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Lasgalen por midhiel

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Capítulo Tres: El Perdón

Después del recibimiento protocolar y los abrazos informales, Elrond fue conducido por Aragorn hasta la recámara de su nieto. El niño observó al medio elfo con curiosidad, pero se asustó terriblemente al ver a su padre.

Al notarlo, Elrond pidió amablemente a Aragorn que los dejase solos. El hombre, que increíblemente se había conmovido con el susto de la criatura, obedeció.

Como el sabio elfo que era, Elrond no tardó en descubrir el motivo de la desazón de Lasgalen y, al terminar de examinarlo, llevó la mano hasta la orejita derecha del pequeño e hizo aparecer un caramelo entre sus dedos.

-Mira lo que tenías escondido allí.

Lasgalen se frotó la puntiaguda oreja, maravilladísimo, y tomó el regalo.

-Este dulce tiene el poder de curar cualquier dolor, Lasgalen – le explicó -. Cómelo y se te pasarán todos los males.

Elrond no necesitó repetir la prescripción. El niñito desenvolvió el papel, masticó y degustó el caramelo con una gran sonrisa.

-Es dico – afirmó.

Elrond sonrió. Es dico era la exclamación típica de Aragorn cuando devoraba dulces de pequeño. Quizás el rey y su retoño tenían más cosas en común de las que se creían.

-Llamaré a tu padre para contarle que ya te sientes bien.

La tierna mirada de Lasgalen se ensombreció.

-No, pod favod – suplicó, apretando la mano de Elrond.

-Pero él quiere saber si ya estás mejor – repuso el medio elfo, asombrado con la reacción.

-No –soltó un sollozó -. El señod pensa que mento.

Elrond no pudo más que abrazarlo. Era extraordinario y doloroso el temor que Aragorn había infundido en una personita tan inocente.

Un ujier entró con una taza de té caliente que el rey había ordenado para su hijo.

-¿Ves? – comentó el medio elfo -. Tu padre está preocupado y sabe que estás enfermo. Por eso te mandó el té.

Lasgalen dio un sorbito. La infusión le quemó los labios y el niño hizo un puchero.

-Despacio –sonrió el medio elfo y lo ayudó a beber. Después, lo ayudó a recostarse, llamó a la niñera y se marchó a encontrarse con Aragorn en sus aposentos.

Tenía unos cuantos sermones en mente para su hijo adoptivo.


…………




-¿Dulces, adar? – preguntó el rey, maravillado -. No me parecen adecuados para curar una indigestión.

-Tu hijo no sufre ninguna indigestión – diagnosticó Elrond -. Me contó que está triste por las ausencias de Bodon y Odín, e imagino que debió referirse al Príncipe Elboron y a su madre, la Princesa Éowyn – Aragorn asintió. El medio elfo se sentó en un sofá, frente a una mesita de té -. Estas ausencias lo deprimieron y somatizó con un dolor de estómago.

Aragorn tomó asiento en otro sofá, frente a su padre.

-Lasgalen y Elboron son grandes amigos y Éowyn suele llevarlo a los jardines. Faramir también se entretiene con él y dice que es un niño muy despierto para su edad.

Elrond observó al rey con una mirada acusadora.

-Todos pasan el tiempo con tu hijo. Todos, menos tú, su padre.

Aragorn sopló para no irritarse. Si, en lugar de Elrond, otra persona le hubiese hecho la observación, habría tenido un estallido de ira.

-Lasgalen fue un error. Sabíamos lo peligroso que era el embarazo en un varón y yo no quería hijos. Pero nos descuidamos y lo concebimos. Legolas enloqueció de alegría cuando lo supo y se empecinó en seguir adelante con el embarazo. Yo me opuse desde el primer momento, pero él no quiso escucharme –bajó la cabeza y enlazó sus dedos -. Ahora, cada vez que miro al niño, me enfurezco pensando que por su culpa ya no puedo mirar a mi Legolas.

El medio elfo también había perdido a su esposa y, por eso, entendía a Aragorn mejor que nadie. Pero el daño que le estaba causando a Lasgalen era cruel e incomprensible.

-Siempre te apoyé, Estel, y lo sabes – dijo con severidad -. Yo mismo sujeté varias veces a Arwen explicándole que para ti la pérdida de Legolas era irreparable. Sin embargo, lo que le haces a tu hijo no tiene perdón.

-¡Adar! –Aragorn se levantó del asiento, indignado.

Elrond continuó sentado, mirándolo con dureza.

-Es cierto. No tienes perdón, Estel. Pude comprender cierto rechazo los primeros meses, pero tu actitud pasó los límites. Te empeñas en lastimarlo y en hacerlo sufrir. ¿Acaso no tienes corazón? ¿Qué es Lasgalen, Estel? Es un niño de tres años que no puede defenderse.

