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2 de Octubre por GirlOfSummer

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Notas del fanfic:

El 2 de Octubre de 1968, en la Ciudad de México se llevó a acabo uno de los actos de represión estudiantil más terribles de la historia. Una manifestación de estudiantes -entre otros como obreros, amas de casa, etc.- desarmados fue brutalmente atacada. Había peldaños dentro del complot: el ejercito como tal, el batallón Olimpia (nombrado así por las Olimpiadas de México 1968, que se inauguraran días más tarde) y el grupo de élite los Halcones (confundidos a menudo como miembros del batallón Olimpia). Los Halcones era un grupo conformado por cualquiera que lo deseara, aunque todo era muy secreto, pero incluso en sus filas desfilaban estudiantes. Me baso en un relato de mi padre que conoció a un estudiante de Medicina (de la UNAM) que formó parte de los Halcones y luego desapareció tras el 2 de Octubre, para reaparecer meses más tarde totalmente invadido por la culpa.

Notas del capitulo:

Es un pasaje de la historia de mi país que no debe repetirse, ni aquí ni en ningún otro sitio. A pesar del marco histórico, los personajes son totalmente ficticios.

Esto, porsupuesto, es un homenaje a los caídos y un recordatorio de la injusticia. A (casi) 40 años.

2 de Octubre

Los ojos aceituna ahora estaban nublados, el cabello ahora era cano, las manos pobladas por arrugas, pero el dolor, eso seguía atascado en el mismo exacto lugar, eso... el sufrimiento y la desesperanza no habían cambiado en 40 años. Miró a su alrededor, ese lugar era una maldita trampa mortal, una explanada en donde tres mundos dispares y encantadores por igual se unían, ahí estaban enclavadas las ruinas de un pasado rico y místico, de un pueblo sanguinario pero sabio, junto estaba la residencia de un Dios omnipresente y que sabía misericordioso aunque no hacía mucho tiempo lo consideraba un supremo injusto, y finalmente estaban los testimonios de la modernidad, las líneas limpias de los logros arquitectónicos. Unas ruinas aztecas, una iglesia y edificios de apartamentos, las 3 cosas en un mismo lugar. No en balde es “la Plaza de las 3 Culturas”,  pensó al observar el panorama.

Sin embargo aun podía oler la muerte en aquel lugar, aun sentía la desesperación de una multitud de inocentes masacrados en ese lugar hacía exactamente 40 años, entre esos inocentes padres, madres, niños, profesores, obreros, sus compañeros de universidad, sus amigos, su amor.

La culpa le trepaba por la garganta, la nausea, el asco por sí mismo era insoportable, se recargó en el monolito que recordaba algunos –tan sólo algunos- de los nombres de los caídos, apretó los puños hasta que sus nudillos se pusieron blancos y el llanto llegó inevitable. En ese mismo lugar que alguna vez fue el mercado más grande de Mesoamérica, en ese lugar en donde los guerreros águila y jaguar más feroces murieron a manos de los conquistadores españoles, en ese montón de arena (según su significado en lengua náhuatl), en Tlatelolco él se había convertido en la quinta columna de un plan tan artero como cobarde. Fue un débil, sucumbió ante las promesas huecas de la tiranía represora, fue un traidor con todas sus letras. Soñó con un lugar mejor para él... para ellos, y no pensó en los demás; error que lo hizo perder todo.

---

Juan era un estudiante modelo, a punto de graduarse de Medicina en la UNAM, de buena familia y con futuro prometedor. Detrás de su sonrisa de comercial de pasta dentífrica, de sus ojos aceituna, su cabello castaño perfectamente recortado (al contrario de esa moda de mugrientos que lo preferían largo), sus patillas y su rostro afilado estaba un sujeto terriblemente cobarde e inseguro. Se odiaba por ser como era, por decepcionar a aquellos que le habían depositado toda su confianza, por no continuar el apellido Andrade.

Sin embargo, sólo había un momento perfecto en el que todas sus inseguridades palidecían ante el devastador sentimiento de la felicidad. Un momento, un lugar y una persona.

