Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Telepatía por Prongs

[Reviews - 10]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del fanfic:

Disclaimer: Girugamesh no me pertenece. Yo soy sólo una humilde fan que intenta aplacar el hambre de leer algo sobre ellos escribiendo.

El sonido vago de un equipo de música era lo único que me impedía pensar que no me hallaba en alguna clase de estado de coma. Que llevaba tiempo inconsciente, y que no importaba cuánto me esforzara por despertar, simplemente no podría.

 

Los rayos de un sol esplendoroso me daban en el rostro, sin llegar a calentarme del todo, pero sí apañándoselas para ponerme de peor humor. En momentos como éste, tiendo a pensar que todo, absolutamente todo, me toma el pelo.

 

El clima, tan malditamente agradable, que contrasta con mis nulas ganas de abandonar mi apartamento hoy; el tiempo que pasa más veloz que nunca, recordándome con cada tic-tac que debía levantarme para asistir al ensayo de la banda; esa música distante, alegre y barata, que por poco no se burlaba a carcajadas de mi estado de ánimo más oscuro que de costumbre.

 

Hubiera molido de buena gana el aparato, si el esfuerzo no hubiese significado salir. Que era lo que quería evitar, en primer lugar.

 

Mi garganta también disfrutaba torturándome. Cómo hubiera deseado que me doliera. Pero no. Estaba perfecta, la muy puta. Y así, a todo lo que ya me carcomía por dentro, tenía que agregar la culpa. La culpa por fallarle a mis compañeros, sin tener siquiera un motivo para hacerlo. Aunque dudaba que existiera uno lo suficientemente poderoso como para justificarlo, en este momento, no puedo evitar recriminármelo también.

 

¿Qué pasa, Satoshi? ¿Deprimido otra vez?, era una pregunta un poco obvia, ¿Nunca te cansas, verdad? De ser un malagradecido.

 

Sí que me canso, aseguré para mis adentros, confirmando lo que ya venía presintiendo.

 

Por lo general, hacerme a mí mismo ese tipo de acusaciones me lastimaba. Conseguía hacerme reaccionar. El dolor lograba sacarme de la cama, me hacía conciente de cuántas razones tenía para enfrentar al mundo y sentirme orgulloso de estar viviendo.

 

Jamás terminaba de convencerme, así que era algo que debía repetirme a menudo. Había días, sin embargo, en los que mi interior parecía inmune a cualquier ofensa que pudiera autoinflingirme. Días en los que se limitaba a observar todo como el más apático de los transeúntes. A ver, literalmente, la vida pasar. Sin que nada le conmoviera en realidad.

 

Días como hoy.

 

Y eso más o menos resumía todos mis cambios de humor posibles, si le agregaba la euforia que me embargaba durante los conciertos.

 

¿Cuál es el que menos me agrada? Definitivamente, éste. Porque no importa cuánto odio llegue a expresar, no sirve de nada. Porque nada sirve. Nada.

 

Y ese es precisamente el problema.

 

Los chicos siempre me repiten que soy un exagerado de mierda. Que pienso demasiado en cosas que no me incumben, en cosas que no dependen de mí y que en todo caso, no tienen remedio. A veces pienso que les hace gracia la conciencia que poseo sobre el mundo y hacia dónde está dirigiéndose. Por un efímero momento, me dan ganas de darles la razón. Al recibir sus palmadas en la espalda, casi me convenzo de que no importa cuánto me preocupe, yo no puedo cambiar nada. Que lo mejor es dejar de torturarme, de hacerme la cabeza por algo que no tiene solución.

 

Mas cuando vuelvo a escucharlos riéndose, apenas al segundo de haber discutido algo tan serio, me doy cuenta que no puedo ser como ellos. Que tampoco quiero serlo. Me resigno a que vivir con mis depresiones, mis depresiones-no-tan-depresiones, mis breves instantes de felicidad al compartir un escenario con ellos.

 

El teléfono sonó entonces, interrumpiendo el gorjeo de un pájaro que cerca del alféizar de la ventana no dejaba pasar tampoco la oportunidad de hacerme saber que el único idiota que se siente de peor ánimo durante un día soleado de verano soy yo.

