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Whisper in my ear por EvE

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Notas del fanfic:

Con todo mi amor y respeto, para mi querida amiga Sady [Alleine] regalo retrasado de cumpleaños. Solo deseo con todo el corazón que sea de tu agrado. Gracias por las sonrisas que compartes conmigo todos los dias, conocerte es un regalo de la vida ^w^

Advertencias: Lemon explícito, violencia.

Inspirado en la canción "Diabulus in musica" del Mago de Oz.

Disfrutenlo ^w^

Patts.

WHISPER IN MY EAR

El rostro pálido de mujer, resplandecía cada vez que un relámpago surcaba el cielo y su luz se colaba por la ventana. Era hermosa, de facciones dulces y ojos grandes, dueños de un amatista frío e imperturbable. Lacios cabellos, negros como las alas de un cuervo, resbalaban por los hombros semidescubiertos de la dama. Quien pintó el cuadro hizo un gran trabajo, puesto que la figura femenina que representaba, parecía tener vida… siempre acechante desde su lugar en la pared, siempre altiva y hermosa.

 

Fría.

 

–Brindo por ti… querida mía…–

 

La voz cavernosa de un hombre resaltó por encima de los truenos en la tormenta. Se encontraba sentado junto a la ventana, con sus largas piernas estiradas en una postura apacible y tranquila; meciendo el contenido de su trago en un fino vaso de cristal, contemplaba el paso de la noche con semblante inmutable. Sus ojos amarillos perdidos en algún punto del basto bosque que surcaba su antiguo castillo, parecían vagar más en sus recuerdos que en el sitio mismo.

 

–Por que siempre estemos juntos… mi bella Pandora…–

 

Bebió de golpe su bebida, poniéndose de pie en el instante. Su boca se entreabrió para dejar ver una sonrisa perversa, de colmillos afilados los cuales repasó con su lengua en un gesto casi lascivo. Volteó a ver el cuadro en la pared, ampliando su gesto mientras recorría los contornos de la fémina plasmada en él.

 

–Créeme… te llevo en la sangre… ¡Jajaja!–

 

Y era literal, hacía unos cuantos siglos que la había asesinado… recordarlo le hacía paladear el sabor de su sangre fresca aún, enervantemente deliciosa.

 

–Mujer estúpida…–

 

Cesó la contemplación del cuadro para dirigirse hacia la ventana; llovía, llovía como siempre solía llover en la eterna Londres, con rabia diluvial y aires helados, los cuales le azotaron al abrir el ventanal para salir hacia la terraza circular, moviendo sus cabellos furiosamente, empapándolo al instante.

 

Pero a el le gustaba la lluvia, le gustaba cada detalle que su vieja ciudad tenía.  Era inglés y estaba orgulloso de serlo.

 

Sus ojos ambarinos emitían un brillo demoníaco con los relámpagos que alumbraban su figura. Generalmente presenciaba la lluvia desde su terraza, con el ulular de los árboles y ese chasquido insistente del agua en el piso, era un espectáculo monótono pero siempre cautivador… aunque esa noche había algo más en el ambiente. Un olor a mar le abofeteó sus sentidos sobrenaturales, enfocó bien y pudo encontrar el sonido de carretas a todo galope, no muy lejos de donde se encontraba. Olía a sal,  a olivos… mediterráneo.

 

Por un momento se quedó sumido en el sonido de las carretas y el aroma que acariciaba su sentido del olfato, pero poco a poco fue entreabriendo los ojos, siguiendo el curso de las diligencias por donde creía estaban pasando, más allá de los terrenos de su hogar, donde un ojo un humano no podría siquiera notarlos. Daba gracias a sus poderes sobrenaturales en instantes así.

 

Mucho tiempo sin gozar de una buena cacería en su aburrida Londres, benditos eran los malditos dioses por ponerle en el camino un poco de diversión.

 

Podía llegar hasta ellos en ese mismo momento, pero no… deseaba saber de quienes se trataban, conocerlos un poco, hasta que su escasa paciencia se lo permitiera. Supo que las carretas se habían detenido a unos cuantos kilómetros de su palacio, afiló la mirada antes de regresar adentro, solo para aguardar por un rato en lo que sus recién llegados vecinos se ponían cómodos, en lo que la sagrada noche seguía avanzando…

 

Era un caballero inglés ante todo, ni siglos de vida inmortal lo cambiarían.

 

*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*

 

–¿Y bien? ¿Hermoso, no lo creen?–

 

Un vestíbulo de coloridas paredes tapizadas, bordes labrados en piedra con hermosos querubines recubiertos de pintura dorada y por supuesto, una enorme araña de cristales prendiendo de sus cabezas era lo que aquellas personas contemplaban.  Los ojos curiosos de una joven mujer, escrutaban todo a su alrededor con aire maravillado. Acostumbrada a su inmensa y gris mansión en Atenas, llegar a un palacio lleno de color y luz resultaba en extremo placentero.

