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Silly God Disco por Etsuyah_Kitazawa

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Notas del fanfic:

Por favor, lean esto.

 No es mi intención blasfemar o algo así, simplemente esto fue una idea que nació y si son religiosos extremistas no lo lean. Respeto las creencias de cualquiera y sé que alguien puede molestarse por el contenido del fanfic.

Pido disculpas por adelantado...

Notas del capitulo:

Dedicado a Nato. Te quiero poh oe... y ya te lo he dicho bastante seguido ¬¬ así que sé feliz, porque te regalo un fic. También a LuSt que siempre dice que soy una vaga que debo publicar mis oneshot.

¡Eso!

PD: Lo dedicaría también a mi profe Adolfo *-* de lenguaje, pero sé que es lol y que nunca leerá o.O y si lo hace muero... Asdasd usé sangría, profe! >w<

    Siempre que iba a aquel lugar, algo extraño se movía en su interior. No sabía qué podría ser aquel calor infernal que quemaba sus entrañas al entrar en algún templo, iglesia o mezquita y es que, aunque suene irónico, sentía que era poseído por el mismo demonio al estar frente a todos esos símbolos religiosos. 



    Muchas veces había hecho “aquello”, pero nunca antes le habían descubierto. Siempre entraba a hurtadillas a los lugares de culto a los santos, pero nunca, NUNCA antes le había pasado algo así…

 





    Caminaba tranquilamente por las calles de la ciudad, paseándose por cada uno de los rincones de aquel elegante barrio, lleno de casas con enormes jardines que rogaban por ser visitados y recorridos. Se deleitaba con la alegre melodía de un miércoles por la mañana. Adoraba pasear por las calles desiertas, antes de que el sol saliera. Le gustaba especialmente ir a aquel lugar a ver el amanecer.



    Ahí estaba... Se detuvo frente a la ostentosa edificación que se alzaba ante sus ojos maravillados, no cansándose de admirar la belleza y esplendor de aquella arquitectura barroca. Alzó la vista, contemplando una enorme cruz que dimidiaba el techo de la “Iglesia”, como le llamaban los cristianos.



    A Akira le fascinaba acudir a aquella iglesia por las mañanas; no había nadie que pudiera observarlo o interferir en sus sucios propósitos. Fue por ello que aquella mañana ingresó al lugar como de costumbre, procurando hacer el menor ruido posible hasta cerciorarse de que estaba completamente solo aunque, realmente no lo estuviese.



-Dios… Siempre me haces volver, ¿ves?- Habló, dirigiendo su vista a una pequeña lucecita roja que pendía de un candelabro en un rincón. Se sentó frente a un altar de madera finamente tallada con motivos religiosos, claro está, para luego erguir su cabeza, observando su imagen favorita, en la que se podía apreciar aquello que los creyentes conocían como “La Santísima Trinidad”, según sus estudios de aquella religión.- Siempre me haces desear este momento… No puedo evitar que cada vez que entro a tu “casa”, algo se encienda en mi interior… ¿Eres… tú?



   Akira se levantó de su asiento, caminando en dirección a aquel altar, que era motivo de culto y adoración para los cristianos y, sobre todo, para él. Deslizó su mano por una imagen sagrada, contemplando a ese pequeño infante en cuyos ojos podía reflejarse todo lo que había vivido, incluso siendo un pequeño bebé de tan solo unos meses. Se sentía complacido de poder descubrir todas las historias tras el ser superior que un día dio la vida por todos los engendros pecadores que plagaban la tierra. ¿Por qué? La sencilla pregunta le dejaba absorto unos cuantos minutos, podrían pasar horas, días, meses, pero no… Nunca hallaría una respuesta para aquello, siempre quedaría con la incertidumbre de si aquel era realmente el motivo por el que Jesucristo había sido crucificado y, ciertamente, esto era lo que más le fascinaba a Akira.



