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Geisha por Alana

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Notas del fanfic:

Si veo que gusta la historia haré una segunda parte.

Notas del capitulo:

Aqui un oneshot, porque igual hasta febrero no podre actulizar mis otros dos fanfics porque tengo que estudiar para las recuperaciones ¬¬, y ellas me quitan parte de mi imaginacion XD

 

Espero que les guste esta locura que me vino a la cabeza un dia a las cinco de la madrugada... mientras no podía dormir XD

 

Al final del capítulo se aclaran un poco las palabras que van apareciendo en cursiva durante la historia. ^^

 

 

Se escuchó un estruendo proveniente de la cocina. Ruido de platos rompiéndose y de ollas caer al suelo.

- Otra vez ese mocoso destrozando las cosas de la okiya. Nunca debí dejar que Yanma lo trajera, es más, nunca debí dejar que Yanma volviera a esta okiya después de quedarse embarazada. - Decía una mujer de mediana edad mientras apuntaba en un cuaderno una serie de cifras.

- Pero Señora Hatsemoto, es la geisha que más dinero trae a la okiya, incluso después de pasar por el embarazo consiguió volver a colocarse entre las más cotizadas. - respondía una mujer de edad avanzada de rostro amable y blanco cabello.

- Pero es un hombre, o lo será cuando crezca... no debería estar aquí - La mujer gruñó un poco mientras que dejaba la pluma en la mesa y se levantaba del suelo en el cual estaba sentada - Además es torpe, y su madre empieza a no dar tanto dinero como para pagar todos los destrozos de su hijo.

La anciana vio como la otra mujer se iba seguro a castigar al pobre niño y suspiró. El niño era tan tierno y en cambio ni él podía ablandar el duro corazón de la jefa de la okiya.

 

 

 

Algunos años habían pasado y como pronosticó la jefa de la okiya, Yanma dejo de ser llamada para asistir a reuniones o eventos. Año tras año se fue hundiendo ante las nuevas y más jóvenes geishas que iban haciendo aparición.

Aunque claramente, la jefa no la echaría sin más, la vendió a un viejo de mucho dinero que llevaba tiempo detrás de la geisha.

Pero... ¿y el niño? ¿Qué pasó con él? La jefa de la okiya, la Señora Hatsemoto, estuvo a punto de echarle a patadas de la okiya pero entonces, al mirarle la cara, a esa horrible mujer que solo se guiaba por el interés y por el dinero, se le ocurrió una cosa.

- Abuela, quiero que cojas al niño, hagas que se bañe bien, que se ponga ropa limpia y se lo lleves a Momisha - dejando escapar una risita cogió su libro de cuentas y empezó a hojearlo distraídamente - Que ella se encargue de enseñar al niño a ser una maïko.

- Una maïko? Pero si es un hombre.

- Bueno, haremos que no se sepa - Y rió.

 

Así fue como, a sus once años, el niño comenzó a estudiar para hacerse aprendiz de geisha, aunque nunca fuera a llegar a tanto. Sufrió un aprendizaje acelerado y sin apenas descansos. Aprendió a vestirse, andar, sentarse, saludar, servir el té, danzar,..., todo como lo haría una verdadera geisha. Incluso le enseñaron a reírse o a modificar su todo de voz para hablar como una mujer. Y tuvo que sufrir que le vendaran los pies para que no le crecieran más.

 

A sus dieciséis años se preparó para su debut de maïko. Su pelo había crecido mucho, cuando lo llevaba suelto le llegaba hasta la mitad de la espalda. Se lo recogieron de la manera tradicional y le maquillaron.

Cuando entró en el salón del té, donde un grupo de hombres tenían una reunión de trabajo, él vestía un kimono verdaderamente deslumbrante, el cual, junto con la belleza que, ya de por sí tenía sin el maquillaje, había aumentado, dejando boquiabiertos a todos los presentes.

Así fue como Momo empezó a coger fama en el distrito en el que vivía, incluso en los distritos de alrededores, ya que los hombres que asistieron a su debut no hacían nada más que hablar a sus amistades de la hermosa Momo, de su elegancia al moverse, de su melodiosa risa,...