 

Olía a perfume de jazmines, su favorito, y un florero con rosas amarillas estaba ubicado en una hermosa repisa de herrería. La chica sonrió, eran sus flores favoritas, estaba segura de que su esposo las había mandado colocar para que ella las viera en cuanto entraran al palacio. Miró de reojo al hombre que la acompañaba, dedicándole una dulce sonrisa antes de girarse hacia él completamente, estirando sus brazos para atrapar su rostro y obligarlo a besarla.

 

–Es hermoso, mi amor… todo es hermoso aquí– Le dijo con voz dulce, haciendo que el aludido sonriera con satisfacción.

 

–Será nuestro nuevo hogar, amada mía…– Tomó su mano aún enguantada con suavidad, haciéndole una inclinación para besarla en su dorso, cosa que le arrancó una sonrisa aún más amplia a la mujer de cabellos morados, que correspondió el gesto con una caricia en las mejillas de su esposo.

 

Para ellos, aquel hermoso palacio de reciente construcción era perfecto. Ofrecía un cambio radical de su antigua morada en Grecia y la oportunidad de explorar nuevas costumbres, disfrutando de la inmensa fortuna de su familia, que descendía ni más ni menos que de la realeza griega.

 

Pero había alguien que no parecía tan contento. Otro hombre de semblante taciturno y medio entristecido, contemplaba con sus grandes ojos verde esmeralda cada recoveco del palacio, como si no terminara de agradarle.

 

–Iré a ver si han preparado la cena nuestros nuevos sirvientes, Saga–

 

–Te alcanzaremos en el comedor, querida…–

 

La mujer se fue acompañada de un par de sirvientas hacia el interior del Palacio, dejando a su esposo en el vestíbulo. No le pasó desapercibido el descontento del otro, pero se limitó a esbozar una sonrisa medio maliciosa, mientras uno de sus sirvientes personales, que los habían acompañado desde la misma Atenas, le llevaba una charola de plata ornamentada con una botella de vino tinto y un par de copas.

 

–Bébete una copa conmigo, hermano– Elevó su voz casi festiva, acercándose con pasos suaves hasta donde el aludido se encontraba, mirando la decoración del sitio completamente abstraído de lo demás.

 

Al voltear, descubrió el reflejo de sus ojos en los de Saga,  aunque no se encontraba tan contento como él. Eran gemelos, desde que nacieran nunca se habían separado y cuando su padre falleció hace apenas 2 años, había prometido ver por el futuro de su gemelo menor. Kanon, ese era su nombre. Y su reticencia a formar una familia le ocasionaba que Saga quisiera llevarlo con él a todas partes. Se hubiera quedado en Atenas con todo el gusto del mundo, pero su hermano ni siquiera lo tomó en cuenta cuando se negó.

 

Rechazó la copa con una suave sonrisa, negando ligeramente para volver a mirar los cuadros en las paredes. Saga insistió, empujándolo de un hombro hasta que Kanon la tomó entre sus manos, de cuyos guantes no había despojado y se encontraban medio húmedos gracias a la lluvia.

 

–Sabes que no bebo, y menos por las noches…–

 

–Lo sé, pero tenemos que brindar por este nuevo comienzo… además, no hay hora fija para que un Griego que se aprecie de serlo le rinda tributo al buen Dionisio –

 

El gemelo menor se limitó a beber lentamente, al mismo tiempo que negaba con la cabeza y comenzaba a caminar hacia la sala. Lo contempló todo de nuevo con absoluta pesadéz, liberando un suspiro agobiado al sentarse en uno de los muebles. Adornos de oro, figuras de mármol, cuadros de la familia que iban acomodando los sirvientes, nada que no hubiese visto antes.

 

Saga sabía del mal humor de su hermano, pero en realidad no le importaba demasiado. Cruzó una pierna y se recargó con tranquilidad en un sillón, bebiendo de su vino con elegancia.

 

–Al menos podrías mostrar un poco más de entusiasmo–

 

–¿Te refieres a ser hipócrita? ¡Oh hermano! Adoro que me hayas traído a Londres, su clima es tan hermoso y este palacio es verdaderamente único, ¡Ah! Y que decir del vino, jamás he probado otro más rico…– Sonrió con amarga ironía – ¿Eso está mejor para ti?–

 

El mayor sonrió con sorna y evidente  burla, terminando su copa de vino antes de ponerse de pie para caminar con pasos soberbios hacia el comedor. Pero se detuvo junto a su gemelo para palmear uno de sus hombros, sonriéndole de medio lado.

 

–A mi me da igual, hermano… puedes usar toda la ironía que quieras, no me afecta –

Mirándolo arrogante –Yo sé que te acabarás acostumbrando… al menos es lo mejor que puedes hacer jaja– repasó su cabeza deforma juguetona, despeinando un poco esos cabellos azul opaco que poseía su gemelo menor –Ahora ven a cenar, puedo oler que la comida está lista–

 

Kanon cerró los ojos lleno de molestia. Solía detestar como nada esa actitud en Saga, tan egoísta y frívolo, superficial… nunca se interesaba por lo que verdaderamente sentía mientras su conciencia estuviese tranquila. Y creía que con llevarlo a todos lados estaba cumpliendo con la voluntad de su padre, de protegerlo y velar por él.

