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Mientras vivamos por Prongs

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Notas del fanfic:

Aunque no se note es un oneshot, continuación de Lo más importante, pero no hace falta haberlo leído para entender.

Disclaimer: Girugamesh no me pertenece. Yo soy sólo una humilde fan que intenta aplacar el hambre de leer algo sobre ellos escribiendo.

I

 

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No. No era Año Nuevo, ni estaba cerca siquiera de ser una ocasión para celebrar.

 

Muy por el contrario, no recordaba hacía cuánto no se sentía tan desesperado e impotente.

 

Llevaba exactamente tres horas paseándose como alma en pena por el departamento que compartía con Ryo, y si los pisos pudieran gastarse el suyo ya mostraría sendas marcas de sus insistentes y nerviosos pies, que no parecían resignarse a mantener una sola posición mientras la persona que estaban esperando estaba vaya a saber uno dónde.

 

“Nos vemos en casa”, le había dicho Ryo sin voltear a verle, enfrascado en los últimos arreglos de una de sus nuevas canciones.

 

Él, sin querer molestarle, había asentido suavemente y procedido a tomar sus cosas para marcharse como justamente no quería hacerlo.

 

Solo.

 

Últimamente se sentía cada vez más apegado al baterista. Parecía que cada minuto que pasaban juntos, era un minuto que necesitaba triplicar para poder estar tranquilo, como si se tratase de una droga a la que se había habituado demasiado como para que la dosis acostumbrada le llegara de la misma manera.

 

Satoshi estaba orgulloso de su adicción, no obstante. Todos los días se esmeraba por hacerle saber a su compañero cuánto significaba para él el estar compartiendo su vida juntos más allá de la banda, y no desperdiciaba oportunidad para pronunciar frases que, sinceramente, jamás creyó que cobrarían tanta importancia para él.

 

Las palabras amor, necesidad, extrañar, compañía y muchas otras más no habían estado presentes en ninguna de sus relaciones anteriores y se había dado cuenta, gracias a Ryo, que cada una de ellas era algo que le había hecho siempre falta.

 

Y tan profundo era lo que sentía como el temor a perderlo que experimentaba cada vez que no lo tenía cerca. Apartarse siquiera un paso requería de toda su fuerza y cada segundo que pasaba sin él, era un segundo que pasaba aterrado.

 

Su lado pesimista emergía en esos momentos, queriendo traerle de la manera más ruda posible de vuelta a la realidad.

 

¿Hasta cuándo iba a durar toda esa felicidad? Nada era eterno, después de todo. Y por mucho que amara a Ryo, no podría retenerle a su lado para siempre. Llegaría el día en que ese par de ojos grandes y carentes de cejas se fijarían en los suyos solo para decirle adiós.

 

Por eso, cada vez que se reencontraban, contenía la respiración hasta que el menor se colgaba de su cuello y le decía que lo había extrañado. En medio de su contento, se recriminaba su absurda actitud y se repetía que esa era la última vez que iba a imaginarse algo semejante.

 

Pero cuando ya no había mejillas para acariciar y mimar ni trenzas para acomodar, ni la pequeña silueta que se amoldaba a la perfección en el hueco entre sus brazos, no podía evitar temer otra vez.

 

No era confianza lo que le faltaba. Satoshi sabía que Ryo le amaba, no era ese el problema.

 

Se rascó con tanta insistencia la cabeza que sintió que se la había herido, pero ni eso fue suficiente para distraerle de sus pensamientos fatalistas.

 

¿Qué tal si los sentimientos de Ryo ya se estaban enfriando, qué tal si ya estaban igual o más fríos que la cena que llevaba tres horas servida en la mesa y él no lo podía notar?

 

Frenó su errante caminata de pronto, sintiéndose un completo perdedor.

 

El tiempo le estaba ganando, arrebatándole poco a poco la estrella que apenas hacía nueve meses iluminaba y cobijaba su vida y su corazón.

 

Solo habían tenido una discusión importante en todo ese lapso, que además de haber afianzado la confianza entre ambos había dejado otra lección importante al vocalista. Algo que no olvidaba en ningún momento y que no podría olvidar aunque quisiera.

 

La certeza de cuán ficticio se volvería hasta el más ínfimo rincón del mundo si Ryo alguna vez le abandonaba. O si él lo hacía, empujado como había estado en aquella ocasión por un bien mucho mayor que su propia felicidad.

 

Mientras seguía esperando, procurando mantenerse alejado todo lo humanamente posible del teléfono – ya había hecho un uso del artefacto que equivalía a todo un año en alguien como él, que apenas y lo levantaba cuando era estrictamente necesario -, pensó en todos los peligros que encerraba la ciudad a esas horas para alguien tan inocente y descuidado como su koibito.

 

Era tan fácil dejarse llevar por su imaginación alimentada de su miedo y su sempiterna paranoia.

 

Él nunca había sido alguien que escogía lo fácil, pero después de cuatro horas de repetir como un mantra silencioso que Ryo debía estar todavía ocupado en el estudio y que ya volvería, su voluntad comenzaba a torcerse y su imaginación desbocada a ganar la batalla por cansancio.

 

¿Estaría Ryo a salvo? ¿Le habría ocurrido algo? ¿Estaría desmayado en algún lugar, impedido de llamarle para que lo fuera a buscar, herido tal vez? ¿Le habrían asaltado?

