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Bluetooth por Gadya

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Notas del fanfic:

A Ethel, por su cumpleaños, mis mejores deseos de éxito en todo lo que se proponga... mil gracias por seguirme mintiendo y decirme que mis fics valen la pena, cuando ambas sabemos que no es verdad ¬¬ No, no me convencerás, no importa cómo los mire, siguen sin parecerme pasables...

Notas del capitulo: Sehh, está basado en una situación real, algo que me sucedió a mi hace un mes, cuando fui a bajar las fotos de la nieve ¬¬ lo que me lleva a  Disclaimer: Las marcas utilizadas en este fic (Motorola, Nokia, Kónica, Fotolag y Bluetooth) No me pertenecen (sino, no andaría llorando por no tener Internet en casa ¬¬) sino que son de sus respectivos dueños. Yo las utilizo aquí nada más que con el fin de entretener, y no recibo ninguna ganancia por ello (repito, sino, no estaría llorando por no tener internet en casa). Soroia tampoco me pertenece, sino que es propiedad de Kairake. Sorry, Kai, no te pedí permiso para usarlo, pero es que no se me ocurría nada... sin broncas?

 

 

                                             BLUETOOTH

 

Sus pasos se perdieron entre el gentío que, alborozado, recorría, entre frases de fascinación, el elegante centro comercial. Saga resopló fastidiado, adiaba a toda aquella gente, detestaba sus risas, sus exclamaciones, sus felices vidas ignorando el sacrificio que, con tanto dolor, realizaban los Santos a la Orden de Atenea por su seguridad, por su existencia colmada de preocupaciones mundanas sin sentido. Había dedicado los mejores años de su vida a ellos, a su estúpido bienestar, sometiéndose a as órdenes de la Diosa, luchando contra aquel vil usurpador de sus sentidos que sólo deseaba gobernarlos, sumirlos en el caos de la guerra desenfrenada teñida de destrucción, y todo por nada, para aquellos humanos que lo rodeaban nada había sucedido… Refunfuñó, cundiendo as manos en sus bolsillos, y apuró el paso, buscando desesperadamente la casa fotográfica que su hermano le había indicado, de no haber sido por él, no estaría allí ahora.

 

Desde las profundidades de aquellas bolsas, un delgado objeto lo asaltó, haciéndole reír un momento… lo conocía bien, sin dudas, aquella pequeñez era el motor de su búsqueda desesperada. El pequeño aparato brilló bajo la iluminación del lugar, un Motorola V3i, su teléfono celular. Había sido un regalo de su Diosa el año anterior cuando, por fin libre de responsabilidades y con su heredero custodiando el Tercer Templo, se había marchado del Santuario dispuesto a comenzar una nueva vida; entonces no había creído lo útil que le sería, tenía 34 años y jamás había visto algo semejante. Ahora lo sabía, luego de un año de convivencia  con aquel aparatejo, había aprendido a dominarlo con una destreza asombrosa, convirtiéndolo, casi, en una extensión de su cuerpo, ero… aquello a lo que iba le era desconocido... y todo era culpa de Kanon.

 

Su hermano lo recibió desde la pantalla del móvil con una ridícula morisqueta que le arrancó una auténtica carcajada, si mal no recordaba, aquella imagen era una de las instigadoras de aquel dilema. Tres meses con su gemelo de visita en su nueva vida habían agotado la memoria del teléfono que, urgentemente, pedía ser vaciado, sumando su reclamo al del ex Dragón Marino, que quería aquellas fotos también, y por eso allí se hallaba, perdido entre la multitud, chocando ancianas malhumoradas sin querer, preocupado como estaba en hallar el maldito negocio.

