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Una Historia por GirlOfSummer

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Notas del fanfic:

A veces es mejor terminar de morir, y pedirle a aquel que comenzó el trabajo que lo termine no suena tan descabellado. Un one-shot que escribí hace tiempo, nada extraordinario.

Una Historia

Esta historia es tan insignificante que ni siquiera merece un título, ni siquiera debería merecer nuestra atención, pues no trata de nada extraordinario, no trata de un hombre fuera de lo común, no trata de algún héroe o de algún gran villano, trata de un pobre diablo iluso, un sujeto tan común y tan corriente con una historia como tantas otras.

Sentado sobre la alfombra de la pequeña sala de estar de su apartamento, con la mirada agachada clavada en el azul afelpado bajo sus pies desnudos, la luz de media tarde se colaba por la persiana de su ventana, pero ésta era tan tenue y tímida que su rostro estaba cubierto por las sombras, era un sujeto de apariencia insignificante. Vestido correctamente con un pantalón negro de vestir y camisa lila pero sin zapatos, delgado y pálido, rostro cuadrado y facciones delicadas, cabello negro perfectamente corto y ojos negros que alguna vez tuvieron luz, ese hombre trataba de controlar la respiración mientras surcos salados de lágrimas que hace no mucho había brotado de sus ojos cruzaban su fino rostro. Entre sus pies tenía a la vista una pistola escuadra sencilla con la que jugueteaba girándola con sus manos mientras la miraba indeciso.

De las paredes de aquella salita colgaban un montón de diplomas y reconocimientos, incluido su título de Diseñador Gráfico, su nombre se repetía hasta el cansancio en todos aquellos documentos: Gonzalo; un hombre de mediana edad que había dedicado su vida a los estudios y posteriormente al trabajo, consiguiendo el éxito profesional tan anhelado por la mayoría de los hombres y que lo había hecho feliz hasta no hace mucho.

Durante el transcurso de su patética historia nadie había notado su estado de ánimo decaído a pesar de llevar varios días así, nadie excepto una persona.

Aquella tarde un breve receso en el despacho de Diseño donde laboraba dio oportunidad para que una compañera de trabajo se acercara hasta su restirador.

-¿Qué es lo que tienes? -preguntó ella, una chica de rostro redondo y aire soñador. Colocó con suavidad su pequeña mano sobre la gran mano de Gonzalo quien, al sentir el contacto la miró de inmediato como si aquel roce fuese un atrevimiento imperdonable.

El aludido miró de soslayo su alrededor para finalmente clavar sus ojos negros ensombrecidos en su acompañante.

-¿Quieres tomar algo? -sonrió con tristeza.

Ella se limitó a asentir y ambos salieron de aquel doceavo piso donde su despacho se ubicaba. A contra esquina de aquel moderno edificio se encontraba un café tradicional, acogedor, perfumado, limpio y cálido; ese fue el lugar que eligieron para platicar.

Tras pedir un par de expresos con dos cucharadas de azúcar y tras un breve momento de silencio en el cual Gonzalo se dedicó a mirar el mantel a cuadros descosido y viejo que vestía la mesa de madera obscura en torno a la cual estaban sentados, él levantó la mirada con el entrecejo fruncido.

- Me mintió -declaró con amargura, su amiga entonces pareció tenerlo todo claro.

Una tarde lluviosa cualquiera, Gonzalo regresaba a casa con su semblante acostumbrado, radiante y de buen humor, en el pórtico del edificio de apartamentos donde habitaba lo esperaba una mujer joven y desencajada con un pequeño en brazos de aproximadamente 2 años, aquel niño de ojos azules le recordó a alguien enormemente.

-¿Es usted Gonzalo Trigueros? -preguntó la mujer que parecía más empeñada en proteger al niño de la lluvia que a ella.

-Soy yo -respondió él intrigado -¿qué desea? - fue amable.

-Necesito hablar con usted -ella habló con aprehensión tratando de controlar la voz.

-Claro -dijo él – pasemos a mi casa.

-No -súbitamente la mujer respondió casi con susto -es mejor hablarlo aquí.

Fue extraño, ¿por qué esa mujer prefería estar bajo la lluvia que pasar al apartamento?, pero Gonzalo se limitó a cabecear sin decir palabra alguna, así que ella comenzó.

-Edgar -dijo ella y ese era un nombre que él no esperaba escuchar -Edgar es mi marido.

Unas nauseas espantosas treparon por la garganta de Gonzalo y de pronto sintió que le arrancaban el corazón sin piedad, que se desangraba ahí mismo, que el mundo se desmoronaba ante sus ojos, sintió que agonizaba de un dolor terrible e interminable. Abrió los ojos con sorpresa, pero de pronto el brillo en ellos se esfumó y sobre los mismos sólo lágrimas pudieron aparecer.

-Y este es su hijo -la mujer continuó haciendo referencia al niño, por su puesto, esos ojos azules eran idénticos a los de Edgar.

Pero Gonzalo ya no estaba escuchando, estaba muriendo, estaba perdiendo el aire y su corazón parecía que dejaba de latir. Echó otro vistazo a la mujer y al niño, después subió hasta su casa, a penas si podía mantenerse en pie, se tenía que apoyar en la pared y el barandal de las escaleras para no caer ahí mismo, lo habían desbaratado, lo habían matado.

