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Un Embarazoso Asunto Real por midhiel

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Capítulo Dos: Sin Diagnóstico




-Aragorn, ¿qué dijiste? – exclamó Arwen, aturdida.

El hombre respiró profundo. El dolor, como una ola, comenzó a retirarse lentamente.

-¿Pronunciaste su nombre? – continuó la joven -. ¿Acaso dijiste Legolas? ¿Cómo te atreves, Aragorn? ¿Vienes a visitarme a mis aposentos, pensando en él? Por Eru, exijo explicaciones.

Aragorn cerró los ojos y se concentró en el dolor para no escucharla. Ya tenía suficientes problemas con sus espasmos para estar lidiando con la molesta elfa.

-¿Qué ocurre aquí? – preguntó Elrond, entrando en el recinto, seguido por la doncella. Miró a su hija que continuaba nerviosa y luego vio a Aragorn, tendido en el sillón masajeándose el vientre -. ¿Qué te sucede, Estel?

-Mi estómago – explicó míseramente -. Me duele desde esta mañana.

Elrond se acercó a su hijo y, sacudiendo las amplias mangas de su túnica, se inclinó frente a él.

-Déjame examinarte – con suavidad le apartó las manos del abdomen para sentirlo -. ¿Te duele aquí?

-No – suspiró Aragorn -. Más abajo.

Elrond le alzó la camisa y palpó el vientre del joven, sin notar inflamación en sus entrañas.

-¿Desayunaste algo inusual?– empezó a interrogarlo.

-Sentí la primera punzada antes del desayuno – explicó -. Por eso preferí comer frutas secas.

-¿Qué cenaste anoche?

-Lo mismo que tú y Faramir. Ayer cenamos los tres juntos, ¿lo recuerdas? – hizo una pausa, el dolor recién se había apagado -. El cocinero había preparado un menú especial para ti, pero se quemó y debiste comer carne.

-Estofado de conejo – recordó Elrond con fastidio. A los elfos no les agradaba alimentarse de la carne de animales -. ¿Dormiste bien? ¿No sentiste molestias durante la noche?

-No, ada.

Elrond continuó palpando. Al empujar la zona más baja del vientre, Aragorn resopló. Su padre enarcó una ceja y presionó otra vez. Una suave chispita de energía se disparó en sus dedos.

-¿Qué fue eso? – preguntó Aragorn, sorprendido.

Arwen, que había permanecido quieta en un rincón, se aproximó a su padre.

-¿Qué sucede, ada? ¿Qué tiene Aragorn?

Elrond volvió a presionar y una nueva descarga le sacudió la mano. Esperó unos segundos, cubrió el vientre y se frotó el mentón.

-Esto no parece una indigestión común – determinó el medio elfo, irguiéndose. Arwen y Aragorn lo observaron, confundidos -. Estel, quiero que vayas a tu alcoba y te recuestes. Te examinaré cuando hayas descansado.

-¿Ir a mi alcoba y acostarme? - frunció el ceño -. Tengo muchos asuntos que atender, ada. Debo visitar los barrios. Más tarde me espera otra reunión. ¿No podrías prepararme algún brebaje o recetarme alguna hierba?

-No, Estel. Necesito que te recuestes y descanses un rato.

-¿Entonces, qué me está pasando? ¿Son los nervios?

Elrond ladeó la cabeza. En verdad, no lo sabía. El chispazo que había sentido en los dedos le recordaba la energía de un bebé, ya que ese era el síntoma más común para determinar el embarazo en las elfas. Sin embargo, Aragorn era hombre y, por lo tanto, ese diagnóstico quedaba totalmente descartado.

Alguien tocó la puerta y una doncella se acercó a atender.

-Es el mayordomo, Señora – comunicó, dirigiéndose a Arwen -. Pregunta cuándo se dirigirán al comedor para que les sirvan el almuerzo.

-Respóndele que suspenderemos el almuerzo – replicó Elrond. Arwen suspiró y miró a su padre, abatida -. La Señora y yo nos reuniremos más tarde para comer. El Rey permanecerá acostado en sus habitaciones.