 

Al cabo de un año de su debut, no paraban de llegarle ofertas de gente importante que le pedía su presencia en fiestas de todo tipo y en reuniones o incluso paseos. La Señora Hatsemoto estaba exultante de alegría por todo el dinero que llegaba a sus manos gracias a su última adquisición.

- Y pensar que estuve a punto de echarle a la calle...

 

 

Pero entonces llegó un problema para la codiciosa mujer. Al tener Momo tanta fama, muchos hombres empezaban a preguntarse cuando sería el mizuage de la joven, pero claro, como celebrar tal hecho si Momo era un hombre. Solo tenía tres opciones y las tres le llevarían muy posiblemente a la ruina, al menos en lo que a Momo se refería. Podría celebrar el mizuage pero cuando se fuera a llevar a cabo y se descubriese la verdad sobre Momo, posiblemente debería devolver el dinero dado e incluso dar más; podría decir la verdad, que es un hombre, y entonces nadie pagaría; o podría no decir nada y que los hombres mosqueados pensando que Momo es una ramera sin nada que ofrecer en el mizuage dejen de requerir su presencia... hiciera lo que hiciera, nadie volvería a querer ver a Momo, y no traería más dinero a la okiya.

 Y cuando la Señora Hatsemoto  ya contemplaba la idea de a Momo a la calle, un hombre americano de bastante dinero llamó a la okiya para concertar una cita con la maïko y con su protectora, la Señora Hatsemoto. La mujer aceptó y un par de días después los dos se dirigían al salón de té más famoso de la zona.

Allí, en un reservado, un hombre de mediana edad, de pelo rubio, ojos azules y cuerpo bien formado esperaba que lo que le habían contado de la maïko, sobre su belleza y elegancia, fuera verdad. Y, por fin, la puerta corredera del lugar se movió dejando pasar a  una mujer entrada en años y a la mujer (o era lo que él pensaba) más hermosa que había visto nunca. El americano cayó totalmente prendado de la belleza de la maïko y no pudo hacer otra cosa que sonreír.

- Bien, señor, por que quería hablar con nosotras - la mujer estaba impaciente por saber la razón.

- Llevo aquí un más de un año y he escuchado muchas cosas sobre vuestra protegida, también me e enterado de las costumbres y de todo lo referente a las maïko y las geishas. -el hombre, que desde que había entrado Momo, no le quitaba ojo, volvió su vista hacia la Señora Hatsemoto. - Por lo que me han dicho, aun no ha pasado por el mizuage, y yo quisiera ser avisado cuando dicho evento vaya a darse.

La mujer debía tomar una decisión rápida... ¿Qué decirle? Sin girarse a mirar a la maïko dijo.

- Momo, sal al pasillo, más adelante saldré yo. - y obediente, Momo se levantó, hizo una reverencia y salió despacio de la sala.

 

El interior del lugar quedó en silencio durante largos minutos. El americano no entendía el porque hizo salir a tal belleza de su presencia. Por fin la mujer decidió hablar.

- Nunca habrá mizuage señor, porque...

- ¿Acaso ya ha estado con algún hombre? -interrumpió el americano tensándose.

- No señor, es porque Momo es un hombre... - dijo la mujer totalmente seria.

- ¿Un hombre con tal belleza? No me lo puedo creer... - el americano estaba totalmente asombrado. - pero, nadie a tocado su cuerpo, ¿cierto?

Ahora fue el turno de sorprenderse la mujer, no se esperaba para nada esa reacción.

- Claro que sí, no conozco a ningún hombre japonés que tenga tales relaciones con otros hombres, y menos pagando por ello. - La mujer vio como el americano sonreía.

- Bueno... yo no soy japonés, y si está diciendo que nadie pagaría por su mizuage, entonces cambiaré la oferta que iba a hacer en un principio - la mujer arqueó las cejas curiosa - En vez de pagarte por su mizuage, te pagare por todo él.

- ¿Esta diciendo de comprarme a Momo? - la mujer no puso evitar reírse - Aún me dará bastante dinero siendo maïko.

