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Lasgalen por midhiel

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Capítulo Dos: Lasgalen.


Tres años después

El pequeño Lasgalen era la viva imagen de su ada. Su padre Aragorn lo había bautizado así, la primera y única vez que lo tuvo en brazos, recién nacido, y con este nombre había sido presentado ante el Consejo de Gondor, en carácter de Príncipe Heredero.

Tenía el cabello rubio como el oro, diminutas orejitas puntiagudas y unos enormes ojos azules que lo observaban todo con curiosidad e inocencia. Con sus tres años, el Príncipe Lasgalen parecía un querubín, un hermoso angelito blondo caído el cielo. Su aya peinaba su largo pelo con una media trenza, imitando el peinado que llevara Legolas, y así, todos aquellos que habían tenido la dicha de conocer al bondadoso príncipe, se deleitaban ahora con su réplica en su hijito.

Todos, menos Aragorn.

A Lasgalen le encantaba jugar con Elboron, el hijo del Senescal Faramir, Príncipe de Ithilien, y de su esposa, la Princesa Éowyn, y pasar el tiempo con su familia.

A partir de la muerte de Legolas, Aragorn se había convertido en un rey frío y un padre distante. Transcurría sus días ocupándose únicamente de los asuntos de estado y relegando sus amistades y su familia. Faramir reprobaba su accionar y, por eso, conmovido, había decidido con su esposa darle cariño al pequeño príncipe.

Por las mañanas, cuando la Corte se preparaba para recibir al Rey, Faramir y Éowyn entraban al salón con su hijo de cuatro años y buscaban a Lasgalen entre los presentes. No faltaba día que el niño no los estuviese esperando ansioso, ya que, después del gélido saludo a su padre, estos lo llevaban a sus aposentos para que jugase y sintiese el amor de una familia.

Aragorn era anunciado en el salón con el sonido de clarines. Ingresaba con su regio andar, con los puños en la espalda, y se detenía frente a su heredero.

-Señod – saludó el principito, solemne, e inclinó la rubia cabeza en señal de respeto. Por mandato del mismísimo rey, sus tutores le habían enseñado a dirigirse así a su propio padre.

Aragorn lo miró de arriba a abajo, inquisitoriamente. No podía reconocer en aquella ternura angelical al regalo de su Legolas. Más bien, lo sentía como el motivo por el cual su único amor le había sido arrebatado.

-Príncipe Lasgalen – le llamó con un tono glacial. El niño alzó la cabeza para mirarlo a los ojos. ¡Cuánto sufría el monarca al ver a su Legolas en aquellos finos rasgos!

-Ti, señod – respondió el pequeño.

-Me llegaron comentarios que desobedecéis a vuestros instructores – en público, Aragorn se dirigía a él como a un cortesano -. Que os negáis a acostaros a la noche y a cenar a la hora conveniente. Este comportamiento no es el adecuado para un príncipe, Lasgalen.

Dicho esto, el rey examinó con la vista al resto de la corte, que observaba, ya acostumbrada, la fría escena familiar, y continuó su camino.

Lasgalen esperó a que las puertas se cerraran detrás de su padre y, juntando las manitas sobre el pecho, lloró desconsoladamente. Aragorn le producía miedo con su distancia y constante reprobación.

Éowyn corrió a alzarlo en brazos.

-Odín – gimió el niñito y se aferró a su cuello.

Faramir se les acercó, llevando a Elboron de la mano.

-Tengo asuntos que atender – explicó a su esposa -. Pero llévalo a los jardines para que juegue con Elboron y se distienda.

Éowyn asintió.

-Vamos, Lasgalen –le besó la cabeza -. Pasarás el resto del día con nosotros.

El niñito hipó. Buscaba desesperadamente el amor paternal y sólo la familia de Faramir sabía dárselo.


…………


Aragorn firmaba documentos en su escritorio, mientras Faramir revisaba algunas actas, sentado a pocos metros.

-¿Tengo tu venia para hablar? – solicitó el Senescal, acomodando los papeles -. En carácter de amigo – añadió.

