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Otra Estúpida Razón para Amarte... por chibiichigo

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Notas del capitulo: A mis dos lectores y accidentadas personas que me leen: Lamento el retraso, pero ocurrió que por causas ajenas a mí el archivo donde tenía los avances de éste capítulo fue borrado y tuve que volverlo a hacer.
Espero lo disfruten

 

Si algo detestaba Nara Shikamaru, más por encontrarlo problemático y tedioso que por cualquier otro motivo, eran a las personas que asistían a una restaurante de comida rápida con un exacerbado número de indicaciones para los encargados. Sencillamente, no comprendía cómo alguien podía tener tantas limitantes contra determinado lugar o determinados alimentos y seguir asistiendo en vez de preparar sus cosas en casa.

Bufó cansino, esperando que el sujeto anterior a él terminara de hacer su pedido y que alguno de los encargados le hiciera alguna seña copiosa para que se acercara a la caja.

-Bienvenido a The Fast Food Court. ¿Puedo tomar su orden?- saludó con una falsa sonrisa la mujer detrás del mostrador. El moreno casi podía apostar que tenía sostenedores de mandíbula para no poder hacer inflexiones. Demasiado problemático para su gusto…

-Sí. Una hamburguesa del paquete dos, con la guarnición del paquete cinco. La hamburguesa va sin pepinillos, sin mostaza, con la carne término medio y el pan sin ajonjolí. Las papas sin cátsup y con sal de mar, no con la normal porque es menos pura. También una ensalada sólo con lechuga orejona que esté recién desinfectada y que no tenga bordes quemados, con crutones de crema y especias y sin jitomate a menos que sea del día- pausó para tomar un poco de aire, sintiéndose totalmente avergonzado por el sinfín de peticiones estúpida- Ah…y una botella de agua para mí, por favor.

Procuró no reparar demasiado en la cara totalmente desencajada de la chica, que marcaba rápidamente todo lo pedido. Era demasiado problemático siquiera estar ahí.

 

Volvió un par de minutos después a la mesa, cargado con la comida que había pedido su pelirrojo acompañante. Él se encontraba con los orbes fijos en un niño pequeño que corría y gritaba en la mesa de al lado, con una intención de indómita furia acallada.

-Toma, aquí está lo que pediste- le extendió la bandeja, dejándose caer en el gabinete y dando un enorme trago al líquido que portaba entre las manos. Realmente, no le interesaba si Gaara asesinaba con la mirada a cualquiera que se le atravesara; en el poco tiempo que llevaba de conocerle se había hecho a la idea que no sería un ser de conversación amena. Se quedaron en silencio unos  cuantos minutos, más interesados en sus propios asuntos que en entablar siquiera un esbozo de diálogo.

Shikamaru miraba por la ventana, rogándole en silencio a cualquier ser superior que le permitiera terminar el día sin más complicaciones o sucesos inesperados. No soportaría entrar a una tienda de recuerdos o de organización de eventos especiales por lo que le quedaba del día. Decididamente no. 

Miró por el reflejo al bermejo levantarse, con el ceño un poco más rígido y dirigirse a la mesa donde el párvulo gritaba y brincaba sin consideración alguna para los demás comensales. Parecía sereno, pero el castaño pudo percibir perfectamente un aura que destrozaba todo a su paso y, sintiéndose extrañamente mejor, agradeció no ser el emisor de esos reverberantes alaridos.

-Cállate- habló aterciopelado, pero con tintes amenazadores.

-No- retó el infante, mostrándole la lengua.

Absorto en aquella escena, los orbes oscuros del Nara se posaron en las facciones del molesto e intimidante novio de su jefe. El otro sólo enarcó un poco el espacio destinado a su ceja y, tras unos segundos de mirar con odio al problemático mocoso, repitió vocalizando.

-Cállate, aborto fallido- si para el de coleta una imagen fuera lo suficientemente merecedora de su aprecio, con seguridad habría comparado la boca de Gaara con un nido de cobras. Pese a que no se dirigía con una fortaleza impresionante a su molesto interlocutor, generaba tal estremecimiento que – por lo menos él – no se hubiese atrevido a contrariarle. Sin objetar nada más, el pueril ser se marchó hasta el área de juegos y el de mechones escarlata retomó su asiento.

-Odio a los niños ruidosos- comentó, casi como si leyera la pregunta inexistente en la cara del empleado de su novio.  El otro sencillamente no fue capaz de ponerlo en duda, pero decidió que sería problemático retar alguna vez a ese hombre.

 

 

Caminaron un rato más por la zona comercial, mirando algunos aparadores o entrando a tiendas por un par de minutos para que, al final, el de orbes claros decidiese que ‘no era ése el lugar adecuado’ o que con una mueca de aburrimiento tomara sus cosas y se marchara.

El de coleta cavilaba, al tiempo que pasaban por los aparadores infinitos de la avenida, qué cosa era lo que deseaba verdaderamente ese taheño de malos modos. Quizás jamás lo sabría, pero tampoco comprendía algo de vital importancia para su existir; sería demasiado problemático inquirirlo.

-Vamos, quiero volver- escuchó decir al hastiado pelirrojo. Se limitó a obedecer.

En el auto hablaron poco, pero Shikamaru tenía la extraña impresión de que Gaara se esforzaba por ser un poco más amable dentro de su pasividad. Era casi como si acabara de notar que era una persona y no un objeto lo que venía siguiéndole en su trayecto. Él, no obstante, se dispuso a admirar las nubes, ya coloreadas con el mismo naranjo y rosado de la efímera obra de arte del atardecer. A su parecer, aquel era el momento más increíble y melancólico del día.