 

-¡Mira, Mamá ¡Ese quiero!-

 

La voz del niño interrumpió la vorágine de pensamientos que  se arremolinaban en su mente, atrayendo su mirada como un imán, y su corazón dio un vuelco al localizar al pequeño que le había despertado de sus cavilaciones. Cabello castaño rizado en bucles del tiempo que atrapaban, en sus sinuosas curva, los recuerdos de un pasado atormentado, de palabras de reproche y un par de ojos verdes  tan similares a los que asomaban bajo aquella maraña café… los recuerdos de un pasado demorado en el futuro de su cuerpo de niño, un ayer con el nombre de Aioros. ¿Qué había sido de él? Saga no lo sabía. Seiya había resultado ser un fantástico aprendiz, y al poco tiempo de resucitado, el arquero había abandonado su Casa en busca de nuevos rumbos, dejando a Géminis con un secreto atravesado en la garganta… de ello habían pasado ya cinco años, un lustro de noches solitarias reprochándole a la nada su amarga cobardía, su perfecta hipocresía que tan genialmente había ocultado tras una falsa sonrisa todo el amor que quemaba en su pecho hasta rozar la locura. Suspiró, apretando fuertemente su móvil, y en mil ideas entrecortadas se reprochó aquel adiós de risas mentidas y olvidadas promesas de cartas jamás escritas, cartas que, con itinerantes remitentes, se habían perdido entre la montaña de papeles de su escritorio en sus horas ocupadas con laberínticas excusas arremolinándose en el homo de algún cigarrillo forzado; se había empeñado en olvidarlo, en borrar de su vida aquel amor que consumía sus noches sin sueño, pero  sólo había conseguido  grabarlo aún más profundo en su alma dolida por su ausencia.

 

-Ehh… disculpe… ¿Se le ofrece algo?-

 

Saga volteó hacia el lugar de donde la voz provenía, y halló a una simpática muchacha pelirroja en uniforme negro tras un mostrador de igual color. “Fotolag” rezaba el cartel tras ella, bajo el cual varias películas fotográficas se apilaban, en sus respectivas cajas, dentro de un aparador.

 

-Ammm... ¿Casa fotográfica?- preguntó desorientado, y la muchacha le sonrió. -¿Revelan fotografías de teléfonos móviles?-

 

-Si tienes Bluetooth, entonces sí- respondió la joven señalando una curiosa máquina amarilla a su lado. Tal aparato asemejaba una computadora mal disfrazada, con el logo de Bluetooth extrañamente indicado en una pegatina.

 

Saga asintió, y esperando indicaciones, colocó su celular sobre el mostrador, aquella muchachita le ponía nervioso mirándolo cada tanto de reojo como una de esas tontas jovencitas que andan de ligue.

 

-Bien- dijo por fin la empleada –Enciendes el Bluetooth y envías las fotos a la máquina como si estuvieses enviándolas a otro móvil. Cuando acabes, llama a mi compañero, está al fondo trabajando – indicó la puerta entreabierta tras ella –pero vendrá en cuanto lo solicites. Ahora –agregó, extrayendo de un estante un sobre blanco y rojo –anota aquí tu nombre, teléfono, el tamaño de las fotos y calidad de papel- y tendiéndole el susodicho sobre y un bolígrafo, se estiró hasta la puerta de atrás para llamar a su colega no muy amablemente –¡Oye! ¡Zapatos! Queda un primerizo en la máquina dos, hazte cargo que el banco ya cierra-

 

La pelirroja pasó por entre una pequeña abertura el mostrador hecha un vendaval, casi corriendo en su uniforme negro, dejando a un desconcertado gemelo siguiendo sus pasos con la mirada. El peliazul llenó obedientemente los requisitos, para luego mirar con desconfianza a aquella bizarra máquina que esperaba sus fotografías con impaciencia, y nervioso, encendió el Bluetooth de su móvil.

 

Primera foto. No tardó mucho en encontrar el dispositivo, que figuraba como Kónica en su listado de activos. Envió una, dos, tres fotos… y al enviar la cuarta, no se percató de la aparición de un nuevo móvil en su lista de receptores de archivos, un misterioso Soroia que pasó desapercibido ante sus ojos, y hacia el cual fue dirigida la imagen… y un sonido se oyó, en el cuarto del fondo, de algo rompiéndose en mil pedazos.

