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Rickettsia typhi por western_eyes

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Notas del fanfic:

zoxsan/sanxzo?

Disclaimer: one piece no me pertenece. Es de Eiichiro Oda, Shueisha y Toei animation.

Notas del capitulo: Primer fic de one piece. ¡Espero que os guste!

-¡¿Otra vez?! 

Una sombra se escurrió veloz por detrás suyo para colocarse justo en su punto de mira. Soñoliento aún, resistiéndose a abandonar los últimos retazos de silencio en sus sentidos, apretó con fuerza párpados, dientes y puños. ¿Quién diablos...? 

-Hnn... 

Abrió un ojo, el izquierdo, pero sólo pudo ver una larga extensión de piel curtida. Su brazo. Abrió el derecho entonces, probando de nuevo su suerte. Ahora sí había alcanzado a ver algo: algo brillante, sí, brillante. Algo redondo y brillante sobre un fondo negro. Parecía un botón...un botón pequeño y reluciente...le era muy familiar...un momento, sí...era de...

-¡Oe! ¡Responde de una vez marimo de los...! 

-¡Qué...!  

Tomó impulso y sacudió el sueño con un brusco movimiento de cabeza. Inclinado sobre él, con sus curiosas cejas fruncidas, las manos en las caderas en posición defensiva, se encontraba el cocinero... Menuda visión para empezar el día...Y qué dolor de cabeza... 

-¡¿Por qué narices acabas siempre igual?! Hay una cosa en el camarote llamada cama, y la gente normal la usa para dormir...¿Entiendes? ¡Cama, no mesa, cama! ¡Me lo has vuelto a poner todo perdido de babas! ¡¿Te das cuenta?! ¡No puedo permitir que Nami-swan y Robin-chwan desayunen en este lago que has creado durante la noche! ¡Si es que no hay quién te haga entrar algo en esa cabeza hueca! ¡Mucho músculo y... 

Le aburría, así que se levantó tambaleante en dirección al lavabo. Qué extraño...tambaleante. No recordaba la última vez que tuvo resaca, y sin embargo ahí estaban esos latigazos fugaces en la sien. ¿Estaría picado el vino? Qué extraño...muy extraño... ¿Y qué era esa especie de opresión en el bajo vientre? ¿Le habría sentado mal la cena? Aunque rarito, el cejas bonitas nunca había cocinado nada en mal estado. Tenía muy buen ojo para detectar la comida pasada de fecha...Muy buen “ojo”, nunca mejor dicho. 

No le dio mayor importancia. Sonriendo bajo los efectos del buen humor que le causaban sus propias bromas, atravesó el estrecho pasillo, tanteando las paredes en busca de soporte y en busca del lavabo. Cabizbajo encontró el hueco de la entrada, y prendió la luz de un manotazo. Unos pasos más...y ya. Se tomó unos instantes para analizar su reflejo en el espejo: parecía bastante descompuesto. Profundas bolsas bajo sus ojos, y un tinte amarillento en su tez. Aquello no auguraba nada bueno... 

-¿Qué ocurre? 

Sobresaltado, buscó la empuñadura en un acto reflejo, pero ella no estaba allí. Mierda...sólo era el maldito cocinero una vez más. 

-¿La has tomado conmigo hoy? ¡Piérdete, cejas boni...! 

-¡Oye!... 

El cocinero se inclinó ligeramente hacia atrás, con una mueca extraña en su boca. No sabía decir si era una mueca de asco o de miedo. De cualquier forma, le estaba poniendo nervioso. Esos ojos desorbitados fijos en su cara, la boca abierta, las manos suspendidas en el aire a medio camino del marco de la puerta...¡Cualquiera diría que había visto un fantasma! Incluso había perdido color en su ya de por sí desteñida piel... 

-¡Qué...! 

La expresión de asombro fue bajando en su intensidad, y en cuestión de segundos se transformó en una de muda congoja. Boqueaba con cara de estúpido, sus largos brazos aún suspendidos, sin llegar a tocar la madera… 

-¿Es...estás bien, marimo?

Esa era la voz reservada para sus princesitas. Definitivamente algo no andaba bien. Y no sólo por aquella voz, sino por el extraño zumbido que de pronto invadía su cerebro. Y no sólo por el zumbido...sino también por la poca luz que parecía haber en la habitación, y lo borrosa que se veía la pálida tapa del inodoro... Sólo sabía que tenía mucho sueño, y que su cuerpo no respondía. Se vio caer sin que sus flácidas piernas llegaran a responder. Lo último que notó fueron dos escuálidos brazos que lo sostenían con fuerza contra un pecho agitado. Los mechones rubios se metieron en sus ojos mientras la espeluznantemente cálida voz lo llamaba con preocupación y las cejas enarcadas. El vaho de tabaco que escapaba de su boca se coló en su nariz, sedándolo.