Estaba parado en las escaleras de la biblioteca central de Ciudad Universitaria esperando por alguien, esa tarde vestía camisa beige y pantalón de vestir café, acampanado según las reglas de la moda de aquellos días, se peinaba casi maniáticamente las patillas con los dedos, tenía que darle una noticia maravillosa a aquella única persona que le incendiaba el corazón.

Ahí estaba, proveniente de la facultad de Arquitectura, muy delgado y algo pálido, cabello negro, largo (él lo prefería a la usanza hippie), ojos grises, semblante vivaz, playera de manga corta azul a rayas y pantalón de mezclilla, acampanado por supuesto, patillas aun más espesas y con cigarrillo en mano. Manuel Guerra era distinto a Juan Andrade, tan diferentes que sólo conseguían la complementación inaudita y el asombro colectivo de saber, en aquella época tan conservadora en aquel país tan conservador, que dos hombres como lo eran ellos se amaban.

Cuando se miraron, ahí al pie de la biblioteca central, tuvieron que matar de un tiro el deseo iracundo de besarse como simple saludo. No, aun la gente no estaba lista para verlos, soñaban con que algún día lo estuvieran.

-¿Qué es eso que tienes que decirme? –preguntó a modo de saludo Manuel, con una sonrisa ingenua, contraria a la de Juan que era más intimidatoria, reflejo pues de su inseguridad.

-Ven –le dijo como si fuesen cómplices de un robo millonario e hizo un ademán con la mano indicándole que lo siguiera.

Ambos entraron a la enorme biblioteca y escogieron ese rincón olvidado que les servía para besarse y manosearse, aunque esta vez se limitarían a conversar.

-¿Y bien? –Manuel estaba expectante, Juan le había dicho que eso que tenía planeado era la solución a un problema que actualmente los acosaba considerando que estaban por terminar sus estudios superiores.

¿Qué sería de ellos?, ¿qué sería cuando uno fuese médico y el otro arquitecto?, no podían de buenas a primeras irse a vivir juntos, no... sería demasiado sospechoso, casarse con dos pobres mujeres víctimas del engaño para mantener las apariencias no era opción, simplemente no podían vivir el uno sin el otro. Entonces estaba en el aire la pregunta y al parecer esa tarde Juan tenía la respuesta.

-He recibido una oferta... de mucho dinero... –pausó.

-¿En algún hospital? –preguntó Manuel con un dejo de inocencia.

Juan negó con la cabeza –no-, suspiró, parecía que trataba de pensar adecuadamente sus palabras-, se trata de algo más delicado...

El de cabello negro parpadeó preguntándose de qué podría tratarse, realmente parecía serio a juzgar por el tono que su amante usó. Prefirió callar.

-¿Sabes? –Juan tragó saliva-, el gobierno teme una insurrección... una revolución de verdad y antes de que eso pase... –pausó, no podía continuar.

-¿Qué? –Manuel tenía la duda clavada en el pecho-, antes de que eso pase ¿qué?

-Prefieren arrancarlo de raíz, no darán tiempo a que a los estudiantes se les cruce por la cabeza alzarse en armas... –nuevamente pausaba.

-¿Eso qué tiene que ver con nosotros?

Juan se giró para mirar por una ventana, desde ahí veía a los jóvenes paseándose por los jardines de Ciudad Universitaria, a esos de cabello largo e ideas radicales sentados en círculos leyendo literatura beatnik, admirando la revolución cubana y reprobando Vietnam. Sintió pena, sincera pena por todos ellos, él ya sabía lo que en unos días el papá gobierno les tenía preparado.

-Estoy harto de perder clases por culpa del movimiento... –soltó Juan ante el asombro de Manuel.

Ninguno de los dos estaba involucrado de lleno en el movimiento estudiantil que a últimas fechas cobraba más fuerza, pero era sabido de ambos que Manuel simpatizaba con las ideas y los ideales del mismo.

-Están luchando por algo justo-, Manuel habló muy quedo, no quería gritar –encarcelaron a unos pobres chicos de la vocacional por nada.

-Ellos se lo buscaron –espetó Juan.

