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Blue Blues por Rincabot

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Notas del capitulo: Enjoy...
 

 

 

En la tarde lluviosa, solo una figura se desplazaba por las calles. 

Sin paraguas, sin prisas. 

Dino Estivalieti. Un hombre. De apariencia sencilla, vestido con un traje gris a rallas verticales que acentuaba el porte elegante y nunca póstumo de la silueta curtida, su cabello castaño oscuro mecía lánguidamente a los dos lados de su cabeza, provocando que el rostro fuera cubierto por un manto de ya casi negra cabellera, ocultando la parte real, la faceta sincera del rostro resguardado en cortinaje de oscuridad.  

Los precios pagados por aquél mundo en el que se adentró. 

En alza se conservaban las facciones duras, de marca de su denotada estructura, era el rostro del cansancio, de la dureza, de la perseverancia y del más que infinito sufrimiento.  

Un parche simple ocultaba su ojo izquierdo, en donde se podía apreciar un ligero rasgo de cicatriz marcada, causante de la pérdida de visión, junto en esta característica resaltaba otro rasguño en su anexa mejilla, dibujando un camino sádicamente hasta llegar con peligro a la yugular. 

En su caminar se notaba dificultad al apoyar su peso sobre la pierna izquierda, ocasionándole una ligera cojera que resultaba casi invisible a la vista, pues de hacía tiempo su mismo cuerpo se había acostumbrado al simple dolor que la herida de guerra suponía.  

Simple dolor, claro esta, comparado con la vida en que se había centrado.  

El ocaso se había apoderado del cielo dándole unos tonos cálidos que morían ante la humedad presente, llenándolo de un graso y pesado gris que se hacía vomitivo. La velocidad del viento era cero, al igual que el nivel de entusiasmo que se respiraba por las cansadas y pasadas de tiempos calles del corazón de la corrupción. El silencio se hacía palpable entre las angostas calles y tan solo era roto por el vaivén de personas y vehículos que las recorrían ajetreados con su rutinaria vida.  

Era un silencio ruidoso.

Una melodía de ciudad, una serenata de metrópolis.  

Un sonido repulsivo. 

Recorría concretamente las calles para llegar a su destino, trayecto ya tan recordado por las múltiples veces que había tenido que repetirlo que ya grabado en su mente se podría andar hasta con los ojos cerrados.

Contemplaba sus pies y el suelo mas el mirar a su alrededor le deprimía. La ciudad era fría, helada, gris y dejaba el sonido hermoso de la lluvia amortiguado, como si se escuchara a través de una sábana de algodón, pero por descontado, se trataban de las múltiples fachadas de los rascacielos. 

Un grito echado al aire le hizo detenerse y girar sobre si mismo, otro hombre de unos treinta y pocos años se aproximaba corriendo. Llevaba paraguas, así que la lluvia no empapaba su cuerpo, pero iba con una camisa sencilla y sin mangas, poco común para el temporal.  

-¡Demonios, espera!-gritaba continuamente, entre sofocos, recuperando el aliento.- ¡Joder, Dino! ¿¡Como puedes ir bajo la lluvia sin nada?! 

-Primero respira.-Respondió.- ¿Dónde esta tu abrigo?  

El otro pareció encontrarse en una encrucijada ante ese comentario, por lo que la respuesta a este tardo en llegar. Bien sabía que su compañero era víctima del abuso del poder de sus socios y muchas veces, al ser novato en aquél negocio sin escrúpulos sus pertenencias desaparecían habiendo sido tomadas por sujetos cobardes que nunca demostraban haber cometido tal delito. Muchas veces había acudido a su hogar para refugiarse de sus perseguidores.También muchas veces presentaba, en su tez bronceada, moratones violetas que adornaban de forma enfermiza su ser. 

-Lo e perdido.-respondió en seco finalmente. No hizo ningún comentario más, él le ofreció con un gesto sencillo que se refugiara debajo del paraguas negro para reanudar su caminata, ahora acompañado. 

-Stefano, deberías… 

-¿Sabes qué?- le interrumpió-Vamos al Gorbuille. No tienes prisa por volver a casa ¿verdad? 

El mero hecho de saber que cualquier tema relacionado con alertar a su propio carácter, puesto que no tenía a quien acudir, sobre los abusos a su persona era rápidamente censurado por él mismo le desgarraba.

No entendía como el miedo se apoderaba de él.  

Stefano era increíblemente alto. En su rostro jovial se observaba con pesar lo demacrado de los últimos tres años a los que había regentado aquél estilo de vida, que como al contrario, Dino, se le hacía palpable a cada segundo que su alma conservaba contacto con algún acto realizado en aquél mundillo del que una vez entrado era imposible la huída fugitiva, dándoles a ambos la peor de las prisiones. 

