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Dame Tiempo por Gadya

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Notas del fanfic:

No soy Kurumada ToT ergo, Saint Seiya no me pertenece, ni gano dinero con esto...

Notas del capitulo: Hecho hace ya... un año? Para el cumpleaños de Swara_Shadow, a.k.a. Tamara_Shadow, desaparecida en acción entre sus libros de Medicina...

                                                       DAME TIEMPO

 

 

          Cierro los ojos y te veo, riendo junto a mí bajo el caluroso sol griego, tus 10 años diluidos en la quietud de la tarde, cuando el sol, agotado de  tan largo viaje, comienza a ceder a los dulces encantos del sueño.. Ríes,  y tu límpida carcajada resuena en el vasto desierto de historia invaluable, nuestro hogar, nuestra cárcel, robándose  en su audaz galope, una sonrisa de mis infantiles labios. Paz… tranquilidad, ninguna sombra que empañase aquel glorioso momento de inmaculada felicidad que sólo tus alegres risotadas  podían construir en el aire del ocaso. Si, felicidad, el dorado recuerdo de un cándido pasado perfecto en el que, hubiese deseado, el tiempo se detuviese, un pasado en donde tus sonrisas eran moneda corriente, tus abrazos, premios ganados sin mucho esfuerzo, y tus besos, inocentes intentos de mostrarme cuánto valía para ti.

 

          Suspiro encerrado en ésta,  mi lujosa tumba de poderes fatuos, y mi leve resoplido planea sobre mi augusta cabeza coronada de sangre y mentiras, de engaños desleales bordando mis atuendos patriarcales y por cetro la traición, el peor pecado jamás cometido por mi alma.… traición  a mi diosa, a mi pueblo, a mis compañeros, a ti… si, traición a ti, mi hermoso regalo de los dioses, el más grande error que jamás debí dejarme consumar, condenando mi oscura alma desangrada a penarte por eternidades sin sentido aferrado a tu cuerpo sin vida por siempre tatuado entre mis brazos desfallecientes bajo la bóveda estrellada. Soledad, quietud, y la negrura de mi exilio auto impuesto, desgarrado por algún grito enviciado, aderezando mi tortura aceptada con pizcas de memorias falsas, creadas a fuerza de enredadas conjeturas como un modo de sentir en carne propia  al infierno de 11 años que envié a destruirte.

 

          Dos lágrimas caen, furtivas, por mi rostro, trayendo de regreso tus aniñadas facciones a mi mente, reprochándome tu fin precipitado por ofrenda de obediencia hacia tu amada Atenea; afuera, un estruendoso alarido quiebra el fino cristal de esta noche sin luna que me guíe, que me salve de tu mirada acusadora señalando mi corrupto caminar todos estos años, y lloro, lloro al ver, una vez más, el reflejo de este monstruo en el que me he convertido.  Maldigo el espejo que me refleja ahora desde un costado del salón, hastiándose de tanta vana majestad inmerecida, de tantos engaños finamente decorados, de tanta verdades veladas en el rostro que, sonriendo desde su pulida superficie, se ríe de mi cobarde huida, y tiemblo, tiemblo en el helado aliento de esta noche justiciera que te trae a mi memoria rodeado de dorada aureola, consagrado en el valor desvanecido entre la sangre que manchó las ruinas del Sagrado Santuario de la Diosa Virgen.

 

 Mírame Aioros, mírame y dime lo que ves. Dime que los 14 años que alguna vez se robaron tus labios aún están aquí dormidos, prisioneros de una marioneta que no puede olvidarte aunque lo intente, ahogando tu memoria en el alcohol que le mantendrá de pie por la mañana. Dime que la brisa vespertina  aún mece mis cabellos, enredándose en el polen de las escasas flores que solíamos mirar cuando reíamos, cuando jugábamos, cuando, curiosos, nos adentrábamos, sin saberlo, en las intrincadas sendas del amor… miénteme un poco, mi nefasto verdugo, dime que el sol aún duerme bajo mi piel traslúcida de encierro, que el mar aún rompe en mi mirada, y que mi risa, oxidada por el paso de los años de llorarte, aún existe bajo esta polvorienta máscara que ha tomado su lugar. Mírame, amor mío, y dime que no he cambiado en nada, que estos 13 años de caminos desandados no han manchado mis pies con la sangre que mis palabras derramaron en el nombre del impostor al que he sucumbido.

