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Un Embarazoso Asunto Real por midhiel

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Capítulo Tres: La Noticia

Gracias, Ali, por corregir.

………

Aragorn vació el contenido de su estómago en el cubilete junto a su escritorio y suspiró, exhausto. La extraña dolencia lo tenía de mal en peor: el malestar se había aplacado en los días siguientes a su indisposición en los aposentos de Arwen, para retornar esa misma mañana con demoledora fuerza. Además, para aumentar su miseria, al despertarse había descubierto un bulto en su vientre, como si la chispa de energía se estuviese expandiendo.

Pero no había comentado nada a su padre. Elrond era tan obsesivo que sin miramientos lo hubiera mandado a guardar reposo para atenderlo y examinarlo exhaustivamente. Y Aragorn tenía demasiado trabajo que realizar y no podía darse el lujo de dormir y dejarse cuidar por su padre.

Cansado, miró hacia la puerta de la sala aledaña donde lo aguardaban Arwen, que no dejaba de hablar de su pomposo vestido de bodas, y Gandalf, el Istari Blanco, que había llegado a Minas Tirith la noche anterior.

Aragorn se irguió, se sacudió la camisa revisando que no hubiesen manchas, se enjuagó la boca con el agua de un vaso y mascó una hojita de menta para quitarse el mal aliento. Respiró profundo, dio un respingo y volvió a la sala.

-Ayer me lo probé otra vez – explicaba Arwen, entusiasmada, mientras hacía gestos con las manos para enfatizar la descripción del vestido -. Cuando visitamos Lórien, mi abuela me regaló un cofre lleno de perlitas que las costureras están anexando a la cola. Centellará como una estrella.

-Hum, ya veo – adujo Gandalf, distraído, fumando una bocanada de su vieja pipa.

-También me entregó una cadena que perteneció a mi madre para que la lleve como colgante. ¡Aragorn! Ya volviste.

-Tienes un aspecto terrible, amigo – opinó Gandalf -. ¿Te encuentras bien?

El joven asintió con la cabeza, mientras tomaba asiento frente a sus invitados.

-Aragorn se indispuso la semana pasada – confesó Arwen con preocupación -. Fue a buscarme para almorzar y casi se desmayó del dolor de estómago.

-¡No fue para tanto! – se defendió el hombre.

-¿Cómo que no? – rebatió la elfa -. Si tuve que acompañarte hasta una silla para que no te desplomaras en el suelo. Deberías haberlo visto, Gandalf. Tan aguerrido soldado y casi sucumbe por una indigestión – bromeó para distender el ambiente.

Pero a Aragorn no le causó ninguna gracia y la miró, molesto.

-¡Vaya! Parece bastante extraño – opinó el Istari, depositando la pipa en una mesita -. ¿Qué crees que haya sido? ¿Alguna comida?

-Sólo se trata del estrés por mi coronación y mi boda – aclaró, mirando de soslayo a su prometida.

-Pero hay algo que no cierra – continuó Arwen -. Ada lo examinó y encontró una energía extraña en su vientre. No sé, como si estuviese embarazado.

El último comentario terminó por sacar a Aragorn de sus casillas. ¿Qué le ocurría a esa elfa que no podía cerrar la boca y guardarse sus indiscretas opiniones? ¡Por Elbereth! Cada día se arrepentía más de haber solicitado su mano.

Gandalf enarcó una ceja, intrigado.

-Permíteme examinarte, Aragorn – pidió el Istari, apuntando la mirada hacia el vientre del joven -. No soy sanador, pero conozco un poco de enfermedades extrañas.

-Arwen exagera. No fue más que un mal de estómago.

-Sin embargo, me intriga esa energía que sintió tu padre – observó el abdomen con más detenimiento y notó un pequeño bulto -. ¿Te diste cuenta que se te inflamó?

-Hoy al despertar – reconoció el joven, frotándose la curva -. Quizás ayer haya cenado demasiado.

Gandalf se levantó del asiento y caminó hacia su amigo. Antes de que Aragorn pudiera replicar, se inclinó junto a él y sus diestras manos le palparon el estómago.

-Ahí está – suspiró Aragorn al sentirla -. Se incrementó en estos últimos días.

Gandalf volvió a empujar la piel y abrió los ojos como dos platos.

-¿Acaso Elrond no se dio cuenta? – exclamó.

-¿Darse cuenta de qué? – increpó Arwen, tan sorprendida como su prometido por la reacción del Istari.

Gandalf comenzó a palpar los bordes de la curva y percibió una formita asimétrica.

-Pues esto parece un… bebé – suspiró, incrédulo ante su afirmación.

-¿Un qué? – estalló Arwen fuera de sí. Aragorn también quería preguntar, pero no pudo pronunciar ni media sílaba.

-Un bebé – repitió el mago, frotándose la barba.

