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Lo más importante por Prongs

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Notas del fanfic:

Originalmente esto era un oneshot, algo así como una continuación de Telepatía. Pero el sistema no me dejó subirlo todo junto, así que lo dividí en dos. De todas formas, no es necesario haber leído la historia anterior.

Disclaimer: Girugamesh no me pertenece. Yo soy sólo una humilde fan que intenta aplacar el hambre de leer algo sobre ellos escribiendo.

Nunca tuvo problemas admitiendo cuánto le desagradaban las mujeres, ni tampoco se molestó en fingir interés por ellas, y si pensó alguna vez que eso podría llegar a traerle alguna consecuencia, le había restado demasiada importancia.

 

Vaya que le había acarreado problemas.

 

Acababa de echar a perder, tal vez, lo más valioso que poseía.

 

Satoshi, en ese aspecto, era todo lo contrario a él. Aún cuando estaban juntos como pareja, seguía admirando al sexo femenino con lo que le parecía el mismo descaro que antes y eso le dolía. No lo soportaba. Porque él sabía. Sabía que habría cosas que por mucho que se esforzara siempre le saldrían mejor a una puta mujer y ese conocimiento le atormentaba.

 

“Sabes, eres demasiado duro con él”, le había dicho Shuu cuando notó los ataques de celos que le agarraban cada vez que Satoshi siquiera posaba la vista dos segundos sobre una chica, “Tiene veinte tres  años, ¿qué planeas hacer? ¿Arrancarle los ojos?”

 

Aunque odiase admitirlo, el gordo-intento-de-doctora-corazón tenía razón. Ryo conocía mejor que nadie cuán pervertido podía llegar a ser su compañero, no por nada habían sido novios por un intervalo nada despreciable de tiempo, y en el fondo sabía que el que debía ceder era él. Aprender a domar sus celos, si de verdad quería que su relación avanzara.

 

Era un poco tarde para recordarlo, de todas formas.

 

Soy un idiota, se repitió por enésima vez mientras jugaba con sus pies mojados que pendían del balcón de su departamento. Llovía a cántaros desde la noche anterior, y eso en cierta forma le reconfortaba. Satoshi amaba las nubes y la lluvia, y le ponía contento que el más alto al menos tuviera ese consuelo. De hecho, podía verlo, en exactamente la misma posición que él, sentado en el piso del balconcillo de su cuarto, con la mirada perdida en el gris del cielo, como si cada gota que cayera del cielo tuviera algo hermoso que compartir con él en un lenguaje que sólo él podía entender.

 

Demás está decir que casi se le había salido el corazón por la garganta cuando le había visto así, tan cerca del borde, con ambas piernas asomando entre los no tan delgados barrotes de la estructura, un día que había llegado un poco más tarde a casa.

 

“¿¡Pero qué mierda estás haciendo, bakayarou!? ¿¡Quieres matarte!?”, había chillado, colgándose de su cuello y empujándolo con brusquedad hacia atrás, “¡Desconsiderado, sueña que te voy a permitir que hagas semejante cosa!”

“Ryo, okaeri”, le había saludado él como si estuvieran los dos tirados en la alfombra de la sala en lugar de sobre la fría baldosa de afuera, “Luces nervioso, ¿pasó algo?”, el mayor se había dado vuelta para darle un pequeño beso en los labios y jugar con sus trenzas, como siempre hacía. No había escuchado una palabra de lo que le había dicho. Por poco no había terminado mordiéndole la boca, de pura ira, ¿estaba esquivando el tema acaso?

“Nervioso, ¿YO?”, había ironizado patéticamente tras tomar aire,“¡POR FAVOR, no me insultes! ¡Apenas me afecta enterarme así que tengo un NOVIO SUICIDA! ¡Hijo de puta, creí que confiabas en mí! ¡Me prometiste que me ibas a decir cuando te sintieras mal, eres un puto! ¡Puto, puto, puto, puto!” no se había cansado de exclamar, dándole un golpe tras otro en el pecho, pretendiendo que le doliera y fallando miserablemente.

 

El vocalista se le había quedado viendo, aparentemente teniendo repentinos problemas para entender el japonés. Después había parpadeado, sonreído, y finalmente echado a reír mientras lo abrazaba con fuerza.

 

Sus carcajadas eran la cosa más linda que alguien podría imaginarse nunca. A Ryo siempre lo dejaban tonto y la combinación de ellas y sus brazos rodeándolo, logró que todo el enojo que le había invadido se fuera tan rápido como había llegado. Casi se había olvidado de lo que hacían allí, a merced de la lluvia y el viento, cuando Satoshi había hablado finalmente.