 

Como si necesitara que a sus veintitrés años lo protegieran.

 

Dejó su copa a medio beber en la mesa de centro para retornar su mirada a la ancha espalda de su gemelo, que ya se alejaba de él rumbo al comedor.

 

–Prefiero descansar, discúlpame con Saori…–

 

Saga ni siquiera pudo objetar algo. El gemelo menor se alejaba con pasos rápidos, ondeando su lacia melena para que sus pasos se perdieran en la inmensidad de aquellos pasillos.

  

*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*

  

Su habitación era espaciosa, más que la de su mansión en Grecia, pero se sentía terriblemente atrapado. Las paredes le ahogaban, su sombra vagaba de un lado a otro con la luz de un candelabro junto al tocador al encontrarse caminando con un pesado libro de forro tinto aterciopelado, buscando encontrar un poco de paz al leerlo.

 

Tenía la costumbre de leer un pedazo de la Biblia antes de dormir.

 

–Buenas noches hermano–

 

La voz de Saga en el pasillo exterior y un suave toquido en la puerta le hizo alzar la cabeza.

 

–Buenas noches, Saga–

 

Respondió desde adentro, quedándose quieto para observar por debajo de la puerta como las sombras se iban alejando de ahí hasta quedar en la oscuridad de nuevo. Escuchó puertas abrirse y cerrarse, luego nada… su hermano y su esposa se retiraban a descansar a sus habitaciones dejándolo acompañado por el sonido de la lluvia constante en las afueras y la luz vacilante de las velas.

 

Le hubiera gustado conversar más con Saga, pero desde hace algunos años que lo sentía completamente distante. Era como si con el paso del tiempo, sus conversaciones se hubiesen agotado y su visión de las cosas fuera absolutamente opuesta, no quedaba mucho en común entre ellos. Era triste descubrirlo, triste por que era cierto. 

 

De cualquier modo él siempre amaría a su hermano, él era un buen hombre, muy conservador y tradicional, pero bueno… y en el fondo sabía que todo lo que hacía era por que en realidad le preocupaba, aunque su egoísmo en ocasiones fuese superior.

 

Por no decir que todo el tiempo…

 

Miró su amplia cama cubierta de cortinas verde oscuro con sus biseles labrados en las finas maderas, lista para que el la ocupara, y francamente ya le apetecía acostarse a descansar. Había sido un viaje extenuante. Así que caminó con una sonrisa hacia allá, sentándose en la orilla muy cerca de la mesita de noche.

 

– Juan estaba vestido de pelo de camello y con un cinto de cuero a la cintura, y comía langostas y miel silvestre. Y predicaba diciendo: "Viene tras mí el que es más poderoso que yo, a quien no soy digno de desatar, agachado, la correa de su calzado.  Yo os he bautizado en agua, pero él os bautizará en el Espíritu Santo." *1–

  

Los párpados comenzaban a pesarle demasiado, por lo que suspendió su lectura no sin antes repasarse los ojos. Le ardían.

 

Dejó la Biblia en una esquina del buró, estirándose un poco para soplar sobre las velas del candelabro y apagarlas, retornando casi de inmediato a su cama. Su hermano tenía razón al decirle que acostumbrarse era lo mejor que podía hacer, aquello no terminaría pronto… además, se suponía que Londres tendría mucho que ofrecer, en los días siguientes lo comprobaría.

 

Se despojó del albornoz de franela negra que portaba con movimientos lentos, antes de gatear por la cama para dejarlo en la orilla de esta, metiéndose bajo las colchas para protegerse del frío, ahora que había quedado con el torso descubierto.

 

*~*~*~*~*~*~*~*~*~*

 

Las luces se habían apagado en el Palacio desde que los señores se retiraran a descansar. Por lo tanto, el vampiro que había llegado hasta ese sitio tras olfatear el rastro desde su vetusto rincón, solo podía contemplar las paredes resplandecer con los relámpagos de aquella inclemente tormenta. Su sombra alta e imponente, deambulaba alrededor de los jardines del sitio, buscando dar con las habitaciones de los ocupantes.

 

Se elevó por los aires como un ente salido del mismo infierno, desplegando un par de alas negras que le protegieron de la lluvia mientras caminaba por las orillas de los balcones del palacio, donde creía estaban las recámaras principales.

 

Nadie parecía notar su presencia, se movía como una sombra espectral de balcón en balcón, flotando entre el vacío hasta posarse sobre una depresión de piedra, de estilo gótico con un ángel de alas extendidas adornando… aunque el se asemejaba a una gárgola.

 

Cayó suavemente hacia la terraza, como si fuera una hoja desprendida de los árboles en otoño. Sus manos pálidas, poseedoras de enormes y afiladas garras acariciaron el vidrio de aquella gran ventana mientras observaba con curiosidad hacia adentro. Distinguía perfectamente dos cuerpos reposando tranquilos sobre la cama, una dama y un caballero, que apenas se removió solo para cubrir más entre sus brazos a su mujer.