Aragorn volvió a caer en el sofá. Su mirada ahora parecía extraviada.

-Además, es tu hijo – continuó su padre -. No sé de dónde sacas la brutalidad para maltratarlo. Y la manera en que lo obligas a dirigirse a ti, “señor”, me indigna y altera. Si no tienes el alma para criarlo, te prometo que me lo llevaré conmigo. He educado a muchos Herederos de Isildur y no me importaría volver a intentarlo.

-¿Te lo llevarías a Rivendell? – a Aragorn la idea le pareció conveniente.

-No lo haré a menos que sea estrictamente necesario –respondió Elrond con un suspiro profundo -. Porque Lasgalen nació de tu carne y aún busca tu apoyo y cariño.

El hombre quedó meditando. Se frotó los dedos y suspiró un par de veces. Recordó los gritos del pequeño, llamando a Legolas. Por los Balrogs, ¿qué estaba haciendo?

-Estás destruyendo el regalo más maravilloso que te dejó Legolas – dijo su padre, leyéndole el pensamiento -. Recuerda que él dio su vida por Lasgalen y esperó que tú lo protegieras. ¿Qué estás haciendo con la promesa que te pidió tu amor, Estel?

Por primera vez, Aragorn sintió a Lasgalen como lo que había significado para su esposo, la prueba perfecta y palpable del amor que se tenían, aún separados por las Estancias de Mandos. ¿Cómo había sido tan tirano con su bebé, con su propio hijo?

Por primera vez desde el nacimiento de su hijo, Aragorn sintió remordimientos.


………..


Arwen entró en los aposentos que le habían asignado con la frustración estampada en el hermoso rostro. Aragorn la había saludado formalmente, como el protocolo lo exigía, y la había tratado con respeto. ¿Cuánto tiempo había durado el saludo? ¿Dos minutos? Con suerte podrían contarse tres. Y después el rey se había excusado de la manera más elegante para llevar a su padre a los departamentos del Príncipe Lasgalen.

Enfurecida, arrojó su tapado en la cama y lanzó una patada al aire.

Tantas horas que había gastado acicalándose para que el soberano no reparase en ella.

Abrió su maleta, llena de vestidos pomposos, chales y zapatos, y sacó un frasquito. En su interior tenía escondida una droga robada a su padre que producía locura pasajera y quitaba las inhibiciones. Ya encontraría la forma de volcársela a Aragorn en alguna comida. Así, enloquecido, el rey al fin sería suyo y sucumbiría en sus brazos.

Arwen no necesitaba mucho para quedar embarazada. Había pasado los últimos seis meses bebiendo pócimas de fertilidad y su cuerpo ahora esperaba la semilla para preñarse.

Sólo le hacía falta la simiente de Aragorn y su seno cobijaría al nuevo heredero de la corona de Gondor.

-¡Ah! Lasgalen – bufó.

La bien informada elfa conocía el desprecio del rey por su hijo. Por lo tanto, pensaba que si tomaba cartas en el asunto y eliminaba al principito, Aragorn no se deprimiría.

¿Qué pena le podría causar la muerte de ese niño, que no hacía más que recordarle la ausencia de Legolas? Ciertamente ninguna.

Arwen ya lo tenía todo planeado. Aquella misma noche, mataría a Lasgalen.

Si Aragorn llegaba a descubrirla, no podría odiarla. Después de todo, le estaba haciendo un favor.

Estaba asesinando al causante del fallecimiento de Legolas.


……………..


Después de cenar, Aragorn entró en la alcoba del niño. Lasgalen estaba listo para ir a la cama, vestido con su camisón bordado de ositos, y el cabello suelto, cayéndole como cascada sobre la espalda.

Su padre suspiró al verlo. Era la primera vez que se conmovía al ver a su hijito como el retrato vivo de su Legolas.

-Bonas notes, señod – saludó Lasgalen, educado, e inclinó graciosamente la cabecita.

Enternecido, el rey quiso cargarlo pero el niñito retrocedió. No estaba acostumbrado a que su padre lo alzara, sólo a que le diera reproches.

-Lasgalen, ven aquí – y antes que el niñito se escabullera, lo atrapó y lo acomodó velozmente en sus brazos -. No te asustes, sabes que conmigo no te ocurrirá nada malo.

El pequeño no estaba asustado sino sorprendido. No recordaba que el hombre lo hubiera alzado antes. Sin embargo, los brazos de su progenitor eran firmes como dos ramas gruesas y lo sostenían bien alto. Miró el suelo con sus ojazos azules y luego a su padre.

-Toy muy adiba, señod – comentó en su media lengua.

La observación llenó a Aragorn de remordimientos. Señor no era la palabra correcta para dirigirse a un padre.

