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Equivocado por Prongs

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“Así que finalmente es el día.”

Había esperado tanto. Tanto que hacerlo había perdido sentido, al igual que prácticamente todo a su alrededor desde la última gira de Super Junior M.

Hoy por fin sus compañeros regresaban a Corea, hecho que no solo él había estado aguardando con ansias.

“Al menos los demás sí se alegrarán”, concluyó, sin dejar del todo afuera una punzada de amargura y de envidia, “y si no lo comparto, pensarán que simplemente estoy apegándome a mi papel.”

Después de todo, Kim Heechul era la reina del drama por excelencia en Super Junior. Nadie se detendría a hacer preguntas al respecto. Hasta Hangeng y Kibum lo pasarían por alto, como ya venían acostumbrando desde hace tiempo.

Alegaban que estaba encaprichado, que se le pasaría. Que no había nada de qué preocuparse, pues terminaría encontrando otra cosa que llamara su atención antes de que se diera cuenta.

Cuánto le había costado no reprocharles el haberle decepcionado así. Estaba orgulloso de haberse podido resistir. La culpa era solo suya, sus expectativas habían probado ser demasiado altas aun para sus mejores amigos.

“El que espera demasiado, siempre lo hace en vano.”

Y por mucho que se hubiera resistido, esa simple frase formaba ahora parte de sus creencias. Era una lástima que saberlo y creerlo no fueran suficientes para dejar de esperar.

Una parte de él siempre seguiría esperando.

Resoplando, se levantó de la cama con un movimiento brusco, pausando para frotar su pierna izquierda haciendo una mueca de disgusto más que de malestar.

Últimamente su antes fracturada extremidad le estaba dando bastantes problemas. El dolor le inmovilizaba por momentos, podía pasarse minutos enteros a ojos cerrados, sintiendo que de una forma extraña el mundo se había detenido para que cada uno de sus sentidos tuviera ocasión de contarle su propia versión del dolor.

Por supuesto, esos momentos no eran más que otro acto de los suyos. Tener largas y gruesas varillas de metal donde anatómicamente solo debían existir huesos no podía ser algo tan molesto, ¿no? A mucha gente le pasaba. Heechul solo era uno de los astutos que montaba un show y usaba la desgracia a su favor.

Sin embargo, había alguien que sí se detendría a preguntar qué le sucedía. Alguien que le defendería sin dudarlo ni por un instante tanto si se merecía las críticas – tácitas o explícitas – como sino. Alguien que se contentaría con recibir una sonrisa y un suave Siwon-ah a cambio.

Choi Siwon parecía tenerlo todo y, de hecho, lo tenía. Atractivo como pocos, gentil, cariñoso, galante, talentoso, los adjetivos simplemente no le hacían suficiente justicia. No alcanzaban para él.

El hombre perfecto.

Lástima que no fuera para él. Ese Dios del que tanto predicaba se lo había quitado incluso antes de dárselo.

Pero Heechul no le había dado la satisfacción de verle rendirse al enterarse que Siwon no era su caballero de brillante armadura ni su príncipe azul, sino nada más que una buena persona. Sus atenciones y la delicadeza con la que siempre le trataba no eran más que valores de buen cristiano, no eran más que una obligación, ¿no era esa la cruel realidad?

Sí. Y a pesar de ello, Heechul se había negado a resignarse del todo, decidido a mostrarle a Siwon cuán rica podía ser la gama de sentimientos que despierta alguien en ti cuando dejas de mirarle como él o ella y te concentras solo en quién es. En su esencia, desprovista de todo género y mácula.

Por años, todo lo que intentó fue enseñarle que el amor no discrimina como lo hace su Dios y cuando escoge a quien entregarse lo hace sin tener en cuenta más que lo que hace a esa persona merecedora de su regalo. Sin detenerse a razonar aquello que es justamente lo opuesto a racional.

