Chesire, como si de un gato de tratara, se lamía la sangre que había manchado sus manos. Una sonrisa sádica dibujaba su rostro. Sus ojos grises observaban el cadáver del joven que tenía ante sí. Un charco de sangre le rodeaba, manchando su pecho desnudo. En el cuello, un hermoso tajo, limpio y fino le hacía las veces de collar. Su cara con la boca desencajada, su expresión de horror y su mirada vacía hacían que Chesire disfrutase de él, otra vez, simplemente observándole, simplemente viendo como acababa de salir la última gota de sangre.
-Qué pena que alguien tan joven y bello como tú haya tenido que morir en mis manos...- murmuró para sí.
Chesire, a simple vista, parecería un chico normal, adolescente y bastante guapo. Pero nada podría estar más alejado de la realidad. Él era un espíritu con ínfulas de dios. Chesire era sexo y muerte. Con su enigmática sonrisa todos caían en sus redes. A veces, te entraba como si fuera un niño que necesitase de mimos y afecto, su víctima creía que era un chaval adorable y encantador y él, se dejaba guiar por su presa hacia la cama, ya fuera en un hotel o en casa de la propia víctima. Otras veces te podías encontrar con un joven totalmente seductor y provocativo, con ganas de calentar al personal, guiando él a la presa hacia el primer callejón oscuro o vacío que encontrase y hacérselo allí mismo, entre cubos de basura y cajas de cartón. Evidentemente, para sus víctimas aquello tenía el mismo final. En algunos se introducía en su mente y les manipulaba de tal forma que cuando salía de sus cabezas ya estaban muertos. A otros simplemente les degollaba con las uñas de sus manos -afiladas como garras- y se limitaba a mirar como iban muriendo lenta y agonizantemente, viendo como la sangre salía a borbotones de sus cuellos y como tenían pequeños espasmos antes de morir.
A todo esto, Chesire, aunque no lo parezca, buscaba novio, solo que al no encontrar al candidato perfecto después de tener sexo, se aburría y le mataba por simple y pura diversión.
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Aoyun entró en el apartamento y se encontró con Hiroaki encima de otro chico y desnudos. Ambos estaban en el sofá del salón, visiblemente enfrascados en sus cosas y ni se habían dado cuenta de que él estaba allí.
- Joder, Hiro, ¿es que no te lo puedes tirar en tu habitación?- dijo con cara de asco y enfado.
- ¿Qué pasa? ¿Es que te quieres unir a la fiesta?- terminó de decir la frase jadeando y soltando un suspiro que hizo estremecer al chico de abajo.
Aoyun pasó de él y fue hacia su cuarto. Se sentó en el borde de la cama de espaldas a la puerta y cogió la foto que tenía en su mesilla de noche. En ella aparecía un niño chino, de cabello azul oscuro y ojos negros, con una sonrisa traviesa en el rostro porque le hacía cuernos al otro niño, de aspecto japonés, que también salía en la foto, con el cabello violeta y ojos color miel, sonriendo también a pesar de no darse cuenta de la travesura de su amigo.
- Cuánto hemos cambiado...- susurró Hiroaki desde atrás abrazando a Aoyun, se había acercado sin hacer ruido y Aoyun dio un saltito - Aunque tú sigues tiñéndote el pelo de azul...
- Sabes que me encanta ese color y me favorece.
- Sí, lo sé - dijo besándole en la mejilla.
- ¿Y el chico? - preguntó Aoyun aburrido.
- Le he echado.
- No tenías porque hacerlo. A mi no me importa con quien te lo montes - miraba al suelo, sin atreverse a mirar a Hiroaki.
Hiroaki le cogió el rostro con las manos y le obligó a mirarle directamente a los ojos - Sí te importa, por eso te pones así. Pero debes saber, que aunque yo me tire a cien hombres, tú eres el único al que amo y que, de todos mis amantes, eres el primero en la lista-.
Aoyun sonrió - Hiro, nunca te lo he dicho pero, ese color de pelo te sienta muy bien, el castaño claro hace juego con tus ojos-.
A toda respuesta, Hiro le dedicó un profundo beso.