 

- Ahora no me encuentro en casa, por si no te diste cuenta. Déjame un mensaje si es muy urgente, con suerte lo escucho antes del fin del mundo – recitó mi voz grabada, seguida de un pitido electrónico.

- Neee… Satoshi, vamos, levanta el tubo. No hagas enojar a papá – taladró mis oídos la voz de Shuu, con un leve tinte meloso, como siempre cuando estaba empezando a enfadarse. Estuvo lo que se me antojó una eternidad llamándome la atención, pero cerré los ojos, negándome a escucharlo del todo – … sé que estás ahí, querido~ ¡Puedo verte! – seguro, tienes cámaras en mi casa. Eres omnipotente - ¡Saca tu holgazán trasero de esas sábanas y ven a ensayar!

- Shuu…

- No me molestes, Nii, ¿no ves que estoy intentando sacar a Mr. Pesimismo de su caverna? ¡No me interrumpas que se me va la inspiración!

- ¿Para qué?

- ¿Cómo que para qué, tarado? ¡Para ensayar, solo falta él!

- Él. Y Ryo.

- Pero si Ryo ya llegó

- Pero se fue hace un rato.

- ¿¡Por qué carajo no me avisaste!?

- Bueno, lo intenté.

- ¡Pues no lo suficien…! – harto, estiré el brazo y arranqué la conexión del teléfono de su fuente.

 

Sin darme ni un minuto de respiro, mi celular comenzó a repicar en algún lugar del apartamento que no conseguí identificar. Casi gruñendo, pateé las sábanas y me levanté de la cama, tal y como me había pedido Líder, pero no precisamente para lo que él quería.

 

Ah, en cuántos pedacitos iba a romper esa porquería una vez que lo encontrara. Si Ryo de todas formas ya se había ido, ¿qué caso tenía que me siguieran llamando?

 

Justo cuando creí que estaba a punto de encontrarlo, dejó de sonar. Me quedé estático, con los cojines del sofá desparramados a mi alrededor.

 

Genial, pensé. Ni siquiera un minúsculo aparatito va a darme en el gusto hoy.

 

¿¡Por qué no dejas de dramatizar, no te da vergüenza!?

 

Ojalá.

 

Ojalá me diera algo. Lo que fuera.

 

Había perdido la cuenta del tiempo que había pasado desde la última vez que me había sentido tan mal. Era desgastante, insoportable y devastador. Sentir tanto pero tan poco a la vez. Querer hacer tantas cosas, pero terminar haciendo ninguna. Porque ya nada tenía sentido ni parecía llegar a recuperarlo, si es que lo había poseído alguna vez.

 

Y la telaraña que tejía en mi cabeza se tornaba más y más complicada. Con cada tic-tac de cada reloj de la Tierra, una parte de mí amenazaba con extinguirse.

 

De repente, me di cuenta cuán cansado estaba. Pero no del mundo, ni de la gente, sino de mí mismo.

 

Estaba cansado de renegar, cansado de mi sensibilidad, cansado de mi pesimismo, cansado de no ser capaz de apreciar nada, cansado de mirar a los ojos de los demás para encontrar sólo vacío en ellos, cansado de no poder encontrarle sentido a nada.

 

Cuando el asco que me daban mis propios pensamientos era ya alevoso, el timbre sonó. El timbre de la puerta. Me quedé en donde estaba, en el piso, sin mover un solo músculo ni teniendo la intención de hacerlo.

 

El dedo sobre el botón, sin embargo, parecía empecinado con hacerme cambiar de parecer. Se mantuvo literalmente pegado a él, sacando un continuo y agudo ruido del mecanismo.

 

Ryo, adiviné. Tenía lógica. Shuu en lugar de tocar, se hubiera puesto a gritar hasta que le abriera, y Nii… bueno, era Nii. Hubiera tocado una vez y después se hubiera largado encogiéndose de hombros.

 

¿Por qué habría venido a verme? Podría haber aprovechado el día libre para irse a descansar. Se lo merecía más que ninguno, con todo lo que había estado componiendo últimamente.

 

Me sorprendí al encontrarme girando la manija, sin siquiera recordar con exactitud de dónde había sacado las fuerzas para llegar hasta ahí.