-Aún recuerdo la expresión de esa mujer -Gonzalo platicaba su historia mientras clavaba su mirada en la nada, su voz era más un suspiro etéreo que un sonido concreto -tan desesperada y triste -hizo una pausa -y nunca olvidaré a ese niño idéntico a Edgar.

-Gonzalo, yo... -su acompañante trató de decir algo, pero no había nada que pudiera reparar tal daño.

-Es el hombre al que amo -su voz se dobló y las lágrimas no pudieron más, escaparon de su prisión. -Me muero... -confesó con terrible pesar -me muero...

-Él no lo merece -la chica trató de decir algo que sonara optimista.

-Ni yo -Gonzalo fue tajante -no creo merecer un dolor como este, nadie lo merece...

Él se puso de pie, su acompañante trató de detenerlo tomándolo por el brazo pero sabía que era inútil, Gonzalo se marchó de aquel café, tomó su auto y condujo sin rumbo aparente, pero dentro de su cabeza tenía fija una meta muy clara.

Esa tarde, tras platicar con esa colega que, en un pasado, antes de darse cuenta de la naturaleza de Gonzalo, lo veía con deseo y pasión, y que cuando lo supo se limitó a ser su amiga, él se dirigió a un punto específico de la ciudad y ahí mismo compró una pistola. Un par de policías trataron de detenerlo pero soltando una buena cantidad de dinero lo dejaron ir con todo y el arma. Al llegar a su casa, metió aquel objeto en un cajón y decidió seguir su vida.

Los días siguientes transcurrieron con normalidad, Gonzalo no parecía estar mejor, por dentro sentía que moría, que moría tan lento que era insoportable. El hombre al que él amaba lo había engañado, sin embargo, la traición no le dolía, le dolía el descaro de Edgar, quien seguía tratando de contactarlo, hablándole por teléfono, mandándole correos electrónicos, yendo a su casa; Gonzalo siempre se negaba. Pero sobre todo, le dolía amarlo tanto, a pesar de todo, lo seguía amando con tanta fuerza que era absurdo.

Y sentía que se moría pero que no terminaba de hacerlo.

Un sábado, día libre en el despacho, Gonzalo harto de aquel sentimiento asfixiante y de aquel desconsuelo que le fracturaba el alma, no pasado el medio día, tomó el arma que había comprado días antes y estuvo a punto de dispararse en la sien.

-Pero me da miedo -fue sincero con él mismo -y no puedo.

Entonces se dejó caer sobre la alfombra azul de la sala de estar y contempló el arma durante horas mientras lloraba sin parar.

-Como quisiera poder dejar de llorar, que mis ojos se secaran finalmente -dijo con los dientes apretados.

Se sintió estúpido por no atreverse, se sintió lleno de rabia, los deseos de quitarse la vida o quitar una vida, la que fuese, imperaban su cabeza y maldijo a los benditos suicidas que habían concretado sus planes.

Justo en ese momento el teléfono sonó, Gonzalo se puso de pie y pudo sentir la suavidad de la alfombra en sus pies descalzos. En el identificador de llamadas logró reconocer el número de inmediato, era Edgar, se había negado durante días pero algo en él lo hizo descolgar la bocina aquella tarde.

-¿Sí?

-Te quiero ver...

Gonzalo titubeó, miró la pistola que seguía en el piso y sonrió de lado con tinte siniestro, en ese instante aceptó ver a su amante, concretó una cita para unos minutos después en un lugar cerca de su casa. Normalmente era cuidadoso con su apariencia, ese día ni siquiera aplacó su revuelta cabellera, no limpió las lágrimas de su rostro y a penas si tuvo la delicadeza de ponerse un par de tenis que desentonaban con su pantalón negro y su camisa lila y abrigarse con un saco.

Llegó al lugar acordado en donde Edgar, un hombre de intensos ojos azules, ya lo esperaba, lo miró sorprendido al verlo tan desalineado. Se quedó sin palabras.

Gonzalo aprovechó el silencio para sacar de su saco la pistola con la que había tratado de quitarse la vida unas horas antes. Edgar lo miró atónito, pero su incredulidad se acentuó al ver que aquel hombre no sostenía el arma por el mango, sino por el cañón, ofreciéndosela.

-Yo no pude -dijo Gonzalo con voz distante y difusa, como un susurro que se lleva el viento -por eso hazlo tú, mátame... termina de matarme.

Aquella petición era inaudita y descabellada, Edgar miró el arma y después miró a Gonzalo, con los ojos hinchados y rojos por todo el llanto, era el hombre por el que alguna vez había jurado que mataría, pero ahora no estaba tan seguro de cumplir aquella promesa, lo amaba tanto que estaba dispuesto a hacer lo que él le pidiera, pero lo amaba tanto, también, que no podía arrancarle la vida.

Edgar tomó el arma por el mango y la empuñó con firmeza, miró a los ojos a Gonzalo aun sin decir palabra alguna y éste cerro los suyos con tal resignación que lucía ya como un cadáver.

FIN

Notas finales:

 

Adrián de Cirkus by Night (la historia que actualmente publico aquí) está ligeramente basado en Gonzalo (el apellido es el mismo, incluso)


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