Niebla reflejada
Alguna vez se lo había preguntado, se preguntaba qué vería en él cuando le acercó la espada a la cabeza por primera vez, mirándole con esos ojos llenos de furia. Sus ojos deberían de ser plateados, como un mar de niebla al que te podrías perder, ¿pero vería más allá del color? Ahora, pasado el tiempo y las batallas, se lo volvía a preguntar al verse en la misma posición, con Mugen besando su garganta. Los ojos azul oscuro brillaban con la chispa de la lucha y todo el cuerpo del otro se encontraba en tensión. Conocía esa mirada y también lo que iba a suceder, por eso una sonrisa afloró en su cara, imitando la que sin duda estaría a punto de aparecer en la cara del psicópata que tenía delante.
¿Qué vería cuando hacían el amor después de la batalla? Mientras sus dos cuerpos cubiertos de sudor y saliva se fundían hasta que el universo eclosionaba y se volvía a reducir para formar una simple burbuja a su alrededor.
Después de todo, se preguntaba si Kanda sabría que dentro de él se encontraba el ser que tarde o temprano tendría que matar y, si al mirarle a los ojos, no vería el 14º en vez de Allen Walker.
Espejo roto
Después de todo este tiempo, seguía preguntándoselo. Después de todas las vidas que había matado en su interior y todas las veces que había traicionado y se había ido sin decir adiós, se preguntaba si su alma podría sentir algún día la gran traición que cometía cada vez que se acostaba con ese ser.
Lo veía sonreír, sabiendo que a pesar de las palabras que salían por su boca, volvería a caer en sus brazos, presa de la lujuria que le embargaba y que solo él podía saciar con sus peligrosos juegos. Era una batalla perdida, al igual que la que hicieron en Edo, cuando intentó matarlo con su inocencia, viendo solo impotente como se escurría entre los edificios, con su eterna mofa impresa en todo su ser.
Pero cuando estaban ambos en el clímax del placer, cuando sus cuerpos se habían fundido y vuelto a moldear por sus propias manos, se preguntaba si, desde su trono de hedonismo, miraría hacía abajo y vería el espejo roto que ocupaba su cara, reflejando decenas de veces el mismo rostro.
Se preguntaba si sabía que el ser que había seducido con tanto éxito contaba los días hasta su muerte y exterminio, que pronto lo apartaría de su vida, sin decir adiós, desapareciendo entre la bruma.
Se preguntaba si Tyki Mikk cazaría el fantasma de Lavi a través de otra guerra.
Piruleta
Entre canción y canción, dejando que las notas murieran en su garganta, miraba al cielo y se preguntaba muchas cosas, algunas cosas no tenían respuesta y otras tenían demasiadas. Pero había una en especial que se repetía, sobre todo cuando su boca golosa devoraba una piruleta. Su mente viajaba hacía su muñeca, pensando en su precioso cabello quemado y en los vestidos que podría ponerle. Pensaba en sus ojos cubiertos de lágrimas y su frágil espíritu.
Oh, se había preguntado mil veces como sería encerrar esa figura de cristal en uno de sus sueños, mostrándole cada uno de sus temores hasta que su alma sangrara, hasta que su corazón destrozado se tuviera que agarrar a la primera mano que encontrara. Justo como hizo cuando era pequeña y se escapó, cuando se la encontró llorando en un callejón, sucia, descalza y con las ropas rasgadas. Recordaba su lengua cuando le ofreció una piruleta que llevaba encima y el beso que compartieron, un beso dulce como una chuchería.
Se preguntaba si seguía comiendo dulces dentro de esa estúpida orden que mantenía los preciosos pájaros dentro de una jaula de creencias y temores. Ella desde luego lo hacía, pues desde ese día las piruletas pasaron a ser su comida preferida. Se preguntaba si algún día la vería como una chica normal y no como una noé. Aunque puede que fuese más interesante tentar a la pobre huerfanita con una casa repleta de dulces, ignorante al mal que residía en tan bonita estampa.
Se preguntaba si Lenalee Lee algún día entraría en la casa de caramelo, acompañando a Road Kamelot hasta su fatal destino.