 

- Ryo – pronuncié en voz baja, a modo de saludo. No me había equivocado. Él estaba allí, con las manos en los bolsillos, y rascándose una pierna con el pie contrario, luciendo distraído y un tanto ensimismado.

- Satoshi – me respondió, haciéndome cosquillas en la cara con sus trenzas, su saludo predilecto desde que se había hecho ese peinado. Por alguna razón no conseguía que me desagradara a pesar de eso. Le quedaba bastante bien - ¿Estás solo?

- H-Hai… douzo – me quité de la entrada sacudiendo la cabeza. La pregunta me había confundido. ¿Qué quería decir con eso, pensaba que estaba con alguien más? - ¿Creías que iba a estar con alguien?

- Sí, no sé – parpadeó, mirando la ‘nueva ubicación’ de los cojines del sillón. Se dejó caer sobre uno y alzó la cabeza para mirarme, mientras se quitaba el cabello del rostro – A ti no te faltan las novias

- No faltaría por ninguna a un ensayo – protesté, frunciendo el ceño. ¿Tan mujeriego me consideraba?

- Gordo mal pensado – soltó de pronto, cruzándose de brazos – Le dije que jamás harías eso.

 

Me senté a su lado, sintiéndome algo reconfortado al saber que al menos había intentado defenderme. Que confiaba en mí lo suficiente como para hacerlo. No sabía qué hacía en mi casa, pero observarle meciéndose levemente en su lugar, como si fuera un pequeño niño intentando calmar su irritación, hacía que de pronto el inmaculado día que hacía afuera dejara de parecerme un estigma.

 

Mi departamento era muy oscuro, por lo que la luz natural me permitía apreciar detalles que en otro momento no hubiera podido ver. Como la manera en que se lamía los labios, y como su nuez de Adán subía y bajaba al tiempo que tragaba saliva.

 

Tal vez durante cualquier otro día me hubiera espantado el rumbo que estaban tomando mis pensamientos. Pero no hoy. Hoy no me importa nada, ni siquiera el tener que admitir finalmente que no es mera amistad lo que siento por Ryo.

 

No era la primera vez que eso cruzaba por mi cabeza. Varias veces me había atrapado escogiendo a chicas bajitas y con aire tierno para salir. Siempre que caía en lo obvio, me espantaba, y lo negaba hasta que convenientemente cortaba con ellas y me buscaba un reemplazo lo suficientemente diferente para hacerme olvidar el asunto.

 

Le agradecí en voz baja que hubiera venido a verme, comprendiendo por qué de repente la claridad y el canturreo de las aves dejaban de antojárseme una broma de mal gusto.

 

Me sorprendió mi optimismo al pensar que quizá, aceptando esto, podría lidiar un poco mejor conmigo mismo. Al menos por un tiempo.

 

- ¿Por qué no fuiste? – me preguntó, bajando la vista – Te esperé como una hora. Me aburrí mucho.

- Gomen, Ryo, yo… - me detuve, sin saber cómo explicar lo que había sucedido – No me sentía bien

- Qué novedad, avísame cuando te sientas bien, para variar – abrí los ojos, sorprendido. ¿Tan transparente era? – Nunca estás bien y siempre vas. A veces llegas tarde, pero nunca habías faltado en serio.

- G-Gomen… se, se me pasó la hora – oh, Satoshi, por favor. ¿Había una excusa más lastimera que esa?

- Deja de disculparte. No vine para eso – casi abro la boca para pedirle perdón otra vez, pero él me chistó dándome un ligero cachetazo con sus trenzas, como si pudiera leerme el pensamiento - ¡Que no hace falta, te digo! ¿Qué diablos pasa contigo, Satoshi? Hace tiempo que te comportas extraño. Parece que cada día tienes más problemas con el mundo… con el mundo, o con alguien, o contigo. O no sé. Probablemente con todo. Pero tienes problemas, eso no me lo puedes negar.

 

Tarde me di cuenta que me había quedado boquiabierto, mirándolo, sin saber qué decir. Tenía razón. Me había leído como si de un libro abierto se tratase, y yo no sabía qué hacer. Lucía enfadado, ni el más mínimo asomo de puchero adornaba sus facciones, y esa impresionante seriedad cuya existencia yo ignoraba solo sumaba puntos al asombro que sentía.