-Lasgalen, escucha – habló despacio. No quería que la emoción cortara su voz -. No me sigas llamando señor. Soy tu papá y quiero que me digas así.

-¿No más señod? – se sorprendió el niño.

El hombre negó con la cabeza. La carita de Lasgalen se llenó de alegría porque Elboron llamaba así a su papá que era un hombre bueno y cariñoso con su hijo, como él soñaba que Aragorn lo fuera.

-¿Te agrada la idea de llamarme así? – preguntó el rey, antes de besarle una mejilla regordeta.

El pequeño rió, frotándose el pómulo.

-Tu badba pica, papá.

-Tienes la misma risa de tu ada – notó el hombre, melancólico.

-¡Ada! – Lasgalen rió con más ganas. La mención de Legolas lo alegraba siempre.

Su padre caminó con él hacia la cama.

-Me enteré que te encanta que te hablen de tu ada – el niño asintió, entusiasmado -. ¿Sabías que yo lo conocí mejor que nadie?

-No – ladeó la cabeza.

Llegaron hasta el lecho y Aragorn acostó a su hijo.

-Sí, conocí muy bien a tu ada – repuso el rey con una sonrisa de añoranza -. Él y yo nos amamos mucho y vivimos felices durante mucho tiempo –lo arropó, mientras el niño abrazaba su osito de felpa -. Lasgalen, yo también te quiero a ti. Eres el regalo que me dejó tu ada para que te cuide – le besó la frente -. Los amo a los dos por encima de cualquier cosa de este mundo.

-Tamben te amo, papá – confesó el niñito.

Aragorn no soportó el llanto.

-Fui injusto y cruel contigo, bosquecito – sollozó, acariciándole el rostro -. Pero quiero cambiar. ¿Me dejarías ser un buen padre para ti? ¿El padre que tu ada soñó que fuera?

Lasgalen se apenó de sus lágrimas porque no quería verlo triste. Al notar su preocupación, su padre se emocionó más. Durante aquellos tres años había tenido un niño con el alma de un ángel y no se había percatado. Lleno de remordimientos y con unos deseos inmensos por cambiar, estrechó a su pequeño bosque.

-Perdóname – suspiró Aragorn, llorando.

Y su hijito le devolvió el abrazo y lo perdonó.


………….


Imperceptible como cualquier elfo, Arwen entró en la recámara del niño sin alertar a nadie. Lasgalen dormía profundamente con sus ojitos entreabiertos, abrazado a su osito.

La elfa recorrió con la vista la habitación, buscando algún objeto con el cual asfixiarlo y lo único que encontró fue la almohada sobre la que el pequeño apoyaba la cabeza.

Con extremo cuidado, intentó quitársela, cuando la criatura abrió los ojos.

-¿Quen edes? –preguntó, asustado.

La elfa se acomodó el escote del camisón y alzó una ceja.

-¿Te preguntas quién soy, niño? Soy quien va a enviarte a donde siempre debiste haber estado – y, diciendo esto, arrancó la almohada y la empujó hacia la carita del niño.

Lasgalen, ágil como todos los niños con sangre élfica, saltó de la cama y corrió hacia la puerta. Pero Arwen ya había tomado la precaución de echarle llave.

-¡Ada! – pidió auxilio, bajando desesperado el picaporte -. ¡Ada! ¡Ada!

Arwen sonrió, perversa. El muerto de Legolas sería la última persona que podría ayudarlo. Llegó hasta la puerta e intentó atraparlo, más el niñito volvió a zafar de su brazos y corrió a su lecho, a refugiarse debajo de la sábana.

-¡Ada! ¡Ada! – no hacía más que repetir.

La elfa se disponía a quitarlo de las sábanas, cuando oyó pasos en el corredor. Alguien había escuchado los alaridos del pequeño. Mascullando contra su víctima, buscó algún sitio donde esconderse y se metió en el armario.

La puerta cedió con tres patadas y Aragorn y la niñera entraron al mismo tiempo. El rey se precipitó sobre la cama, descubrió la sábana y alzó en brazos a su aterrorizado hijito.

-¡Una mujed mala! ¡Ahí! – gritó Lasgalen, señalando el armario donde la elfa se había escondido.

-Su Majestad – interrumpió la niñera -. Su Alteza tiene una imaginación increíble y muchas veces ha inventado historias de monstruos escondidos en los muebles.

-¡No! – negó el pequeño, vehemente, envolviendo los bracitos en el cuello de su progenitor -. ¡La vi! ¡Me va a latimad! ¡Es mala, mala!

Aragorn se conmovió con la desesperación de su hijo y le masajeó la espalda para tranquilizarlo. Lasgalen se aferró aun más a él.

