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Estrella Fugaz por Ayesha

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Notas del fanfic:

Continuación de "De corazón a corazón", historia publicada en Relatos Navideños 2008.
"Estrella fugaz" se desarrolla un mes después del encuentro de Mark y Naim en París.

Estrella fugaz

Aurora Seldon


Dedicado a Víctor

—Continuación de «De corazón a corazón[1]»—

«Con mi amanecer envuelve tu piel,
quémate en mi fuego.
Soy tu estrella fugaz.»

Naim Evren

1


Turquía, febrero 1999

Un viento frío azotó la solitaria colina cercana a la ciudad turca de Urfa y despeinó el cabello de uno de los hombres allí reunidos. Mark Cristow era el arqueólogo encargado de recibir al equipo de periodistas que trabajaban en un documental sobre los Círculos de Piedra de Göbekli Tepe[2], uno de los descubrimientos más importantes de la década.

—Este emplazamiento puede considerarse un lugar dedicado al culto de los muertos. Está extento de símbolos de fertilidad comunes a otros emplazamientos neolíticos y nunca fue destruido, solamente enterrado con tierra y piedras —explicó—. Estimamos que hay veinte círculos de piedra en total, que corresponden al Estrato III, el más antiguo. Sus pilares tienen forma de T y presentan brazos y manos, pero no tienen ojos, ni boca, ni rostro. La hipótesis más aceptada es que se trata de las primeras representaciones de los dioses…

La explicación se prolongó durante un par de horas más en la que el arqueólogo condujo al equipo de periodistas a través de la sección de las ruinas de Göbekli Tepe todavía cerrada a los turistas.

Cuando por fin finalizó la visita, Mark volvió a la zona del campamento y se dirigió a la casa rodante que le habían asignado, para cambiarse y volver al trabajo. Sentía esa ansiedad mezclada con excitación y una pizca de miedo que lo acompañaba cuando se enfrentaba al pasado. Su trabajo lo absorbía como un amante celoso del que no quería escapar; y aunque había estado alejado de Göbekli Tepe durante casi dos años, seguía tan fascinado como la primera vez que lo vio.

Claro que su vida había cambiado mucho desde entonces. Ahora Naim formaba parte de ella…

Naim, su misterioso amante. Se habían conocido por accidente, cuando Mark lo recogió en la carretera, herido y solo, dos años atrás. Habían estado juntos una semana, sin saber quiénes eran y sin que les importase. La separación había hecho que Mark se alejara de una Turquía demasiado llena de recuerdos, pero se habían vuelto a encontrar hacía poco más de un mes, en París.

Naim era cantante. Un cantante famoso que había triunfado en Europa Oriental y que se abría paso en el difícil mercado norteamericano. ¿Quién hubiera imaginado que el atractivo joven de ojos verdes y mirada soñadora que había recogido en la carretera fuera una celebridad?

Sonrió al recordarlo. El dorado de su piel le recordaba la extensa planicie mesopotámica y el mar de misterios que ansiaba descubrir. En Göbekli Tepe dirigía una excavación; en Naim podía explorar esos misterios con besos que sabían a arena y a desierto, podía hundir la lengua en ese ombligo que lo enloquecía, sujetándole las caderas mientras le daba placer con los dedos.

—Ah, Naim. Naim, ¿qué haré contigo? —dijo a la fotografía que guardaba en su cartera, oculta de miradas impertinentes.

Era 11 de febrero y habría dado lo que fuera por pasar el Día de San Valentín en su compañía. Pero claro, eso no podría ser. Naim estaba de gira y además, aunque detestara hacerlo, debía ser discreto. Eso era lo que le había pedido el cantante aquella noche, en Bélgica.

2


Bélgica, enero 1999

Mark recorrió con las yemas de los dedos la espalda del desnudo Naim, y se detuvo en la suave curva de sus nalgas, donde continuó haciendo círculos, disfrutando de su intimidad y procurando no pensar en cuándo lo volvería a ver.

Después de su apasionado reencuentro en París el 24 de diciembre, se habían vuelto a separar, esta vez con muchas promesas hechas en la tibieza del lecho. Naim se las había arreglado para reunirse con él en Bélgica, aprovechando un par de días libres entre conciertos, pero no era suficiente para Mark.

Necesitaba más de él y lo sabía. Su trabajo lo seducía, pero amaba a Naim. Quería tenerlos a los dos y saber que no era posible lo ponía de mal humor. Además, su amante le pedía mucha discreción y lo hacía sentir incómodo.

—¿En qué piensas? —preguntó Naim con una sonrisa.