 

El inmortal sonrió.

 

Era un cuadra apacible y aburrido, quizás debería seguir revisando en las demás habitaciones en busca de algo más interesante. Y así lo hizo.

 

Continuó saltando en los balcones, hasta rodear el palacio y dar con las recámaras del ala contigua. Todas parecían vacías a simple vista, pero sabía que en alguna de esas estaba un mortal. Uno de sus ojos centelló de rojo ante la posibilidad de encontrar una presa más interesante, por lo que apresuró su camino hasta encontrarse en la orilla de la terraza. Como lo supuso, había una persona dentro de la recámara. Sonrió con malicia, mientras iba acercándose con pasos lentos y silenciosos hasta la ventana cerrada. Ahí era donde el olor a mar estaba más presente, la piel de aquel que durmiera dentro emanaba ese aroma enviciante, podía ver su silueta bajo las frazadas, imaginar la tibieza de su cuerpo al tacto de sus manos heladas.

 

La ventana se abrió de par en par con una ráfaga de aire que sus alas provocaron. El durmiente se removió con inquietud, sin alcanzar a despertar del todo. Su observador se refugió en las penumbras de la recámara, aguardando a que volviera a conciliar el sueño que parecía se negaba a abandonar. Pronto se quedó dormido, dejando al descubierto su espalda, dueña de una piel bronceada, brillante y lozana.

 

Un hombre joven, no debería de pasar de los veinticinco años, reposaba boca abajo con sus cabellos desparramados en la almohada… azules, lacios y largos, lucían tan tentadores como todo el.  El nosferatu se relamió el labio inferior. La mirada se le lleno de lujuria conforme se iba acercando más a la cama, como una sombra de perpetua oscuridad, cubriéndolo todo por donde pasaba.

 

Al llegar a los pies de la cama, fue jalando lentamente la colcha con el afán casi desesperado por ver más de ese cuerpo masculino, que se notaba en proporciones armoniosas, esbelto sin caer en extremos, pero indiscutiblemente bello. En su espalda se marcaban músculos suaves que deseaba tocar.

 

Y el siempre cumplía sus deseos.

 

-Eres…-

 

Musitó mientras ocultaba sus alas, para poder subirse a la cama sin causar mayor alboroto, avanzando sobre el como un felino curioso, aspirando el aroma de su piel, guiado por su calor. Quería tocarlo, recorrer sin freno cada parte de su cuerpo hasta la locura. Hundió la nariz en su nuca al mismo tiempo que abría sus labios como si quisiera capturar el aroma de aquel y devorarlo por completo.

 

-Mmmhh…-

 

El gemido que escuchó de la boca cerrada del peliazul, lánguido y sensual, le hizo entornar la mirada con visible placer. Se movió sobre su cuerpo sin rozarlo, a horcajadas sobre sus caderas mientras su lengua iba recorriendo la espina del peliazul desde la nuca hasta el inicio de sus glúteos, donde dejó un beso húmedo, rozando sus dientes en su piel y conteniendo el hambre de probar su sangre.

 

Ahora que había visto lo que quería, sabía que su deseo por el estaba lejos de saciarse solo con beber su exilir de vida.

 

-Delicioso…-

 

Musitó sobre su oído, dejando una lamida erótica en su contorno que estremeció el cuerpo de Kanon visiblemente, complaciendo a su inmortal acompañante. Un par de gotas de agua cayeron sobre la espalda bronceada del griego, haciéndole moverse con más inquietud y luego, un trueno fuerte le hizo despertarse del todo para de un salto, incorporarse sobre la cama.

 

La habitación estaba oscura y el viento helado de la tormenta se colaba por la ventana abierta.

 

Sus ojos verdes se abrieron con sorpresa al ver su ventanal de par en par, las cortinas ondeando con furia ante el viento de afuera, helándole la piel… su piel estremecida, ardiente. Se descubrió excitado y aquello le llenó de vergüenza. Estaba teniendo un sueño erótico… uno que le había resultando demasiado real. Aún podía sentir una lengua húmeda recorriendo su espalda.

 

Se tocó ligeramente en la nuca, descubriendo una humedad inquietante, la misma que estaba presente en las sábanas.

 

–Oh Dios, estoy delirando…– Dijo para si mismo y se puso de pie, yendo a cerrar rápidamente las ventanas, no sin antes echar un vistazo a la terraza y los jardines iluminados con los relámpagos –Que clima…–

 

Fue lo último que dijo, cerrando las ventanas de nuevo y también las cortinas. La oscuridad lo invadió todo, tuvo que regresar a ciegas a su cama, con la intensión de reconciliar el sueño, aunque la incomodidad en su entrepierna y ese deseo insatisfecho hacían estragos en su vientre. Elevó una plegaria al cielo, hincándose en la cama para repetir un salmo en silencio con la esperanza de recuperar la calma… alejar cualquier pensamiento morboso y poder dormir tranquilo.