-Papá sí te cree, Lasgalen – le susurró en la picuda orejita -. No tengas miedo.

-¡No mento! – se defendió entre sollozos. Era tan angustiante ser pequeñito y no sentirse creído por los adultos.

-Lo sé – aseveró su padre con suavidad -. Yo sí te creo.

A pesar del pánico, el niño se alivió. Si Aragorn, su padre, un hombre fuerte y poderoso, le creía, no había nada que temer.

El rey indicó con un gesto a la niñera que se alejara todo lo posible del armario y bajó a su hijo al suelo.

-Quédate aquí, Lasgalen – le ordenó al oído, en voz tan baja como sabía que sólo los elfos oían -. ¿Dices que la mujer mala está en el armario? – Lasgalen asintió, llevándose el dedo a la boca -. Entonces, lo abriré.

-Es mala – sollozó, tironeándole la camisa -. Te va a latimad.

Su padre le acarició la cabeza.

-Pero yo podré con ella – aseguró.

Arwen lo había escuchado todo con su audición élfica y sintió un escalofrío al oír los pasos de Aragorn acercándose. Soltó la almohada para deshacerse del arma, que cayó a sus pies en el instante justo en que el hombre abría la puerta.

-¡Arwen! – exclamó el rey, tan furioso como sorprendido.

La elfa no supo cómo reaccionar. Su sobó las manos, los dedos, la cara, tan pálida como una vela. Aragorn la observó de arriba a abajo y descubrió la almohada a sus pies.

-¿Qué es esto? – preguntó el hombre, alzando el cojín.

Arwen soltó una risa histérica.

-No es lo que piensas, Aragorn. ¡Yo jamás me atrevería a ahogar a tu hijo!

-¿Ibas a asfixiar a mi hijo con esto? – exclamó Aragorn, más sorprendido y más furioso.

La elfa se cubrió la boca y sollozó.

Tomándola del brazo, Aragorn la arrancó del armario.

-¡Habla! – ordenó el rey.

-Me equivoqué, Aragorn – trató de defenderse, sobándose los brazos, las manos y las muñecas -. Yo jamás lastimaría a Las… Las…

-¡Lasgalen! – terminó el furibundo monarca.

-Sí, Lasgalen – Arwen hizo un puchero, se apretó más las muñecas, sin saber cómo salir del paso -. No sé cómo llegó la almohada hasta aquí. Yo estaba escondida porque quería darte una sorpresa.

Aragorn la miró, incrédulo. ¿Podía una persona ser tan estúpida y malvada al mismo tiempo?

-Eta mujed me quiso latimad – Lasgalen la apuntó con el dedo -. Con esa amada.

Aragorn no necesitó saber más. Asió a la elfa de las trenzas y la empujó hacia delante. Arwen estaba tan nerviosa que cayó al suelo, enredada en su holgado camisón.

-Esto te costará la vida – sentenció el soberano, mirándola con un odio que nadie antes había visto.

Arwen sintió su sollozo atragantado en el cuello.

La niñera que había salido a buscar ayuda, regresó con dos guardias.

-Su Majestad – se presentaron.

El rey les señaló a la elfa en el piso.

-Llevadla a los calabozos – ordenó, tajante.

-¡No, Aragorn! – gritó Arwen, cuando los soldados la asieron para alzarla -. ¿No ves que te iba a hacer un favor? Iba a deshacerme del mocoso. Si no lo querías y era un estorbo. ¡No puede molestarte que haya tratado de matarlo! Lasgalen fue un error. ¡Sabes que no debió haber nacido nunca! ¡Ese elfo bruto tuvo que haberlo abortado!

Poco faltó para que Aragorn le saltase encima. Afortunadamente, la niñera pudo detenerlo a tiempo.

-Su Majestad – musitó la mujer, tomándolo del brazo. Inmediatamente lo soltó, roja de vergüenza por haber tocado a su soberano.

Aragorn respiró hondo para serenarse.

-Llevadla a los calabozos y vigiladla –repitió la orden -. Arwen Undómiel está acusada de intento de asesinato contra mi Heredero.

La histérica elfa fue sacada a rastras de la alcoba.

Lasgalen corrió a los brazos de su padre, que lo alzó y lo cubrió de besos.

-Gatia, papá – agradeció, aferrándose a su cuello -. Yo no mento.

-Ya sé que no mientes – sonrió Aragorn y le dio un fuerte beso en la frentecita -. Y recuerda, mi bosque verde, que tu ada y yo estaremos siempre dispuestos a protegerte.

El niñito apoyó feliz la cabeza en el hombro de su papá y cerró los ojos. Con Aragorn protegiéndolo ya no tenía nada que temer.
Notas finales: Ahora sólo falta el epílogo. Gracias por leer ^^

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