Un silencio de hielo cayó en el recinto. Luego Aragorn comenzó a reír.

-Vamos, amigo – exclamó entre carcajadas -. Sólo buscas asustarnos.

Gandalf palpó otra vez, recorriendo el contorno de la curva. Después empujó el centro y la energía le golpeó la mano.

-No – sacudió la cabeza, tan estupefacto como los demás -. Esto es un niño.

-Aragorn es un hombre – aclaró Arwen, desesperada -. Los hombres no se embarazan.

Aturdido como estaba, Aragorn le lanzó una mirada asesina. ¿Cuándo esa elfa dejaría de hacer comentarios obvios y estúpidos?

-Pues allí es donde reside la rareza de este caso – determinó Gandalf -. Tu padre debería examinarte – se volvió hacia su amigo -. Quizás ahora pueda reconocer el diagnóstico.

-¿Entonces no estás dudando de la locura que dices? – preguntó el joven, precipitado.

-Siéntelo, Aragorn – tomó la mano del joven y la transportó hacia los bordes de la curva -. Percibe la forma y siente su energía. Sólo encontré un contorno similar cuando sentí a elfas preñadas de más de tres meses.

Los dedos temblorosos de Aragorn acariciaron la diminuta silueta, mientras suaves chispazos le sacudían la piel. Exactamente como su padre le había explicado que percibía los fetos de elfos.

-Imposible – determinó, apartando la mano -. Jamás podría sucederme algo así – saltó del asiento -. Esto es una locura, Gandalf. Se trata de una confusión. Algún síntoma del estrés, mi estómago se está rebelando porque no descanso lo suficiente, pero de ninguna manera puede tratarse de un niño.

-Aragorn, tranquilízate – Gandalf se irguió e intentó apoyar las manos sobre los hombros del joven, mas éste se sacudió compulsivamente.

-¡No me digas que me tranquilice! – gritó. Gandalf y Arwen retrocedieron un paso, sorprendidos -. Tú no tienes derecho a venir a Gondor, hospedarte en mi palacio y escupir semejantes patrañas.

-Aragorn, modera tu lenguaje – ordenó el Istari, severamente.

Aragorn se masajeó la sien, tratando de recuperar la compostura.

-¿Cómo puedes tener la desfachatez de examinarme con aires de sanador y afirmar que estoy embarazado?

Gandalf alzó su pipa y enarcó las cejas, resignado.

-Es la verdad, amigo.

-Pues definitivamente tantas batallas y viajes te hicieron perder la cabeza – replicó el joven.

Gandalf quiso sonreír, pero la fría mirada de Aragorn le demostró que la situación no era la adecuada para una sonrisa.

-Si no me crees, y reconozco que mi diagnóstico es insólito para hacerlo, deja que te examine Elrond. No contradecirás al mejor sanador del Arda – observó a Arwen -. Señora, ahora me retiro. Quedé anonadado con la belleza de su vestido de bodas.

Arwen enarcó una ceja, captando un tonito de burla en el cumplido.

Aragorn, por su parte, apenas más sosegado, lo acompañó a la puerta. La elfa caminó hacia la ventana y se recargó en el marco, nerviosa.

-Lo que dijo es una ridiculez, ¿verdad? – miró a su prometido que volvía a sentarse, abstraído en sus propias meditaciones -. Tú no puedes estar embarazado.

Aragorn se frotó el vientre en círculos y apretó la piel para sentir la energía. Ridículo y absurdo, por primera vez reconoció que coincidía con Arwen. Sin embargo, los síntomas en su cuerpo correspondían a los de un embarazo élfico.

-No sé – musitó, observándose el abdomen. Inmediatamente imaginó a un niño respirando allí y lanzó un suspiro apagado -. Las señales son claras. La energía y la forma en que crece mi vientre. Parece que hay un bebé aquí.

-Aragorn, no digas ridiculeces – gritó, histérica.

-Entonces, acércate, pálpame y compruébalo tú misma.

-No arrimaré los dedos a ese bulto que tienes en el estómago – declaró con firmeza, cruzando los brazos.

-Ah – sonrió, burlón -. Entonces la hermosa elfa me ve como a un monstruo.

-Aragorn, no me insultes. Piensa que si fuera verdad, los dos nos veríamos en un horroroso aprieto. Piensa si eso te creciera y tuvieras que aumentar los talles de tus trajes, lo grotesco que te verías, los comentarios de la gente y yo…

-Arwen – levantó la mano para que se callara -. Créeme que ya me hago la idea. Pero aquí hay un niño.

-Entonces piensas que sí es cierto – suspiró, angustiada -. Pero cómo ocurrió – no le costó mucho esfuerzo imaginar lo que podía haber ocurrido y se cubrió la boca, horrorizada -. ¿No me digas que tú y ese elfo…?