 

- Oi… préstame atención. Carajo. Te estaba diciendo algo importante, Satoshi no baka.

- T-Te escuché,  Ryo, perdón. Perdóname. Te estoy causando probl--

- ¿¡Qué te dije de las disculpas, tarado!?

- Per--

- ¡BASTA, ME DAS ASCO! – me quedé sin aire, mientras él me sacudía sujetándome por la remera - ¡DIME ALGO QUE NO SEA PERDÓN!

 

... ¡BASTA, ME DAS ASCO! ¡BASTA, ME DAS ASCO! ¡BASTA, ME DAS ASCO!...

 

Te entiendo, Ryo, pienso, bajando la cabeza y soltándome de sus manos. Yo también me doy asco. Me repugno.

 

Aprovechándome de que el pelo me cubría todo el lado derecho de la cara, giré la cabeza hacia la izquierda. No quería que me viera llorando por lo que había dicho, que se diera cuenta de cuánto me había afectado, y terminara de asquearlo en serio.

 

- ¿Sato-chan? – apreté los labios con fuerza, intentando que aún con su mano apoyada en mi hombro no percibiera el temblor de mi cuerpo – L-Lo siento, no quise… yo, ay. Te hice llorar. Soy un mono.

- Está bien. Tienes razón – tomé aire, para que al menos mi voz no saliera tan quebrada – Doy asco. No sé para qué viniste… no sé, no sé qué decirte

- Vine para animarte, supuestamente. Qué bien que me salió – me sobresalté al ver cómo se daba de lleno la cabeza contra uno de los apoya-brazos del sofá una y otra vez.

- ¡Ryo, para! Te vas a hacer daño – me tiré sobre él, rodeando sus brazos y todo su cuerpo para detenerlo.

- ¡Te hice llorar! ¡Me lo merezco! – rezongó con voz ahogada, tratando de zafarse de mi agarre.

 

Se retorcía con tantas ganas entre mis brazos que entre el forcejeo que él hacía para soltarse y el que yo hacía para impedirlo, terminamos rodando por el piso hasta que mi cabeza dio contra lo que reconocí como una de las patas de la mesa. Solté una maldición, cerrando los ojos, y rindiéndome finalmente.

 

Era un mono. Tenía razón en eso también.

 

- ¡Sato-chan! ¿Estás bien? – abrí un ojo, para confirmar lo que el peso que sentía ya me había dicho. Ryo estaba sobre mí, y me miraba con ojos grandes y acuosos – Ha sonado muy feo, ¿te dolió mucho?

- Ryo… no ha sido… no ha sido nada.

- Estás sangrando

 

A pesar de su afirmación, yo estaba lejos de sentir dolor. Lo máximo de lo que era conciente era del hecho de que estaba aturdido. Y más que por el golpe, era la cercanía de su rostro con el mío la causante de ello. Jamás lo había tenido tan cerca. Miré dentro de sus ojos, esperando toparme con el vacío que siempre encontraba cuando observaba a alguien de esa forma, pero el momento nunca llegó. Profundidad era todo lo que me devolvían sus pupilas, colmadas de algo indescriptible y desconocido para mí hasta entonces.

 

- Ay, Dios. ¿Q-Qué hago? Estás sangrando en serio

 

Casi gemí al notar cómo se ponía de pie de un brinco, despojándome del exquisito peso de su cuerpo. Me llevé una mano a la cabeza en el lugar donde había chocado contra la madera y comprobé que decía la verdad. Me había partido, literalmente, la cabeza.

 

- A-A ver… cuidado, Sato-chan, creo que te va a dol--

- ARGH! ¡LA PUTA MADRE, RYO! ¡ALEJA ESO! – grité, quitando de un manotazo lo que supuse era una bolsa de hielo. El dolor se hizo presente de súbito, golpeándome con tanta intensidad que no pude seguir quejándome.

- ¿Sato-chan? Lo siento, sé que te duele mucho – comenzó a besar mi frente, no teniendo ni idea de cuánto me aliviaba eso.

 

Me mordí la lengua para no gritar otra vez al volver a sentir el hielo en la herida. Él besó mis mejillas entonces, y de repente ya no fue necesario mordérmela. Llegué a pensar que tal vez estaba todavía en mi cama, y que todo esto era un sueño un tanto retorcido, pero dulce al fin.