—En ti.

—¿Y qué pensabas? —susurró, atrayéndolo en un beso.

Mark lo meditó unos momentos, besando esos labios cálidos que hacían que se sintiera duro nuevamente. Pero el calor de su entrepierna podría calmarse luego: el momento de las preguntas había llegado.

Rompió suavemente el beso, poniéndose serio. Desde su reencuentro no habían hablado mucho de su futuro como pareja. La conversación había sido muy personal, pero a la vez muy ajena, como esas largas charlas que tuvieron en Turquía, cuando ninguno de los dos sabía quién era el otro.

—¿Por qué les dices a los medios que eres hetero? —La pregunta, hecha del modo más directo, causó que el rostro del cantante se endureciera.

—Estrategia de imagen. Mi representante me lo pidió.

La mención de su representante hizo que Mark recordara el modo en el que se conocieron. Según todas sus deducciones, había sido su anterior representante, Deniz Yildrim, quien había golpeado a Naim, abandonándolo en las afueras de Urfa.

—Tu representante… ¿Cuál de ellos? ¿Deniz Yildrim o Kenan Hamdi? —preguntó con sospecha.

—Ambos.

—Fue Yildrim, ¿verdad? Yildrim te golpeó. Leí que fueron amantes. —No había querido sonar tan brusco, pero los celos lo asaltaron de pronto. El cuerpo de Naim se tensó.

—¿Me estás interrogando? —dijo, irritado.

—Sólo quiero entenderte. He leído muchas cosas sobre ti pero jamás me contaste nada… Si esto va en serio, necesito conocerte más.

Naim se apartó, apoyando la cabeza sobre la almohada. Estuvo en silencio por algunos momentos, luego miró a Mark.

—Tú me conoces mejor que nadie. Lo que digan los medios, ¿qué importa? Eso no cambiará cómo soy.

—Ya sé que te gustan los misterios. —Mark sonrió a su pesar, acariciándole la barbilla y Naim le devolvió la sonrisa—. Supongo que es complicado mantener una vida como la tuya. No preguntaré más.

—No, tienes razón —reflexionó Naim—. Tienes derecho a saber lo que pasó. Deniz fue mi primera relación gay seria, nos conocimos cuando yo tenía veinte años y cantaba en bares y discotecas de Estambul. …l creyó en mí y se hizo cargo de mi carrera… Nos enamoramos y estuvimos juntos cinco años. Triunfé gracias a Deniz.

—…l te golpeó…

—Sí. No voy a negarlo —interrumpió Naim—. Conforme iba haciéndome famoso, Deniz me celaba más. Al principio era divertido, y como siempre estábamos juntos, no había razón real para su desconfianza. Para mí era una especie de juego y creí que para él también. Pasaron los años y se filtró en la prensa el rumor de que éramos pareja; él me obligó a negarlo y me enfurecí, creía que debíamos gritarle al mundo nuestro amor. Estaba tan molesto que me puse a coquetear con Brent Stevens y no me preocupé por ocultarme. Alguien nos tomó fotografías y se desató un escándalo. Imagino que lo leíste.

—Sí —dijo Mark—. Debió ser difícil…

—Lo fue. Allí me di cuenta de que salir del armario no iba a servirme de nada. No tienes idea de lo que puede ser el asedio de la prensa. Pero lo peor fue que Deniz lo creyó. Estábamos en Urfa, donde solíamos ir cuando queríamos intimidad. Tuvimos una discusión espantosa y me golpeó en el rostro, pillándome completamente desprevenido. Sólo reaccioné cuando me encontré en el piso y él me pateaba con una rabia que jamás le había conocido…

—No sigas… —Mark le cubrió los labios, pero Naim lo apartó con suavidad.

—Dijiste que querías saber —le recordó con firmeza—. Peleamos como fieras, golpeándonos e insultándonos y en algún momento debí caerme y perder el sentido. Lo último que recuerdo fue despertar en el auto de Deniz, que me zarandeaba para obligarme a salir. Hacía un frío espantoso y él me arrojó a la carretera y me dejó. Grité de impotencia, llamándolo, pero estaba demasiado dolorido para correr y sólo me derrumbé, temblando. Lo siguiente que recuerdo fuiste tú.

—¿Cómo pudo hacerte eso? —murmuró Mark—. ¿Por qué no lo denunciaste?