 

Sin saber que desde afuera, escondido entre las ramas de los árboles como un ave nocturna, el vampiro había contemplado perfectamente sus movimientos al acercarse a la ventana, provocando que su deseo por él creciera hasta casi hacerse intolerante… pero soportaría, soportaría por que había encontrado el escape a su ocio común en aquel hermoso visitante extranjero.

 

< Para tu desgracia o bendición… pequeño, solo el tiempo lo dirá>

 

Se relamió los labios, antes de abandonar el sitio como la sombra nocturna que era.

  

*~*~*~*~*~*~*~*~*~*

 

Las mañanas en Londres luego de una tormenta, eran heladamente hoscas; tal parecía que en aquella vieja ciudad, la palabra “Verano” era desconocida. El verano era una sucesión constante de lluvias, llovía todo el bendito año para desgracia del recién llegado Kanon… solo para él, puesto que el resto de su familia lucía de lo más contenta aquella mañana de vientos taladrantes.

 

El fuego de la chimenea en el comedor no era suficiente para calmar su frío. Y no era que al joven peliazul le desagradara el clima, el adoraba las lluvias y el clima helado por que era algo que en Atenas no se veía con frecuencia, más bien se trataba de las circunstancias; todo sería más tolerable si hubiese ido por voluntad propia, no arrastrado por otro más de los caprichos de su voluntarioso gemelo mayor, que parecía no advertir su desazón, aunque más bien la ignoraba como la mayoría de las veces.

 

Dicha mañana, transcurría ajena a él y sus pensamientos. En su plato, la deliciosa avena de manzana, aún humeante, reposaba casi sin haber sido tocada, entre las voces de su cuñada y de su hermano, que ya estaban planeando una salida a la ciudad para conocerla mejor. Saga posó sus ojos verdes en la figura distraída de su gemelo. Ordenó que le retiraran la avena, puesto que estaba seguro que no se la comería –a duras penas lo obligó a desayunar- así que tras eso el desayuno estaba terminado y por ende, ellos listos para salir a explorar las calles de la vieja Londres.

 

–No hay pero que valga, irás con nosotros y punto. Ya me imagino lo que harás, encerrarte a leer la Biblia o cualquier otro de tus ridículos libros de aventuras –

 

Sentenció de forma irrefutable el mayor de los gemelos, poniéndose de pie lentamente para ir a ayudar a su esposa a hacer lo mismo. La chica de cabellos morados, posó sus ojos de azul intenso en el hombre de mirada hastiada que tenía frente a ella. Su cuñado lucía seriamente inconforme y le tenía aprecio. Sabía de antemano que no era de su agrado aquel sitio, y aunque trató de intervenir cuando su esposo tomó la desición de llevarlo con ellos, no pudo hacer demasiado.

 

Cuando Saga resolvía algo, no existía poder humano que le hiciera cambiar de opinión.

 

–Kanon – lo llamó con voz dulce la mujer, tratando de llamar su atención –Aunque parezca increíble, tu hermano tiene razón esta vez. Creo que será más divertido para ti el acompañarnos que quedarte encerrado entre cuatro solitarias y frías paredes–

 

La mujer de mirada condescendiente, le dedicó una sonrisa al muchacho que aún permanecía sentado en la silla del comedor. Rodeó el mismo hasta llegar a su espalda, donde masajeó suavemente sus hombros invitándolo a ponerse de pie. Kanon accedió más por cortesía hacia la dama que por el deseo de hacerlo. No le apetecía en lo absoluto salir a helarse la piel, seguramente llovería y el paseo sería un fiasco al final de cuentas. Más las consideraciones que Saori tenía merecían ser recompensadas.

 

Sonrió con amabilidad, mientras uno de los sirvientes traía los abrigos de los Señores para guiarlos hacia la salida del palacio.

 

–Verás que vas a agradecerme el que te haya arrastrado fuera de tu madriguera, hermanito –  Dijo con sorna el mayor, obteniendo como respuesta a su comentario una mirada apagada de parte de Kanon, quien de inmediato se colocó su grueso abrigo de terciopelo, azul marino casi como sus cabellos.

 

Una carroza de soberbia elegancia y tres pares de caballos alazanes ya los esperaba en la glorieta del palacio. La pequeña escolta de Duques griegos se apresuró a abrir las puertas del carruaje y estos a entrar; francamente era una mañana helada, pero al menos no estaba lloviendo.

 

–Iremos a la mansión de Lord Harrison, un viejo amigo mío que nos acompañará en nuestro recorrido por la ciudad, hace dos años fue nuestro guía en la expedición que hicimos al Serengeti, ¿cierto Kanon?–

 

–El hombre al que no le para la boca… Oh si, lo recuerdo, este paseo será una tortura –

 

–Lo será para todos si no mejoras tu disposición – Dijo finalmente el mayor con evidente dureza –Al menos Lord Harrison tiene buen sentido del humor, podremos reírnos un poco con él –

 

–Claro, buen sentido del humor como el bufón de corte que es –

 

Saga abrió la boca con incredulidad, luego afiló los ojos. Su hermano había dado por terminada la conversación y ahora se dedicaba a ver los parajes húmedos por la ventanilla del carruaje, el mayor sabía que era mejor dejar la conversación ahí, por lo que dejó a Kanon divagar en silencio mientras el buscaba una mejor charla en su esposa.

