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El Uke Caprichoso por katzel

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Cuando Olivert Kenwood le dijo a su pupilo que no lo dejaría ir al baile de los Bentshaw el viernes en la noche, le escuchó lanzar un chillido tremendamente agudo que fue el incio de su declaración de guerra.

El joven Danna, con los cabellos marrones ondulados desordenados sobre la cara, apretó los puños de su blanca camisa e infló las mejillas enrojecidas por la cólera.

Olivert no se inmutó y continuó con su rutina, tomó el canapé de la bandeja, abrió el periódico y se concentró en las noticias en vez de prestarle atención a la rabieta de Danna pues nunca sabía en qué podría acabar.

Sin embargo esta vez no era tan fácil de ignorar.

Danna empezó a gritar que por qué rayos no se le dejaba ir al baile, que Olivert era un carcelero aburrido, un ogro, un frustrado social y por pura envidia deseaba dejarlo a él, (circunstancial víctima del asunto) encerrado cual monje benedictino de la era medieval.

Alternadamente empezaba a jurar en alemán - como solía hacer cuando perdía el control - y a invocar una legión de demonios germanos para que se llevasen al infierno a Olivert e hicieran cosas censuradas con su alma.

Olivert, con su pasmosa calma inglesa seguía con la vista los informes de la bolsa de valores esperando que el muchacho se cansara para poder leer las caricaturas políticas sin mayores contratiempos.

Danna le arrancó el periódico de las manos haciéndolo pedacitos y exigiéndole en tono de archiduque que le dijese cuáles eran las injustas razones que podían existir para negarle ir al baile donde de hecho iba a encontrar al heredero de los Kosov, el muchacho ruso más guapo e interesante de toda esa estúpida temporada primaveral, el príncipe azul de sus sueños, multimillonario, noble, educado, un dios-pastelito que se iba a enamorar de él con sólo una pieza bailada y que acto seguido le pediría matrimonio rendido de amor...

Claro que todo este plan se podía ir al diablo si Olivert insistía tontamente en dejarlo enjaulado en casa.

El inglés esperó educadamente a que se le acabara el aire mientras limpiaba los cristales de sus lentes con su paño de terciopelo y luego con correcta entonación dijo:

- Disculpe usted, joven Eichmann pero no puedo dejarle ir en castigo por el bochornoso incidente en el palazzo de Madame Arnoux, su tía. Semejante comportamiento merece una sanción ejemplar y es precisamente lo que estoy dispuesto a aplicar... desde que su padre, Lord Eichmann lo dejó a mi cargo...

Mala idea mencionar a su padre. Danna con renovado ímpetu gritó que su padre era otro abusivo, esclavista, absolutista y carcelero, luego volvió a la lengua alemana tan rápidamente que su preceptor no le entendía ni jota.

Acompañaba sus gritos con zapateos y en medio de su furia agarró un florero cuyo líquido echó al rostro de Olivert y el resto lo envió en un viaje sin retorno al piso haciéndolo trizas.

De inmediato, la tromba de fuego adolescente subió las escaleras haciendo temblar los escalones y echando a su paso todos los objetos de loza, relojes o cuadros que se le atravesaban.

El final del camino era su habitación donde se encerró con un tirón de puerta a patalear a sus anchas.


A sus treinta años Olivert pensaba que este muchacho ponía a prueba toda su paciencia.

Llamó al mayordomo y al ama de llaves para que dispusieran a los criados en la limpieza de la sala.

Luego subió hacia el cuarto de Danna calculando los destrozos para mandar a hacer una nueva factura a lord Eichmann donde también tenía que añadir los objetos pulverizados en casa de Madame Arnoux.

Escuchándolo dentro de su recámara, Olivert respiró hondo y llamó a la puerta.

- Joven Eichmann... abra la puerta por favor...

Una avalancha de curiosos apelativos lo recibió del otro lado entre los cuales destacaban por su finura "cabeza de rata" y "trasero de galleta"... evidentemente todo fue recitado con su idioma favorito que lanzaba a razón de mil palabras por minuto.

Olivert sacó de su bolsillo la copia de la llave y se persignó antes de girar la manija.

