro, por eso tú y mi padre están tan orgullosos de él, ¿verdad?

-Estoy más que orgulloso, Isilya. Estoy enamorado.

La elfa soltó una risita sarcástica.

-Pues me alegro por ustedes, Elessar. No todos los días un humano tiene la suerte de llevarse a la cama a un elfo de sangre real.

Aragorn se sintió insultado por la observación hiriente y le apretó los dedos. La elfa lo miró a los ojos con un brillo que el hombre no supo reconocer si significaba burla o pasión.

-Más vale que cuides tu boca, Isilya – murmuró, soltándola -. Tus comentarios están acabando con mi paciencia.

-Elessar – la serena voz de Legolas los interrumpió -. Pensé que seguías en el jardín acompañando a tus hermanos.

Aragorn levantó la vista hacia su esposo y empujó suavemente a la elfa para que se le apartase. Ella se hizo a un lado y Legolas se acercó a su consorte.

-Los dejé con mi padre en la biblioteca – explicó, sonriendo. Isilya notó con bronca cómo su tono se había dulcificado -. Quise venir a verte un rato. No me gustaron los mareos que sentiste hoy.

Legolas lo abrazó del cuello y suspiró, despreocupado.

-No fueron nada. Los sanadores ya nos aclararon que son comunes en los primeros meses. ¿Recuerdas?

-Pero antes no los sentías.

-Bueno, ahora sí los siento – sonrió -. No te preocupes. Existen hierbas e infusiones para calmarlos.

Aragorn le acarició el cabello y le besó la mejilla.

-Le dije a tu padre que no me gusta que trabajes tanto.

-Y me lo acaba de recordar – sacudió la cabeza -. Ustedes dos van a enloquecerme con sus cuidados.

-Vamos, Legolas. Sabes que actuamos así porque te amamos – le besó la boca con ternura.

Isilya no soportó la dulce escena y buscó algún tema para interrumpirlos:

-Legolas, me parece que aún no has escogido el traje para esta noche. Recuerda que es la ceremonia de apertura de la reunión del Consejo de los Pueblos Élficos y que asistirán los elfos más importantes de todos los reinos. Adar te matará si no estás presentable.

Legolas volteó hacia su hermana y la tranquilizó con una sonrisa.

-Ya conversé con el sastre y tendrá algo listo en pocas horas. Gracias por preocuparte.

-¿Y cómo será ese traje que usarás esta noche? – preguntó Aragorn, para que girase hacia él.

-Aún no lo sé. Será una sorpresa.

Aragorn rió entusiasmado y volvió a besarlo con dulzura. Isilya consideró que la escena ya la estaba asqueando lo suficiente y decidió alejarse.

-Los veré esta noche – se despidió.

-Sí, claro – replicó el hombre.

-Nos veremos esta noche, Isilya – respondió Legolas.

Al quedar al fin solos, Aragorn repitió el beso, sólo que ahora lo hizo con más pasión. Legolas entreabrió la boca y le acarició los dientes con la lengua. El hombre cerró los párpados y le respondió del mismo modo.

Permanecieron un largo intervalo con los labios unidos. Después los separaron lentamente.

-Así que tu padre y yo te cuidamos en exceso – sonrió burlón -. Y hasta conseguimos enloquecerte.

-También me enloqueces de otra manera, Elessar. Lo sabes muy bien.

Aragorn lo miró con picardía y le estrechó la cintura.

-¿Aún sientes los mareos?

-No.

-¿Crees que a nuestro bebé le moleste que te lleve a nuestra recámara y busque enloquecerte de esa manera?

-No me parece – le lanzó una traviesa mirada.

Aragorn lo alzó cuidadosamente y lo acomodó en sus brazos. Por ser un elfo, Legolas era una criatura liviana y ligera, además de hermosa. Aragorn no había visto a nadie tan bello como él, ni tan dulce, ni tan generoso.

En ninguna raza había encontrado a alguien tan perfecto como su consorte. Y a nadie había amado con tal devoción.