-Es normal que haya zafarranchos cuando nos enfrentamos contra el Poli, no tenían porque usar la fuerza –la voz de Manuel subía de tono poco a poco-, tampoco tenían porque encarcelarlos y mucho menos destruir objetos históricos en aras de su persecución –finalizó con los puños apretados.

-Es que no lo entiendes –Juan tomó a su novio por los hombros para mirarlo directo a los ojos-, es el pretexto, quieren apagar las voces.

-Exacto –contestó el otro –y eso no es justo, tenemos al maldito ejército todo el día aquí, la Universidad es autónoma, deben dejarnos en paz –suspiró-, pero nos temen, somos demasiados y tenemos mucha fuerza.

Juan frunció el ceño recordando lo que ya le habían planteado, recordando la oferta que estaba a punto de hacer extensiva a Manuel. Seguro que esa fuerza pronto se extinguiría, así como esos ideales revolucionarios y esas ideas románticas pero inútiles (creía el estudiante de Medicina).

-Escúchame –giró la mirada para por fin contarle de qué se trataba todo aquello, triste de que ambos poseyeran ideologías tan distintas-, los van a acorralar.

Manuel, por toda respuesta abrió los ojos con sorpresa sintiendo algo frío en el estómago, suponía de qué se trataba todo aquello, pero lo que le causó más terror era saber que Juan conocía las intenciones del gobierno.

-Pero... ¿tú?, ¿cómo? –a penas pudo articular aquellas tres simples palabras.

-Me ofrecen mucho dinero, más de lo que eres capaz de soñar –Juan apretó las mandíbulas-, si aceptamos tendremos el suficiente para largarnos.

-¿A cambio de qué?

El de cabello castaño temía esa pregunta pero la sabía inevitable-, esto es muy delicado, te pido que no repitas lo que te voy a decir... o ambos moriremos antes de que llegue el jueves.

-¿El jueves? –había algo intrincado y podrido en todo lo que el hombre que amaba le estaba contando-, ¡el jueves!

-Sí, lo sé... –a pesar de la frialdad que demostraba ante el movimiento estudiantil, Juan sintió rabia y desesperación al conocer el futuro de todo aquello.

-¿Qué quieres decir con todo esto?

-Dime que aceptas-, Juan estaba a punto del llanto –dime que me apoyas –y lo tomó de la mano.

-Ya, dime de una buena vez.

-Ser un maldito traidor... ese es el único trabajo que tenemos que hacer para que nos paguen, ser infiltrados, vestir un guante blanco y apuñalar a todos por la espalda –por dentro Juan estaba hecho pedazos y las lágrimas brotaron de sus ojos.

Como si quemara, Manuel soltó la mano de su amante-, ¿de qué hablas?

-Es un plan horrible, un plan grande... a tres niveles y nosotros formaríamos parte de escalón más importante, nos ofrecen completa impunidad...

-¡Calla! –Manuel sintió desesperación y asco por lo que estaba escuchando.

Juan agachó la mirada, plagada de lágrimas y culpa-, dime que apoyas –repitió.

-Claro que no... no quiero seguirte escuchando, quieres aplastar algo justo.

-Quiero un futuro para ambos, ¡entiéndelo! –a esas alturas Juan era presa de la desesperación y la angustia.

-Yo no... –Manuel alcanzó a decir cuando los labios de Juan sobre los suyos lo callaron.

-Está bien –el estudiante de Medicina dijo al separarse del otro-, sólo no digas nada, yo me encargaré.

-No, por favor –rogó el futuro arquitecto.

Juan tomó por ambas manos a Manuel-, sólo prométeme que no irás este jueves.

-Pero...

-Prométemelo.

Manuel no contestó, Juan no supo cómo interpretar el silencio. Pero era hora de clases y ambos se marcharon a sus respectivas escuelas.

Ese miércoles, primero de octubre, el ejercito dejó las instalaciones tanto de la UNAM como del IPN, todo tenía un ambiente raro y tenso. Manuel sentía todo enrarecido, con un presentimiento atroz y con un miedo que le estaba carcomiendo el alma.

Al día siguiente de que el ejercito emprendiera la retirada Manuel asistió normalmente a clases, pero –raramente- Ciudad Universitaria estaba casi desierta, era jueves, era el jueves.

