Mono
El mono está cada día más idiota. Que si Sanzo esto, que si Sanzo lo otro...ni que fuese su recadero. Siempre tiene hambre, los monjes sospechan de algún animal y yo tengo que andar protegiéndole a punta de pistola porque es un gilipollas de categoría incapaz de controlar su estúpida gula. Los jodidos Budas siguen diciendo que es clave, que es un yôkai de los peligrosos y que no por nada ha estado encerrado en esa suit de lujo de la montaña durante quinientos largos y puñeteros años...pero no me dicen por qué el maldito mono sólo podía verme y oirme a mí de todas las dichosas personas que hay en el mundo.
Le dejo la comida al lado, en el suelo, y como siempre se lanza a devorarla con esa agilidad de mono suya y con esa cara de idiota que tiene siempre. ¿Un yókai peligroso? De no ser por la que montó cuando casi le echan del monasterio, juraría que sólo es un mono tonto que se ha colado en mi cuarto para robarme la comida.
Cuando termina de comer, me mira con sus enormes y bobalicones ojos marrones y sonríe porque, al fin y al cabo, es un bicho con más de quinientos años y debe tener el ego del tamaño de un planeta mediano. Para él no debe ser fácil dar las gracias.
De pronto, sale a correr. Es un maldito enano. Siempre dando botes, saltos y más saltos en el patio como si en el mundo no pasase nada. Bien, que el estúpido mono sea feliz en su estúpida ignorancia porque yo no seré más su niñera.
***
El tiempo pasa. Goku, no sé desde cuándo le llamo por su nombre, ha cambiado y su estúpida bobaliconería se sustituye por un extraño concepto de seriedad que le queda muy mal a su cara de tonto. Cuando dije que dejaría de ser su niñera, no mentía del todo…pero tampoco decía la verdad. Vale, quiero abandonarle en un descampado o meterle el cañón de la pistola en la boca y hacer que deje de pedirme comida de una vez, pero sigue siendo mi mono tonto.
Me llama, porque desde la ventana de la habitación ve nevar y como es un jodido crío se emociona con cualquier estupidez. No le he dicho que nos vamos. Tampoco Gojyo le ha dicho nada y Hakkai, mucho menos. Parece ser feliz aquí, tragando como un cosaco y atemorizando de vez en cuando a los monjes con su mirada de idiota desorientado.
Antes de comunicarle que nos vamos, le pregunto si sabe por qué no le he echado a patadas de mi casa. El mono se encoge de hombros, mascullando un débil “Porque soy una buena mascota” antes de seguir mirando por la ventana. Niego con la cabeza y le digo, en tono quedo, que le necesito un poco y sólo un poco para no aburrirme. Goku sonríe y por un momento creo ver una lágrima brillar en su mejilla. Entonces le pregunto “¿Lloras?”. Y él me mira y con ingenuidad infantil me responde que no.
Que le sudan los ojos de tanto observar.