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Aime por Rincabot

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Notas del fanfic:

Este es un fanfic OrochimaruxKabuto, Orochimaru y Kabuto són personajes de Masashi Kishimoto y NO ME PERTENECEN.

Notas del capitulo: Enjoy...

Quería obtenerlo todo: reconocimiento y poder. Pero ahora solo deseo una cosa, recuperar el coraje para enfrentarme a la vida. 

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En la aún temprana tarde, en el lugar apartado digno de llamar recoveco en aquél bosque frondoso, oculto de todo contacto con el exterior, siendo solo visible la casta entrada que podía ser fácilmente confundida cual templo abandonado, una figura paseaba ansiosa frente a la portalada oxidada de aquél misterioso lugar.

Caminaba con paso ligero de un lado para otro, levantando al aire con simpleza sus ropas de tono azulado, recobrando en el nerviosismo aquél sentimiento de impaciencia que se le cernía incluso cuando él no iba a la batalla, aquel sentimiento que cual carcoma destrozaba su mente en pensar en las múltiples posibilidades de lo que ocurriría.  

Hacía más de media hora que habían partido. Tampoco esperaba que se concurrieran en poco tiempo, sin embargo era dudoso que tardasen en coger al objetivo a punto, ya que en las ocasiones pasadas traían al individuo para su reclusión para después seguir combatiendo, de ahí que él se mantuviera en guardia sin recobrar en la ayuda en batalla. Se le necesitaba para proporcionar la celda al futuro huésped, Sasuke Uchiha.  


Realmente de a poco sabía del famoso del clan nombrado más que de la habladuría que había oído. Era conocedor de sus habilidades y entendía que serían de utilidad para el próximo cuerpo a distribuir, pero no realzaba a comprender el porque fijo.

Sabía que había argumentos y razones, pero no lograba encajarlas en su compleja mente.  Ya en un incauto atentado a acelerar el paso por todas aquellas cavilaciones y preguntas no se dispuso a dar en oída la señal que se le cernía desde la mitad del frondoso bosque.

Un grupo de cuatro adultos en uniformes grisáceos recorría con prisas el trayecto hacia la oculta y resguardada guarida, sin embargo no fijó la vista en ningún momento en ellos, perdiéndose en ese mar de conversaciones que usualmente tenía consigo mismo. Notó la brisa recorrerle, haciéndole girar el rostro en un gesto simple, contemplando ante sus ojos lo inesperado. 

Los cuatro shinobis del sonido habían regresado, se encontraban erguidos frente a él, en fila perfecta demostrando cual soldados la disciplina que se les había impartido a lo largo de los años, dando de orgullo el poder del cual alardeaban, fruto de los avances en lo científico, del insufle de puro poder en sus venas y de la increíble habilidad desarrollada. 

Pero eso no era lo inesperado. No, aquello era perfectamente rutinario y comprensible. 

Lo increíble, lo realmente imposible, lo que no encajaba en su mente era que el poderoso jounin de cabellera negra residiera apoyado entre los hombros de dos de sus aliados, dejando caer su peso sobre estos y ocultando el rostro bajo aquél manto en cortinaje, que sutilmente lograba desnutrir a sus ojos de la mirada dorada de él.

 Un sentimiento engorroso se apoderó de su persona.

¿Qué había ocurrido, cuando y porque? 

Hizo anime de inquirir sus dudas raudo en un gesto sencillo de alcance hacia los demás, sin embargo un movimiento rápido pero débil de Orochimaru les fue ordenado que volvieran a la batalla, mas eso hicieron, los cuatro restantes avanzaron hasta el interior del bosque, situándose en pérdida de aquél manto verde y frondoso que ocultaba con fiereza todo lo que se atreviera a posarse en aquél lugar. 

