Saga despertó angustiado en mitad de la noche, bañado en sudor frío, y se tomó la cabeza. Otra vez había tenido ese sueño, el mismo llevaba semanas atormentándolo. ¿Por qué? La pregunta revoloteaba en su mente como una mariposa. ¿Por qué había sucedido de nuevo? ¿Por qué tenía que soñar con él? En su cabeza las dudas se amontonaban, mientras que la respuesta a todas ellas se erguía, imponente, bajo las sábanas, avergonzando al muchacho. Se dejó caer con ímpetu sobre el colchón, suspirando desesperado, otra vez se repetía la historia, y ya no podría dormir en toda la noche. Conocía perfectamente la razón de aquellos sueños que perturbaban la paz de su reposo, el motivo por el cual despertaba agitado, temblando; ilusiones que cumplían sus más profundos deseos, que reproducían impasiblemente el contenido de su onírica tortura nocturna. Se abrazó fuertemente, intentado retener aquel sueño inalcanzable, para apresar en su cuerpo cada sensación robada a su inconsciente. Lo había sentido sobre su cuerpo, rozándolo, tocándolo, llevándose su inocencia de manera majestuosa, declarándole suyo con frenesí, haciéndole el amor con el más puro de los delirios.
Dioses ¿Cómo pudo haber soñado eso? ¿Cómo podía ser que aquella escena lo atormentara por las noches una y otra vez sin que pudiera evitarlo? No importaba cuántas veces intentara olvidarlo, con cuánto empeño lo desterrara de su mente, invariablemente regresaba; lo amaba, ciertamente, con locura, con pasión, con todo el deseo y la ingenuidad de los que eran capaces sus 15 años, y por ello mismo temblaba, ahora, tendido en su lecho, preso de la impotencia, de no poder hace nada, de haberse enamorado sin esperanzas del único hombre al que no podía amar.
Suspiró derrotado al sentir las pesadas lágrimas recorrer su rostro cansinamente y acabar en su melena azul. No importaba cuántas vueltas diera en la cama, aquel hueco en el estómago no iba a desaparecer. Sus cabellos, perlados por la angustia, asemejaban el cielo nocturno en el que cada noche se perdía intentando diluir su agonía sin poder conseguirlo, y el tan sólo sentirla junto a su cuello le trajo a la mente su inalcanzable imagen. Cerró los ojos con fuerza, deseando hacerla desaparecer, pero sólo consiguió tatuarla en su memoria tan nítida como el reflejo que su espejo le devolvía de su propia deplorable imagen.
Gimió ahogado en la desesperación, y tan sólo su habitación fue testigo del dolor que aquel sentimiento le causaba, dolor transformado en una frase, un suspiro que desgarró el silencio de la noche...
-¿Por qué, Patriarca? ¿Por qué de usted?
En el cielo despejado, la luna brilló con furiosa intensidad, preludio de un final de doloroso tinte, susurrándole al viento que entre las estrellas jugueteaba, el doloroso secreto que las Parcas en la noche le confiaban, secretos de voces oscuras y murmullos venenosos, de dulces besos y caminos imposibles hasta una cama vedada que el destino ya había destendido, hipnotizado por las orbes escarlatas de su propia voluntad, y, arropado entre sus sábanas custodias, Saga gimió, confiándole a la nada sus penas prohibidas.