 

Sus labios eran suaves, y estaban tan tibios. Podía meterme la cabeza en el congelador tranquilamente si quería. Mientras siguiera sintiéndolos, no me quejaría.

 

- Ne, ne, no cierres los ojos, Sato-chan. No te puedes dormir, hablemos de algo, ¿si?

- Ryo… - yo ya estoy dormido, quise decirle. Separé mis párpados con esfuerzo para darle en el gusto, aunque solo pude hacerlo a medias.

 

Cuando vi su semblante preocupado y la manera en que su labio inferior temblaba ligeramente, como si estuviera haciendo un esfuerzo para tragarse el llanto, me convencí.

 

Esto es un sueño. Él jamás se pondría así por mí.

 

- Mierda… ¿Shuu, eres tú? – su voz se oía lejana por momentos. Eso me confundió, ¿había dicho Shuu? - ¿P-Puedes venir rápido a casa de Satoshi? Se golpeó la cabeza muy fuerte, creo que se está quedando dormido, Shuu, ¿qué hago? – cerré los ojos, algo mosqueado. Era mi sueño, Ryo debería estarme prestando atención a mí, no al otro gordo idiota – Sato-chan, mírame, ¿si? – depositó un beso suave sobre mi nariz como si hubiera podido escuchar mi muda queja y, mágicamente, volví a abrirlos, aunque esta vez menos que antes – Eso, quédate conmigo, por favor. ¡Sí, Shuu, maldita sea, no soy un estúpido! ¡Llamé a una ambulancia, pero siento que han pasado siglos y no viene na--! El timbre, te llamo luego.

 

Sinceramente, yo no había escuchado ningún timbre. Todo lo que distinguían mis oídos era la voz de Ryo, cada vez más aguda y trémula. Todo lo que alcanzaban a ver mis ojos era su carita de porcelana demasiado húmeda para mi gusto, constreñida en un profundo gesto de inquietud. Todo lo que mi cabeza podía pensar era que, más que un mono, parecía una muñequita de carne y hueso, y que más que un sueño, esto era una pesadilla.

 

Ryo estaba sufriendo, y yo no podía protegerlo.

 

Descubrí que no había sensación más desesperante que esa.

 

 

No supe cuándo me dormí. O perdí el conocimiento, o lo que sea, pero cuando volví a abrir los ojos todo era blanco. Demasiado blanco.

 

No, no me había muerto. O al menos no quería creer que el más allá era un lugar tan incoloro y con penetrante olor a antiséptico, y que el que primero te recibía era un viejo con cara de nada y guardapolvo blanco, que lucía bastante aburrido.

 

Cerré los ojos, sin molestarme más en esforzarme por ver semejante cosa.

 

¿Dónde estaba Ryo? ¿Qué había pasado con él?

 

- Jovencito, ¿está usted despierto? – me preguntó la voz monótona de lo que suponía era un médico - ¿Puede decirme qué día es hoy?

- Miércoles – respondí, cayendo en la cuenta de que estaba revisando sino me habían quedado secuelas mentales con el golpe que me di – 20 de agosto del 2008. Año de los ya jugados juegos olímpicos de Beijing, año de--

- Muy bien – me interrumpió, por suerte. Ya iba a empezar a tirar hechos presuntuosos, como nuestra presentación en el Wacken - ¿Podría decirme su nombre?

- Satoshi – estaba a punto de decirle mi apellido, cuando escuché el sonido de una pluma rasgando el papel y después el de una puerta que se abre.

- Pueden pasar, ya está despierto. Por favor, no lo alteren mucho. No parece haberse hecho un daño grave, pero siempre es mejor tratar con respeto este tipo de lesiones.

- ¿Podrá irse hoy a casa? – oí la voz de Shuu, todavía fuera de la habitación.

- Mañana temprano. Hoy se quedará en observación.

- De acuerdo. Gracias, doctor.

 

 El tacto de unos dedos tibios y temblorosos me hizo abrir los ojos. Intenté calmar a Ryo sonriéndole, imaginándome lo culpable que debía sentirse, pero a juzgar por sus lágrimas no me resultó muy bien.