 

“Te amo, no puedes estar tan loco, Ryo, eres hermoso. Deja de preocuparte, ¿si? Puedo ser depresivo, pero suicida no, menos ahora.”, había hecho una pausa enfatizando sus palabras, dándole una pequeña mordida en el cuello que le hizo soltar una risita, “Me relaja estar aquí, es todo.”

 

Volviendo al presente, Ryo esbozó una sonrisa triste.

 

Aquella había sido la primera vez que Satoshi le había dicho te amo, recordó, poniéndose de pie luego de decidir que ya tenía suficiente de humedad y aire fresco, entrando a su apartamento.

 

No había confesión más sincera que una que se soltaba sin pensar. Y eso era precisamente lo que había hecho Satoshi, que al darse cuenta de cuán petrificado había dejado al baterista, hasta le había pedido perdón, aterrado de poder perderlo por estar yendo demasiado rápido.

 

Eso había pasado dos semanas exactas después que habían empezado a salir juntos.

 

Todavía le consumía la culpa por no haber podido corresponderle como se debía. Quiso hacerlo, pero sabía que esa frase que tanto significado acarreaba lo perdería todo saliendo así de forzada de sus labios. En una situación así no importaba de qué forma lo dijera, sonaría vacía, y por nada del mundo quería que Satoshi pensara que le había respondido por compromiso. Pero tampoco quería quedarse callado y que se llevara la errónea impresión de que en realidad no estaba enamorado de él.

 

Las dos opciones eran asquerosas, y verdaderamente se había desesperado intentando escoger sin conseguir hacerlo.

 

Así pues, había hecho lo único que no era lo uno ni lo otro. Abrazarlo, como si de repente su vida dependiera de cuán fuerte pudiera asirse a él, y llorar. Llorar de felicidad, de incredulidad, de preocupación, de frustración.

 

Encendió su último cigarrillo, dejándose caer en el sofá, mirando sin ver el cielo raso sobre su cabeza. Todavía podía sentir el agradable perfume propio del vocalista, y la suavidad de las yemas de sus dedos viajando por sus mejillas, como si aún estuviera en ese instante junto a él, consolándole.

 

Viendo todo desde afuera, daba un poco de gracia pensar que se encontraba en más o menos la misma encrucijada que en esa ocasión.

 

Mas a él no le causaba. En lo más mínimo.

 

No solo tenía que pensar una buena forma para disculparse con Satoshi y pedirle que volvieran, sino que además tenía que resolver si esperaba un poco por el bien de ambos o iba corriendo ya mismo a su apartamento sin que le importara otra cosa más que el hecho de que al día siguiente tenían una presentación importante y debían hacer las paces a como diera lugar.

 

De lo contrario, tocarían para el carajo. Frente a la crème de la crème del rock japonés.

 

No era justo, no lo era. Habían llegado tan lejos. ¿Justo ahora tenían que pelearse? ¿No podía haber sido después del concierto? O al menos, no dos días antes.

 

Doy asco, no puedo estar renegando como si todo esto no fuera culpa mía, se regañó a sí mismo, casi masticando una de sus ya maltratadas trenzas. ¿Qué iba a hacer, encontrar otra vez una ‘salida alternativa’?

 

Cancelar el compromiso estaba fuera de cuestión, ya era demasiado tarde. Y echarse a llorar no serviría de nada. No le quedaba de otra más que elegir.

 

O arriesgaba el futuro de su relación con Satoshi, apresurándose en dar una disculpa que sabía bien él no consideraría sincera, o el de su carrera como músico.

 

En el escenario, no importaba lo profesionales que fueran, no podrían impedir que cada una de las canciones sonara dividida, fragmentada. Sería su batería por un lado, la voz de Satoshi por otro, y sus pobres amigos haciendo lo que pudieran para mantenerlos a flote.

 

Me niego, gruñó saltando de pronto de su lugar. Buscó entre una montaña de ropa – sucia o limpia, nadie lo sabía – el teléfono, aventándola sin demasiada ceremonia por otros rincones del living, hasta que dio con el aparatito, y retomó su anterior postura.

 

- Uh, Ryo? -  le contestó a los dos timbres la voz de Shuu – Ay, ¡me llamas para contarme que te arreglaste con Satoshi! ¿Verdad?

- Eh… - le dio lástima la fe del bajista, pero eso no le impidió continuar – No. De hecho te llamo para que te consigas otro baterista.

- … ¿Qué? – preguntó en un hilito de voz el líder, malinterpretando sus palabras - ¿¡ESTÁS DEJANDO LA BANDA, MALNACIDO!?