—No podía. Le debía los buenos años que pasamos juntos. —Naim suspiró—. Luego supe que Deniz había vuelto a buscarme, pero no me encontró porque tú me habías recogido. Estuvo como loco haciendo indagaciones, temiendo un secuestro. Cuando volvimos a vernos me pidió perdón, pero era tarde: yo me había enamorado de ti. Cambié de representante y me mudé a Nueva York, pero eso ya lo sabes. Los medios dejaron de especular sobre mi homosexualidad cuando me vieron con Sharon Knight y se habló de un compromiso. Cada cierto tiempo me relaciono con alguna modelo o actriz y mantengo mi imagen. Es duro, pero es necesario.

Mark acarició su barba incipiente y le dio varios besos en la boca. Trataba de entender, de ponerse en su lugar, pero le era muy difícil.

—¿Cómo supiste que fue Deniz? Nunca se lo dije a nadie —preguntó de pronto Naim.

—Lo deduje. Soy un científico…

—¿Y yo soy un ejemplar de estudio?

—No, por Dios. Eres más que eso. Eres como un sueño y a veces tengo miedo de despertar.

—Un sueño… Nunca me habían dicho algo así. —Naim se pegó a su cuerpo, envolviéndolo en su calidez—. Mírame a los ojos. Hagamos el amor.

Mark se perdió en su mirada, preguntándose a dónde lo llevaría esa aventura. Todavía tenía días libres y los pensaba aprovechar reuniéndose con Naim cuando pudiera. Quería protegerlo como había hecho en Turquía, cuando lo encontró completamente desamparado, pero ya se había dado cuenta de que su amante era perfectamente capaz de cuidarse solo.

—Naim, ¿qué soy para ti? —cuestionó de pronto.

El cantante le dedicó una de sus deliciosas sonrisas. Su rostro entero se dulcificó mientras decía:

—Eres el hombre que amo.

3


Turquía, febrero 1999

Mark caminó por la ladera alejándose del grupo de cuatro círculos de piedra en los que trabajaba, para dirigirse a lo que más le intrigaba: un círculo solitario en medio de los otros grupos que todavía no habían sido puestos al descubierto.

Hasta el momento, sólo se habían desenterrado cinco de aquellas estructuras, pero los estudios demostraban que por lo menos había quince más, distribuidos en grupos de cuatro o cinco. La teoría más aceptada era que constituían el templo más antiguo de la humanidad, pero ese círculo solitario no seguía el mismo patrón de los otros.

Mark se paró en medio, junto a la baja piedra central (acaso un altar), que carecía de tallas. De hecho, a diferencia de los otros, ninguna de las piedras de ese círculo estaba tallada.

Miró alternativamente los pilares que formaban el círculo, sintiendo la fuerza intrínseca que brotaba de ellos.

Los estudios habían demostrado que dentro del quinto círculo había un campo magnético similar a otros hallados en Stonhenge o en la Gran Pirámide de Gizeh; pero lo que no habían demostrado era por qué Mark era el único que podía percibirlo sin ayuda de ningún instrumento.

—Martin, esto te encantará —susurró, pensando en Martin Hellson[3], su amigo francés tan amante de los misterios, que se ganaba la vida como «cazafantamas» y era el invitado obligado de muchos reportajes sobre fenómenos paranormales.

Pensar en Martin lo llevó a pensar también en otra persona que comprendería su necesidad de saber.

—Sarah, ¿dónde demonios estás? —preguntó a las antiguas piedras, pensando en su ex novia y amiga que compartía el mismo apasionamiento que él por su trabajo. Sarah era antropóloga y estaba previsto que se reuniese con él en un par de meses, en cuanto terminase su trabajo en El Congo.

Martin y Sarah eran las dos personas que más habían influido en su carrera, pero no estaban con él para compartir la fascinación por ese misterio que anhelaba comunicarle a alguien.

Un sentimiento de culpabilidad le hizo pensar en Naim. Su amante no sabía nada sobre su trabajo... Claro que nunca había preguntado y Mark se había ocupado más bien de interrogarlo que de contarle cosas.

Qué más daba. No sabía cuándo lo vería…

Si es que lo veía.

Su último encuentro había sido bastante desafortunado.

4


Alemania, febrero de 1999

El 1 de febrero, Mark comenzó a pensar que su relación con Naim iba a estar llena de obstáculos. Lo había seguido a varias ciudades, había sentido al público vibrar al ritmo de sus caderas, corear interminablemente sus canciones, adorarlo… Y lo había adorado también, compenetrándose más y más con ese ambiente que le era tan ajeno.

Por momentos comprendía esa necesidad de estar allí, de mostrar su arte, de recibir los aplausos y el cariño de millones de desconocidos que lo hacían su ídolo en cada concierto; pero al momento siguiente se decía que había algo que Naim no había dicho a todas esas personas.