 

Su palacio estaba en los suburbios de Londres, así que el recorrido sería de una media hora, cuando mucho.

 

*~*~*~*~*~*~*~*~*

 

Charlas sobre negocios, guerras, expediciones y demás superficialidades era lo que pululaba en el ambiente mientras el Lord al que habían ido a visitar, su esposa y sus dos torpes hijas, conversaban con su hermano y su cuñada, recorriendo las calles grises de la ciudad sin descanso. Los ojos curiosos de Kanon observaban detenidamente cada detalle en las construcciones, pues estas eran dignas de admirarse. Unas medievales, otras más recientes, todas dueñas de un encanto único que valía la pena.

 

De todo sería perfecto de no ser por la compañía nefasta de las hijas del guía que no dejaban de pretender llamar su atención con comentarios estúpidos y preguntas sin sentido. Sus risas chillonas e infantiles ya le tenían irritado. Saga y Saori caminaban delante de él con sus amigos, le habían dejado la tarea de entretenerlo a las hijas de Lord Harrison, cosa que obviamente no funcionó.

 

Aunque las torpes chicas, parecían no darse cuenta de ello… entretenidas estaban en ver las suaves sonrisas que les dedicaba el peliazul o sus palabras dotadas de fría cortesía.

 

Cuando decidieron entrar a un opulento restaurante, sitio de moda entre los grandes Lords de Londres, Kanon supo que estaba lejos de que aquel absurdo paseo terminara. Apenas y participaba de las conversaciones de los hombres. Y no era por que no supiera manejar los temas de los que estaban hablando, sino por que simple y sencillamente, las charlas sobre política le resultaban aburridas, banales… superficiales. Casi, pudo extrañar la infantil conversación de sus anteriores compañeras, pero ellas estaban bastante entretenidas con su cuñada y otras damas, en otro salón.

 

Era lo mismo de siempre. Una sociedad dividida y conservadora, dueña de una belleza plástica e irreal; con sus vestidos de encajes y sus joyas caras, con sus trajes bordados en plata o sus bastones de marfil, nada no hubiera visto hasta la saciedad, nada que le resultara atractivo.

 

Por eso estaba seguro de que a fin de cuentas acabaría siguiendo el camino de los hombres de Dios. Tenía 23 años y no lograba encontrar otro sitio dentro de su petulante y elitista sociedad que no fuera ese. Se negaba a formar una familia solo por seguir un molde, no era eso lo que quería. Aunque tampoco estaba muy convencido de querer ser sacerdote, uno de los motivos por los que acabó accediendo a venir a Londres había sido ese: tratar de aclarar sus ideas y elegir un camino a seguir.

 

Según Saga, ya estaba retrasando mucho el asunto del matrimonio, aún no había elegido esposa y la promesa de su padre de verlo con un futuro firme parecía distante. Y el gemelo menor, entre tantas presiones sociales, se sentía atrapado.

 

– ¿Y su hermano no ha elegido mujer? ¡Es extraño! Un hombre como usted, con su estatus social y juventud no debería batallar con eso. Mientras caminábamos hacia acá vi como arrancaba suspiros a más de una dama –

 

El comentario hecho por Lord Harrison devolvió a Kanon a la realidad. Fingió una sonrisa pero se mantuvo en silencio, dejando que su hermano respondiera por él.

 

Lo hacía todo el tiempo.

 

– Es un poco tímido – dijo sonriente el gemelo mayor – Pero precisamente en un mes más daré un baile en mi palacio, para conocer mejor a la sociedad de Londres y que mi hermano pueda vislumbrar alguna candidata –

 

– ¿Un baile? ¿Tan pronto comenzarás con eso? – cuestionó Kanon con desencantó, casi ignorando que estaban delante de un montón de hombres los cuales lo miraron ligeramente incómodos.

 

– Si, un baile. Tenemos que conocer a nuestros vecinos – respondió Saga con voz templada, elevando su copa sonriente, invitando a un brindis que sus colegas respondieron de inmediato – Brindemos por este nuevo inicio –

 

– ¡Salud! –

 

No tuvo más opción que seguir con aquello, esbozando sonrisas hipócritas que lucían naturales en él. La gente no tenía por que enterarse de lo que estaba sintiendo, nunca le había gustado que se metieran en su vida, y para no dar explicaciones, evitaría caer en discrepancias con sus nuevos conocidos.

 

Incluído su hermano, que cada día se alejaba de él un poco, transformándose también en un extraño más.

