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Shadow por katzel

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Celaphais llegó a nuestro guetto a principios de Noviembre.

Fue un día cualquiera de esos que nunca terminaban de pasar como las nubes grises inmóviles en la inmensidad.

Vino caminando tranquilo, con las manos en los bolsillos, sin apresurarse, permitiendo que le veamos a placer.

Estaba vestido con una larga cafarena de hilo negro cuyas hebras desilachadas se movían al paso dando una sensación de silueta recortada en el horizonte,  completaba su atuendo un pantalón oscuro lleno de rasgaduras que permitía ver por momentos parte de su blanca piel.

Aparentamos completa indiferencia, pero comprendimos que venía a cambiar nuestro mundo para siempre.

Lo que nos estremeció fue la extremada brillantez de sus ojos y la indudable frescura de su belleza.

Hasta ese momento no habíamos poseído un tesoro como él.

Nosotros, los Cuervos sin amo, vagabundos de la Urbe, habitantes de la lejana Ciudad Negra... caímos rendidos a sus pies.


Éramos hijos de alguien, hermanos de alguien, amigos de alguien... pero en nuestro guetto ... todos aquellos lazos con la humanidad se habían disuelto... éramos personas sin pasado y sin futuro.

Nuestra consigna: no tener sentimientos... no tener ilusiones... permanecer en silencio... ver pasar las estaciones bajo el puente de piedra, al lado de los dos unicos cerezos del mundo.

Y Celaphais venía sin avisar, casi a la entrada del invierno a revivir la hojarasca de aquellos corazones secos que se habían cansado de amar, de esperar y de creer.


- ¿Puedo permanecer con ustedes? - dijo sonriendo lleno de confianza.

Era el momento de rechazarlo y alejarlo, de mantener nuestra paz, de protegernos con escudos de hielo, de decirle que no.

Pero en aquellos breves segundos en que se acercaba llegó a hacerse tan querido, tan necesario...

Que cuando dijo su nombre ya estaba decidido que se quedaría con nosotros hasta que el viento le dijese que podía buscar otra lejana ciudad.


Nunca fuimos tan felices.

Al amanecer frío Celaphais nos sacaba del guetto para ver la salida del sol gris.

Bajábamos corriendo a su lado hasta la Urbe dejándonos llevar por la pendiente de la colina.

Era un festín de belleza verlo respirar al otro lado de los escaparates, dejarlo modelar salvajemente sobre los pilates de la carretera entre los autos veloces que podían destrozarlo de un sólo movimiento si llegaban a tocarlo, escucharlo cantar con aquella voz de ave a todo pulmón en las escaleras del subterráneo.

Luego pintaba su nombre con un carbón negro en todas las paredes.

Nos alimentábamos de aquella juvenil inocencia, Celaphais era nuestra droga.

Siempre bullía en ideas y colores interminables que nos permitían morir y nacer a cada instante.

Jugamos con pasión los juegos más descabellados.

Nadamos con ropa en la laguna de los gansos del parque nacional.

Caminamos hacia atrás días enteros chocándonos con toda la Urbe.

Dormimos bajo las estrellas en una playa vacía hasta la saciedad.

Lloramos con él cuando encontró la gaviota muerta en medio de la arena.

Hicimos fogatas en el guetto, aullamos a la luna, llamamos a los espectros.

Y así florecieron los días bajo los árboles que por primera vez fuera de temporada se llenaron de cerezos.



Él tenía un lado salvaje.

A veces cuando hallábamos a los smukers (drogadictos en estado de putrefacción) enloquecía y saltaba sobre ellos sin compasión.

Seguramente algo de eso le hirió en el pasado y fue la causa para que huyese sin desear retornar al lugar de donde provenía.

Su violencia nos parecía igual de hermosa.

Por que fuera de esos momentos de animal feroz y despiadado sabíamos que dentro latía un corazón apasionado.

Y contrastaba tan vanamente con su ternura sin límites de niño a flor de piel...

Que ciegos, sordos y mudos le amaríamos a pesar de todo, contra viento y marea.



Al inicio mirando aquella brutalidad energética pensamos que no tardaría en ofrecernos su cuerpo.

Alguien con ese fuego corriendo por las venas no podría dejar de desear ser poseído con la misma fuerza.

Por eso nos soprendimos con su ascética repugnancia hacia el sexo.


A quienes quisieron tocarlo les marcó con el hierro ardiente de su mirada convirtiéndolos en parias y malditos.

Esos cuervos dejaron el guetto y no volvimos a saber de ellos.

Sólo mirarlo, sólo contemplarlo y adorarlo a la distancia.

Así era el mundo de Celaphais, nuestro señor absoluto.

Aquel adolescente que se perdía entre las mangas de las chompas siempre deshilachadas y grandes.

Que caminaba en la nieve y bailaba bajo la lluvia entregándose al ritmo secreto de su sangre imparable y cinética.

Así lo amábamos sin posibilidad de cambiar.

Los Cuervos de la Ciudad Negra.



Un día Celaphais se fue tal como había venido.

Ya el viento había hablado con él y le informó de un lugar maravilloso y mágico, lejos de la Urbe, lejos del guetto, lejos del mar.

Sólo se levantó y dijo:

- Adiós...

Y echó a correr calle abajo y se perdió en la distancia.


Parecíamos entes sin voluntad bajo el puente del cerezo.

Durante días esperábamos que regresase, mustios, compungidos y tristes.

Señalábamos sus juguetes para que los otros entendiesen que lo extrañábamos como al corazón antiguo que ya estaba perdido.

Quebrados y rotos por dentro, los cuervos abandonaron el nido y regresaron a casa.

Sólo quedé yo.


No guardaba esperanzas de que volviese.

Simplemente no tenía a dónde ir.

Ordené todos sus sueños por tamaños y colores.

En mi soledad recordé aquellos días tan felices.

Cuando ya estaba empezando a olvidar cómo era su rostro le volví a ver.


- ¿Te han dejado solo, Shadow? - me preguntó.

- Um...

Tendió su mano hacia mí esperando que la tomase.

- Entonces serás mi sombra.

Así fue...


El color regresó a todos los atardeceres en blanco y negro que veía en la espera.

Conocí todas sus expresiones en la tonalidad de la felicidad a la angustia pasando por las gamas más extrañas y confusas de su ser.

No quería sonreír tanto a escondidas...

Soy sólo Shadow... no me es posible tener otras ambiciones.

No creo que se pueda atrapar al viento que corre libremente y sin ataduras.

Así estaré bien.

Él camina, bufa, ríe, sueña y vive el carnaval de la vida.

Yo soy la sombra que anda a la par.

Me conformo con la bendición de acompañar a un ángel soberbio y desbordante de vida como él.

Sólo que es tan deslumbrante cuando está calmado, encerrado en su propio mundo...

En esos pequeños instantes me gustaría dejar de ser lo que soy y extender mis manos hacia la luz y tocarle.

Pero son sueños que se desvanecen con la bruma y nunca podrán ser cumplidos.

Seguiré siendo un cuervo lejano y frío.
Notas finales: - Neeee Shadow... mira como cae la nieve...

- Um...

- Neee Shadow... no es necesario que prendas la fogata... cuando lo haces la sombra se aleja y se refleja en el muro...

- ...

- Y la sombra es algo que sólo debe estar abrazada a ti, por que es parte de ti mismo...

- Celaphais...

- ¿Cuándo me abrazarás para protegerme del frío, Shadow?

- ...

- Así está bien... no me sueltes nunca... recuerda: la sombra y la persona, al final son uno... no se pueden separar...

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