Miró al jounin con lentitud, procurando no ofender en aquella mirada de esclarecimiento de dudas sobre su estado. No parecía muy herido, tan solo unos hilos carmesíes bajaban acariciando con lentitud el dorso de sus brazos, sin embargo, algo le inquietó en la conducta indiferente de él, respiraba con dificultad. Jamás había oído salir de su boca queja alguna por ningún dolor, al menos no en su presencia, y su respiración siempre fue silenciosa y sibilina, digna de un carácter frío e impasible que no alcanzaba nunca la cuota de lo simple.  

No pudo más, la curiosidad fue más poderosa que el autocontrol. 


-¿Qué ocurrió?- Inquirió inquieto, realmente dudando de la capacidad del sannin para moverse con libertad en aquellos momentos. El otro no respondió, caminó raudo hacia el interior de aquel lar enterrado en el más duro suelo, pasando por alto la pregunta y a él. 

Sin concurrir en los deseos del jounin, le siguió a paso rápido y ágil por los corredores, apresurándose a centrarse en el porque de todas las acciones realizadas en los últimos diez minutos, su mente trabajaba a velocidades de vértigo para redescubrir solo con la vista las causas que podían acentuar el estado en él, cuales eran las razones de sus heridas, el porque. 

Sin embargo podía denotar el sentimiento de rechazo de su persona, sabía muy bien cuando el sannin deseaba estar en soledad. 

-¿Quizás debería ir yo con ellos, Orochimaru-sama?- Preguntó una vez mas, en tono inseguro, procurando que la formalidad fuera la principal característica de aquella cuestión tan planteada. 

La mirada dorada de pupilas casi inexistentes reseteó su rostro en un gesto violento del rondar de la faz del otro, clavando aquellos alfileres afilados con crueldad en la expresión insegura del devoto. 

-No.- Concluyó con tono autoritario.- Permanece en el laboratorio, ese es tú lugar. El caminar raudo de su persona cesó, los pensamientos fusilados en sus neuronas cesaron. 

Aquella afirmación pareció destrozarle. 

"Yo soy parte interesada, no puede dejarme fuera del asunto. ¿Tan poco valgo? ¿Tan poca confianza merezco?"

Restando de pie sin moverse un ápice, observó el cuerpo del sannin alejarse por aquellos corredores tan específicamente diseñados,  haciendo que las pisadas resonaran en eco duro contra las paredes rudas y toscas ante lo vacío de aquel habitáculo de extensión casi infinita. Produciendo que la oscuridad engullera su figura, alejándose a paso lento.   

Encontrándose en soledad una vez más.  

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Centró su mirada penetrante, ahora cansada, en las profundas entrañas del edificio mas aproximado al que se podía considerar hogar, deshaciendo en las pupilas doradas a cualquier ser viviente que tuviera la osadía de detenerle en trayecto a su destino. 

Conservando aún en ahínco la dificultad para moverse y para respirar, se reprimía a si mismo el descanso merecido, agotándose en esa larga caminata que parecía un sigiloso castigo a las equivocaciones cometidas en batalla.  Se dirigió con desdén a uno de los habitáculos más amplios de aquél lugar, deshaciéndose del ropaje entintado del carmín hermoso de la muerte que desprendía el aroma de la misma.

Contempló sus brazos, las víctimas más sacrificadas de aquella lucha enfermiza e inacabable que había cernido con su antiguo sensei, quien había tratado por el súmmum del aprecio y el amor hacia su patria arrebatarle el alma a cualquiera que se atreviera a turbiar la paz.


En un gesto de hartazgo se dispuso a situarse bajo uno de los multitudinarios dispensares de agua de aquél recinto, denotando como la frialdad del agua azotaba sin deparo las heridas y hematomas causados en la batalla, produciéndole un ardor continuo en las zonas heridas, haciéndole remembrar una vez mas que el autocastigo era con simpleza la mejor forma de enmendar errores.  

Múltiples pensamientos cruzaron su compleja mente, en la observación de sus brazos mutilados, apenas movibles. Debía pensar con rapidez, necesitaba actuar con rapidez. Se esperaban sus órdenes, se le exigía en sus objetivos.

…l mismo se exigía.