¿Dónde estaba la emoción en ir por la vida pensando que solo era correcto amar a ciertas personas? Qué disparate. Qué manera grotesca de cortar las alas a lo único en el mundo que las posee de verdad.

Pero había sido demasiado optimista. Para variar, se había dado demasiado crédito. Tratando de abrirle los ojos, no había hecho otra cosa más que cavarse un pozo que había probado ser tan oscuro como para enceguecerle más que al propio Siwon su sagrado credo.

Porque ya no había interés en él de salir a la superficie. De abrir los ojos y seguir caminando en busca de alguien que no intentara cambiarle ni a él ni a sus sentimientos y los aceptara sin más a ambos.

¿Qué caso tenía intentarlo? Si abrigaba esperanzas otra vez, la experiencia dictaba que lo que iba a pasar era sencillo. Iba a decepcionarse. Otra vez.

Aunque, por muchas ganas que tuviera, no iba a escaparse de verlo hoy ya que obviamente Leeteuk había organizado una fiesta de bienvenida para los integrantes de SJ-M y el lugar elegido para la celebración era nada más y nada menos que el departamento que compartía con Kibum y Hangeng.

Todos se las habían ingeniado para hacer hueco en sus agendas para asistir y reunirse sin que su líder tuviera que insistir demasiado. Hasta Kibum había reservado un par de días en su ocupada vida de actor de telenovelas. Y Heechul entendía los deseos de todos de estar juntos sin que faltara nadie, la alegría casi palpable en el aire era algo que incluso él disfrutaba aunque esa emoción no fuese suya y no hiciera más por él que lo que lograba una estufa a gas en medio de un invierno crudo.

Mentiría si dijera que no los había extrañado.

- Hyung – llamó Kibum tras tocar la puerta del baño – La mayoría quiere ir al aeropuerto, ¿qué haces? ¿Te quedas?
- Sí, ve tú si quieres. Yo los espero.
- Estaremos aquí en un par de horas, ¡nos vemos!
- ¡Buen viaje!

“Yo los espero”, repitió esbozando una sonrisa irónica, “es lo que hago mejor.”

Al salir de la ducha, tuvo tiempo de sobra para escoger un atuendo y peinarse. Dos acciones que perfectamente le hubieran llevado cinco minutos, ahora que no sentía interés particular en deslumbrar a nadie y que se había cortado tanto el cabello que se atrevía a decir que era el corte más masculino que había lucido nunca.

¿Si extrañaba su pelo? Sin duda. ¿Por qué se lo había cortado tanto? No estaba seguro. Simplemente se había despertado una mañana y mirado al espejo. Le había aburrido y hastiado a tal punto su reflejo que no hubiera estado satisfecho con un cambio menos drástico.

Más tarde, había notado que quizá había sido un intento inconsciente por acabar con cualquier intento de probar un punto que nunca podría ser probado para alguien que no quería liberarse de principios antiguos y absurdos. Principios que él dudaba haber sido capaz de compartir aun siglos atrás.

Supuso que no debía culparlo. De hecho, no podía culparlo. Era muchísimo más sencillo vivir según pautas que algún vejestorio se había tomado la molestia de trazar para facilitarle las cosas a generaciones futuras. Y para hacerlas manipulables, además.

Oh, pero eso no lo habían escuchado de él.

¿Pero cómo odiar a Siwon? El que le conociera, diría que eso es imposible. O por lo menos, extremadamente difícil. Aun cuando a veces se contradijera solo, en esos momentos en que sus creencias religiosas eran puestas en jaque por su participación en Super Junior, al final uno no podía menos que admirar la exquisita mezcla que conformaban el Siwon artista y el protestante.

Porque eso era, en definitiva, lo que era. Dos personalidades en constante fricción, estando el justo medio solo presente ante el resto de los miembros del grupo cuando interactuaban fuera del escenario.