La doncella hizo una reverencia y se volvió hacia el mayordomo para darle las nuevas órdenes.

-Ada – insistió Aragorn, ahora asustado -. ¿Qué me está ocurriendo?

-Nada grave, pero quiero que duermas – ordenó Elrond con suavidad, tendiéndole el brazo. El joven se apoyó en él para erguirse -. Quizás estés cansado y sean sólo los nervios. Por eso necesito examinarte cuando estés más tranquilo.

-¿Y si no son los nervios? – preguntó preocupado, mientras se acomodaba la ropa.

-Si no son los nervios, lo averiguaremos cuando despiertes – le palmeó el hombro -. Tranquilo, jovencito. Estoy seguro que sólo se trata de un poco de estrés.

-¿Y esa energía que sentiste? No es algo normal.

-No, pero puede tratarse de un síntoma de tu ansiedad – respondió suavemente -. Ahora vamos a tu alcoba. Allí te prepararé algo que te ayude a conciliar el sueño.



………..




Aragorn se sentó despacio en el lecho, mientras su padre alzaba las sábanas y le acomodaba los almohadones en la espalda.

-Bebe esto – Elrond le extendió un vaso con un líquido ámbar -. Un poco de Miruvor te sosegará y podrás dormir tranquilo.

El joven miró el recipiente con una mueca de repulsión. Odiaba el sabor del brebaje.

Elrond notó su expresión y enarcó una ceja.

-Le coloqué una cucharada de miel – aclaró con cierto fastidio, mientras se sentaba junto al lecho -. Vamos, Estel. Espero no tener que obligarte a beberla como cuando tenías cinco años.

Aragorn tomó el vaso, lanzó un suspiro de resignación y bebió la sustancia de un solo sorbo.

-¡Adar, sigue siendo horrible! – tosió asqueado -. ¿No podrías hablar con Glorfindel y entre los dos variar la receta?

Elrond hizo caso omiso al comentario, tomó el recipiente de las manos del joven y lo posó en la mesita de luz. Aragorn se recostó con cuidado y, casi sin pensarlo, llevó la mano hasta la parte más baja del abdomen y presionó.

-Lo sentí otra vez – anunció sorprendido -. Es un golpe de calor que resuena en mis dedos – miró a su padre -. ¿Alguna vez sentiste algo similar?

-Esta energía es parecida a la que percibí cuando examiné a elfas – hizo una pausa -… elfas encinta.

-¿Elfas encinta? ¿En serio? – rió el joven, nervioso -. No puedo creer que el estrés me esté produciendo síntomas de embarazo. ¡Qué absurdo!

Elrond sonrió débilmente. Al menos resultaba un alivio que Aragorn estuviese sobrellevando su delicada situación de una manera divertida.

-Por eso necesitas descansar – se levantó de la silla, dispuesto a retirarse -. Duerme unas cuantas horas. Eso te tranquilizará y me ayudará a hacer un diagnóstico más apropiado.

-Ada – lo tomó del brazo -. Antes de dormir, necesito hablar con Faramir para dejarle mis indicaciones. La reunión de esta tarde es importante, debemos tratar los asuntos…

-Escucha, Estel – interrumpió Elrond cortante -. No es fortuito que estés sufriendo estos dolores con la vida agitada que llevas. Ahora duerme un rato y olvídate de los asuntos – hizo una pausa y agregó en un tono más sereno -. Yo hablaré con Faramir. Le diré que no asistirás a la reunión y le pediré que venga a verte más tarde y te ponga al tanto.

Aragorn asintió, agradecido.

-Denethor debe explicar un proyecto que está a medio terminar desde hace siete años. Se suponía que yo debía estar presente para escucharlo y poder hacerme cargo de él.

Elrond ladeó la cabeza. Su obstinado hijo no conseguía apartarse de los asuntos de estado. En verdad, era el Rey y toda la responsabilidad recaía sobre sus hombros, pero también tenía que tomar en cuenta su salud.

-Descansa, Estel – ordenó, dirigiéndose a la puerta -. Más tarde volveré a examinarte.