Era gay. ¿Por qué no lo decía? ¿Por qué tenían que ocultarse de todo el mundo? En unos días sería reconocido como el Artista Más Exitoso del Año en Turquía, y estaba nominado a los premios Grammy. Podía salir del armario cuando quisiera. Debía hacerlo.

…se era el motivo de la discusión que sostenían en un anónimo hotel de Berlín.

—No, Mark. No has entendido… No puedo hacerlo y no lo haré. No puedo decirles a todos que soy gay —dijo Naim, levantándose con gesto de fastidio.

—¿Por qué no? Eres famoso, tienes dinero. Puedes hacer lo que te venga en gana —porfió el arqueólogo desde la cama en la que acababan de hacer el amor—. Elton John lo hizo, y también George Michael. Y todo mundo sabía lo de Freddie Mercury y a nadie le importó.

—Ellos lo hicieron cuando ya eran famosos. Además, son occidentales; yo soy oriental, soy musulmán, y por más que Turquía sea liberal, existe un importante sector conservador.

—Tonterías.

—Mis padres jamás lo entenderían. ¿Es que no puedes comprenderlo? Las cosas son complicadas, sólo te pido discreción.

—La gente no dejará de comprar tus discos porque seas gay —razonó Mark—. No he dicho que debas hacer una conferencia de prensa para anunciarlo, sólo que nos dejemos de tantas precauciones…

—Son necesarias. Y también es necesario que me vean de vez en cuando con alguna amiga. Estoy tratando de entrar al mercado norteamericano y es lo que la prensa quiere ver.

Mark se echó a reír.

—¿Tú crees que al mercado norteamericano le importará con quién te acuestes?

—Haré lo que pacté con Kenan. Por favor, no sigas discutiendo.

—¡Es hipócrita! —exclamó Mark.

Naim volvió a la cama y le dio un beso en los labios, acallando la protesta.

—Escucha, ¿quieres? No lo arruinemos. Te quiero demasiado para eso.

Se abrazaron sin más, acariciándose con ansiedad, y antes de que Mark pudiera decir algo, Naim se tumbó sobre él en la cama. Volvieron a amarse, con la desesperación de la separación inminente. El amanecer de Berlín cayó sobre ellos junto con el orgasmo.

Mark suspiró.

—Quiero que estés siempre conmigo.

—Sevgili[4], sabes que no puede ser. Tenemos que guardar las apariencias.

—¿Hasta cuándo? —cuestionó Mark con acritud—. Dijiste que querías que estuviéramos juntos, pero no veo cómo…

—¡Estoy de gira, maldita sea! Ni siquiera debería estar aquí. Cancelé una presentación en televisión para encontrarme contigo.

Mark intentó serenarse, pero estaba demasiado molesto. El Naim que había conocido en Turquía era muy distinto al cantante que ahora compartía su cama. Su Naim anónimo decía que quería vivir su vida. En cambio, Naim Evren tenía una vida llena de compromisos que cumplir y apariencias que mantener.

Se veían en habitaciones de hotel, registrándose con nombres falsos, haciendo mil malabares para despistar a la prensa. Por eso sus encuentros eran tan intensos en el sexo: no estaban seguros de cuándo se volverían a ver. Aunque hablaran casi todos los días por teléfono, no era lo mismo. Mark odiaba esa vida y de pronto comenzó a pesarle haber descuidado tanto sus asuntos. La Universidad de Stanford lo había seleccionado nuevamente para ir a Urfa y él estaba postergando la fecha.

—Y yo he dejado mi trabajo por estar contigo —replicó.

Naim se sentó en la cama. No dijo nada, pero en su rostro se leía la pena. Cuando hizo ademán de levantarse, Mark lo detuvo.

—¡Espera! —Lo abrazó, arrepentido de sus reproches. No quería mostrarse débil, pero lo era ante Naim.

—Trata de entender, por favor. Cuando acabe la gira, podremos vernos más —pidió el cantante, acariciándole el rostro.

—Cuando acabe la gira, estaré en Urfa. Me voy el 10, por cuatro meses para comenzar.

—No me lo habías dicho —le reprochó Naim.

—Lo habré olvidado. —No era cierto. Acababa de decidirlo. El cuerpo de su amante se tensó y pugnó por soltarse. Mark se recriminó: ¿en qué rayos estaba pensando? Había esperado tanto para estar con él… ¿por qué tenía que portarse así de desagradable?—. Lo siento —dijo en un susurro—. Lo siento, lo siento…

Naim se revolvió entre sus brazos, pero finalmente se rindió.