Antes de comprenderlo, bastantes veces las incongruencias entre lo que hacía Siwon durante presentaciones y decía fuera de ellas le habían hecho hervir la sangre. Una cosa era que hablara de su tan preciado Dios como si fuera la salvación de las masas, y otra muy distinta era que insultara a sus compañeros entre líneas.

Y se lo había hecho saber. De manera bastante clara y audible. Por no decir a los gritos y de manera algo violenta.

“Lo siento, hyung, pero es lo que pienso”, se justificaba el más alto, “no quise ofenderte, ni a ti ni a ninguno de los chicos.”
“¿Sabes qué es lo que yo pienso, querido Siwonnie?”, ardía en ganas de responderle, “que tú y tu hipocresía pueden irse a la mierda.”

Callaba, a pesar de eso. Se limitaba a retirarse ofendido y a esperar, como siempre pasaba, que Siwon se acercara y se disculpara otra vez. Entonces hacían las pases, cuando el menor no agregaba nada más después de un quedo lo siento y ofrecía un abrazo conciliador que nunca era posible resistir.

¿Qué dirían los padres de Siwon respecto a las acciones de su tan puritano hijo? Era una pregunta que siempre acudía a su mente, especialmente después de haberse atrevido a besarlo en Taiwán.

¿Cuál sería la opinión que darían aquellas dos figuras sobre un hecho semejante? Eso sí que era una pregunta retórica. Por supuesto que lo reprobarían. Pero, ¿qué haría Siwon entonces? ¿Se disculparía? Otra vez, la pregunta estaba demás.

Casi podía oírlo decir que eran obligaciones que venían con el trabajo a las cuales no podía renunciar.

A él no lo engañaba, sin embargo. Podría haber movido la cara unos centímetros, y el beso no hubiera pasado de uno en la mejilla. Pero lo había visto venir y había recibido el gesto sin queja alguna y lo que era más importante, sin obligación alguna. Su permanencia en el grupo no dependía de eso, mucho menos su vida.

Aunque probablemente ni el propio Siwon lo supiera, Heechul sabía que lo había disfrutado, al igual que había disfrutado y disfrutaba los juegos de ese tipo entre los miembros del grupo.

Y hablando del rey de Roma, por el barullo que oía viniendo por el pasillo, los chicos debían estar por cruzar el umbral en segundos. Adornando sus facciones con una sonrisa y sin poder reprimir el reflejo de mirarse al espejo, Heechul les abrió la puerta antes incluso que la llave de Kibum encajara en la cerradura.

- ¡Bienvenidos, bienvenidos! – saludó, haciendo un gesto para que Kibum se quitara y le dejara abrazar a los recién llegados.
- ¿Por qué a mí no? – se quejó desde un costado, recibiendo una carcajada en respuesta por parte de todos.
- Porque vivimos juntos, por eso. Tienes que saber compartir con los demás, dongsae.
- Eso – se sumó Hangeng, que desde que había ingresado al apartamento miraba fijamente a quien lo había recibido.
- ¿Qué rayos miras tanto? – le increpó Heechul cruzándose de brazos.
- Tu pelo, hyung – contestó el chino, con una mueca de tristeza bastante peculiar – No te sienta.
- ¿QUÉ? – chilló, saltándole al cuello - ¿Me estás llamando feo?
- ¡No, no quise decir eso! ¡Espera! ¡Ay, no me mates! ¡Por favor, espera!
- Dale al menos una oportunidad de explicarse, pobrecito – intervino Sungmin divertido.

Heechul decidió detenerse, no por lo que había dicho, sino porque recordaba que Hangeng a veces terminaba diciendo justo lo que no quería por su pobre conocimiento del coreano.