…………..



Denethor salió irritadísimo del Salón de Reuniones, dando zancadas y portazos a su paso. La desfachatez de Aragorn, el montaraz, había llegado a su pico máximo. Ordenarle presentar “su” proyecto, en el que había trabajado durante siete arduos años con el claro propósito de arrebatárselo, y luego ausentarse de la reunión con la excusa de que se sentía indispuesto, era una afrenta difícil de digerir.

-Claro – masculló exasperado, ingresando en su estudio -. Nuestro mocosito malcriado se siente enfermo exactamente después del almuerzo con su prometida. ¡Qué extraña coincidencia que se haya sentido mal en las habitaciones de esa dama! Me pregunto qué habrá estado haciendo en ellas.

-Padre.

Denethor giró en redondo y encontró a su hijo de pie junto a la biblioteca.

-¡Oh, Faramir! El reconocido amigo de nuestro futuro rey – sonrió sarcástico -. ¿Qué te trae por aquí, hijo? Hace tiempo que no visitas el despacho de tu propio padre. Pero te entiendo. Hay que seguir la corriente y besar los pies de los poderosos. Eso te convertirá en un gran estadista.

-Lord Elrond te envía las disculpas de su hijo – explicó Faramir, haciendo oídos sordos a las mordaces palabras de su padre. Ya estaba acostumbrado a ellas porque llevaba tiempo escuchándolas, más o menos desde que muriera su madre cuando sólo tenía cuatro años -. Aragorn se sentía realmente indispuesto. Esta mañana en la reunión, comenzó a…

-Ya, ya, ya, Faramir – hizo un gesto para que se callara -. Ese jovencito siempre tendrá una excusa bajo la manga, por algo es el Rey – llegó a su escritorio y se arrojó cansado en el sillón -. Imagino que cuando se recupere querrá escuchar mi proyecto y entonces sí se aventurará a quitármelo.

-Pero, padre – exclamó, sorprendido -. Aragorn no quiere quitártelo. Tú mismo confesaste que no podías con él, que por eso lo habías dejado a medio concluir.

-Sí, claro – bufó -. Y el buen Rey, en lugar de ofrecerme ayuda, me ordenó que se lo entregase. Previa explicación minuciosa del mismo ante toda la corte, por supuesto.

-Aragorn quiso aligerarte la carga, eso es todo.

Denethor puso los ojos en blanco y se frotó en mentón.

-Padre – continuó Faramir suavemente -, ¿aún sigues enojado?

-¿Con quién? – lo miró molesto.

-Con Aragorn, por haber llegado a Gondor a reclamar el trono que por derecho le pertenece.

Denethor suspiró y comenzó a recorrer distraído el borde del escritorio con la punta del dedo.

-¿Sabes, Faramir, cuántos senescales tuvo Gondor desde la caída de Isildur?

-Veinticinco – replicó rápidamente.

-Aprendiste muy bien tus lecciones – sonrió. Enseguida su mirada volvió a apagarse -. Veinticinco senescales que gobernaron Gondor. Uno por uno fallecieron dejando el cargo y el trono a su sucesor, luego de un prolongado gobierno. Yo obtuve mi puesto de manos de mi propio padre, goberné varios años pero, a diferencia de mis antecesores, tuve que renunciar al poder para otorgárselo a un joven montaraz que apareció de imprevisto en Gondor. ¿Por qué? ¿Por qué es el supuesto Heredero de Isildur?

-¿Supuesto Heredero? – exclamó Faramir, indignado -. ¿Acaso pones en duda la legitimidad de Aragorn?

-No, hijo – suspiró, frotándose la sien -. Sólo me cuesta concebir que a mí me haya tocado ceder el trono. ¡Tantos senescales terminaron sus mandatos antes que yo, conservándolo! Estaba seguro que te lo legaría a ti, o mejor aún, a tu hermano.

