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Otra Estúpida Razón para Amarte... por chibiichigo

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Notas del fanfic:

Disclaimer: No creo que se lo pregunten siquiera, pero en caso de que sí sólo aclaro que Naruto es propiedad intelectual de Masashi Kishimoto y yo no me encuentro beneficiada económicamente por por lo que hago. 

Notas del capitulo:

Bien, bienvenidos a otro fic largo que cuenta con todas y cada una de las extrañas alucinaciones yaoi de su autora con una pareja que aparentemente sólo a ella le gusta xDDD.

 

Dicho esto, se levanta el telón y espero que disfruten.

 

Si pudiera definir su vida, en definitiva utilizaría palabras como – a falta de mejores adjetivos – normal y burda.  Nada interesante parecía ocurrirle nunca, ni siquiera de cuándo en cuándo; todo lo marcaba la rutina y la normalidad que tanto despreciaba. Se sentía como una persona blanca viviendo en un mundo blanco, sin siquiera dar lugar a esos distintos matices que podrían rondar desde los más pálidos tonos de beige o de gris. Sólo blanco.

Despertaba todos los días a la misma hora, apenas llegando a tiempo para tomar sus cursos en la facultad, y después de eso asistía a su, nada particular, trabajo de medio tiempo como telefonista en una empresa de seguros automovilísticos. Al salir, se dirigía a una modesta cantina y comenzaba a jugar shouji o go con su más cercano – y en honor a la verdad único – amigo y maestro, Asuma Sarutobi.

Así transcurría su vida, si nada más importante que acotar salvo uno que otro evento, relevante únicamente por supersticiones, como lo eran los gatos negros que se cruzaban en su camino o las escaleras puestas por la calle. Según el propio Nara, de esa manera se libraba de todas las situaciones problemáticas que podían acontecer durante el día y que tergiversarían de manera poco adecuada su vida, aunque a decir verdad, también le resultaba ligeramente parco y patoso estar todos los días realizando las mismas actividades tediosas que había efectuado la jornada anterior. Solamente seguía así porque de otra forma rompería la rutina que se había esforzado por forjar durante casi tres años.

Llegó a su departamento – que realmente era simplemente una pieza que contenía una cama, un modesto escritorio, una televisión y una cocineta que no había utilizado más de dos veces desde que se había mudado – a las nueve menos cuarto, igual que todas las noches y se asomó sobre su hombro derecho para revisar que no hubiese cartas aguardando por él, incluso sabiendo de antemano que no las habría… Todavía no recibía notificaciones de pago de servicios, y  su familia sólo enviaba documentos los lunes.

Dejó las llaves en el mismo lugar de siempre y se dirigió al escritorio para depositar los libros y demás útiles escolares que llevaba en la mochila. Ese día se sentía todavía más apático que de costumbre, así que optó por encender el televisor y aislarse un rato de sus ocupaciones. Se quedó observando videos musicales durante un rato, no porque le interesasen, sino por la falta de algún programa decente a esa hora. Comenzó a cambiar copiosamente los canales, fijándose más bien poco en el contenido del programa y notando que en todas y cada una de las transmisiones había un “idol” que posiblemente estaría saboreando la efímera fama por tres días antes de pasar a formar parte de los anaqueles del olvido.

Con un bufido y un “qué problemático”, muerto en sus labios incluso antes de terminar de nacer, apagó el aparato y fijó su mirada en el enorme libro de física que fungiría como su compañero esa noche. Demasiado aburrido como para siquiera reparar en eso.

Estuvo intentando leerlo hasta entrada la madrugada, sin poder comprender más que unas cuantas palabras debido a lo disperso y aburrido que estaba, cuando decidió suspender y acercarse a la ventana para contemplar las nubes que cubrían la luna. Respiró profundo al notar la fase en la que estaba el astro que acompañaba a la Tierra, se encontraba casi llena. Regresó al interior de su pieza y, repitiendo casi como un mantra las cosas que habría de sacar del refrigerador, se acercó a la cocineta.

Su madre lo había educado con creencias espiritistas y, pese a las negativas que daba su padre, le había inculcado una vieja creencia gitana que consistía en limpiarse al estar la Luna casi llena, alegando que de esa manera se protegería de la  mala fortuna que pululaba a su alrededor o del llamado “mal de ojo”. El castaño nunca había sido muy partícipe ni muy creyente de las prácticas, a su parecer dudosas y bobas, de su madre pero seguía realizando ese pequeño ritual sólo “por si acaso”.