    A veces comenzaba a imaginar mil paisajes y escenas distintas, en las cuales podía distinguirse claramente la figura de aquel al que idolatraba, aun sin creer por completo en él. Le era vital conocer las razones por las que no se rehusó ante la muerte que sabía llegaría. ¿Habría tenido miedo? Según lo que sabía, sí, pero… ¿Habría tratado de escapar a su destino? Tuvo la oportunidad de salvarse, mas no lo hizo… ¿Qué hubiese pasado si él no hubiese sido sacrificado?



“Lo más probable, es que ahora yo no estaría aquí… Quizás me hubiese ido a adorar a… Siddharta Gautama, o qué se yo…”- Pensó, riendo por lo bajo, pero haciendo resonar su voz en aquel enorme espacio vacío, sin gente, sólo con imágenes que lo examinaban con la vista, reprochándole el profanar la casa de su Padre. Pero las miradas de esas estatuas no le atemorizaban en lo absoluto. De hecho, se sentía mayormente complacido al sentir que lo que hacía le estaba prohibido y, sin duda, sería castigado. Continuó acariciando las imágenes que había alrededor, pasando su lengua por su labio superior con una mirada llena de lujuria, para luego tomar un crucifijo entre sus manos, alzándolo y murmurando frases incoherentes e inaudibles. Cerró los ojos, haciendo trazos mentales de la silueta de aquel anciano bondadoso y gentil al que se le atribuía la creación del mundo. Akira no creía en eso, simplemente disfrutaba imaginando la idolatría que todas las personas tuvieran en este ser mágico.



-¿Y los dinosaurios, Padre…?- Preguntó entre risas, imaginando el sonrojo molesto que habría de tener en este momento aquel provecto hombre de largas barbas, según lo que en su mente podía visualizar.- ¿Por qué no me creaste antes? ¿Es que me amas menos que a esas iguanas prehistóricas?



    Inevitablemente dejó caer el crucifijo, maldiciendo mentalmente y con una mirada angustiosa en su rostro. Lo recogió, mirando hacia todos los lugares de la iglesia, por si alguien lo había visto.



-Nadie…- Murmuró aliviado. Volviendo a concentrarse en aquella cruz con la que tanto soñaba.

 

    Se sumió en sus pensamientos una vez más, imaginando a Cristo siendo besado por el que le traicionó. Imaginando su torso desnudo y sangrante, todas las llagas y cicatrices talladas en su cuerpo puro que alguna vez fuese inmaculado. Aquel, un ser tan generoso e inocente, que mucho tiempo atrás hubiese muerto por una causa noble, pero realmente injusta, según su parecer… Aun así, se negaba a creer en algo que no fuera el karma y, sin duda, ese mismo karma le haría pagar por lo que hacía en ese momento.



-Soy un pecador.- Dijo para sí el joven, ya bastante sofocado por sus incesantes, sucios y libidinosos pensamientos. Llevó una mano a su entrepierna, mientras con la otra seguía acariciando el crucifijo, de arriba abajo, al igual que lo hacía ahora en aquel pronunciado bulto entre sus piernas. “Soy un pecador.” Repetía una y otra vez, masajeando cada vez con mayor intensidad aquella zona que tanto le incomodaba.

 

    Sus pantalones cada vez más ajustados le obligaron a colar su mano por entre la ropa interior y su piel, frotando lentamente aquella parte que tantos problemas le causaba, mas de la cual se enorgullecía, como cada hombre normal. Respiraba agitadamente y los latidos de su pecho eran cada vez más acelerados.



-¡Hey, Dios!- Gimió, inmerso en el placer que él mismo se otorgaba en esos momentos, sin importarle si era descubierto.- ¿Estás listo?



    Sí. Llámenle hereje, blasfemo, inmoral o lo que quieran, pero a Reita poco le importaría. Siempre había sentido esa atracción tan especial por ese Ser Celestial. Lo deseaba, a él mismo y a su inmenso poder y, ¿por qué no? Su cuerpo… Casi pudo oír cómo era correspondido y su nombre era pronunciado reiteradas veces con un deje de excitación en esa voz. Casi pudo oír unos alaridos de placer provenientes de algún lugar de aquel enorme salón.