Tenía el cabello negro, al igual que sus ojos en los que no se presentaba otro color, su tez dorada denotaba su etnia Italiana al igual que su compañero, haciendo fácil al enemigo la tarea de localizar. 

Era delgado y de constitución débil, pero su altura imponente sin duda era un elemento a su favor, podía intimidar a cualquiera siendo así.  

Sin embargo su carácter impulsivo y descuidado le impedía cualquier intento de serenidad y acababa por causar en su revuelta mente hasta la más extravagante de las excusas para no participar en una lucha en la que en un buen alto porcentaje tenía las de ganar. 

Era en eso lo que había deparado Dino al conocerle, el pacifismo. 

Era irónico, increíblemente irónico, que alguien de carácter libertador pudiera interesarse por el mundo podrido al cual se le daba el seudónimo derogar y esclavizado. 

-No, tengo tiempo.-respondió.-Y me viene en gana levantarme con dolor de cabeza mañana. 

 -Sabes que si vienes al Gorbuille conmigo la vas a coger tan grande que no querrás volver a probar una gota de alcohol en tu vida.-contestó riendo. 

Caminaron hasta llegar al lugar en cuestión, sin embargo, llegado a un punto donde una esquina doblaba, Stefano paró para sujetarse con fuerza el abdomen con ambas manos, se podían ver como gotas de sudor cubrían su frente y se camuflaban muy sutilmente con las gotas de lluvia. Se arrimó a uno de los callejones en que se rompía la calle para devolver. 

Dino solo observó.Algo en si se rompió al ver a su amigo en un estado tan miserable, sabía bien que él había venido corriendo, seguía siendo perseguido, por los mismos cobardes pusilánimes. 

-Te siguen.-Afirmó mas que preguntando secamente ante aquél acto.- 

-No.- Respondió él a medio ahogar, recuperando el aliento y la fuerza necesaria para ponerse de pie apresuradamente. 

Ambos entraron en el recinto escogido, en donde la entrada lucía cual vertedero iluminado tan solo por las tenues luces de neon azules que desprendían el cartel de aquella taberna. 

El Gorbuille. Famoso local concurrido por lo vil y lo carroñero del dulce caído imperio de la tan sonsacada ciudad romana.

Solo la humedad hacía presencia en aquel ligero establecimiento junto a la extrema cantidad de clientes que eran escrupulosamente registrados antes de poder poner un pie en la moqueta manchada de whisky barato. 

Mientras el oído se deleitaba de la melodía soul que adornaba el clásico ambiente, dejando disfrutar del viejo sonido de las canciones melancólicas habladoras de historias de soledad, transportando al regentador de aquél lugar a una miseria hermosa.  

En el redeszuelto suelo se alzaban unas pocas plataformas, donde algunas mujeres deleitaban a los clientes con morbosos gestos de lujuria dotados del mayor saber del arte de dar con poca conversación todo lo que se pudiera decir con movimientos. Autenticas expertas en el hacer del lenguaje corporal, diosas de lo carnal y lo prohibido que regentaban desde hacía tiempo la misma posición en el pintoresco lugarejo. 

Solo en el Gorbuille se daba en seguro los buenos tiempos pasados, de la vieja generación, la póstuma y orgullosa. Solo de la mayor historia de criminales que habían ocupado los sucios y destapiados taburetes se podría escribir un informe que llegaría hasta la mismísima entrada del vaticano, solo de la mayor historia de canallas, farsantes y estafadores se hacía patente en aquel lugar. 

Era el nido de la mafia, el hogar del nacimiento de familias enteras dedicadas al negocio del narcotráfico, del pago en negro, del tráfico humano, de cualquiera de las innumerables calamidades a las que la calaña de aquella zona se dedicaba a remembrar día tras día.  Sin embargo la pasión había muerto.  

Ya nada recobraba el honor criminal del que cada uno podía deleitarse en día a día sin necesidad de tragar duramente un largometraje fingido sobre la perfección, la idealización y la superficialización de aquél mundo complejo y oscuro. 

Ya nada era como antes en lo profundo del corazón de la ciudad de la corrupción. Se sentaron en la barra en un gesto simple, indicando a la resultante camarera de escote generoso que les sirviera. 

-Cosmopolitan.-Inquirió Stefano en un desdén de mano hacia la mujer. 

Dino alzó una ceja, observando de soslayo con su único ojo a su camarada. 

-Qué.-Dijo en un resoplo, cansado del sutil sarcasmo con el que su amigo siempre le deleitaba para su pesar. 