—Yo también lo siento, Mark. Ya debo irme.

—¿Cuándo nos veremos?

—No lo sé. Te llamaré.

Mark lo miró vestirse en silencio y se dejó caer sobre la almohada cuando Naim se despidió.

5


Turquía, febrero de 1999

El 13 de febrero, la jornada terminó a las seis. Algunos científicos se retiraron a Urfa y otros volvieron al abrigo del campamento junto con el personal de apoyo. Mark se quedó.

La excavación de los otros círculos de piedras se había iniciado, pero a él le seguía intrigando el quinto círculo.

Había estado atareado con el trabajo, pero al quedarse solo, caminó hacia el círculo y penetró en él como había hecho tantas otras veces desde que llegó allí.

Una vez dentro, le pareció quedarse aislado del mundo. Por un momento percibió el movimiento de las piedras, como si fueran entes vivos.

«Son dioses —se dijo, ensimismado—. Dioses ocultos en un mundo de rocas.»

Sus sentidos se quedaron en una especie de trance, escuchando las voces de ese mundo perdido, el desplazamiento de enormes bloques rocosos, el eco de un corazón palpitando en el corazón de una montaña. Oyó el sonido del mar y percibió una vida aprisionada entre paredes de piedra; un vasto desierto y una colina llena de vegetación; y un pantano.

Casi podía rozar con los dedos esas realidades. Casi podía palpar la atmósfera enrojecida de un mundo yermo en el que sólo había piedra sobre piedra… Casi podía sentirlo allí.

Entonces, todo cesó.

—Doctor Cristow.

Aturdido, tardó un poco en responder:

—¿Qué pasa, Mehmet?

—Alguien lo busca. En el campamento.

Mark salió del círculo, algo mareado. No se sentía en sus cinco sentidos como para hablar, de modo que se limitó a seguir a su joven asistente hasta la casa rodante al pie de la ladera, junto al campamento dormido. No sabía cuánto tiempo había estado en el círculo, le parecían siglos y era de noche. ¿Cómo no se había dado cuenta? Le echó un vistazo a su reloj, pero se había quedado parado.

Dejó de pensar en el círculo cuando divisó una inconfundible silueta, cubierta con una parka, que lo esperaba fumando un cigarrillo.

—¡Mark!

—¡Naim!

Quiso correr a abrazarlo, pero se contuvo. Caminó deprisa para reunirse con él y entraron en la casa rodante, a salvo de miradas curiosas.

—¡No puedo creer que estés aquí! —exclamó, abrazándolo como si quisiera convencerse de que era real.

—Aquí estoy, hasta mañana a mediodía. Tenía que verte, Mark.

Naim se quitó la capucha y el arqueólogo lo miró con sorpresa: se había cortado un poco el cabello, que ya no le cubría el rostro parcialmente dándole ese aspecto indómito que tanto le gustaba. También se había afeitado: su incipiente barba ahora le cubría sólo el mentón. Y llevaba un pequeño aro en una oreja.

—Tu cabello, tu…

—Era hora de un cambio de imagen. ¿Te gusta?

—Es distinto. —Mark acarició las lisas mejillas, jugó con el arito, y finalmente lo sujetó por la nuca, atrayéndolo—. Me gusta… me gustas tú.

Se besaron sin más trámite, estrujando sus cuerpos hasta sentir cómo sus miembros pugnaban por escapar de la cárcel de denim que los aprisionaba. Pero Mark no deseaba que hubiera sólo sexo y reproches. Disminuyó la intensidad del beso hasta apartar a Naim con suavidad.

—¿Qué pasa?

—Quiero que veas algo.

6


Caminaron en la oscuridad, alejándose del campamento. Amparados por las sombras, comenzaron a subir por la polvorienta ladera, dirigiéndose hacia la cima. La luna iluminaba débilmente el camino sembrado de rocas, mostrándoles un paisaje irreal, como sacado de otro mundo. Mark encendió su linterna.

—Ten cuidado, el terreno es desigual.

—Ya lo noté —dijo Naim, después de tropezar con unos guijarros y se reunió con Mark, que ya había llegado a la cima de la colina.

—Esto es una maravilla. Tienes que verlo —dijo con entusiasmo el arqueólogo, conduciéndolo entre las moles de piedra hacia el emplazamiento del quinto círculo.

Estaban completamente solos en medio de esa noche tranquila; sólo se oían los ocasionales ruidos de insectos y otras criaturas nocturnas. Las luces del campamento se veían a lo lejos.