 

No tardó mucho en aparecer en su pantalla la leyenda de “haz recibido un nuevo archivo”, Saga dio un respingo. El archivo, una nota de Soroia, rezaba: “Creo que te haz equivocado de móvil” y el gemelo creyó morir. La fotografía en cuestión no era cualquiera, en ella se le veía durmiendo despreocupadamente, apenas cubierto por una sábana, foto que Kanon le había tomado el día anterior.

 

“Creo que si, lo lamento” se apresuró a responderle completamente abochornado, aquella imagen por demás embarazosa, era lo último que hubiese deseado enviar a un desconocido, y ahora que le había sucedido, deseaba encerrarse en algún lado a morir lentamente.

 

Meneó la cabeza hacia ambos lados, reprendiéndose mentalmente por su infantil actitud, no conocía al tal Soroia, y lo más probable era que ya no volviese a escribirle, lo mejor sería olvidar el asunto y acabar de una buena vez con todo para largarse de allí… Dos fotos más, y de nuevo el pitido de un archivo entrante.

 

“Si ese eres tú, definitivamente quiero tu número”

 

Un quejido escapó de su garganta, definitivamente no era su día… ¡El tal Soroia estaba respondiéndole! Se llevó una mano a la frente, ocultando su vergüenza del resto de la gente que pasaba por fuera el local, de seguro él, o ella, estaría afuera… ¿Y si lo viera? ¿Y si se acercara a pedirle su número? No, no, no, se golpeó levemente la mejilla, lo mejor sería no hacerle caso. Una… dos fotos más, y otra vez ese molesto ruido

 

“¿No vas a contestarme?”

 

Diablos… otra vez él (o ella) Si no respondía lo seguiría fastidiando, pero si respondía tampoco podría librarse de él.

 

“¿Por qué habría de darte mi número?”

 

Y ya no volvió a enviar fotografías a la máquina… Saga tamborileó con los dedos en el mostrador. Era más divertido mensajear al tal Soroia que trabar aquella estoica lucha contra la máquina para descargar sus fotografías, al menos, el desconocido no parecía querer burlarse de su indecorosa imagen. Otro silbido

 

“Porque te lo estoy pidiendo amablemente”

 

Rió, rió fuertemente ante la contestación descarada que titilaba en la pantalla de su celular, sin dudas estaba interesado, pero él no podía dejarlo ir más allá… sin importar cuánto intentara olvidarlo, Aioros siempre se interpondría en su camino.

 

“No te conozco, así que no voy a darte mi número. ¿Ahora podrías dejarme bajar mis fotos en paz?”

 

Era lo mejor. Sólo un coqueteo, nada más. No sabía quién era la persona detrás de las letras negras que leía, y sin embargo, algo dentro suyo le reprochó aquel acto. Soroia ya no volvería a responderle, y algo en lo profundo le hizo saber que lo extrañaría. Suspiró, burlándose de sus propios pensamientos, sólo habían sido unos segundos de flirteo y ya se lamentaba, no podía ser más patético. Resopló decidido, y al ubicar nuevamente su lista de activos para enviar una nueva foto, sólo Kónica apareció en su pantalla, desilusionándolo levemente.

 

Más fotos… Cinco, seis siete, ocho, y Soroia no aparecía. Inconscientemente, Saga buscaba este nick en su listado, pero sólo estaba Kónica, el eterno Kónica de la bizarra máquina, y luego de diez fotos, dejó de buscar, decepcionado por la oca insistencia del otro. Por eso fue que a la onceava, no se percató de la aparición de un nuevo receptor, su eternamente buscado Soroia, conectando nuevamente su Bluetooth

 

Nuevo pitido gritando en voz alta la llegada de un nuevo archivo, un nuevo mensaje del extraño.