-Dos Bourbons, cargados.- Corrigió a la camarera en un golpe de voz seco, para dirigir de nuevo la mirada hacia el compañero ya nombrado.-No voy a coger una cogorza con alguien que toma como una niñera británica. 

Ambos rieron, ante la mirada estupefacta de la camarera que parecía tener pocas luces en contraste a su generoso busto.

Mantuvieron el silencio hasta que llegó la comanda, donde volvieron a recobrar el dialogo anterior para dirigirlo hacia un tema más rebuscado, concentrando directamente el punto de mira de la conversación para retorcerlo hacia lo desagradable que podía resultar la jerga profesional. 

-Te veo estresado ¿Tienes a alguien complicado, eh?- Inquirió Stefano, dando vueltas al vaso donde el alcohólico liquido restaba, dándole una melodía a los cubos de hielo que conservaban el frescor del brebaje.  

-Lamento.-Respondió en sequedad. 

Stefano casi se atragantó con su propia saliva. 

-¿¡Lamento?!- Espetó, consiguiendo que el Estivalieti le hiciera callar con un golpe silencioso en su pierna izquierda.- ¡Ay! ¡Joder, Dino! 

-Se llama discreción, ¿has oído a hablar de ella alguna vez?- Siseó entre dientes, haciendo callar de inmediato las quejas por el duro golpe. 

Stefano miró ansioso a ambos lados del local, movimientos dignos de un individuo sufridor de síndrome persecutorio en todo su esplendor, buscando con la mirada a cualquiera que pudiera despertar una mínima desconfianza.

Al haber realizado su pequeño análisis, volvió a centrar la mirada en el vaso, clavando los ojos en el fondo de aquél objeto, como si los problemas enormes a los que se enfrentaba su amigo pudieran solucionarse así. 

-No vas a conseguirlo, Dino…-Murmuró rápidamente.- Tu sabes lo que les ha ocurrido a los que han intentado encontrar a Lamento…todos han…han… 

-Muerto.- Respondió secante.-Y no una muerte cualquiera, destripamientos, torturas, balas disparadas para atravesar sus venas en canal…-Siguió dictando melodioso. 

No se pudo evitar negar el hecho de que era extremadamente bizarro que el Estivalieti recitara aquellas atrocidades como si se tratara de poesía. Stefano en su mente no pudo remediar de preguntarse si su amigo había perdido el juicio.

Lamento era el criminal más buscado en la generación reciente. No de los de típica imagen de frac y guantes blancos, no los ladrones de alta estirpe de París ni los estafadores enfuriados en americanas de imitación de la mismísima Sicilia, no, Lamento era diferente.  

Se le conocía por causar el caos desde el mismo interior de una zona, como un cáncer que se apoderara del punto más débil de los pacientes y lo extendía con crueldad, corroyendo hasta el más diminuto e insignificante lugar. Era un extremo cracker, había declarado la guerra a portales de vital importancia para redes nacionales, llegando a controlar a su voluntad las estrategias dirigidas a aviones, a flotas e incluso a enteros ejércitos al entrar en su base de datos.

Lamento podía lograrlo todo, tenía fama, poder y las habilidades necesarias para lograr hacer el mundo suyo, había empezado por Roma, pero sin mucho trabajo podía expandir su espera y dura tela de araña. 

Durante más de doce años fue perseguido y aun en ahora se seguía rebuscando en su paradero, se había enviado a la elite de la elite para lograr depararle, agentes formados de los ya famosos órganos del FBI o la CIA, sin embargo todos fueron intentos fallidos, todos los dedicados a reconocerle murieron en crueldad, por anónimos asesinos de los cuales jamás se pudo determinar la identidad. 

Ese hecho también daba miedo, Lamento tenía seguidores al poseer la fama, pequeños cultos que se juntaban para provocar el vandalismo que el mismo Lamento condenaba en sus mensajes a la sociedad, el Vaticano había arremetido contra su figura denotándola de adjetivos dotados del mas alto nivel de blasfemia, catalogándolo de demonio, de perturbador de la paz, sentenciando a una persona que jamás habían visto en carne y hueso a las mas hondas profundidades del abismo.  

Siempre fue un misterio, y aún ahora continuaba siéndolo. Nadie sabía de su identidad, de su paradero, no había contactos, familia, ningún lazo que le uniera al mundo real.  Sabían que se escondía, muchas veces habían estado cerca, pero jamás nadie denoto con su propia vista aquellas manos, escondidas seguramente en la sombra de algún que otro teclado, manipulando sin control cualquier dato o información, descatalogándolo a placer, sirviendo y sembrando el mas absoluto y desordenado caos en la sociedad. 