- ¡No, serás idiota! – desmintió, alejando considerablemente el tubo del teléfono de su oreja – Solo por mañana, no voy a subir ahí solamente para arruinarlo todo

- Ajá. – parpadeó, ¿tan rápido se había calmado? - ¿¡Me viste cara de mago, de brujo, o de qué mierda, Ryo!? – no, ya le parecía que no - ¿¡Quieres que saque un baterista sustituto de mi sombrero!? ¡Sabes que no hay nadie que pueda reemplazarte, y no me refiero nada más a la presentación de mañana!

- Pero, Shuu…

- Pero nada. Además, pensé que Yoshiki era tu ídolo. ¿Te olvidaste de que estará ahí, no quieres que te escuche en vivo?

- No me olvidé – enredó aún más el cable del teléfono, convenciéndose de que la salida fácil que se le había ocurrido tampoco iba a ser posible – Pero no quiero que nos vea dando la mitad de lo que tenemos, ¿entiendes? Prefiero que no me escuche, si va a ser así.

- ¿Crees que yo estoy muy feliz sabiendo lo que va a pasar? Pero es lo único que podemos hacer. Si cancelamos ahora, todos pensarán que nos acobardamos, y no seremos más Girugamesh. Seremos la banda de las gallinas.

- ¿No me vas a decir que reconciliarme ahora con Satoshi solucionaría todo? ¿No vas a presionarme para que lo haga? – Ryo sentía, de algún modo, que era lo que debía hacer, por la banda.

- Él no lo aceptaría de todas formas – respondió con simpleza el líder – Además, no soy tan mala persona, ¿sabes? Nosotros ya nos recuperaremos de ésta, ustedes son más importantes.

- Shuu… - qué sensible que estaba, lo había conmovido.

- Está bien, Ryo. Somos buenos músicos, puede que no sea nuestro mejor live, pero tampoco va a ser la muerte.

- Sí, es verdad

- Igual, no creas que no los voy a freír en aceite hirviendo a ti y al otro tarado en cuanto bajemos del escenario mañana – ah, ese sí era el Shuu que conocía, pero aún así su tono de voz distaba mucho de ser amenazador – Nos vemos.

- Sí, nos vemos

- Y, Ryo…

- Na?

- Duerme

- Hai

 

Bostezó, volviendo a tirar el teléfono por ahí. Aplastó la colilla del cigarrillo en un cenicero, dando un vistazo alrededor y notando con algo de amargura que si Satoshi hubiera podido ver la cantidad de mugre que había por todos lados, se habría vuelto loco.

 

Supuso que era normal, si hacía más de dos meses que solo se detenía en su departamento para recoger algo o para regar las plantas.

 

Siempre quiso proponerle que se mudaran juntos, pero para cuando se percató de ello prácticamente habían empezado a hacerlo sin decir nada y escogiendo por razones obvias la morada del vocalista. Había sido como un acuerdo tácito, en esa clase de comunicación especial que existía entre ellos. La que no necesitaba palabras ni admitía mentira alguna.

 

Haciéndose un ovillo en el sillón, sintiendo mucho frío de golpe, dejó de intentar hacerse el duro, y finalmente se quebró.

 

Todo lo que deseaba en ese momento era estar en casa, y dejar de sentir ese frío espantoso que le calaba por dentro.

 

Porque las cuatro paredes que le rodeaban no eran su casa. Y sabía que podía mudarse mil veces, que tampoco conseguiría poder llamar otra vez a ningún espacio mediante ese sustantivo, si en cada uno de ellos lo único presente sería la ausencia de la persona que amaba.

 

Enjugó sus lágrimas sin mucha delicadeza, apoyando el mentón en sus rodillas, pensando que tal vez probaría diciéndole algo así, cuando fuera el momento de intentar enmendar su error.

 

“Dios, ¿por qué tarda tanto este tarado?” se había quejado Shuu, mientras se abanicaba con una revista, “Me muero de calor”

“Apenas han pasado diez minutos” dijo Nii, parándose para bajar más la temperatura del aire acondicionado.

“¡La máquina de bebidas queda aquí abajo, no a diez cuadras! Tendría que estar de vuelta ya, ¿qué se supone que se quedó haciendo?”, parpadeó, escuchando el portazo que había dado el baterista saliendo como bólido del estudio, seguro malinterpretando lo que acababa de decir, “Aquí vamos otra vez…”

 

Como el ascensor estaba ocupado, había bajado las escaleras de tres en tres, hasta que tres pisos más abajo dio por fin con la cafetería. No hizo falta que ingresara a ella para encontrar a su entonces novio, sentando en una pequeña banca al lado de una expendedora de bebidas junto a una chica desconocida que se ganó su inmediato odio.

