Era una fría mañana de febrero en el templo Kinzan, y un monje rubio caminaba rápidamente por los pasillos mientras maldecía por lo bajo y apartaba a empujones a cualquiera que se interpusiera en su camino.
-¿Dónde coño se habrá metido...?- masculló mientras buscaba en cada una de las habitaciones- Puto mono...
Sanzo cada vez se encontraba más cabreado. Al día siguiente tendría que irse de viaje y pensaba llevarse a Goku, pero el mono no había aparecido en toda la mañana.
Ciertamente, era extraño, ya que siempre se encontraba revoloteando alrededor de Sanzo, pidiendo comida o que jugara con él. Pero esta vez era diferente, no lo había visto desde el amanecer, cuando había salido de la habitación que compartía con él. Se dirigió al ala oeste del templo, donde estaba el viejo almacén. Abrió la puerta y escrutó el oscuro interior. La estancia estaba llena de antiguos muebles y alguna que otra estatua de Buda. Aparte, había vasijas y rollos de pergamino.
Toda la estancia estaba en absoluta penunbra, y el ambiente estaba cargado de polvo, ya que los monjes no limpiaban allí. Avanzó tanteando un poco hasta que sus ojos se acostumbraron a la oscuridad, y fué entonces cuando vió un bulto encogido en una esquina: Era Goku. Sanzo se acercó a él, y no le dió buena espina, ya que temblaba y le parecía oír sollozos.
Se colocó a su altura, en cuclillas, delante de él, y con voz suave le llamó:
-Hey, Goku- este levantó la cabeza, y como Sanzo había supuesto, tenía los ojos anegados en lágrimas- ¿Se puede saber que haces aquí? Llevo toda la mañana buscándote.
-Du-duele...-susurró el pequeño.
-¿Qué...?- Sanzo no parecía haber entendido bien. ¿Qué le pasaba al mono?
-Me duele, Sanzo...- sollozó Goku, volviendo a quedar sus mejillas empapadas en lágrimas y hundiendo la cabeza en sus rodillas.
-¿Qué ha pasado, Goku? ¿Qué te duele?- Sanzo comenzó a asustarse. Definitivamente, ese comportamiento era muy raro.
Ante la pregunta de Sanzo, Goku se levantó lentamente y se dió la vuelta, dejando ver una mancha color carmín en la parte trasera de sus pantalones. Esa mancha... era... "No puede ser..."-pensó Sanzo, a quien parecía que la sangre se le había congelado en las venas.
Goku volvió a darse la vuelta y a sentarse, haciendo una mueca de dolor y confirmando las terribles sospechas de Sanzo. Este, con la cara pálida y desencajada, le puso una mano en la mejilla e intentando serenarse, le preguntó despacio:
-Goku, ¿Quién te ha hecho esto?- el demonio abrió los ojos con expresión de terror- Dímelo y juro que le encajaré una bala entre ceja y ceja.
-N-no ha sido nadie. Me lo he hecho yo, sin querer, cuando trepaba por el árbol, y-yo...-murmuró aterrorizado.
-Deja de decir tonterías, sabes perfectamente que no me vas a engañar- dijo duramente Sanzo- Dímelo Goku, y te prometo que haré que se le quiten las ganas de volver a tocarte.
-N-no...-murmuró
-¿Quién?- volvió a preguntar Sanzo- ¡Dímelo!
-¡No puedo!- chilló Goku, para después levantarse de un salto y salir corriendo, dejándo a Sanzo totalmente desconcertado y preocupado.