Aragorn la observó con una mirada fulminante.

-¿Es verdad, Aragorn? – preguntó, enloquecida -. ¿Dejaste que ese elfo te tomara?

-No hagas acotaciones infantiles porque no tengo la paciencia más profunda del Arda – la interrumpió, cortante.

-Te informo que mis acotaciones infantiles te acompañarán el resto de tu mortal vida – le recordó, venenosa -.Porque muy pronto me convertiré en tu Reina, esposa y madre de tus hijos.

-Pues yo te aclaro que no eres madre de éste – replicó mordaz, palpándose el abdomen.

Arwen apretó los puños, furiosa.

-¡Claro que no lo soy! Manchaste mi honor con esa criatura. Sabes muy bien que mi estirpe se remonta a la sangre élfica más noble y selecta – hizo una pausa para recomponerse y apuntó la vista hacia el estómago del joven -. No haré el ridículo, Aragorn, acompañándote en el trono cual niña buena, mientras tu panza crece con un hijo que no lleva mi sangre.

-¿Tú harás el ridículo? – saltó Aragorn, enardecido -. ¿Qué hay de mí cuando deba explicar mi estado ante esta corte conservadora y anticuada? ¿Y cómo crees que me sentiré cuando mis ministros me reclamen el nombre del otro padre de esta criatura?

-Pues tú te la buscaste – respondió Arwen con total descaro.

-¡Qué bonita y dulce eres, Señora, para consolar a tu Rey y señor!

Arwen quiso replicar que Aragorn no era aún Rey, y menos su señor. Ella no le pertenecía a nadie. Pero viendo los ánimos exaltados de los dos, prefirió guardar silencio.

-Aragorn, debes ver urgentemente a un sanador discreto – sugirió con la voz sosegada -. Si es verdad que llevas un hijo, las cosas se complicarán demasiado. Quiero casarme contigo, tú como Rey debes guardar una moral intachable. Por eso, consigue un buen sanador para que te quite eso de ahí.

-¿Me estás sugiriendo que aborte? – estalló Aragorn, esta vez más frenético que el extinto volcán de Mordor -. ¿Acaso me crees un cobarde desalmado? ¿Cómo piensas que cometería semejante crimen?

-Pues soy yo quien debe dar a luz a tus hijos – replicó Arwen, buscando el argumento más estúpido que se le pasó por la mente.

Aragorn no pudo seguir soportando su presencia. La elfa era infantil, torpe y demasiado descarada.

-Arwen, me parece conveniente quitarte esa carga – declaró con una firmeza que desorientó a la joven -. Si eso es lo que piensas de mí, de mi hijo, considero que no mereces casarte conmigo.

-¿Qué? – abrió los ojos, espantada.

-Lo que oíste – respondió sin pelos en la lengua -. No quiero casarme contigo. Es impresionante el nivel de agresión en nuestras discusiones, y eso que aún no convivimos.

-¡No puedes estar hablando en serio!

-Sí, Arwen. Lo estoy.

La elfa sintió que el mundo entero se le venía encima. Apretó los puños, sacudió la cabeza y estalló en llanto. Aragorn se le acercó, conmovido, pero ella lo esquivó y salió llorando de la sala.

El joven no atinó a seguirla, volvió a arrojarse en su asiento y comenzó a masajearse el estómago mientras trataba de contener la cólera y el millón de maldiciones que se cruzaban por su cabeza.



…………….


-Ada, ¿estás allí? – peguntó Aragorn, horas más tarde, golpeando discretamente la puerta de los aposentos de Elrond. Al no recibir respuesta, empujó el picaporte y entró por cuenta propia -. Ada, tengo un problema, yo – se detuvo en seco al ver a su padre, de pie en la sala de estar, abrazando a una desconsolada Arwen.

-Estel, aclárame ahora mismo este enredo – demandó el medio elfo, visiblemente enojado.

Arwen separó el rostro del hombro de su padre y miró a su ex prometido con bronca.

-Y no vengas con falsas promesas – escupió -. ¿Cómo pudiste ser tan cruel conmigo?

-¿Cruel yo? – volvió a enfurecerse -. ¿Y qué hay de tu sabia sugerencia?

-¡Estel, basta! – interrumpió Elrond -. ¿Rompiste tu compromiso con mi hija?

-Ada, venía a hablarte de un grave problema que descubrí recién – miró a Arwen de soslayo, preguntándose cómo la elfa podía haber sido tan egoísta y no comentarle a su padre de la criatura -. Gandalf también me examinó…

-Tu salud quedó relegada en segundo lugar, Estel – determinó el medio elfo sin disminuir la ira -. Vuelvo a preguntarte, ¿te atreviste a romper tu compromiso con mi hija?