 

          El frío cala los huesos en esta enorme sala, cárcel principesca en que  cada noche me arrepiento de ser lo que soy, maldito muñeco de trapo de un dios al que no pude resistirme. Abrazo mis rodillas, sentado en este trono usurpado, y mis lágrimas mojan las blancas vestiduras que disfrazan la perfecta representación de la ignominia que es mi ser, esta cáscara que sólo en el reinado de la luna me responde para llorarte, para tirarme en el suelo como un niño de llanto incontenible, y en gritos roncos pedirte perdón, sabiendo que nadie, ni si quiera tú, jamás me oirá. Con furia mis manos destierran la oscura máscara que cubre mi vergüenza, y su caída suena hueca en el piso de mármol tapizado de caminos engañados, de reverencias fingidas, de misiones inútiles que afiancen un poder que ilegítimamente enviste mi reinado, el gobierno de un bufón manipulable dominado por secretas ambiciones un sin cuerpo propio. Y entre tantos recuerdos punzantes una voz se apodera de mi mente, una frase escapando de mi garganta joven sellando tu destino, un futuro de negra muerte y victoria con amargo sabor a derrota en mis labios, observando tu sangre manchar mis manos como eterna marca de perfidia rondando mi supuesto inmaculado mandato., y tus ojos, mirándome en la estancia de la Diosa, destrozando en mil pedazos el amor que, alguna vez jurado, se deshacía en el llanto de la Sagrada infanta.

 

          Qué nos sucedió, Aioros? Aún puedo verte tras mis párpado cerrados, entregándome el paraíso en una mirada, en una sonrisa, en un beso estirando el adiós hasta acabar nuestro tiempo de soledad acompañada, de cielo oscuro cuajado de estrellas y sueños incumplidos enredados en las sábanas de prohibidos amores. Oigo tu voz, susurrándome mil palabras dulces de promesas sin sentidos haciendo eco en mi habitación entre mis gemidos con tu nombre, y tus manos adolescentes tatuando a fuego mi primera vez por debajo de mi piel hasta mis huesos, robándose la poca cordura que aquel monstruo no había podido llevarse. Te dí mi todo, me rendía  ti, y en ese juego de alcoba que, inexpertos, desplegamos, se coló la divina ambición entre las mantas, para acabar separándonos de cuajo, ahogándome en sumisa locura de perderme en su abismo preparado

 

          Y ahora mírame… aquí estoy y tu no estás, y tu ausencia me asesina en la nostalgia que me asalta  cuando, sumido en la desesperada tristeza, te veo, atravesando sonriente el salón del Gran Maestro hasta alcanzarme, ostentando los dichosos14 años que mis debilidades te robaron. Tus pasos resuenan  en la roja alfombra que a mí te conduce, trayéndome de regreso las verdosas orbes que en mi infancia, construían castillos en el aire para que mis descabelladas fantasías los habitasen, y tu etérea figura llena por completo mi nublada visión con tu inocente invitación  a regresar a aquellos días de felicidad en los que nada importaba más que estar a tu lado. Tus pisadas se comen las distancias que separan tu dulce recuerdo condensado en un fantasma de mis 28 veranos podridos bajo un oscuro manto de engaños de ojos rojos, y aún sonriendo intentas alcanzar mis mejillas con tus manos soñadoras, a robarte mi tristeza llovida entre tus dedos y buscar, en mis azules ojos desaguados, aquellos pícaros destellos de infantil travesura que, cuando niño, solías encontrar con regocijo.

 

-Aioros…- susurro ante tu borrosa figura  completando mi absurda visión.

 

          Tú sonríes, siempre sonríes, y sentándote en el apoyabrazos de este dorado trono, me cobijas en tus brazos, jurando mudamente contener cada lágrima que esta noche derrame. Siento tus dedos pasearse en mis cabellos, enredarse en cada nudo hecho a conciencia para no olvidarte, para detenerte allí en mi memoria, como una especie de trampa a tu recuerdo que amenaza con marcharse. Me aferro a tus ropas, curiosamente corpóreas, sintiendo el aroma a inocencia que destilas, y en él me diluyo, olvido mis llantos,  y por primera vez en una noche de tortura, me permito volver el reloj hacia atrás, borrar de un plumazo esta pesadilla de 13 años atascándome en  un puesto usurpado con sangre, y sentir como mi cuerpo se queda vacío, dejándome marcharme en tu abrazo profundo. Tus brazos me atrapan con fuerza, dispuestos a fundirte con migo, y tus labios son, esta vez, los que se roban los míos, ajados de esperarte entre blanco sufrimiento.