 

- Ryo, no llores. ¿Tan mal me queda el turbante este? – en realidad era un vendaje. Y un chiste malísimo, pero quería ver si al menos conseguía que me mirara feo.

- L-Lo siento, Satoshi, todo es mi--

- No te atrevas – lo frené, apretando su mano – Fue un accidente, es todo. Además, estoy bien, ¿ves?

- Ay, tan lindos ellos, dense la otra manito también, aw – se burló Shuu, consiguiendo que lo fulminara con la vista - ¿Quieren que los dejemos solos, tortolitos?

- Nos alegra que estés bien, Satoshi – habló Nii, mientras empujaba a su ex compañero de colegio fuera de la habitación – Nos vamos. Ryo, llámanos si necesitas algo

- Pero, Nii~ ¡yo no quiero irme!

- El doctor dijo que no alteraras a Satoshi, y en menos de 30 segundos ya hiciste que le saltara la vena de la sien. Nos vamos.

- Aguafiestas, amargado, conchudo, ¿qué me estás diciendo, que le hago mal?

- Pensé que tendrías hambre – eludió la pregunta, mirando su reloj, como quien no quiere la cosa – Ya es casi hora de cenar

- Mh… ¿preparas okonomiyaki?

- Hai.

- ¿De camarones?

- Sí, sí. Vamos, Shuu.

- ¡Chau, chicos, hasta mañana~!

 

Intenté tomar nota mental para agradecerle a Nii luego. La cabeza había empezado a dolerme, no sabía si por el comentario tan ubicado de Líder solamente.

 

Si Ryo soltaba mi mano por culpa suya, era hombre muerto.

 

- ¿De verdad estás bien? – para mi alivio, no parecía tener ganas de soltarme. De hecho, acercó una silla con su mano libre, y la colocó junto a la cama, sentándose en ella y acercándose más a mí.

- De verdad

- Casi me mataste del susto, hijo de puta – se quejó, enterrando el rostro en las sábanas que cubrían mi pecho. Aquello me puso nervioso. ¿Qué tal si notaba los latidos desbocados de mi corazón, y sospechaba, y me atrapaba? - ¡Al final sólo decías cosas sin sentido, no entendía nada!

- ¿Cosas sin sentido? – tragué saliva. Por favor, que no se me haya escapado… que no…

- Sí – se irguió, apoyando su espalda en el respaldo antes de continuar - Me decías eres tan lindo, Ryo, como una muñequita. – oh, no. No, no, no, no – Y también intenté buscar una chica así, Ryo, pero no hay. ¿Qué voy a hacer? Y repetías mi nombre todo el tiempo, me decías no te vayas, Ryo, no te vayas.

 

… ¿Por qué no me morí?

 

- Sato-chan, ¿estás escuchándome?

- H-Hai, t-te escucho, y-yo… eh… - por favor, que entrara el viejo ese de mierda otra vez, una enfermera, un conserje, ALGUIEN – Nadie va a ayudarte, Satoshi, estás tan jodido que no lo puedes ni creer, ¿no? Eso te pasa por pervertido. No solo eres dos años mayor que él, sino que Ryo parece un niño. Te enamoraste de un niño, Satoshi. Tienes problemas mentales que ningún golpe te va a arreglar.

 

Respiré hondo, intentando en vano calmar mis nervios. Me había delatado, no tenía escapatoria. No podía decirle que habían sido delirios del traumatismo, ni yo me lo creía. La cabeza empezó a latirme, y sin proponérmelo dejé escapar un quejido. Maldije, chistándome a mí mismo, sin que me convenciera usar el dolor como una excusa para evadir el tema.

 

- Podemos hablar de esto luego, Sato-chan – cedió Ryo, y volví a pensar que todo era irreal al sentir su otra mano enredándose en mi cabello, peinando los mechones sucios y enmarañados – Yo solo quiero verte bien. Por eso fui a verte, por eso me sentí tan mal por hacerte llorar, por eso… por eso, quiero verte bien, ¿sabes? Bien, no deprimido. Bien de verdad. Feliz, contento, bien. ¿Entiendes?