Rebuscó entre las repisas del frigorífico, intentando recordar dónde había colocado las hierbas que se suponía debía utilizar para la limpia, sin resultado alguno. Parecía que habían desaparecido del sitio donde habitualmente las guardaba…

-¡Mierda!- exclamó en voz alta al recordar que había ido a otro supermercado a realizar las compras la semana anterior y no las tenían en existencia. Farfulló malhumorado mientras azotaba la puerta del aparato y regresaba a su cama para acostarse a dormir.

Se metió a regañadientes a la cama, reclamándose en su fuero interno el haber olvidado pasar por los dichosos hierbajos esos, y se quedó ahí, mirando al techo e intentando recapacitar en las cosas tan innecesarias que estaba realizando.

-Sólo es una bobería de mi madre. No pasará nada si no hago el bendito ritual- intentó quitarle importancia. Sin embargo, dentro de él sabía que no era el hecho de que el ritual funcionara o no, sino que por primera vez en toda su vida se encontraba desprotegido ante lo que se le antojaba un capricho del problemático universo. Así estuvo durante horas, debatiendo consigo mismo los problemas que le iba a traer el no haber hecho caso a lo que su progenitora le había inculcado, comenzando por ideas como ser despedido hasta la muerte inminente que tendría a causa de una coloración purpurea y verde en la piel, que los médicos no lograrían medicar a tiempo.

Estaba hastiado de las divagaciones de las que era víctima y que no lo dejaban conciliar el sueño, le parecían un verdadero problema. Giró la cara hasta enfocar el reloj de pared y reparó en que faltaban menos de cuatro horas para que se levantara. ¡Había malgastado casi toda la noche pensando en una nimiedad! Bufó antes de cerrar los ojos con fuerza y decisión, dando el tema por zanjado, mientras que en su mente se formaba la patética frase: “Todo por romper la rutina…”  

 

 

Despertó sintiendo los rayos del sol matutino en la cara. Levantó la cabeza de la cómoda almohada y notó que había olvidado cerrar la cortina debido al descontento de la noche anterior. Acto seguido, volteó de nueva cuenta al reloj y notó que había despertado un poco antes de lo habitual. Aparentemente sería un buen día…

Se incorporó de la cama con pesadez y flojera, sabiendo que tenía tiempo de sobra para arreglarse y comenzar las faenas del día. Comenzó a vestirse, pensando que no había ningún rastro de alguna maldición o similar que fuese a cambiar su vida de manera irreversible. Se convenció a sí mismo de que ese ritual bobo no servía para nada y que, nada cambiaría por no haberlo efectuado.

Salió del apartamento a paso lento, dispuesto a contemplar las nubes y las pequeñas cosas en las que no reparaba casi nunca a causa de la falta de tiempo. Todo parecía ir iniciando bien para el Nara, hasta que pocos pasos después de cruzar el umbral del aula donde tomaba su primer curso miró al profesor en turno con un paquete de hojas de impresión y recordó casi con terror un hecho importante que había pasado por alto casi de manera olímpica: Tenía que rendir un examen del tema que se suponía había estudiado la noche anterior.

Se llevó las manos a la frente, mientras intentaba encontrar alguna manera de salir del paso, sin encontrarla. Una molesta vocecilla interna comenzó a roerle el cerebro; tenía la certeza de que eso había pasado por no seguir el estúpido rito gitano de su madre contra el mal de ojo. Tenía que ser eso…

Tomó asiento, fingiendo naturalidad y decidiendo ser indiferente al resultado de la prueba, para poder contestar el examen del cual no tenía más que una pequeña noción de qué iba.

Se rascó con desgano la cabeza mientras pensaba que ese día prometía ser devastadoramente malo.

 

---

 

 

Suspiró profundamente, algo que se había convertido en un hábito para él, mientras se encaminaba con prisas al trabajo. Había salido último de la prueba –que había dejado casi en blanco – y no había reparado en que la hora en que debía llegar al trabajo. Se acercó a la parada del autobús, un minuto y medio después de lo que acostumbraba llegar, y miró con frustración y un toque de humor negro cómo el transporte que debía utilizar para llegar se marchaba, dejándole atrás.