 

*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*

 

El clima había mejorado un poco. Al menos había visto el sol por las mañanas durante los días siguientes, aunque eso no evitaba que por las tardes, una lluvia fuerte dejara cubiertas las hojas de los árboles de cientos de cristalinas gotas por la madrugada. Saga ya había hecho planes para esa mañana, como regularmente solía hacerlo, sin consultarlo. Ya ni siquiera le caía de extraño, inclusive comenzaba a acostumbrarse a Londres, su clima y su gente superficial.

 

No había tenido oportunidad de salir a explorar los terrenos que rodeaban a su palacio, así que el que su hermano le propusiera ir de cacería de faisanes junto con otros Lords no le resultó desagradable. Le gustaba montar a caballo, era algo que hacía siempre que podía.

 

Se atavió con un elegante traje de levita color vino y pantalón negro, con botas altas cubriendo ligeramente arriba de sus rodillas y una capa larga oscura, ceñida a sus ropas con broches de oro y piedras preciosas.

 

Salieron en medio de los ladridos de los perros y los relinchidos de los caballos, un grupo de aproximadamente 15 hombres, armados con ballestas y sables. A Kanon la cacería de faisanes no le importaba, encontraba una absoluta pérdida de tiempo en eso. Se dedicó a deambular en el bosque sin separarse demasiado de su hermano o el grupo de Lords, aspirando el aroma a pinos aún húmedos y las violetas que cubrían en grandes extensiones de tierra.

 

Aquel era un tipo de paisaje que nunca se veía en su natal Grecia, tierra de olivos y arbustos resecos, su clima no daba para más. Pero aún con toda aquella belleza rodeándole seguía extrañando el murmullo de las olas, ese que llegaba hasta su ventana todos los días, el graznido de las gaviotas y la brisa marina.

 

Estaba tan lejos de Grecia.

 

– ¡Kanon! ¡Dispara hombre! ¡Está volando uno sobre tu cabeza! – El grito de su hermano le alertó, galopó un poco hacia donde él estaba, preparando su arma en el trayecto. Bajó del caballo de un salto, enfocando al faisán que volaba sobre él y comenzaba a alejarse para finalmente dispararle.

 

Su buena puntería quedó de manifiesto al verlo caer a unos metros de donde ellos estaban.

 

– ¡Buen tiro hermano! – Saga lo alcanzó, dedicándole una sonrisa victoriosa y palmeando sus hombros.

 

– Ha sido una excelente cacería, Señores, pero el cielo está nublado, lo mejor que podemos hacer es regresar a nuestras casas antes que la lluvia nos sorprenda –

 

El comentario de uno de los mayores que los acompañaba tuvo eco en los demás, que asintieron a su afirmación dejando que los sirvientes cargaran con lo que habían cazado. Kanon montó su caballo y su hermano hizo lo mismo, reagrupándose con el resto de los hombres dispuestos a volver.

 

Pero el galope de un caballo ajeno a ellos se dejó escuchar por el sitio. La figura de hombre cubierto de capas negras, igual que el corcel que montaba apareció ante ellos, deteniéndose frente a los gemelos que lideraban el grupo. Se descubrió la cabeza, dejando ver sus cabellos rubios, medio despeinados y su rostro masculino, poseedor de un par de enigmáticos y fríos ojos ámbar, que estremecieron a Kanon de pies a cabeza.

 

– Buen día, Señores… – Saludó casi solemne el hombre, que no era mas que el vampiro que había entrado furtivamente a la recámara de Kanon guiado por el olor de su piel, un olor que a pesar de todo seguía presente… que lo había hecho levantarse de su siesta para correr a esos bosques perpetuos aún cuando era de día.

 

Pero mientras no hubiera luz de sol no había nada que le afectara. Por eso amaba a su vieja y lluviosa ciudad.

 

– Déjenme presentarles a Lord Radamanthys de Wyvern, su familia es una de las más antiguas y nobles de Inglaterra – habló  Lord Harrison con una sonrisa, adelantándose hacia donde ellos estaban – Lord Wyvern, le presento a los Duques Griegos, Saga y Kanon –

 

Saga le sonrió, inclinándose ligeramente ante el rubio correspondiendo su saludo del inglés con cortesía, pero su hermano se mantuvo estático, con sus grandes ojos verdes puestos en la soberbia figura frente a él de forma casi insolente. Su voz le había estremecido, le dejaba un gigantesco e incómodo deja-vú.

 

Radamanthys no pudo más que dedicarle una sonrisa discreta al menor, que casi por instinto había retrocedido en su caballo un par de pasos.

 

– Es un verdadero honor conocerlos – esbozó una sonrisa apenas perceptible, haciendo que Kanon finalmente reaccionara y asintiera con cortesía y cierto nerviosismo.

 

– Ya íbamos a refugiarnos de la lluvia, beberemos una copa de brandy en mi salón, ¿Gusta acompañarnos, Lord Wyvern? –

 

El aludido sujetó con firmeza las riendas de su caballo, que comenzaba a moverse inquieto ante el viento helado que se iba haciendo cada vez más presente ahí.