 

          Abro los ojos, tu mirada, cálida, serena mi angustia de tiempos pasados, y en ella me veo reflejado, como si el tiempo no hubiese pasado. Mi alma, en eterna pausa, acusa los 15 años que tenía entonces, cuando, escondidos en esta misma sala, me juraste amor eterno, más allá de sombras y muertes que pudiesen separarnos, y ahora es cuando, en curiosa perspectiva, veo mis años pasados, tributo a una espera sin sentido de perdón inalcanzable. Me jalas del brazo, haciéndome levantar de mi silla falsa, y veo mi cuerpo quedarse rendido en ella, mientras tus mano sujetan las mías, tan evanescentes como las tuyas, llevándome a tu realidad, la de ser un espectro vagando en el velo de la noche, esperando porque algún día pudiese verte, tenerte, abrazarte, besarte… y vuelves a sonreír, en ese maravilloso gesto que parece sempiterno morador de tus facciones.

 

-Sigues igual, Saga-  dices riendo, mientras tus dedos recorren divertidos mis mejillas, y siento que otra ves me pondré a llorar entre tus brazos, oyendo una mentira con dulce aroma a verdad de tu voz.  Tu me estrechas fuertemente, respirando en mi cuello blanquecino, y cerrando por primera vez los ojos, siento tus palabras escaparse como muda petición de promesas cumplidas. –Ven con migo- me dices, esperando mi respuesta afirmativa, y sé que no puedo decirte que no, pero... 

 

          Por mi mente desfilan las matanzas horrorosas que mi lengua ordenó alguna vez, con la voz de un hombre robándose mi cuerpo, y todo aquel tufo a pecado asalta mis sentidos en la conciencia que a cada momento me ha torturado. Mírame, cómo puedo presentarme así a la muerte, a sabiendas que no estarás allí con migo. Si tu eras puro al momento de marchar, y yo, perdido en este laberinto de condenas mil veces multiplicadas, no soy más que una oscura mancha de innombrables pecados sin redención.

 

-Dame tiempo, Aioros…- te susurro, besando tus labios por última vez. –Déjame redimir mis errores, y te juro, me iré con tigo.-

 

          Abro los ojos, el día, en toda su lujosa majestad, ciega mi visión de oscuro visitante de la noche, confirmándome que, una vez más, he vuelto  soñar con tigo, mi morena deuda de ojos verdes. Sentado en el inútil trono del Patriarca, suspiro, otra vez decepcionado a los juegos absurdos a los que mi inconsciente me somete, y mi mano, presurosa, corre a buscar las lágrimas que, durante el sueño, debí haber derramado. Allí están, lo sé, pero es grande mi sorpresa al encontrarlas secas, corridas por la misteriosa mano del destino tomando tu forma, asegurándome que no ha sido un sueño la visita que me hiciste. Sonrío, ladeando mi cabeza hacia un costado, y levantándome envalentonado, me enfrento al espejo que tantas noches se rió de mi cobardía oculta tras la oscura máscara que aguarda en el suelo.

 

-Su Ilustrísima- la voz de un desconocido guardia me llama desde el umbral del ajado templo, y ocultando mi rostro regreso a mi absurdo pedestal –Su Ilustrísima, los Santos de Bronce están aquí. Han atravesado ya la Primera Casa-

 

-Bien- relamo la frase tras mi escondite –Mantenme informado. Márchate ahora-

 

          El desgarbado muchacho se retira, levándose en él las buenas noticias, y río, río a carcajadas en mi lúgubre prisión de Altezas estúpidas... mi redención viene en camino…

 

-Dame tiempo, Aioros… Déjame redimir mis errores y, te juro, me iré con tigo.-

 

Notas finales:

Agggggggggggghhhhhhhhhh, maldita crisis de la edad!!! No puedo escribir nada decente... mil perdones por esta bazofia sin sentido u_u

 


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