 

Estaban demasiado cerca. Satoshi estaba firmándole el brazo con lo que se le había antojado un entusiasmo excesivo, a pesar de que todo cuanto estaban exhibiendo sus facciones era una pequeña sonrisa. La muchacha hablaba como si fuera una gallina en pleno corral, parpadeando exageradamente, y aunque su interlocutor no hacía más que asentir o usar monosílabos, eso no parecía declinar su ánimo.

 

“¡Ryo-kun!”, había notado ella su presencia, sin dejar de pasar sus inmundos dedos por los brazos del vocalista, “Hajimemashite! Creo que me voy a morir de felicidad, hoy es mi primer día de trabajo aquí y ya los conocí a los dos”, entonces apretó ligeramente la piel de Satoshi, y agregó casi consiguiendo que le saltara al cuello a estrangularla, “y Satoshi-kun es tan lindo. Soy muy afortunada”

“Ven. Ahora.”, había exigido, después de espantar como si se trataran de un par de mosquitos molestos las manos de la muchacha para que dejara de insinuársele de esa manera tan asquerosa frente a su propia cara.

“Discúlpanos, por favor”, había alcanzado a excusarlos el mayor, antes de que Ryo lo jalara sin nada de sutileza lejos de allí.

 

Había caminado casi arrastrándolo hasta la esquina del pasillo, antes de abrir la boca para reclamarle lo que venía quemándole el estómago desde que lo había visto.

 

“¿Qué se supone que estabas haciendo?”, inquirió de mal talante, fulminando con la mirada a la muchacha que seguía sentada a unos metros de ellos, y que no les quitaba la vista de encima.

“Estaba dándole un autógrafo, ¿qué más iba a estar haciendo?”, le había respondido del mismo modo Satoshi, “Es una fan, Ryo, no una come-hombres”

“¿Es que estás ciego?, ¿no viste la cara de hambre con la que te mira?”, frunció aún más el gesto, cruzándose de brazos, “Y para dar un autógrafo no hace falta que te toque todo, ni que tú la toques a ella”

“Sólo estaba apoyada en mis brazos, no estaba tocándome el culo”, señaló mientras tapaba y destapaba  una y otra vez el marcador negro que sostenía, “Quería que le firmara el brazo, ¿qué tiene de malo eso?”

“¡Que es una puta, eso tiene de malo!”, bajó la vista, tomándose a mal la impaciencia que mostraba su novio que no paraba de hacer ruido con la tapa, “Ve con ella, si tanto te gusta. Si de verdad no tiene nada de malo. ¡Haz lo que quieras!”

“¡Es que no lo tiene, Ryo! ¡No tiene nada de malo, porque no me gusta, porque no la conozco ni me interesa conocerla!”, ante su silencio, Satoshi paró por fin de jugar con el marcador, y dejándolo caer, usó su mano para subir su mentón y obligarle a verlo a los ojos, “¿Tanta es la desconfianza que me tienes, que piensas que voy a engañarte con cada chica que se me cruza por delante? Esta no es la primera vez que nos pasa lo mismo, Ryo,¿no estás cansado?”

“Yo no…", había intentado hablar, sin saber qué responder primero, sintiendo pánico al darse cuenta que acababa de meter la pata como el mejor. ¡Satoshi pensaba que no confiaba en él!, “Yo sí confío en ti, pero-”

“Si hay un pero, es porque en realidad no lo haces, Ryo”, le había interrumpido, soltando su barbilla, “Yo sí estoy cansado, ¿sabes? Cansado de hacerte sentir de esta manera, y ya no sé qué hacer. He intentado tanto darte seguridad para que no te persigas más con esto, pero nada sirve. Nada sirve.”, le dedicó una mirada dolida, y Ryo pensó que se moría allí mismo. “Todo el tiempo estás preocupado pensando que voy a dejarte, ¿es que nunca podré convencerte de lo que siento? ¿Va a ser siempre igual, tendré que vivir viéndote sufrir por no ser capaz de conseguirlo?”, se mordió los labios recordando con bronca la forma en la que se había quedado callado como un idiota, malgastando cada segundo en no hacer otra cosa más que llorar, observando cómo los ojos de Satoshi se iban humedeciendo también poco a poco, “No, Ryo, no puedo seguir así. No quiero ser nunca más el causante de tus lágrimas. Nunca más”, se agachó a recoger el marcador, y antes de alejarse dijo tal vez lo único que podía impedir que saliera corriendo tras él, “Avísame si alguna vez puedes llegar a confiar en verdad en alguien, Ryo. Pero, creo que… nosotros estaremos mejor siendo solo amigos”


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