 

La forma en la que balbuceaba me parecía más que adorable, pero solo para tranquilizarle levanté una mano y posé mi dedo índice sobre sus labios. Le miré a los ojos, queriendo transmitirle que todo estaba bien, que de hecho este día se había tornado más interesente de lo que yo hubiera podido sospechar jamás.

 

Había descubierto tantas cosas sobre mí mismo y sobre él. O quizá no tantas, sino solo pequeños detalles, que para mí eran grandes. Grandes como el Sol que me cegaba esta mañana, acompañándome en mis burdos lamentos.

 

El Sol, cuya luz parecía de mentira al lado del brillo propio de Ryo. Pasara lo que pasara, nunca más me olvidaría de eso.

 

Aunque la posibilidad de volver a tener que conformarme con esa otra falsa luz me aterraba. Demasiado.

 

- Ryo…

- Te dije que está bien, que hablamos luego. Duerme, ¿si? Bonito – se rió, aparentemente terminando de cepillar mi pelo usando sus dedos como única herramienta – Ryo va a estar aquí para cuando Sato-chan despierte.

- No – me rehusé – Quiero hablar ahora. Solo… prométeme que no te irás

- ¿Irme? Bobo, ¿adónde me voy a ir? – miró para un costado, rascándose el puente de la nariz - Otra vez estás diciendo cosas raras

- Prométemelo – insistí, tomando su mentón para que me mirara a los ojos otra vez.

- No me voy a ir, baka… ¿tan malo es lo que vas a decirme?

- Malo, no. Bueno… tal vez sí – hice una pausa, permitiéndome fijar su imagen en mi mente, por si era la última vez que podía apreciarla en directo – Eso lo decidirás tú al final

- Habla de una vez, me estoy… - las palabras parecieron perderse a mitad de camino, mientras mi mano que antes sujetaba su mentón se deslizaba por su mejilla. Sentía el cuerpo pesado y torpe, pero di todo de mí para lograr ser suave – muriendo… ¿Satoshi?

- Lo que te dije… esas cosas sin sentido – suspiré. Sólo cuatro palabras más – Tienen sentido para mí.

- Eh!?

- No planeaba que las escucharas, pero son ciertas. Cada una de ellas.

- Entonces… oh – dijo, sonrojándose a una velocidad casi inhumana, y subiendo la vista al techo, con los ojos como platos. Con esa expresión se veía aún más dulce, y me ocupé de anticipar el dolor que iba a causarme su rechazo admirándole, aguardando.

- Sí. Oh – afirmé minutos después, rompiendo el silencio, un poco decepcionado de su respuesta - ¿Qué esperabas, que te correspondiera? Iluso.

 

Bajando la vista, hice amago de cesar las caricias que le estaba dando en la mejilla. Su mano libre sin embargo, la que no se mantenía estrechando con fuerza una de las mías, me detuvo, apoyándose sobre mi otra mano. Busqué sus ojos otra vez, sin entender nada. Quise abrir la boca para hablar, pero esta vez fue él quien me calló con un dedo, y mientras nos mirábamos, pude oírle decir shht, no hace falta, Sato-chan, no hace falta.

 

Quién dijo que el golpe no me afectó, pensé, notando que ni siquiera había movido los labios y yo aún así había escuchado su voz tan patente, como si estuviera dentro de mi cabeza.

 

¿Qué era esto, telepatía? Una locura, más bien.

 

Ryo entonces soltó una risita nerviosa, al tiempo que entrelazaba sus dedos con los míos, y sostenía con más firmeza mi mano sobre su rostro.

 

Yo también, volvió a decir y no decir luego. Sonreí, sintiendo que me contagiaba las ganar de reír, pero sin llegar a emitir un solo sonido.

 

Mi boca tenía cosas mejores que hacer, y Ryo coincidió conmigo. Le atraje hacia mí hasta que de nuevo pude sentir todo el peso de su cuerpo encima, y me deleité probando sus labios por primera pero no última vez.

 

Fue increíble como, al final, uno de los peores días de mi vida terminó convirtiéndose en el mejor.

Notas finales: Una pequeña aclaración:
El Wacken (Wacken Open Air) es un festival de metal que se realiza anualmente en Alemania. Este año abarcó desde el 31 de Julio hasta el 2 de Agosto, y Girugämesh fue una de las bandas invitadas.

Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).