Naim giró abriendo los brazos, como si quisiera abarcar todo el quieto paisaje.

—Esto es enorme. Uno se siente pequeño aquí —dijo en un murmullo, como si tuviera miedo de hablar en voz alta.

—Imagina… Hemos excavado media hectárea y no hemos cubierto ni el cinco por ciento de lo que hay aquí. Es toda una vida de trabajo… Este sector todavía no está abierto a los turistas. Estás contemplando lo que pocos han visto.

Naim se colgó de su brazo, mirando las pétreas formas que Mark recorría con la linterna. De pronto, se echó a reír.

—Nunca me has dicho una palabra sobre tu trabajo. Háblame sobre lo que haces aquí.

—De acuerdo. Ven. —Mark lo condujo hacia un muro bajo de piedra y se sentaron. La mirada de Naim revoloteaba curiosa entre los monolitos—. Me especializo en este tipo de construcciones. En 1997, cuando nos conocimos, excavábamos el primero de los círculos. He venido para ocuparme de los demás, con un grupo de científicos alemanes y turcos.

»Este lugar es importante porque cambió nuestra concepción de las civilizaciones antiguas. Es un emplazamiento monumental y complejo, y es preagrícola. Antes creíamos que la agricultura influía en los cambios socioculturales necesarios para crear este tipo de emplazamiento; ahora sabemos que fue al revés. El trabajo coordinado para la construcción de este lugar sentó las bases para el florecimiento de una sociedad neolítica compleja, acaso la primera. Las personas que lo hicieron no conocían siquiera la cerámica ni cultivaban el trigo. Vivían en aldeas y eran cazadores y recolectores principalmente, aunque hay evidencia de que criaban también algunos animales. Su antigüedad se estima en 9,500 años antes de Cristo, o sea, 7,000 años más antigua que Stonehenge. El gobierno lo anuncia como el Jardín del Edén para promover el turismo, pero se cree que es mucho más que eso.

—¿Qué crees tú? —Quiso saber Naim.

—Es difícil de explicar —señaló Mark—. No te estoy aburriendo, ¿verdad?

—Para nada.

—Bien. Avísame si me pongo pesado, cuando hablo de estas cosas suelo entusiasmarme y me olvido de todo.

Naim le apretó la mano y sonrió.

—Lo que me intriga más son estos círculos de piedra. Cada círculo tiene un diseño similar: en el centro hay dos bloques de piedra en forma de T, rodeados por bloques más pequeños. Algunos tienen tallas de zorros, leones, escorpiones y buitres. Las representaciones humanas no tienen ojos, ni boca, ni rostro, pero sí brazos y manos. Se dice que son dioses y eso refuerza la idea de que se trata de un lugar sagrado. «El templo más antiguo de la humanidad», lo llaman. Estamos a 350 kilómetros sobre el valle; desde aquí se puede mirar el horizonte en casi todas las direcciones; es una ubicación privilegiada para un templo. Hemos encontrado fragmentos de huesos bajo los círculos, y se sospecha de estructuras subterráneas. Un gigantesco lugar de descanso final para los cazadores… —Mark se detuvo, mirando a su alrededor, como si las moles de piedra pudieran decirle la verdad que tomaría años descubrir al excavarlas.

—Pero… —susurró Naim.

—Sí. Hay un «pero». Este círculo me intriga. —Señaló hacia la cercana edificación—. Es el más pequeño de todos y es el único que está aislado. Los otros están agrupados, pero éste no. Tiene 15 metros de longitud y es el único en el que hay una sola piedra central, que además no está tallada ni tiene forma de T, más bien parece un altar que presenta un extraño bajorrelieve bastante elaborado para su época. Es más antiguo que los otros, que parecen florecer a su alrededor. Hemos hecho pruebas y sabemos que existe un campo magnético. Quizá no sea importante… todavía faltan dieciséis círculos por excavar, así que estadísticamente no se puede afirmar nada. Podría aparecer otro con sus características.

—Pero tú no lo crees.

—Exacto. Nunca había visto algo así; incluso siento que de él emana una gran fuerza. La siento, ¿entiendes? Sólo que no tengo ningún hecho científico en qué basarme…

—… y eso te hace sentir incómodo —completó Naim.

—¡Eso es! —dijo Mark con una radiante sonrisa—. Lo has entendido.

Naim se puso de pie y entró en el círculo de piedras, avanzó hacia el bloque central y se detuvo allí. La luna bañaba su silueta y por un momento Mark pensó que brillaba. Con la linterna en alto, lo siguió.