 

– Me encantaría poder hacerlo, pero mucho me temo que tendré que posponer esa invitación, si me lo permite, para otra ocasión. Tengo un asunto que requiere de mi atención inmediata – Y eso era dormir, por supuesto… ya había visto lo que quería ver, con la luz del día y vestido de forma tan perfecta que le dieron ganas de arrancarle cada prenda a jirones y tomarlo en medio del bosque mismo. 

 

– Dentro de un par de semanas más ofreceré un baile en mi palacio, nos encantaría contar con su presencia, mi esposa estará muy contenta de conocerlo –

 

– Muy amable de su parte, mí lord. Ahí estaré –  El inglés asintió con una sonrisa, dedicándole una mirada furtiva a Kanon que no pudo mas que desviar sus ojos verdes hacia otro sitio del bosque.

 

Ese hombre no le inspiraba confianza, algo en él le daba… miedo.

 

La lluvia se hizo presente a manera de ligeras gotas, que fue el anuncio final para que los hombres se pusieran en movimiento de nuevo.

 

– Nos veremos entonces, Lord Wyvern… Con su permiso –

 

El gemelo mayor se despidió con cortesía, lo mismo que los demás hombres mientras emprendían la marcha hacia el Palacio. Por su parte, Kanon se había quedado prendido de los ojos ambarinos de Radamanthys, como si un viejo embrujo emanara de ellos para dejarlo inmovilizado.

 

La sonrisa casi lasciva que descubrió en los finos labios del inglés le estremeció. No pudo evitar que su respiración se acelerara visiblemente al verlo acercarse más a él, colocándose justo a un costado suyo; el aroma de su colonia casi le arrancó un lánguido gemido, sus miradas prendidas una de la otra, parecían no tener la menor intensión de dejar de observarse jamás. Kanon entreabrió los labios, queriendo decir algo, pero las palabras no llegaron a su garganta, se quedaron congeladas ahí provocando que el rubio se detuviera a contemplar su boca ahora húmeda, deseando con todas sus fuerzas arrebatarle un beso.

 

Y Kanon también lo deseaba… deseaba la boca del inglés robándole el aliento hasta la locura.

 

Descubrirlo le hizo sentir una enorme vergüenza. Estaba deseando a un HOMBRE.

 

Aunque no era la primera vez que le sucedía.

 

– Señor –

 

Dijo finalmente con la voz hecha un hilo. Se colocó la capucha sobre su cabeza para protegerse de la lluvia, antes de sacudir las riendas del caballo y emprender la marcha hacia el palacio. Su grupo ya estaba un tanto lejos de él, tenía que alcanzarlos, alejarse de ese misterioso hombre que con solo verlo le había robado el aliento.

 

No podía permitir que eso sucediera, era impuro, inmoral, un anhelo pervertido y condenado en el que no debería caer jamás. Desear a otro hombre era pecado de lujuria, una aberración.

 

Pasó saliva con dificultad, mientras el Wyvern lo veía alejarse a todo galope. Había olido su deseo casi como olía la tierra mojada, despertando el suyo, anhelando que el baile al que su gemelo lo había invitado llegara pronto… por que sus manos hormigueaban por tocar aquel cuerpo y su boca ardía por besar la suya, por saborear su saliva… su sudor, su sangre.

 

– Hermoso griego… haré que me desees como no has deseado a nadie…– dejó salir una carcajada hueca, antes de alejarse también rumbo al bosque, ocultándose entre sus espesos árboles hasta desaparecer entre éstos.

 

Pero la inquietud que había sembrado en Kanon lo mantuvo distraído y taciturno todo el día. Durante años, se obligó a ocultar sus deseos impuros sumergiéndose en horas y horas de lecturas, tatuándose casi a fuego en la mente que era una actitud vergonzosa el que pudiera desear a otro hombre, que si seguía por ese camino su familia quedaría hundida en la ignominia.

 

Y lo había logrado. Silenciar sus pensamientos y sus anhelos, controlar sus emociones… tenía mucho tiempo sin sentir aquel deseo, casi desde su adolescencia, y ahora un perfecto desconocido los liberaba todos de forma perturbante, soez, como nadie lo había hecho.

 

Ni siquiera estuvo presente en la cena. Se disculpó con sus invitados y su hermano, alegando una repentina jaqueca. No mentía. Le dolía la cabeza terriblemente que hasta el apetito se había ido de él. Prefirió quedarse en su recámara, a repasar de nuevo la Biblia y otros textos que solían darle calma, auto flagelándose con sus pensamientos, castigándose por ellos.

 

– Dios, no me desampares…  no me dejes caer en tentación… –

 

Imploraba desde su recámara, hincado junto a la cama con un rosario entre las manos, buscando consuelo en aquellos ritos, sin encontrar nada que no fuera culpa y vergüenza.

 

Pero así se mantuvo, mordiéndose los labios para no llorar, refugiándose en el dolor que aquella tortura le traía, lo prefería a ceder a sus más bajos instintos…


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