- Te escucho.
- Quise decir que… que, no sé cómo explicarlo.
- ¡Entonces inténtalo!
- Bueno, yo… cuando pienso en Heechul, no veo a alguien de cabello corto. Eso quise decir.
- ¿Quieres decir que no me queda mal?
- No, en lo absoluto.
- Bien – sonriendo, se le colgó del cuello de manera más amistosa. Comprendía bien a lo que se refería. Él tampoco se sentía él mismo con su nuevo peinado. La buena noticia es que el cabello crece – Porque no me queda mal.

Entre la comida para alimentar un regimiento que habían preparado, las conversaciones para ponerse al día, las risas y los comentarios cada vez más atrevidos, las horas pasaron rápido hasta para Heechul. A pesar de su mínima participación en la reunión, de repente se preguntó si sería posible dormir con todo el lío que seguirían armando los chicos.

- Hyung – le sobresaltó Hangeng, tomándole del brazo y alejándole de todos sin previo aviso – ¿Podemos hablar?
- Estamos hablando – replicó, soltándose mientras fruncía el ceño e intentaba despertar a su aletargado cerebro.
- Sí, pero, me refería a--
- Ya entendí – le cortó, dándole la espalda - Vamos a mi habitación.

Sobre qué precisamente quería hablar su muy ausente mejor amigo escapaba a su conocimiento. Y francamente, también a su interés. Lo único que le llamaba la atención en su cuarto era la cama.

- ¿Qué te pasa? – le preguntó sin rodeos el otro, apenas cerró la puerta tras él.
- Nada en especial – respondió, entornando los ojos por reflejo. ¿Estaba tomándole el pelo? ¿Ahora sí se preocupaba?
- Heechul. No me mientas, vamos. Sé distinguir cuándo estás bien y cuando no, por eso--
- ¿Es una broma, Hangeng? ¿Tanta gracia te hace mi capricho que hasta te burlas de él en mi cara? – al notar que el chino le miraba como si no entendiera, la poca paciencia que tenía se consumió - ¡¿Pero quién diablos te crees que eres para exigirme respuestas solo cuando tú quieres oírlas?! ¡Intenté hablarte antes de que te fueras, pero no te importó! ¡No voy a rebajarme a hacerlo cuando a ti se te da la gana y espero que te quede claro!

Resuelto a salir y dejarle con la palabra en la boca antes de que sus propios gritos se transformaran en sollozos, Heechul le apartó y giró el picaporte con tanta furia que sus dedos tronaron en protesta.

No llegó a salir a pesar de sus esfuerzos. Parpadeando para despejar su vista que no hacía más que nublarse, se encontró entre los brazos de Hangeng sin entender qué había pasado.

- Tienes razón – le escuchó decir en voz tan baja que apenas pudo oírlo – Tienes razón, hyung, lo siento mucho. No me cuentes nada, pero llora. Te hará bien.

Una disculpa sincera carente de excusas y un hombro en el cual llorar consiguieron que dejara de luchar. Recibió el contacto como tal vez pocas veces lo había hecho, agradecido por ello, perdiendo la noción del tiempo.

Comenzaba a adormecerse otra vez, cuando escuchó unos suaves golpes en la puerta.

- ¿Chicos? – llamó la voz de Leeteuk desde afuera, en modalidad mamá gallina preocupada - ¿Están bien? ¿Necesitan algo?

Tras indicarle por señas a Hangeng que podían salir, los dos siguieron al líder de vuelta a la sala donde todos parecían anormalmente silenciosos.

- ¿Se murió alguien? – preguntó Heechul, bostezando y dejándose caer en el único sofá vacío que quedaba. Hangeng le imitó, sentándose a su lado mientras alargaba la mano para tomar un bowl con restos de papas fritas.
- Eso parecía. Pero los dos están vivos – informó Yesung, en tono tan neutro que dejó una impresión extraña de decepción en el aire.

Heechul suspiró y se acurrucó junto a Hangeng, maldiciendo el sonido de las papas al ser masticadas dentro de su boca. El resto de la conversación fue solo un zumbido de fondo para él, muy parecido a la estática, quedándose completamente dormido en el momento en que los bocadillos de su almohada humana se agotaron.