—Tienes razón —dijo el cantante, pensativo—. Aquí hay algo. No puedo definirlo con palabras. —Miró hacia el cielo—. Una vez, hace muchos años, mi madre me llevó donde una adivina. Era una mujer muy vieja que tenía fama de bruja, y me leyó el futuro. Dijo que un día mi voz estaría en éste y en otros mundos. Lo había olvidado, ¿puedes creerlo? Y cuando entré aquí, lo recordé.

—Quizá algo en tu subconsciente te lo recordó —dijo Mark.

—No sé. He visitado Catalhoyuk[5] y jamás experimenté algo así. Es como si la magia emanara de estas piedras.

—La magia no existe —replicó Mark.

—¿No existe? —susurró Naim, pegándose a su cuerpo—. Y esto, ¿qué es? —Se apoderó de sus labios con decisión, impidiéndole protestar.

Mark lo abrazó con fuerza, dejando que el deseo volviese a tomar el control. Entonces notó que ya no sentía frío: el cuerpo de Naim era suficiente para olvidar el invierno y sumirlo en el delicioso calor del sexo. Acarició su espalda a través de la parka; bajó, masajeando sus nalgas y friccionando las caderas, sintiendo despertar su propia erección, que buscaba ansiosa la de su compañero.

Cayó de rodillas, desabrochándole rápidamente el pantalón de mezclilla, y hundió el rostro en su ombligo, embriagándose con el olor de su piel bronceada que le traía reminiscencias de calor y desierto. Lo besó por encima de la ropa interior, bajándola con los dientes, mientras sus traviesos dedos buscaban el foco de placer de Naim, y los hundió allí, al tiempo que liberaba el candente miembro de su amante y lo devoraba con la boca.

—¡Qué bien se siente! —gimió Naim, doblando las rodillas y sujetándole la cabeza, como si quisiera enterrarse en su boca.

Mark sólo se concentró en succionar, acariciar, lamer y dar suaves mordiscos. El cuerpo de Naim era una continua fuente de placer, y tenerlo allí, completamente entregado, en medio del lugar sagrado que sus antepasados veneraban, era embriagador. Jugó con el glande haciendo círculos con la lengua y saboreó el presemen como si fuera un elixir vital. El juego duró lo suyo, y cuando creyó que Naim estallaría dentro de su boca, fue apartado.

—Voy a entrar en ti —anunció el cantante, quitándose la parka que dejó caer en el altar de piedra—. Súbete allí.

Mark se bajó los pantalones y se arrodilló sobre el altar, ofreciéndose impúdicamente en una de las posiciones favoritas de su amante. Ardía de deseo y de necesidad y se olvidó de todo: lo único que necesitaba era a Naim llenándolo, marcándolo, amándolo…

Oyó el movimiento de Naim al rasgar el envoltorio del condón y sintió sus dedos abrirle las nalgas. Lo penetró un instante después, con un certero movimiento que lo hizo sisear. Era fuego abriéndose paso dentro de su cuerpo, que lo recibía igual de ansioso, mezclando dolor con placer. Dolor y placer…

Mark los dejó salir con un grito que fue acallado por la mano de Naim, cuyos dedos lamió con fruición, mientras agitaba las caderas de arriba hacia abajo. Otra mano sujetó su miembro durísimo y envió descargas de placer que, combinadas con la presión sobre su próstata, lo elevaron a la cúspide.

El apoteósico orgasmo simultáneo que siguió les dejaría recuerdos confusos. Mark vio un destello de luz brotar de la fría piedra que pareció cobrar vida y fue como si el mundo se suspendiera en los mágicos momentos en que eran uno.

Para Naim, el mundo dejó de girar conforme su erección era aspirada y comprimida en las entrañas de su amante y se quedó allí mientras un destello de luz brotaba ante sus ojos, dándole la certeza de que la magia sí existía.

El momento fue efímero pero a ellos les pareció una tibia eternidad llena de luces dentro de aquellas moles de piedra que parecían absorberlo todo.

Y entonces, todo acabó.

Mark se estremeció de gozo, con Naim todavía dentro de su cuerpo y la luna bañándoles la piel. No podía hablar, estaba demasiado conmovido.

—No sé si profanamos algo aquí —susurró Naim—, pero jamás había sentido algo como esto. Y la luz…

—¿La viste? —preguntó Mark en voz muy baja, sobrecogido de pronto por lo que acababan de hacer.

—No estoy seguro de lo que vi y sentí —repuso Naim, deslizándose fuera de su cuerpo con un quejido—. Creo que había una luz… fue muy confuso todo.

—¿Una estrella fugaz? —aventuró Mark buscando la explicación más plausible.