Doblegando su voluntad fuerte en una dolorosa y monótona espiral de culpa, en un remolino de sufrimiento y remordimiento. Solo en un retazo de su ser cupo el detalle de deparar en el Ninja medico, quien supondría tendría tanta o más confusión que él mismo en aquella llegada espontánea y sin aviso.

En aquél sentido contempló una vez más sus brazos, de los cuales las quemaduras daban lugar en adorno sádico de la pálida y marmórea piel, dejando que un infinito río de sangre huyera en rapidez por el oxidado desagüe. Quizás el devoto denotaría de alguna cura para aquello. 

Sin embargo, aunque recuperara la gran parte de su potencial en alma y técnicas en una forzosa y precipitada acción, necesitaba de cuerpo, pues el que usaba estaba al final de sus días.


Con pesar había visto a lo largo de los años como su cuerpo envejecía, denotando cada vez más el acérrimo deseo de recluir a su ya despedazado espíritu en cuerpos cada vez más precoces de edad, en un anhelo pasional de poseer en su sangre la vida eterna. 

Conocía bien las limitaciones del ser humano, de cualquiera de sus súbditos y de sus enemigos.

Más siempre había querido probar las suyas, llevando a su anatomía a extremos que las nuevas generaciones no podrían ni soñar.

Y sin embargo, se enfrentaba en monotonía a una carga de apariencia mucho más simple en palabrería. 

Pero increíblemente dura de soportar. 

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No era la primera vez que su anhelo de obedecer se veía aplastado por las cortas limitaciones que suponía su servidumbre. 

Conocía que no era de la mejor estampa en el campo, no poseía habilidades extraordinarias ni técnicas sorprendentes ni de gran utilidad en combate, prescindía de clan, dándole así una completa falta de herencia en séquito de según que técnicas de maravilloso resultado.  

Era conocedor de sus virtudes como era conocedor de sus defectos, de su cometido en errores, de su póstuma categoría como shinobi, de la simpleza de sus actos, de lo poco denotado de un sujeto como él en la sociedad en la que se encontraban, donde se requería una mínima esencia de algo destacable para ser aceptado. 

De ahí había nacido su fidelidad absoluta. 

Del saber con severidad lo poco característico de su persona, de la poca especialidad y así experiencia, convirtiendo toda aquella falta en un deseo supremo de querer transformarla en virtud, de hacer posible que aquél anhelo por sobresaltar entre la media se convirtiera en su mejor aliado para finalmente alcanzar un puesto digno sirviendo a uno de los mas grandes. 

Sin embargo, siempre rehacía un vacío en su ser. Una vez cumplida su orden, residía en soledad, hasta la próxima a acatar, en eso consistía su vida. No podía negar que le causaba entusiasmo ayudar en la misión altiva y ambiciosa meta del legendario, mas no podía evitar preguntarse si en aquélla tenebrosa rutina se centraría siempre su vida, si aquella monotonía decorada con sangre y muerte sería el ritmo de aquella melodía simple que era su existencia.

Ando en silencio y en solitario por los corredores estrechos, sin parar a desdeñarse de la necesidad curiosa de saber en un recuerdo simple del estado en que se encontraba de lo que había ocurrido.

La concurrencia de que el legendario restara en aquél estado no le pareció natural conociendo de sus habilidades, aun sabiendo mas que nadie que la posesión que le proporcionaba cuerpo al sannin se debilitaba por momentos no le parecía lógico que unas pocos cortes en sus brazos denotaran tanto cansancio en él. 

Su mente deliberó, denotando en aquella imagen de pocos segundos, donde podía haber contemplado los caminos que enfermizamente se dibujaban con líquido carmín sobre la piel tersa, pudo divisar algunas quemaduras al empezar, pero nada persuasivamente grave.

Comenzó a barajar teorías, era claro que la herida no había sido expuesta a los brazos por directo, el agresor debía querer inutilizarle para que no pudiera detener el verdadero ataque. 

De repente en claro, recordó los detalles de la vida del legendario.