    Contuvo el aliento por unos instantes, suspirando hondamente. Continuó masajeando su miembro erecto, imaginando que era el mismo Dios quien reproponía aquel juego pecaminoso. Lo imaginó cayendo en aquella trampa, atrapado entre las redes del deseo y el pecado. Imaginaba que no era su propia mano la que le acariciaba, sino la del hombre que, con un aire libidinoso, caía en la tentación, dándole aquello que siempre había deseado, mientras la excitación se marcaba en su rostro.



-Te enseñaré el clímax… Dios…- Jadeó con dificultad, apoyándose sobre el altar con una de sus manos. Ya se venía. El punto culmine llegaría tarde o temprano.- Dios, vente conmigo…- Musitó con la voz quebrada, antes de acabar en su mano.



    Retiró la mano de su entrepierna, examinando todos los rincones del lugar con la vista, por si había algún invasor de su sagrado lugar de masturbación.- Nadie…- Suspiró nuevamente, mirando lascivamente un retrato del Padre y el Hijo. Se saboreó, recordando aquellos sueños eróticos en los que una incestuosa relación aparecía entre esos dos personajes.



    Sin apuro, se encaminó hacia la salida, mientras limpiaba su mano con la venda que, anteriormente estuviese en su nariz. Sí, esa venda significaba para él la unión con ese hombre, aunque fuera asqueroso, luego de usarla y lavarla unas cuantas veces, seguía usándola y lo haría hasta cansarse de ella.



-Te veo luego, Dios.- Agregó, haciendo una leve inclinación, antes de salir del lugar.

 





    En tanto, cierto chico de baja estatura, reposaba la espalda sobre la puerta del confesionario, sudando y respirando agitadamente. Lo había conseguido- Finalmente había descubierto y presenciado lo que tanta intriga le traía. Akira ni siquiera había reparado en que era acechado por él, pues sí, el chico había estado esperándole todas las mañanas, durante horas, hasta que por fin sucedió.


    Takanori concurría frecuentemente a la iglesia, ya que sus padres practicaban el cristianismo. Una mañana, mientras revisaba que todo estuviera en orden en las afueras del lugar, vio salir a cierto joven bastante atractivo por lo demás, que le resultaba inmensamente familiar, pese a no haber visto bien su rostro. Algo en él había llamado su atención, sin embargo, le restó importancia al asunto, entrando a la iglesia para verificar que todo estuviera en orden. Viendo que no había nada extraño en el lugar, decidió salir, no sin antes de contemplar aquel crucifijo que tanto le gustaba, pero al momento de revisarlo, se dio cuenta de que una extraña sustancia lo cubría. Tomó entre sus manos el objeto, asqueándose un tanto al momento de que aquello que cubría la cruz, se impregnara también en sus dedos. Ahora lo había comprobado… Sí era lo que supuso aquella vez.


    ¿Por qué? Era la duda que le había asaltado y no le había dejado en paz desde ese momento, por lo cual, decidió adentrarse más en el asunto, investigando acerca del misterioso joven que nunca antes había visto en el lugar. Así acabó escondido en ese diminuto compartimento, esperando impaciente a que el joven acudiera. Ahora que sabía quien era, se sentía tan exultado y abochornado a la vez. Sabía que había profanado un lugar sagrado y que lo que había hecho, iba en contra de todos los valores y principios que le habían inculcado.


    Takanori abrió los ojos avergonzado. Recordó a aquel joven, al que conocía perfectamente.- Reita…- Murmuró extasiado, con un leve sonrojo cubriendo sus mejillas, tiñéndolas de un color carmín, similar al de la sangre que se pintaba en los cuadros del lugar. Mordió su labio inferior y suspiró, recordando a su compañero de banda, amigo y, ahora, el motivo de su excitación y el protagonista de cada sueño húmedo que vendría a continuación de lo vivido aquella mañana.


    Sacó lentamente la mano de su pantalón, cerrando los ojos al sentir es roce de ésta contra su parte, dejando escapar un suspiro de satisfacción.


-¿Estás listo, Reita…?






Fin

Notas finales:

Ay, si alguien se molestó... Lo siento, en serio. No sabía si publicarlo o no... Pero me lo pidieron y ps... ya no hay marcha atrás.

Review? :)


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