***

Después de superada la primera impresión que le causó el cambio de largo tan dramático en el cabello de Heechul, se sorprendió pasándose el resto de la velada lanzándole miradas furtivas. Además del corte, la ausencia de maquillaje y las ropas sencillas eran algo que en conjunto casi le suplicaban que gritara: “¿Quién eres tú y qué hiciste con Heechul-hyung?”.

Muy por el contrario, todo lo que parecía procesar era lo bien que lucía su compañero con tan poco. Le había tomado cerca de media hora terminar de convencerse que no estaba maquillado y cerca de dos notar otro detalle aún más raro.

No hablaba. Estaba sentado en silencio, ajeno a todo y a todos a su alrededor, aparentemente enfrascado en sus propios asuntos.

Se preguntaba si los demás le habrían hecho algo, o dicho algo que le molestara a tal extremo como para que se aislara de esa manera.

Se sorprendió también extrañando su sonrisa. Esa sonrisa que parecía esculpida por Dios y que hacía temblar los cimientos de todo lo que lo definía.

Esa sonrisa que debería estar en el rostro de una mujer. Una mujer a la que pudiera amar y proteger.

La realidad no era tan ideal, por mucho que rogara que lo fuera.

Tenía que conformarse con proteger y nada más.

Era todo a lo que podía aspirar con un hombre. Auque ese hombre fuera Heechul y cada vez que lo mirara a los ojos su conciencia brillara por su ausencia y, más que sorprenderse, se aterrara de hasta qué punto podía llegar a no importarle su sexo.

Cada vez que pensaba en él, lo último que acudía a su cabeza era lo único que podía hacer que todo lo anterior quedara relegado al rincón más profundo de su mente. A ese rincón impío reservado para los pensamientos que no debía tener.

Sin embargo, a pesar de ese buen escondite, siempre encontraban la salida. De una forma u otra, siempre se las arreglaban para atormentarle.

Apretó los dientes con fuerza al observar a Heechul serenamente dormido en el hombro de Hangeng, manteniendo todo el resto de su postura relajada, resistiéndose a ser dominado por el impulso casi violento que sentía por separarlos.

Sin duda, los estímulos visuales eran los peores para atraerlos.

Pero aun si se rindiera ante ellos, calculaba que ya era tarde. Y estaba agradecido por ello. Era lo mejor.

Aún recordaba la conversación que había sostenido con Heechul la única vez que le había preguntado si quería acompañarle a la iglesia.

“Iré, dongsae, te acompañaré, si me contestas algo bien primero. ¿Qué dices, te tienes confianza?”, le había retado él con una sonrisa de victoria. Como si supiera exactamente cuál iba a ser su respuesta de antemano.
“Adelante, hyung, acepto.”
“Muy bien. No esperaba otra cosa de ti”, había pausado unos segundos, los suficientes para privar a su visión de su sonrisa antes de continuar, “¿Por qué deseas que te acompañe, Siwon? ¿Es porque quieres imponerme tu verdad? ¿O porque deseas compartir conmigo algo que es muy especial para ti?”.

Suspiró, recordando lo petrificado que le había dejado lo directo que podía ser Heechul. Lo húmedos que se habían visto sus ojos un instante antes de que volviera su sonrisa en su versión más triste y se diera la vuelta sin aguardar sus palabras.

Supuso que ese había sido el primer punto de quiebre entre ellos. Supo que su silencio iba a costarle caro.

Y ahora el precio le quedaba por fin claro, al ver descansando su cabeza sobre los hombros de otro. Alguien que no era él.

“Porque yo lo quise así.”

Pero acababa de usar el tiempo equivocado en esa oración.

¿No debería estar en presente? ¿O no era eso lo que había querido después de todo?

Comenzaba a pensar que no era lo único en lo que se había equivocado.

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