 

“Vas a enviarme las fotos a mí o a la maldita máquina, Saga”

 

El corazón del gemelo se detuvo por un segundo. No recordaba haberle dicho su nombre al amable extraño, y aquello le puso nervioso. Todo comenzó a darle vueltas, sus ideas superpuestas, no dejaban nada en claro, más que el caos que era, entonces, su mente, revisando sin respuesta sus recuerdos más recientes… sólo había una alternativa, Soroia le conocía, le conocía y estaba cerca suyo, como para saber que estaba trabado en lucha con la máquina del infierno. Sus ojos rebuscaron por todos lados, revisando minuciosamente a las personas que, felices, paseaban por la amplia galería, pero todo fue en vano, ningún rostro se le hacía familiar, y sólo una opción le quedó… Soroia debía ser el ayudante del fondo, ése al que aquella muchacha pelirroja tan amablemente  había llamado “Zapatos”.  Dejó el móvil sobre el mostrador, más preocupado por hallar el modo de poder entrar en aquel cuarto que le estaba vedado, e inclinándose levemente sobre la superficie negra, husmeó a lo lejos el interior de la habitación que parecía vacía; su mirada recorrió el pálido suelo de granito falso, perdiéndose en su inmaculada perfección, y cuando ya se creía sin esperanzas, los vio, un par de zapatos negros, perfectamente pulidos, como base a un par de piernas perfectamente torneadas, ocultas bajo un espantoso pantalón caqui. Siguió recorriendo su torso, enfundado en la extraña camisa negra del uniforme, trepando por los botones prolijamente abrochados hasta llegar al cuello, y más arriba… su respiración se cortó. Bucles castaños, de tiempo detenido, ocultando un par de forestas de mirar vivaz, aún enmarcadas por un listón rojo apenas escondido entre la cabellera rebelde, y una sonrisa de pasado repetido infinitamente en el presente, como un recuerdo perenne en su rostro añorado en las noches… Aioros, todo Aioros  desparramado en su silla de trabajo frente a una alba computadora, acompañado sólo por su  peculiar celular  de vivos colores, un Nokia 5200 con su nombre invertido para enfrentar al mundo tras el logo del Bluetooth.

 

Sonrió, y aun casi recostado sobre la mesada, tomó su celular para una última comunicación con Soroia, una que revelara un secreto tantos años guardado a la luz de la luna, esclavo de ríos de tinta desperdiciados en amarillentas confesiones que jamás llegaron, y tras localizar las notas, escribió

 

“Te amo”

 

Enviado, anunció su pantalla, y a través de la puerta entreabierta, lo vio caerse de espaldas con silla y todo. Se cubrió la boca con ambas manos, rezando para que la carcajada que buscaba atrapar no se escapara de su improvisada prisión, y mordiéndose el labio, tomó su teléfono, que con insistentes chillidos, le anunciaba su ansiada contestación.

 

“Creo que otra vez te has equivocado de móvil” fueron las palabras escapadas de aquel Nokia rojo y blanco, palabras que, sumadas a un suspiro, movilizaron sus dedos en una nueva respuesta.

 

“Esta vez es el móvil correcto, Aioros”

 

Suspiró, no quedaba nada más por hacer. Se había dado a conocer sin querer con esa foto estúpida, y en un mar de confusiones y secretos, había acabado confesando aquel amor que desde niño atormentaba sus horas vacías pensando en él. Ya no le quedaba nada más. Vio la puerta abrirse por completo, y por fin, luego de cinco años de ausencia, al arquero, envuelto en su uniforme de trabajo y sobándose el golpe que e había dado contra el piso. Saga rió divertido ante la escena, respondiendo la mirada confundida del arquero, y apoyándose sobre el mostrador, tomó la iniciativa por primera vez en su vida.

 

-Acabo de decirte que te amo… ¿Qué no vas a decirme nada?-

 

Aioros le sonrió cómplice, pensando sus palabras, sus primeras palabras a  Saga luego de aquella despedida tan fingida para ambos, y alcanzando su oído, susurró picaresco

 

-Si… Si me das un beso tal vez te haga descuento-

 

Y una carcajada se escapó de la garganta de ambos, una suerte de confesión entre risas y coqueteos de celular que dijo, sin palabras, lo que ambos sabían y no habían podido expresar. Y la carcajada se convirtió en beso, en un beso que los unió por sobre la mesada, mientras la ayudante pelirroja regresaba a trabajar con una sonrisa.

Notas finales:  Sin comentarios u_u

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