-Sí, ada – asintió con firmeza. Arwen lanzó un sollozo y volvió a sepultar la cara en el hombro de su padre -. Se trata de motivos de fuerza mayor. Pero te prometo…

-Tú no estás en condiciones de hacer promesas ni a mí ni a mi gente, jovencito – replicó Elrond, exaltado. Soltó a su hija con delicadeza para acercarse al joven -. Tu insulto supera con creces a muchos que he recibido.

-Ada, si me escucharas, verás que tengo una sólida razón…

Elrond sacudió la cabeza. Aragorn no podía quedarse callado, tenía que rebatir una y otra vez hasta demostrar a su interlocutor que sólo él estaba en lo cierto. Pero esta vez había llegado demasiado lejos.

-No quiero escuchar tu sólida razón, Aragorn – lo interrumpió, hiriente -. Ni siquiera me importa. Ofendiste a mi Casa. Pocas veces un elfo de estirpe real tuvo que sufrir semejante humillación por un simple humano.

-¡Simple humano! – estalló Aragorn, pocos insultos le dolían más que los que apuntaban a su condición de hombre. Y es que habiéndose criado con elfos, muchas veces tuvo que escuchar de niño comparaciones despectivas hacia la raza humana -. Te recuerdo que este simple hombre lleva la sangre de tu propio hermano Elros. ¿Acaso lo olvidaste?

-No lo olvidé – reconoció Elrond con firmeza -. Tampoco olvido que eres el Rey de Gondor, que solicitó la mano de mi única hija, que te criaste en mi casa, que fuiste amado y cuidado como un hijo. Y que hoy desprecias a Arwen, la insultas y le rompes el corazón en mil pedazos.

-Ada, escucha mi motivo – desesperado, miró a la elfa, esperando que intercediera. Pero Arwen continuaba furiosa.

-No quiero escucharte – respondió Elrond, cortante y serio -. Vamos, hija – tomó a la joven del brazo -, te prepararé un té para calmarte.

-No quiero seguir en Minas Tirith – confesó la elfa con un chillido infantil.

Elrond miró a Aragorn y acotó:

-Entonces ordenaré que empaquen nuestras cosas y partiremos mañana.

Aragorn observó a su padre, desorientado.

-Ada, no me parece que deban marcharse. Escucha, necesito tu consejo, yo…

Elrond dio media vuelta y, sin hacer caso al comentario del joven, se encaminó con su hija hacia la habitación aledaña.

Aragorn bufó y se apretó el vientre. Ahora el asunto se complicaba. Elrond era el mejor sanador, el único que podría tratarlo, además de ser el elfo que lo había criado y en quien el joven confiaba como en un padre.

Sintió el impulso de detenerlo y confesarle lo que le pasaba. Pero su orgullo pudo más y se detuvo. No iba a gritarle sobre su estado con Arwen llorando y quejándose como una niña.

-Lamentablemente – suspiró, palpándose el estómago -, tendré que arreglármelas solo.

…………..



Por la noche, Gandalf entró en la biblioteca para leer y distenderse un rato. A la mañana siguiente llegarían los cuatro hobbits que habían integrado la Comunidad del Anillo y, aunque el Istari les guardaba a todos un gran cariño, a veces las travesuras de Pippin terminaban por anular su paciencia.

-Elrond – exclamó al ver al medio elfo sentando leyendo un libro -. Creí que estarías cenando con tu hijo.

-Estel puede cenar solo – arguyó con sarcasmo, cerrando el volumen -. De hecho, puede permanecer solo el resto de su vida si así lo desea.

-¿De qué hablas? – enarcó una ceja.

-Bueno, en vista de que muy pronto se hará público, te anuncio que el futuro Rey de Gondor rompió el compromiso con mi hija. Le dijo en la cara que no pensaba casarse con ella y más tarde lo enfatizó en mi presencia.

-Es comprensible – reconoció Gandalf, sacando su pipa para encenderla -. ¿Ya descubriste lo que le ocurrió?

-¿Qué? ¿Que la corona le subió los humos?

Gandalf sacudió la cabeza. Estaba claro que Elrond no sabía del estado de su hijo.

-Palpé a Aragorn esta mañana. Puede que no te hayas dado cuenta cuando lo examinaste tú porque aún era incipiente, pero Aragorn, tu hijo, está embarazado.

-¿Cómo? – se levantó del asiento bruscamente.

Gandalf enarcó una ceja, pocas veces había visto al solemne medio elfo reaccionar así.

-Aragorn está embarazado, Elrond. Ni yo mismo pude creerlo. Aragorn quedó aturdido, también Arwen, que permaneció con él. Por eso habrán discutido y cortado. Es extraño que no te haya comentado nada. Pensé que tú serías la primera persona en quien buscaría apoyo.

-Pues sí lo hizo – reconoció, apesadumbrado -. Sólo que yo me marché sin querer escucharlo.

TBC

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