-Pues parece que te alegres de que la vayas a palmar.- Comentó con tono de reproche hacia su tuerto amigo, quien respondió con una risa apagada. 

-Será un reto.- Inquirió ante la estupefacta expresión del otro.- Además buscarle es algo que me entretendrá y evitara que decaiga otra vez a pensar en Roxanne. 

Ah, Roxanne. La expresión ya expuesta de Stefano se convulsionó al oír aquel nombre. Roxanne, la antigua amante de su camarada, eran inseparables, Dino la consideraba la musa entre aquél barrio donde la mayoría de mujeres se vendían baratas.

Se encontraron en aquél mismo lugar, el Gorbuille, donde la nombrada mujer sacaba algo de dinero deleitando con la destensada voz a los clientes. Fue allí donde el vestido rojo de encaje atrajo al Estivalieti como la miel a las abejas. 

Sin embargo, no era demasiado buen presagio que rememorara el nombre de la mujer, pues la desdichada criatura murió joven, víctima de una terminal enfermedad. Stefano conocía bien el estado de su camarada, sabía de buen don que la caminata lenta bajo la lluvia y el aún resguardado recuerdo de Roxanne en el corazón de su amigo no eran buenas señales.

 -Encontraras a alguien.-Respondió simplemente, denotando de unos golpes indefensos en la amplia espalda del contrario, denotando en aquél gesto la confianza que se le cernía. 

Dino rió apagado una vez mas, dando una mirada larga hacia el rostro de su compañero. 

-Debería ocuparme de buscarte a ti compañía, terminaras por morir soltero.- Sonrió sornamente, viendo como la expresión del otro se transformaba en el enfado. 

-Yo aún no estoy escarmentado con las mujeres y me queda mucho de vida, viejales.- Soltó en fingida ofensa, siguiéndole la broma con el propósito de animar al amigo. 

Rieron a coro, denotando como lentamente el cielo esclarecía tras esas nubarradas grises que se apoderaban de todo en aquella tarde lluviosa  

 

Mas en ahínco, la tormenta no había frenado su curso, solo se había desplazado unas millas, alrededor de la zona sur de la ciudad, donde una silueta en negro recorría las calles apresuradamente, mirando a los dos lados, comprobando en saciedad si alguien le seguía, si había cámaras, guardias, policías, cualquier amenaza que pudiera ser un peligro para su persona. 

Rebuscando en aquellas calles cual animal salido de la madriguera que contemplaba ante sus ojos el desconocido y turbio mundo exterior, denotado de polución, crimen y acciones inescrutablemente crueles que superaban todos los límites de la mente humana.  

Ocultando su cara bajo una espesa tela que cual capa de enormes dimensiones rodeaba su cuerpo lucía una expresión decidida, adornada por algunos hilos de cabello azul que recolaban al lado, humedeciéndose con la aún cayente lluvia, agarrando con firmeza algunos papeles desordenados, muchos de ellos antiguas fotografías, en sus manos delgadas.  

Parándose en según que zonas, donde en tableros restolados colgaban listas de los criminales buscados, donde esperaba encontrar a uno de los retratados en aquel papel sepia, en aquellas imágenes estampadas en papel que contenían algún que otro escrito como pie en letra de imprenta, seguido de algunas que otras indicaciones escritas a mano; 

Dino Estivalieti; Hijo menor de la familia Estivalieti, recientemente desmantelada de su mandato en la mafia Italiana, reside ahora en la ciudad de Roma con honores debido a la ayuda policial para detener los crímenes de sus progenitores. 

En su mano se denotó un estremecimiento, el temporal lluvioso jamás le había sentado bien a su frágil salud, así como salir al medio externo, que parecía corroer en él toda la polución, sin dejar espacio para el aire limpio, haciéndole recaer en gestos bruscos de temblor en sus extremidades, produciendo un desagrado en su persona por la debilidad que siempre había arrastrado. 

Se concentró al volver a centrar los ojos grisáceos casi sin vida sobre las letras borrosas en aquel documento que colgaba de una de las recientes conserjerías de la guardia, analizando cada vocal y consonante para grabarlas en su memoria, divagando en su pensamiento sobre las pocas líneas que auto biografiaban a aquél ser humano.  

“Delató a sus padres y traicionó a su familia....” Pensó para sí la silueta oscura, observando como en aquellas listas infinitas renombraba el apodo o autentico nombre del sujeto al que con fiereza buscaba. Curvó una sonrisa de tono algo macabro. “Debe ser incluso peor persona que yo…”

 

 

 
Notas finales:

Es mi primer original, espero agrade x) ¡Muchas gracias a todos los que seguis leyendome!


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