…………………


Isilya entró en su recámara hecha una furia y se arrojó en el lecho. No soportaba más esas escenas románticas, no soportaba más ver a su bonito hermano besando a ese hombre tan apuesto.

¡Ay, Elessar! Ese humano era la persona más atractiva que había conocido. La sangre le hervía como lava cuando lo sentía cerca de ella. Le fascinaban su voz, sus músculos, su rostro, todo su cuerpo. Jamás había sentido tal grado de atracción y apetito por alguien que no fuera ella misma.

Pero Aragorn la había despreciado. A decir verdad, ni siquiera había reparado en su persona, ya que desde el primer momento había quedado fascinado con Legolas.

Y ella, Isilya, la hermosa Princesa de Mirkwood, a quien todos los elfos y hombres cortejaban, no soportaba semejante descaro. El único que le habían hecho en toda su vida.

Algo despreciable, humillante, inaudito.

Para colmo de males, el hombre era el Heredero de Isildur, el futuro Rey de Gondor. Un reino que ahora estaba a merced de inservibles senescales, pero que recobraría su gloria algún día.

E Isilya, que deseaba por sobre todas las cosas convertirse en Reina, no podía haber dejado pasar esa oportunidad.

¡Qué deshonra! ¡Qué vergüenza!

-Alteza, ¿está llorando? – preguntó torpemente una doncella que había entrado por una puerta lateral.

-No, Amloth, sólo estoy mojándome el rostro para limpiarlo – replicó, despectiva.

-Alteza – la joven se sentó en la cama y le acarició la cabellera rubia -. Por favor, se lo suplico. No siga torturándose así.

Isilya alzó la cabeza y suspiró para ahogar las lágrimas.

-¿Sabes qué me molesta? Que mi hermano consiga siempre toda clase de regalos: una belleza espléndida…

-Usted es hermosa.

-Heredé la belleza de mi padre, Amloth. Él es apuesto, pero mi ada era el elfo más hermoso que hubiera existido – apretó iracunda los puños -, y Legolas se parece a él.

-Sigo pensando que es hermosa.

Isilya se sentó en el colchón con la mirada cargada de cólera.

-¡Claro que soy hermosa! – exclamó enardecida -. Pero Legolas también lo es. Y tiene la confianza de mi padre, de sus consejeros. Todo el reino lo aprecia y adora. Cuando Elessar llegó a Mirkwood, estaba segura que sería para mí. ¿Te imaginas? Yo, la hermosa Isilya, convertida en la esposa del Rey más poderoso de los hombres. Pero mi hermano lo buscó y se ganó su corazón. Y lo peor de todo es que sé que lo hizo por amor y no por el trono de Gondor.

-Eso fue una vileza por parte del Príncipe.

-Como lo son todos sus actos. Claro que pueden alegar que él no sabía que yo también andaba tras sus pasos. Pero igual, siempre termina ganando, en belleza, en el amor… Ahora le dará a mi padre su primer nieto – deprimida, se arrojó de espaldas en el colchón.

Amloth se levantó del lecho para buscarle un pañuelo que le secara las lágrimas.

-Tome, Alteza – le extendió el lienzo -. Una persona hermosa como usted no puede sentirse así.

Isilya suspiró amargamente.

-Lo único que falta es que mi padre, después de tantas bendiciones y premios, decida nombrarlo también su sucesor – la idea la estremeció -. ¿Te das cuenta, Amloth? Si Legolas llega a convertirse en su heredero, yo me quedaré sin nada – le tomó los brazos con desesperación -. Jamás podré ser Reina.

-Alteza – suavizó el tono para tranquilizarla -. No se torture más. El Rey aún no ha decidido eso.

-Pero si lo hace – suspiró -. Si lo hace, juro que Legolas pagará todas sus afrentas juntas, ni su hijo se salvará.

-¡Alteza! – exclamó, asustada -. No puede hablar así.

-Claro que puedo – aseveró con firmeza -. Si Legolas llega a quitarme el trono de Mirkwood, juro que lo pagará hasta el último de sus descendientes.



TBC


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