-Durante siglos, Gondor aguardó el regreso de su Rey – recordó Faramir con orgullo -. El trono no te pertenecía, padre, ni a ti ni a ningún otro senescal. Sólo lo estabas cuidando para devolvérselo al legítimo rey. No veo las cosas como tú, para mí es una bendición haber vivido el momento en que Gondor, nuestro pueblo, recuperó a su genuino gobernante. Aragorn es nuestra esperanza, nuestro futuro y no hizo más que reclamar el puesto que le pertenecía. Y tú, Denethor II, tuviste el honor de restituirle ese derecho.

El viejo Senescal escuchó a su hijo en silencio.

-¿Así ves las cosas?

Faramir asintió con firmeza.

-Entiendo, hijo – replicó tristemente -. Ésta es la razón por la que tú y yo jamás nos hemos llevado bien y nunca lograremos hacerlo.

El joven bajó la cabeza, apenado. No cabían dudas del infinito abismo que lo separaba de su progenitor. Los dos eran tan opuestos que la distancia entre ellos se hacía irremediable.

-Te veré esta noche, padre – inclinó la cabeza para despedirse -. Pondré a Aragorn al tanto de tu proyecto.

-¿Y por qué debemos vernos esta noche? – preguntó Denethor, recuperando su tono mordaz -. Sabes que los encuentros contigo me fastidian.

Faramir llegó a la puerta y levantó el picaporte.

-Por nada importante, padre – se mordió el labio -. Hay una noticia que debo darte, pero puedo esperar si así lo deseas.

-Entonces espera – replicó secamente -. Hoy no tengo ganas de estar con nadie y menos contigo.

-Entiendo, padre.

Faramir salió del despacho con aire cansado. En el corredor soltó un suspiro y se secó los ojos, tratando de olvidar el anuncio que había pensado hacerle. Nada importante, claro que no. Sólo la noticia de su compromiso con una hermosa joven: Éowyn, la hermana de Eómer, el Rey de Rohan. ¿Pero qué importancia podía tener su felicidad para su distante padre?




…………



Con el efecto relajante del Miruvor, Aragorn descansó varias horas como Elrond le había exigido. Al despertar, su padre se acercó a examinarlo con más minuciosidad que antes, pero no pudo dar con un diagnóstico certero.

El joven comenzó a inquietarse, no por el miedo a lo que le pudiera estar aquejando (después de todo había retado a duelo al mismísimo Sauron y no iba a atemorizarse por un extraño dolor de estómago) sino por la desagradable noticia de tener que continuar guardando reposo.

Sin embargo, las órdenes de Elrond resultaron terminantes: necesitaba descansar, nada de reunirse con ministros ni ocuparse de las pesadas cargas de estado. Sí, Aragorn era el Rey, el medio elfo lo entendía perfectamente, pero él era su padre y velar por su salud estaba primero.

-No puedo creer que tenga que escuchar esto del elfo que lleva milenios gobernando Rivendell – gruñó Aragorn cuando al fin se encontró solo. Pero le resultaba imposible protestar, Elrond era el mejor sanador del Arda y también él más obstinado.

Por la noche le acercaron la cena: un menú especial de sopas y alimentos livianos que los cocineros habían preparado siguiendo las instrucciones de su padre.

Aragorn comió y luego salió a su balcón para meditar un rato. Cientos de preocupaciones referidas al gobierno le daban vueltas. Además estaba el asunto de su boda con Arwen. No podía creer que sólo faltasen tres semanas para que la convirtiera en su esposa.

¿Y si en lugar de casarse con la elfa hubiese estado a punto de hacerlo con Legolas?

-¡Por favor! – exclamó, apretando los barrotes de la barandilla -. ¿Ya volvemos otra vez a girar sobre lo mismo?

Para distraerse, se presionó el abdomen y la chispita volvió a resonar. Aragorn ladeó la cabeza, sonriendo. Después de tantos problemas, resultaba entretenido empujarse el vientre y sentir ese calorcito.

-Elfas encinta – bufó, repitiendo las palabras de su padre -. Lo único que le falta a Gondor: que su nuevo rey esté esperando un hijo. Al menos, en ese caso, nadie pondría en duda la legitimidad de mi heredero – bromeó sin darse cuenta de la insólita verdad que estaba diciendo.



TBC

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