-Sí, adelante – concedió Aragorn, distraído.

-Fuiste muy duro con él esta mañana. Todos los días te aguarda parado a un costado de la alfombra, esperando tu saludo, y tú no haces más que escupirle amonestaciones. Por el amor de Elbereth, Aragorn. Tu hijo es un niño de apenas tres años.

El rey dejó la pluma con fastidio.

-¿Un niño de apenas tres años? – miró a Faramir, enojado -. ¿Sabes cómo era mi vida a los tres años? Mi padre había muerto, ¿recuerdas cómo? Con el ojo atravesado por la flecha de un orco. ¿Y mi madre? ¿Sabes lo que hizo conmigo? Sola, deprimida y angustiada, me abandonó en Rivendell con elfos. ¡Elfos! – golpeó el puño contra la mesa -. Me abandonó entre gente que no era de mi raza para que me criasen y me convirtieran en el nuevo Rey de Gondor.

Faramir estaba acostumbrado a los estallidos de Aragorn, muy frecuentes desde la muerte de su consorte, y no lo intimidaban.

-Elrond fue un excelente padre para ti – repuso, tranquilamente -. Lo recuerdas con cariño y estuvo un buen tiempo aquí, apoyándote después del nacimiento de Lasgalen – Faramir prefería mencionar el nacimiento del príncipe antes que la muerte de su ada.

-Lasgalen es mi heredero y punto – aseveró el rey con una firmeza contundente -. Será educado para recibir mi trono en el momento de mi abdicación. No veo la hora de que llegue ese día – suspiró y contempló un retratito de Legolas, posado en el escritorio -. Así podré dedicar mi tiempo a evocarlo – acarició la imagen y su voz se llenó de melancolía -. Y llorarlo como mi amor se merece.

Faramir dejó las actas sobre la mesa y se irguió. Lo que iba a decir podía costarle un nuevo arranque de ira.

-¿Crees que Legolas aprobaría la manera en que tratas a Lasgalen?

Aragorn no respondió. Levantó la pluma del tintero y continuó firmando.

Faramir volvió a tomar la palabra.

-Ahora que mencionamos a Lord Elrond, recordé que su estandarte fue visto a pocos días de Minas Tirith. No debe faltar mucho para que llegue a la cuidad.

-Que preparen todo para su llegada –ordenó el rey, sin dejar de firmar.

-Y otra cosa, Aragorn. Comentan que su hija, Lady Arwen, viaja con él.

El monarca se sobó la frente. Le sobraban problemas para que la presencia de aquella elfa le sumara uno más.

-Hace tres años, cuando perdí a mi consorte, dejé en claro a Lady Arwen que no aceptaría casarme con nadie más – golpeó la mesa con el puño -. ¿Por qué tiene que ser tan obstinada?

-Deja me encargue del recibimiento, Aragorn – se ofreció Faramir, tan acostumbrado a su mal humor.

-Está bien – suspiró el rey -. Y trata de que… - hizo un gesto con la mano.

-Ya sé – sonrió el entendido Senescal -. Arreglaré todo para que no tengas que cruzarte con Lady Arwen más de cinco minutos.

-Iba a decir más de dos.


…………..


Coincidiendo con la llegada de Elrond y su hija, Éowyn debió ausentarse de Minas Tirith y se llevó a Elboron con ella.

A Lasgalen la situación lo deprimió. La mañana del arribo de los visitantes, se despertó con dolor de pancita y no quiso dejar el lecho.

El sanador real puso a su padre al tanto de su estado.

-¿Cómo que está enfermo? –exclamó Aragorn, implacable -. El Príncipe Lasgalen lleva la sangre de los Eldar y los elfos no se enferman. Que se levante y sea vestido apropiadamente para recibir a mis invitados.

-Eso se intentó, Su Majestad – explicó el sanador con sumo respeto -. Pero al tratar de sacarlo del lecho, el Príncipe sintió náuseas y vomitó.

