CAPITULO 1: DESDE LA VENTANA
Shion se asomó por la ventana por décima vez esa mañana, y la imagen que atrapó sus ojos le hizo sonreír. Allí afuera, bajo la luz del sol, estaba él, tan bello como los dioses del Olimpo, su cuerpo cubierto de sudor, su rostro dominado por la concentración, encendiendo sus prohibidas fantasías.
-Sólo tiene 15 años- se repitió el Patriarca, como cada mañana, en una eterna letanía. Aquella frase lograba siempre acallar la avalancha de emociones que aquel muchacho desencadenaba, pero no era suficiente, nunca lo sería. Lo amaba, lo deseaba, lo necesitaba como nunca hubiera imaginado necesitar a nadie; y no entendía por qué aquella urgencia de sentir sus jóvenes años bajo su cuerpo marchito de siglos eternos y eternas angustias; urgencia de sentirlo, de tocarlo, de amarlo como sólo en sus sueños podía hacerlo.
Se recargó en la ventana y sus ojos se perdieron en el cielo azul de sus cabellos, que con irreverencia, le acariciaban las mejillas, justo allí donde el agotador entrenamiento teñía su piel de carmesí; y los envidió por un momento, porque podían rozarle de una manera en la que él jamás lo haría. Lo vio reír ante algún tonto comentario que su amigo y compañero de entrenamiento le hizo, y fue aquel gesto para él como un regalo de los dioses para endulzar su vejez de más de 200 años, un dulce presente que acarició su corazón con una calidez que iluminó su rostro.
Volvió a sumirse en la soledad de su habitación, escapando de su único vínculo con el mundo externo, tal como lo había estado haciendo toda la mañana, todas las mañanas, corriendo lejos de la adictiva presencia de aquel niño casi hombre que despertaba sus deseos, los más ocultos, los más sublimes. Aquel sentimiento le quemaba por dentro, tanto se había metido en lo más hondo de él que ya no creía pertenecerse. Dejó escapar un gemido ahogado de dolor, por la impotencia que le producía sentirse tan poco ante aquel deseo que lo avasallaba con su presencia, porque sabía que estaba prohibido, que para él, como representante y voz de Atenea ante el mundo, le estaba vedado el contacto, si quiera, con un solo mechón de sus ensortijados cabellos. Tan sólo a su diosa se debía, a ella había consagrado su alma, por ella vivía cada día, y sin embargo, allí estaba sufriendo por estar mortalmente enamorado de un muchacho de 15 años.
-¿Qué me has hecho, Saga?- preguntó en un susurro sólo respondido por la inmensa soledad de la habitación. Sus piernas flaquearon y cayó de rodillas al piso, totalmente desprotegido ante la innegable verdad que lo torturaba, una verdad que ya no podría ocultar mucho tiempo más.
Saga... su nombre escapó de la inconsciente boca de Shion como el perfume de una rosa, y se arremolinó en el aire de su recámara, creando intrincados arabescos... Saga.. una palabra, un nombre, una plegaria que tenía la capacidad de flagelar su alma, y a la vez, curar todas sus heridas... Saga... su maldición, y un grito de dolor que se perdió en la inmensidad del cuarto, mientras afuera, el origen de aquella tortura sonreía inocente bajo el sol de verano.