Sus años como chunnin, sus discípulos y maestros, centrándose solo en uno, el reciente Hokage, quien poseía un claro dominio de la extracción de almas, siendo así el primer paso del sannin para desarrollar aquella curiosidad arrolladora hacia lo desconocido del inframundo. 

¿Sería posible? Se preguntó a si mismo. ¿Habría estado el legendario sannin a punto de perder el alma? Una angustia desconocida se apoderó de su ser, de ser así su estado sería paupérrimo, a penas conseguiría conservar la vida que ya de por sí colgaba de un hilo de seda.

De inconsciente forma avanzo el paso, buscando al legendario en aquéllos corredores poseedores del más oscuro de los halos que una vez más parecían engullir cualquier ápice de emoción positiva para transformarlo en la viva y pura imagen de la miseria y el destierro.  

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Sintiendo el claro desperfecto en su piel se conservaba la moral de criatura miserable.

El ardor de las heridas no era comparado con el interno sufrido, como aquel carcome se hacia dueño del espíritu no muy optimista dejado de presente de la fallida batalla, de aquella retirada cobarde que le hacía sentir vergüenza ajena de si mismo, catalogándose de débil, de pasado de tiempo. 

En la inercia de querer recuperar póstumamente la sensación de calma centró sus ojos en la pared gélida, en las baldosas cian recubiertas del agua cristalina que fría como el invierno caía también por el esbelto cuerpo, recobrando en su ingenuidad que la mirada dorada se devolvía en un cúmulo de fotogramas nublados y sin sentido al contemplar el simple muro, haciéndole viajar por su propia conciencia, desbocando en la mente compleja y manipuladora la mas cruel tortura posible. 

El daño era irreversible, la creación de prejuicios hacia uno mismo era demasiada presión ejecutada contra el estado débil en el que se encontraba en aquellos instantes, el temblor incontrolable de sus brazos, de toda su anatomía, mas el peso del aire que con fervor deseaba entrar en sus pulmones era expulsado con agresividad hacia el exterior, haciéndole imposible la tarea sencilla. 

Era asfixiante. 

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Llegó al extremo de correr por aquellos lares, el innegable instinto que sentía cuando algo estaba desbocado del actual orden se imponía mas que nada en aquellos momentos, haciéndole deseoso del saber de lo que ocurría, del ser conocedor de lo que estaba sucediendo, de lo que le estaba sucediendo. 

Pasando veloz por los caminos oscuros su oído tropezó torpemente con el sonido del agua caer, aquel tintinar de gotas melodioso que se le hacía calmo a cierto tiempo, pero que en aquellas ocurrencias le despertaba un desenfrenado desespero.

Recurrió al dispensar de agua, donde la rápida deducción de su mente le llevó casi por inmediato, encontrándose con la más desoladora de las imágenes que presenció en su vida.  

El pálido cuerpo del sannin residía soportando su peso por el brazo izquierdo, aferrandose con desesperación a la pared recta y húmeda que traicionera dejaba deslizar las yemas de los finos dedos para no proporcionarle el claro aguante que necesitaba, el temblor en él se hacía patente, en mejor visión pudo divisar que las quemaduras en sus extremidades eran de mucho mayor grado que en su anterior observación, pero algo de menor importancia a la vista le hacia reservarse el atuendo de la horrorización. 

Parecía quedarse sin aire, la necesidad en entera de respirar se hacia patente en los movimientos en convulsión que de tanto en cuando sufría, denotando la pérdida del sentido en momentos, aferrándose a la única sujeción que poseía ahora en su nublada mirada, la húmeda pared azulada que le traicionaba haciéndole resbalar. 

Contempló en sumo aquella estampa desgarradora, de lo que hacía años se presentaba como un presagio de mal augurio, lo que anhelaba con ahinco no observar jamás con sus propios ojos. 

La decadencia de aquella figura legendaria se hacía patente ante sus ojos, la impotencia se hizo palpable.

Al ver como aquél ser poderoso decaía cual imperio.

Notas finales: ¡Espero agrade ;)! Actualizaré pronto :)

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