Miró el horario de partida de los autobuses con desgano al tiempo que la vocecilla volvía a formar parte de sus pensamientos. Estaba total y completamente seguro de que su infortunio del día iba ligado directamente con el ritual de la luna llena que se suponía debía haber hecho el día anterior.  Se preguntó si su madre sabría de algún remedio exótico e infalible que lo ayudara a salvaguardarse de toda esa mala suerte que, al parecer, flotaba encima de él; sonrió casi con mofa al imaginarse una de esas típicas nubecillas negras que acosaban a los personajes de las caricaturas cuando tenían un mal día, aunque claro, era más una triste sonrisa de auto-reconocimiento…

 

Diez minutos después abordó el camión, sabiendo que llegaría tarde a la oficina y que su inútil y arrogante jefe lo retaría. Ya no interesaba tanto. Se enfocó en no permitir que más preludios de mala suerte amenazaran con seguir atormentándole y destruyeran su sólida y estable rutina. Escuchó los llantos de un bebé delante de él, aunque no le puso mucha atención; siempre le había resultado molesta la cercanía con las personas ruidosas en los transportes colectivos, solamente había aprendido a manejarla de la mejor manera.

Sacó de su bolsillo el reproductor de música y se colocó los audífonos a todo volumen para menguar al máximo el sonido del exterior. Presionó el botón de Reproducción Aleatoria, esperando distraerse, con un evidente efecto contrario al notar la primera canción que apareció en la pantalla y que repiqueteaba con fuerza en sus oídos Karma Police de Radiohead. Sin darse cuenta en qué momento, comenzó a tararearla, deteniéndose a pensar en lo adaptable a su situación. Posiblemente era la policía del karma y de la superstición la que estaba causándole todos esos problemas innecesarios.

Todo a causa de meterse con ellos.

 

 

Bajó a dos cuadras de la oficina donde trabajaba, y comenzó a caminar a paso ligero para no llegar más tarde de lo estrictamente necesario ese día. Deseaba que, como muchos otros días, su jefe – que era también el hijo menor del dueño de la empresa -  hubiera salido a sus largas e interminables horas de comer, que como todos sabían, estaban destinadas a la vida libertina y llena de excesos del joven.

Iba Shikamaru tan inmerso en esa situación que apenas paró al notar a un enorme gato negro y gordo que lo miraba con malicia desde la mitad de la acera. El animal lo examinaba con sus ojos amarillos, mientras que él intentaba encontrar por todos los medios alguna manera de escabullirse; lo último que deseaba era anexar a su mala suerte del día una maldición por gato negro.  Decidió cruzar por el lado de la pared, para que el felino no pudiera pasar al frente, mas al intentar hacerlo el gato echó a correr asustado, rozándole las piernas.

-¡Maldito gato problemático!- emitió un grito apagado. Si su día había sido ya demasiado patético sin contar con el estúpido emisario del mal, no podía esperar nada que oscilara entre “normal” y “bueno”.  Aunque, mirando la situación con un poco de optimismo… pocas cosas podían irle peor.  De nueva cuenta y poco convencido, intentó pasar de largo y entrar a su lugar de trabajo.

Ni bien había cruzado el umbral de la puerta, notó cómo su cuerpo colisionaba con otra cosa – no estaba seguro si se trataba de una persona o de algún otro objeto. Cayó sentado al piso, sintiéndose totalmente absurdo.

-¿Qué demo…?- miró a su alrededor para ver qué era lo que había causado el impacto. Notó que en el suelo, a pocos metros de él se encontraba otra persona, que le devolvía una mirada llena de frialdad y de furia. Lo más cercano que había conocido a la maldad.

Se estremeció un poco, al tiempo que aparecía el moreno que fungía como su jefe y ayudaba al desconocido a pararse, utilizando la única frase que podía contradecir el pseudo-optimismo del que quería aferrarse:

-Gaara… ¿Te encuentras bien?

 

El Nara suspiró, demasiado agobiado como para pensar en levantarse siquiera. Había cometido un error garrafal: infringir su rutina y desafiar las enseñanzas y rituales bobos de su madre.

De pronto, parte del coro de la canción que venía tarareando en el autobús volvió a su mente:

“This is what you get, when you mess with us”

Se incorporó mientras pensaba con tristeza que, cuando creía que nada podía estar peor, las situaciones lograban sorprenderlo de una manera poco grata.

Notas finales:

Espero que les haya gustado el inicio de esta historia. Espero ansiosa sus reviews y comentarios.

De igual manera reitero que mi LJ está para cualquier aclaración más formal, ya que en él publico mi sentir sobre cada historia. 

chibi- LJ


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