- Pero no le dará dinero si la gente se entera de que es un hombre. - Esto a la Señora Hatsemoto le sonó a amenaza, y no iba tan mal encaminada en su suposición. - Si me lo vende, habrá ganado más dinero que si... digamos... mañana, se descubriese que es un hombre.

- ¿Cuánto me pagaría por él?

 

El pago se hizo esa misma tarde y unas horas después Momo caminaba hacia el hotel en el que su Danna se hospedaba. Llegó a la habitación que le habían dicho y llamó con timidez y nervios.

Al abrirse la puerta y aparecer ante él el americano, que además le sacaba más de una cabeza de altura, no pudo sino ponerse aun más nervioso que antes.

El americano agarró la mano del más joven y tiró con suavidad de él hacia el interior de la habitación de hotel, de estilo occidental. Momo llevaba la cara maquillada de blanco como la maïko que era... ¿o había sido? Ya no lo tenía tan claro, porque ahora estaba a merced de lo que quisiera el extranjero.

- ¿Qué edad tienes y como te llamas? - Preguntó el americano desabrochándose la camisa que llevaba puesta.

- Hace poco cumplí dieciocho y me llamo Momo... -dijo el chico tan bajito que si yo llega a estar tan cerca el americano no le habría escuchado.

- Digo tu nombre real, no el que te pusieron como maïko - El hombre se acabo de quitar la camisa y fue hasta una silla a dejarla.

- Kyo...

- Bien, Kyo, ve al cuarto de baño y lávate la cara. Quiero ver tu cara al natural, sin maquillajes. - dijo sentándose en la cama y señalando al chico una puerta que se encontraba justo en frente.

 

Cuando tuvo la cara bien limpia, labor que no fue precisamente rápida, se armó de valor y volvió a la habitación donde el americano le esperaba, ya completamente desnudo. Dicho sea de paso, que el poco valor que tenía se esfumó con la imagen. Él, por no ver el cuerpo de un hombre, no había visto ni el suyo, nunca le dejaron bañarse o cambiarse solo, y le habían enseñado a no tocarse nada del cuerpo, ni siquiera la cara. Eso hacía que se asustara un poco al ver el cuerpo del americano, más concretamente al ver cierta parte que se hallaba entre las fuertes piernas del americano, y de la cual no sabía ni el nombre.

- Kyo, desvístete y ven aquí - dijo el americano al ver que no reaccionaba dando una palmadita en la cama a su lado.

No sin cierto esfuerzo, tanto por los nervios como por la complejidad del vestuario, se desnudo y entrecerrando los ojos se tumbó al lado del americano.

- ¿Sabes? - comentó el americano riéndose- Se me olvidó decirte mi nombre, puedes llamarme Alfred, aunque si se te hace dificil de pronunciar... puedes llamarme como quieras. - finalizo para juntar su labios con el joven asustado, que durante dicho beso se fue relajando, dejando de temblar y comenzó a disfrutar algo que nunca creyó poder sentir.

Notas finales:  

Okiya: lugar en donde viven las geishas y las maïko.

 

Maïko: aprendiz de geisha. Llevan un peinado que parece un melocotón dividido.

 

http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/2/2e/Geisha-fullheight.jpg

 

Geisha: con este nombre se conoce a las mujeres que se dedicaban al entretenimiento, artistas tradicionales japonesas. Normalmente eran educadas desde la infancia en diversos artes como la danza, la música clásica, o la narración, entre otras

 

Mizuage: era la ceremonia que marcaba el paso de maïko a geisha y el paso a la edad adulta. Consistía en una desfloración ritual (pérdida de la virginidad) Cuando una maïko era popular, solían ser muchos los hombres que pujaban por el preciado derecho de Mizuage y un símbolo de la popularidad de la maïko -y de su previsible éxito posterior como Geisha-, estaba en la suma de dinero ofrecida a la okiya.

 

Danna: o cliente habitual, era generalmente un hombre adinerado, algunas veces casado, que tenía recursos para financiar los costos del entrenamiento tradicional de la geisha y otros gastos considerables.


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