 

Las preguntas hacían un eco inaguantable en su cabeza, consiguiendo que el miedo se transformara en franco terror y diera vueltas como un remolino de humo venenoso y espeso en su interior.

 

Ya había llamado a Ryo cuarenta veces, y a Shuu y a Nii otras más. Quedarse un segundo más en casa de brazos cruzados iba a volverlo loco, tenía que salir a buscarlo por muy grande que fuera la ciudad y por muy pocas que fueran sus posibilidades de dar con él.

 

Sin pensarlo más, se calzó rápidamente e hizo amago de salir. Tuvo suerte de no alcanzar a cerrar la puerta, porque se había olvidado sus llaves, la billetera y el celular. Aprovechó para garabatearle una nota a Ryo por si volvía justo cuando él ya no estaba y dejó el lugar hecho una bala.

 

Los trenes ya no funcionaban a esa hora, así que tuvo que contentarse con un autobús, que le dejó pasadas las dos a unas cuadras del edificio de su discográfica.

 

Va a estar cerrado, pensó subiéndose el cierre de su delgada chaqueta, lamentando no haber traído un abrigo e intentando proteger aunque fuera un poco su garganta del frío.

 

Y estaba en lo cierto, pero por algún lado tenía que empezar y por eso había ido hasta allí. Sin sorprenderse, miró hacia las dos posibles direcciones que podía tomar y tras chequear por última vez su celular emprendió su camino.

 

Las calles estaban desiertas y silenciosas, lo único que interrumpía aquello de vez en cuando era un auto cruzando rápidamente el asfalto.

 

Su desesperación y angustia aumentaban con cada callejón vacío que revisaba, con cada nuevo minuto que se iba sin traerle noticias de Ryo.

 

Sin saber cuánta distancia había recorrido, ni cuánto tiempo había pasado, de pronto la crudeza de la situación le superó. Ya no podía seguir caminando sin rumbo, ni distinguir dónde terminaba su justificada preocupación y dónde comenzaba su paranoia.

 

¿Dónde estás?, preguntó para sus adentros como si Ryo fuera a escucharle, apresurándose en secar sus lágrimas y aclarar su vista.

 

Le había parecido ver unas sombras moviéndose a su alrededor y al escuchar unas risotadas fuertes se alegró al menos de encontrarse en una calle abierta.

 

- ¿Qué pasa, cariño, te perdiste? – se mofó un muchacho como de su edad, dándole un fuerte empujón, visiblemente bajo los efectos de una droga real y no una simple metáfora como la que él había mencionado antes.

 

Estaba conciente desde que abandonó el departamento de lo que podría sucederle si deambulaba a esa hora por ahí, por lo que tampoco se sorprendió al verse rodeado por varios hombres que tenían igual y peor aspecto que el que había hablado. Procuró no perder el equilibrio y esquivar lo mejor que pudo los golpes, al tiempo que su mente trabajaba a marchas forzadas para hallarle una salida al asunto.

 

Seguían riéndose como si haberse encontrado con un chico llorando fuera lo más divertido del mundo, hablando en un japonés difuso del cual Satoshi sólo podía captar palabras que prefería no reproducir.

 

Por lo que alcanzó a entender, acababan de salir de farra y él era el primero con el que se cruzaban, pero quería al menos asegurarse antes de intentar escapar.

 

- ¿Soy el primero de esta noche? – preguntó con seriedad, logrando que prácticamente se doblaran de risa y dejaran por un momento de arremeter contra él.

- Sí. ¿No eres feliz? ¡Eres especial!

 

Habiendo satisfecho la única duda que tenía, Satoshi procedió a inflingirle un puñetazo con toda la fuerza que pudo juntar al que tenía más cerca y aprovechó el lugar dejado por el caído para salir corriendo lo más rápido que pudo.

 

Mientras lo hacía, reconoció los nombres de las calles y recordó que había un autobús cerca que podía tomar para volver a casa. Esperaba que Ryo no hubiera vivido siquiera algo parecido a lo que acababa de ocurrirle y ya estuviera en casa, pero en ese instante la única oportunidad que tenía de salir entero de la situación era tener verdadera suerte y que el transporte público estuviera en la parada justo en el momento en que él llegara a ella. No podía darse el lujo de quedarse y seguirle buscando, ya que sin duda los energúmenos con los que se había encontrado darían con él otra vez.

 

No volveré a decir que tengo mala suerte, se juró a sí mismo al tiempo que subía al autobús escapando por los pelos.

 

El chofer le dedicó una mirada desdeñosa, como si acabara de recoger a un delincuente y lamentara haberlo hecho, pero él pagó el boleto haciendo caso omiso de ello y se retiró hasta el último asiento, permitiéndose ya sentado hacer un recuento de daños.

 

Le ardía la mejilla derecha, seguramente por un golpe con un guante con púas de metal que le había pasado rozando, sentía que el estómago le latía y el sabor metálico inconfundible de la sangre colmaba su boca. Se dio cuenta que tenía unas ganas de vomitar terribles y que tenía la mano que había usado entumecida. Respiró hondo, obviando todo aquello, y chequeó una vez más su celular.

 

Su corazón dio un vuelco al ver que tenía un mensaje, aunque se llevó una gran decepción al ver que era de Shuu y que encima no le decía absolutamente nada de Ryo.

 

“No te atrevas a salir a buscarlo, o te voy a patear tanto el trasero que no vas a poder sentarte por una semana, ¿me oíste?”.

 

Tarde. Ya lo había hecho.


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