—No lo sé. —Naim lo envolvió en un cálido abrazo, ayudándolo a levantarse—. Hace frío.

Se arreglaron las ropas en silencio, pensando en lo que acababan de experimentar. Entonces Naim miró hacia el cielo.

—Si fue una estrella fugaz, tienes que pedir un deseo.

Mark lo abrazó por detrás y susurró a su oído:

—¿Qué pedirás tú?

—Nada. Lo que vine a buscar ya lo he encontrado.

Mark lo besó.

7


El descenso se les hizo ligero, aunque ninguno habló hasta que llegaron a la casa rodante. Naim se sentó en una silla, curioseando a su alrededor.

—¿Dónde está tu cama? —preguntó.

—Aquí. —Mark le mostró una cama plegable oculta en la pared. El cantante hizo una mueca.

—No cabemos los dos.

—Claro que no. Se supone que en los campamentos, uno trabaja.

—Ya —dijo Naim con un puchero—. ¿Dónde voy a dormir?

—Creo que hay algunas colchonetas… podemos acomodarlas en el suelo y dormir allí.

—¿Juntos?

—Juntos.

Naim sonrió y pareció satisfecho. No les tomó mucho tiempo arreglar las colchonetas y las mantas, y cuando terminaron, ambos se acostaron desnudos, sin buscar sexo sino la proximidad de rozar piel con piel. El sueño llegó enseguida, transportándolos a los misteriosos mundos que habían vislumbrado en el altar de piedra.

Mark fue el primero en abrir los ojos y tardó unos segundos en recordar lo que había pasado. Eran las siete y pronto el campamento despertaría para iniciar el trabajo. Muy a su pesar, despertó a Naim.

—¿Qué hora es? —preguntó el soñoliento cantante.

—Las siete. Aquí madrugamos —dijo Mark—. Tenemos que levantarnos, podría venir Mehmet a buscarme.

—¿Y qué?

—¿Qué? Es mejor que no nos vea juntos. Debemos ser discretos…

—Ah. Discretos —dijo Naim, apoyándose en el codo para mirar mejor a Mark—. Discretos —repitió, resaltando la palabra—. ¿Eso funciona también para ti?

—¡Demonios! —exclamó Mark, enrojeciendo. Luego rió—. Tienes razón… Bueno, se supone que estoy trabajando y yo estoy a cargo y…

—Entiendo el punto —observó Naim, divertido—. ¿Sabes qué día es hoy?

—Oh, mierda… Lo siento, no sabía que vendrías y no preparé nada. Podemos…

Naim le cubrió la boca.

—No tienes que darme nada. Lo que me diste anoche es todo lo que quería. ¿Sabes, Mark? Yo vine anoche porque sentía que lo nuestro se iría a la mierda si no hacía algo. Pensaba pedirte que dejaras todo y vinieras conmigo, que te mudaras a Nueva York…

—¿Y me lo pedirás?

—No —susurró Naim—. No tengo derecho. No puedo apartarte de este lugar.

Mark lo miró largamente, recorriendo su rostro con las yemas de los dedos, acariciando sus rasgos, perdiéndose en sus ojos. En el fondo sabía que sería así: Naim tenía su música y un prometedor futuro; él tenía sus monolitos y el misterioso pasado por compañía. Pero lo que había ocurrido en el círculo de piedras ligaba sus destinos para siempre. La voz de Naim recorrería el mundo, su imagen brillaría en cientos de países como una rutilante estrella, pero volvería. Invariablemente volvería a su lado.

Siempre lo había sabido: Naim era su estrella fugaz.



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[1] «De corazón a corazón»: relato publicado en la recopilación Relatos Navideños 2008 de Origin EyaoiES y Colección Homoerótica, que tiene como protagonistas a Mark Cristow y a Naim Evren.

[2] Göbekli Tepe: yacimiento arqueológico del inicio del neolítico (IX milenio a. C.) situado al sureste de Turquía cerca de la frontera con Siria. Descubierto en 1963, tuvo que esperar hasta mediados de los años 1990 para que científicos alemanes del Deutsche Archäologische Institut (DAI) iniciaran la exploración del lugar. Para efectos de la presente historia, se ha alterado la descripción del emplazamiento, así como sus características. (Nota del Autor)

[3] Martin Hellson es el protagonista de la saga Hellson, de la misma autora, a quien le gusta entrelazar a todos sus personajes en un mismo universo.

[4] Sevgili: Amor, en turco.

[5] Catalhoyuk es otro yacimiento arqueológico famoso de Turquía.

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