-¿Qué haces aquí? –un compañero lo encontró deambulando por los pasillos de su facultad-, vamos a Tlatelolco.

-¿Tú qué haces aquí? –preguntó algo nervioso, tenso, no sabía cómo se sentía.

-Olvidé esto en mi casillero –sonrió el compañero y estiró una cartulina en donde estaba escrita una arenga política-. Vámonos –finalmente invitó.

Como guiado por cuerdas invisibles Manuel accedió y ambos tomaron un taxi para llegar a la Plaza de las 3 Culturas. Pronto ambos se perdieron entre la multitud y se separaron.

El estudiante de Arquitectura se abrió paso entre la multitud buscando a Juan, sabía que estaba ahí, era un presentimiento, pero estaba seguro de ello, era como si pudiera sentir su presencia. Miró en dirección al edificio Chihuahua, ahí estaba preparado el lugar desde donde los líderes del movimiento hablarían. Algo en las ventanas lo hipnotizó por unos momentos.

Su atención fue captada después por un sujeto, lucía como de su edad, joven como casi todos los congregados ahí, pero tenía algo diferente, era un guante blanco. Juan le había mencionado algo sobre guantes blancos, miró a su alrededor y entre los atentos estudiantes y obreros que esperaban el discurso de esa tarde había algunos con ese mismo guate blanco.

Algo no cuadraba, algo le olía mal.

El discurso de los líderes comenzó y hubo aplausos, vítores, puños levantados, proclamas políticas, Manuel estaba atento, luego miró el lugar. Era un maldito hoyo, rodeados de edificios y del ejercito (siempre atento a sus movimientos, considerando a un grupo de estudiantes peligrosos), las salidas eran escasas por decir lo menos, la aprehensión se hacía cada vez mayor.

No tuvo tiempo de pensar más, un helicóptero sobrevoló el lugar y lanzó algo en llamas. Primero se asustó pero se dio cuenta que eran bengalas insignificantes.

Fueron breves segundos de descanso cuando el primer silbido en el cielo dejó sordos a todos. Todo había comenzado.

El primer balazo vino de algún lado desconocido, y fue suficiente.

El ejercito contestó en dirección a donde había surgido el ataque: el edificio Chihuahua; y la balacera comenzó. Caos.

El pánico inundó la plaza y la masacre comenzó, todos corrían pues el ejercito dispara indiscriminadamente a nivel del campo, mientras también una lluvia de balas caía desde diferentes puntos en las alturas.

No había a dónde huir, muchos corrieron hacía los edificios de apartamentos sin saber que corrían hacía sus tumbas, otros se resguardaban donde podían.

-¡Los estudiantes atacaron! –Manuel escuchó a un soldado gritar, no lo podía creer, el movimiento siempre se había inclinado hacia la movilización pacífica

Él lo sabía, era imposible, el primer disparo –él lo vio- vino de un lugar desconocido pero extrañamente estratégicamente ubicado del lado en dónde estaban los líderes del movimiento.

El miedo se le contagió, miró a su lado y todo era tan extraño, pudo ver como sus compañeros, los desconocidos, hasta los soldados caían como moscas en medio de la confusión y el corazón se le hizo pequeño. Juan, ¿dónde demonios estaba Juan?

Desde una pequeña ventana el estudiante de Medicina maniobraba una pistola automática, no había jalado del gatillo ni una sola vez, su mano estaba cubierta por un guante blanco y él estaba marcado desde ya. No podía, no podía accionar el arma, era demasiado.

Fue un momento preciso, estaba a punto de disparar cuando lo vio ahí, en medio del humo, la sangre y los gritos, estaba perdido, parecía un niño pequeño que no entiende lo que pasa. Era el blanco más vulnerable, pues no corría, estaba de pie en un shock paralizante.

Con enojo Juan soltó el arma y se quitó el guante para bajar desde su puesto de francotirador. ¡Lo van a matar!, pensó mientras salía del apartamento que ocupaba como puesto vigía.