Aragorn rodó los ojos, descreído. Él también había sido niño una vez y había aparentado enfermarse en varias ocasiones. Pero, en su caso y a diferencia de su hijo, Elrond lo había tratado con mucho cariño y había sabido consolarlo para que se sintiera mejor.

Algo que Aragorn no pensaba hacer con su retoño.

Enfadadísimo, despidió al sanador y se dirigió a los aposentos del principito. Era una prioridad enseñarle obediencia desde niño.

-Lasgalen, levántate – ordenó el rey, severo, al abrir la puerta, en un tono que no aceptaba negativas.

El niño estaba acostado y lo miró con sus enormes ojos, ahora cansados.

-Señod –saludó débilmente y oprimió contra sí un osito de peluche.

-Te ordeno que te levantes –demandó su padre, alzando la voz.

-Me güele – gimió Lasgalen, frotándose la barriguita.

Aragorn dio un portazo y se acercó a la cama. Inmisericorde, tomó a su hijo de los hombros y lo sentó en el lecho.

-Tú no puedes engañarme, Lasgalen – dijo de una manera tan gélida que provocó escalofríos en su hijito -. Sé que armas este teatro para llamar la atención de todos, pero no conseguirás la mía. ¡Ni ahora ni nunca! Ahora sal de esta cama y actúa como lo que eres, mi heredero. ¡Me oíste! ¡Mi heredero!

Lasgalen se asustó con el grito.

-¡Ada! – lloró y rápido se escondió debajo de la sábana, como lo hacía cuando sentía miedo.

-¿Qué dijiste? –se sorprendió su padre.

-¡Ada! – siguió llamando, mientras se encogía como una bolita -. ¡Ada! ¡Ada!

La niñera entró atraída por los gritos.

-Su Majestad –quedó paralizada al verlo.

Aragorn la miró, demandante.

-¿Qué está diciendo el Príncipe?

La mujer se frotó las manos, nerviosa.

-Llama a Su Alteza, Majestad. Lo hace cada vez que siente miedo. La Princesa Éowyn le comentó cuánto su adar lo amaba y le enseñó que su fear puede protegerlo cuando está en peligro.

El rey sintió un nudo en la garganta.

-¿Le dijeron que mi Legolas lo protege? ¿Que lo protege de mí?

-La Princesa le explicó que Su Alteza lo protege de cualquier peligro. Si el Príncipe se siente amenazado, reacciona así.

Aragorn volvió la vista hacia su hijo, con el corazón hecho trizas.

Debajo de la sábana, Lasgalen seguía llamando a Legolas entre hipidos.

El rey se levantó con la mirada ensombrecida.

-El Príncipe Lasgalen permanecerá acostado – dispuso, tratando de que su voz sonara lo más neutral posible -. Más tarde enviaré a un sanador para que lo examine.

La niñera asintió, obediente.

Aragorn bajó la mano, invadido por el impulso de acariciar y consolar a su hijo, pero se detuvo. Saludó a la mujer, que le respondió con una reverencia, y abandonó la recámara.

…………..



Envuelta en su tapado de piel de cordero, Arwen Undómiel, la hermosa hija de Elrond, Señor de Rivendell, contemplaba desde la ventana de la carroza el paisaje bucólico de los campos de Pelennor, recordando las innumerables veces que solicitó la mano de Aragorn.

Tan orgullosa como bella, la elfa soñaba con casarse con el poderoso rey y darle herederos que perpetuasen su sangre en el trono de Gondor.

Pero claro que el pequeño Lasgalen era un obstáculo.

Aunque ahora, después de tres años de tratativas para que Aragorn la recibiese, Arwen llegaba a la Ciudad Blanca con un plan. Deshacerse del príncipe heredero y preñarse para dar un hijo al Rey.

¿Cómo conseguiría sus objetivos?

Ella ya lo tenía todo estudiado
Notas finales: Este sábado por la noche subiré el tercero. Muchas gracias por leerla. ^^ Besitos Midhiel

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