Esta vez fueron objetos contundentes los que volaron hacia él.

Banquitos de madera, lámparas, piezas de dominó soldaditos de plomo, barquitos a escala y cajitas musicales.

Cuando se quedó sin nada que tirar, Danna abrió su enorme ropero aventándole camisas de seda a modo de pelota.

Una casaca azul que intentaba sacar se enredó en el espejo del ropero que se tambaleó debido a la fuerza impulsiva de su amo, el artefacto casi dio un paso en falso cayendo hacia adelante.

Olivert corrió a empujar a Danna soportando el peso del mueble sobre su brazo derecho hiriéndose la muñeca con una de las volutas de madera.

Danna aún agitado sacó a Olivert de su posición quedando a gatas encima de él.

- Olivert...

El rubio maestro, sin lentes, con los rubios cabellos derramados en el piso, el traje desordenado, desgarrado bajo el hombro mostrando parte de su cuerpo, se veía demasiado bien a los ojos del discípulo.

- Danna...

No solía llamarlo por su nombre, y el chico recibió ese "Danna" como una señal celestial.

Deseaba estudiar ese rostro tan serio, la tersura de la frente, los ojos azules, la curva de los labios.

- Danna... qué...

Lo miraba con arrobamiento especial.

Más cerca... más cerca... más cerca...

Olivert no lograba hacer conciencia de lo que estaba pasando en ese momento.

Pero reconocía en el fondo que no deseaba que terminase.

Estaba debatiéndose con él mismo la corrección o incorrección de sus actos.

Hasta que su pupilo lo besó.

Fue corto pero bastante cálido, había mucha ternura en Danna que él ni siquiera sospechaba.

Luego el de cabellos marrones lo ayudó a levantarse.

Por primera vez desde que llagara a la casa con una montaña de caprichos, Danna estaba completamente mudo.

Se sentó en la cama con la mente puesta en otro lugar.

Olivert se dirigió a la puerta y también hizo por vez primera una concesión:

- Está bien... tiene permiso para ir a la fiesta del viernes si es su deseo...

Luego desapareció por las escalers.

¿El beso había removido algo en él?

O quizás era una impresion dispuesta a olvidarse poco a poco con el tiempo.


Cansado emocionalmente, Olivert pidó el té y mandó a traer el libro de "Las Aventuras del Club Pickwick" para distraerse.

Calculaba que en una media hora podría remover el incidente de su pensamiento para sentirse tranquilo como siempre.

Danna bajó envuelto en su sábana roja y se sentó calladito a su lado.

- Tiene permiso sólo hasta las diez ya que el cochero... - empezó Olivert.

- No voy a ir al baile.

- ¿Ah?... ejem.. disculpe joven pero...

- Prefiero quedarme en casa, contigo.


Olivert estaba sudando frío.

Prefería atribuir este cambio a la teoría de que Danna estaba madurando hacia el reino de la cordura.

Continuó con su lectura.

- ¿Qué estás leyendo?

- "Las Aventuras del Club Pickwick" de Charles Dickens.

- ¿Puedo leer?

- Pero si intenté explicárselo la semana pasada y dijo...

- Al diablo con lo que dije... ahora me parece de lo más interesante... y deja de decirme usted... desde ahora te ordeno que me llames "Danna"

- Imposible señor... me sentiría a la mar de incómodo , además usted vino para aprender buenas costumbres, no para hacerme perder las mías que por cierto son excelentes.

- Hum... ya te enseñaré a decirme Danna... pero por ahora leamos juntos...

- Pero ya está avanzado señor, si desea le daré el libro.

- Ni hablar, seguiré desde donde estés y si no entiendo algo te preguntaré.

Una voz le gritaba a Olivert que la lectura nunca había entretenido demasiado a su pupilo y que andaba en terreno peligroso.

El muchacho, hecho un bendito, con la cabeza apoyada en su hombro herido sonreía.

Bueno, mientras se acabasen sus ataques de ira en Osten Square, el tutor no se iba a romper la cabeza averiguando sus razones.

Sólo que ahora Danna estaba encaprichado con él y sus problemas no hacían sino empezar.

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