Revivía la misma sensación de siempre, ese cálido arrullo que se lo llevaba de viaje cada vez que acababa en la pegajosa mesa de cualquier taberna. Lo último que olía era eso, exactamente eso y nada más. Se estaba bien así.   

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 Abrió un ojo, luego el otro. Esperó ver el mundo inclinado, o un brazo curtido, o los botones dorados del cocinero, pero no fue así. Frente a sus ojos se extendía el viejo techo de madera, que rechinaba aquí y allá, seguramente por el alboroto que su capitán debía estar causando, a juzgar por los berridos histéricos de la pelirroja.  

¿Qué hora sería? ¿Cuándo se durmió? No lograba recordar cómo había acabado bajo uno de los cobertores de las camas de las chicas. Aquello era una gran distinción. Pero… ¡Mierda, el maldito dolor de cabeza volvía a las andadas! ¡Y de dónde venía esa maldita debilidad general! ¡No tenía fuerzas ni para dejar de mirar el mohoso techo de las narices! Aquello apestaba, y no sólo porque necesitaba cambiarse de camiseta. 

-¿Ya te has despertado? 

Oh, vaya. El cocinitas otra vez. Aquella voz no era de ningún modo algo que sus oídos pudieran soportar en aquel momento. Aún así, se sentía aliviado. El tono exclusivo para sus princesitas había desaparecido. Era una buena señal… 

Los pasos de los encerados mocasines se acercaban cada vez más al sofá. El cocinero paró. Se inclinó bruscamente sobre el sofá. Descansando todo el peso en su mano izquierda y acomodándola en la pared, se llevó la otra a los labios para dejar escapar una larga calada de humo gris sin mucha consideración. Aquello hizo que tosiera sin remedio, mientras se preguntaba, en silencio y para sí mismo, si una persona era capaz de ver con todo o casi todo el pelo tapándole la cara. De veras que admiraba a ese hombre, de veras que sí, por lograr cosas tan sorprendentes. 

Y sonrió maliciosamente. Pero al cocinero no parecía hacerle ninguna gracia. La extraña mueca que se había formado en lo que podía ver de su cara se lo decía. Empezaba a ponerlo nervioso. 

-¿Qué cojones quieres, ero-cook? Echándome el humo a la cara no conseguirás que me levante…Lo haría, si pudiera, créeme…pero… 

-¿Dónde estuviste anteayer por la noche? 

La pregunta lo dejó un segundo descolocado. Pero su cerebro arrancó de nuevo, sin percances. 

-¿Y a ti qué te importa? 

Ante su respuesta el cocinero escondió aún más el rostro bajo la melenita y apretó el puño libre con fuerza. Mierda…ahora no tenía ganas de pelear. ¿Por qué no se largaba de una vez? 

-A mi no me interesa para nada, pero Chopper parece interesado en ello. Está intentando averiguar que hace que tus adorados musculitos no funcionen como deberían…

Esa sonrisa torcida lo estaba sacando de sus casillas, pero su propietario aún más. 

-Oh, y ya que ahora no eres capaz de cuidarte tú solito, tendrás que empezar a ser un poco más amable con tus cuidadores…Si el bebito se hace caca, tendremos que cambiarlo…jojo 

Bien. Aquello era el fin. Esa maldita risita de hiena, y esas cejas que subían y bajaban sin control y que empezaban a darle repelús…Aquello era demasiado, no lo soportaría. 

-¿Pero se puede saber quién te has creído que eres? ¡Maldito cocinitas como te coja…!- y probó a lanzarle el cobertor, pero la pieza quedó arrugada en el suelo. Ahora el brazo le enviaba un dolor punzante que fue subiendo y extendiéndose por todo el cuerpo. Y el cocinero la había esquivado fácilmente…sólo había conseguido moverla unos milímetros… ¡Mierda! ¡Aquello era vergonzoso! 

-Shhhh, el bebito tiene que descansar…- la palabra vergonzoso se quedaba corta para describirlo. ¡Aquello era humillante! Y encima el maldito cocinero lo estaba arropando de nuevo, como cualquier padre haría con sus hijitos, sólo que un padre no intentaría contener una carcajada evitando reírse en la cara de sus queridos retoños… 

-¡Volveré a la hora de la comida! –y el muy imbécil se marchó, con una sonrisa de oreja a oreja en los labios, visiblemente feliz por su desgracia. Le oyó silbar una de sus empalagosas canciones de amor, alejándose por el pasillo. Suspiró.  

El día iba a ser largo…muy largo. Aunque podría ser peor, muy peor… Porque…¿quién le aseguraba que no fuera a convertirse en semana? Empezaba a sentirse muy mareado…

Notas finales: Aún no se quién será el seme...Se aceptan sugerencias...jujuj

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