-¡Hey!, ¡Andrade!, ¡¿A dónde vas?! –le gritó un acompañante, también vistiendo un guante blanco-, ¡si te largas no te pagaremos!

Pero a Juan poco le importó, ya ni siquiera escuchó. Al salir a la plaza pudo ver toda la destrucción, oler toda la sangre, escuchar todos los llantos. Y ahí, entre todo el sinsentido estaba Manuel.

-¡Te van a matar!, ¡idiota! –le gritó y Manuel salió de su estupor, volteó y sonrió.

-¡Estás bien! –lo abrazó sin pensarlo dos veces.

-¡Claro que estoy bien! –Juan lo tomó de la mano -¡resguárdate, por favor!

Junto a ellos los cuerpos seguían cayendo y el ruido era insoportable, corrieron entre pólvora y cadáveres, Manuel miraba con horror, jóvenes, mujeres, niños, todos por igual caían muertos, o heridos gritando de dolor.

-¡Por favor! –repitió Juan.

Pero ya de nada sirvió. Se sintió jalado de la mano con la que tomaba a Manuel, la misma mano que antes portaba el guante blanco. Se giró para ver y como si el tiempo se detuviera vio al amor de su vida caer con una herida en la yugular.

-¡No! –gritó y antes de que Manuel tocara el suelo lo sostuvo y lo jaló hasta el interior del edificio Revolución de 1910, que era el más cercano.

-Me duele –susurró Manuel una vez estando resguardado debajo de las escaleras del edificio de apartamentos.

-Te vas a poner bien –Juan trataba de mantenerlo despierto, pero la sangre era demasiada.

-¿Por qué? –preguntó y no supo que le dolía más, si la herida o la pregunta.

-Porque soy un tonto, porque quería un futuro para ambos... –Juan estaba a punto del llanto, apretaba la mano de su amante como tratando de que de ese modo no se le escapara.

Y a pesar de todo Manuel sonrió y alcanzó a alzar su otra mano para acariciar el rostro de su médico-, lo sé –la voz sonaba cada vez más ronca, más lejana-, hubiese querido que fuera de otro modo.

-Yo también.

-Te amo.

Y Manuel se fue. Juan lo abrazó con todas sus fuerzas y la sangre lo empapó por completo.

---

-Yo... –Juan, con 40 años más encima hablaba a ese rincón debajo de las escaleras del edificio Revolución de 1910-, yo lo siento tanto Manuel, siento haber sido un cobarde, un traidor... pudimos haber solucionado nuestro problema de otro modo-, pausó para dejar un clavel rojo en el preciso lugar donde su novio había muerto, porque decía que aquella herida en su cuello era extrañamente igual a una flor sangrienta-. Tanto que hubieses disfrutado hoy –rió con tristeza-, si vieras que ahora nos aceptan y hasta es legal unirnos, si vieras todo lo que pasó después, todo el infierno de la guerra sucia, si vieras como hay jóvenes que aun destellan ese brillo idealista en sus ojos como el que tú tenías... y pensar que estás en el cielo y para mi está destinado el infierno, pensar que no podré alcanzarte cuando sea mi turno de partir-, lloró una vez más, con rabia, como tristeza, con desesperación-, yo también, yo también hubiese querido que fuera de otro modo.

Notas finales:

Aclaraciones:

-Todos los sitios mencionados existen.

-Algunas partes son totalmente especulativas (la creación de los Halcones, el como era el ambiente por esos días previos, etc., digo, no viví en esa época)

-"Poli" se refiere al Instituto Politécnico Nacional o IPN, archirrival deportivo de la UNAM, aunque ambos, junto con otras universidades estaban unidas en el movimiento estudiantil.

-El artículo histórico que menciono que el ejercito destruyó es era una puerta tallada del siglo XVIII, que derribó con una bazuka.

-La cifra exacta de muertos no se sabe, las cifras oficiales hablan de decenas o a lo mucho centenas, las cifras extraoficiales hablan de miles.

-Si son de México o vienen a México recomiendo ampliamente visitar Ciudad Universitaria, es un paraíso cultural.

http://es.wikipedia.org/wiki/Movimiento_estudiantil_de_1968_en_M%C3%A9xico


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