-¿Quieres escuchar música?- preguntó  de pronto el conductor, distrayendo su atención. No parecía una de esas personas que se pusieran ansiosas al no percibir sonidos, así que se limitó a menear la cabeza.

-No, gracias. Me gusta el silencio- se limitó a excusarse, dispuesto a entregarse de nuevo a la contemplación de los últimos rayos del sol.

-A mí igual- devolvió el otro y no volvieron a mediar palabra. El de coleta estaba demasiado consternado cuestionándose si su mala suerte habría visto el fin o todavía le tenía el destino reservadas más sorpresas.

No tuvo consciencia del sitio donde estaba hasta que no reparó en la esquina de su trabajo. Vio que el autobús acababa de partir y maldijo entre dientes al tiempo que se preparaba psicológicamente para caminar hasta su casa o en su defecto hasta donde se reunía con Asuma. Eso de romper su bien trazada rutina era demasiado problemático.

Fijó su atención en el auto de su jefe, aparcado justo a la entrada del local. Miró de reojo al de mechones escarlata, casi seguro de que había decidido volver para encontrarse con el de mirada severa. ¡Con razón se había portado tan complaciente después de la llamada!

Se estacionaron adelante del deportivo que poseía su patrón y, antes de que el castaño se volteara para quitar su cinturón de seguridad, el pelirrojo había bajado emanando furia. Esos gestos que hasta unos minutos antes le habían parecido casi de plástico se habían transformado, dentro de su parquedad, en una oda a lo iracundo.

-¿Qué, es tu puta de turno?- explotó el más bajo de manera sardónica, captando todavía más los sentidos de Shikamaru.

Volteó a ver el motivo por el cual el otro había bajado tan intempestivamente, sin un interés real pero con el morbo despertándole.

Claro, la escena era más que comprometedora para el hijo menor de Fugaku Uchiha: se encontraba con la camisa desabotonada en un auto, besando apasionadamente a una persona que – para aumentar la intriga desinteresada pero morbosa del testigo – no parecía ni hombre ni mujer. Era una especie de mujer sin pechos y con una melena rubia que le caía por la cara. Jamás la había visto.

-Sí, pero da igual- se justificó el de cabello negro, bajando del auto mientras subía descaradamente su cierre. No parecía siquiera un poco avergonzado, sino que parecía que retaba a su pareja. Tan prepotente que al moreno le entraron arcadas; no se podía ser tan cínico por la vida.

Consideró bajar del vehículo del bermejo, pero no era lo apropiado. Había aprendido por experiencia con sus padres que cuando una pareja pelea no es agradable estar cerca.

-Problemático…- bufó mientras se sumía en el asiento y esperaba a que la discusión se calmara. -“Si por lo menos pelearan a dos metros de la puerta, podría pasar”- pensó lúgubre. Su día había ido de muy malo a peor sin oportunidad de mejoría.

- Eres un imbécil- la voz de Gaara reverberó, pese a que no estaba gritando, con cólera hacia el Uchiha que había despedido con un gesto al ser indefinido con quien había estado. Acto seguido, un portazo que indicaba que el taheño se había introducido al auto.

El de cabello café se dispuso a salir para recoger sus cosas y desentenderse de todo ese lío que no le correspondía, sin embargo, el otro arrancó el coche con tal violencia que la puerta se cerró sola. Había quedado encerrado con una persona que emanaba maldad por sus poros y no tenía oportunidad de escape. Tragó grueso.

Guardó silencio y se colocó de nueva cuenta el cinturón de velocidad,  rogándole a cualquier dios pecador que le estuviese escuchando que su malaventura del día no culminara con su muerte en un garrafal accidente automovilístico causado por un conductor de aparentes tendencias suicidas. Miraba a Gaara, totalmente ido y ajeno a su presencia dentro del automóvil, con cierta simpatía pero no lástima o compasión. Eso ya lo sentiría cuando estuviese con ambos pies apoyados sobre tierra firme y no cuando veía su vida pasar a 210 kilómetros por hora.

Eso era demasiado problemático como para ser creíble, pero demasiado real como para ignorarlo. Era uno de aquellos eventos que no podía dejar pasar desapercibidos porque literalmente temía por su vida y, después de todo lo que le había ocurrido, ya ni siquiera lograba ligar el principio de su espantosa jornada con aquello que estaba viviendo.

Cerró los ojos con fuerza, intentando encontrar alguna solución plausible a la absurda tragicomedia de su existir. No podía brincar hacia la acera porque se mataría, ni pedirle al Sabaku que se calmara porque entonces él mismo lo tiraría hacia la acera. Estaba totalmente perdido, encontrándose mentalmente con un muro que era incapaz de traspasar y que se acercaba con pasmosa rapidez.

Y de pronto, con el rechinido sobrecogedor de las llantas contra el asfalto y el olor a caucho quemado, todo paró.

Pasaron algunos momentos de reflexión antes de que pudiera abrir de nuevo los ojos. Intentaba mostrarse sereno pero su corazón palpitaba a tal ritmo que parecía salir de su cuerpo al tiempo que asimilaba que no se había impactado contra ninguna barrera física. Procuró recuperar la compostura.

-Bájate, idiota- la frialdad y la amenaza en la voz del conductor daba a entender que no cabía espacio para réplicas. De nuevo, tal y como había hecho toda la tarde, aceptó de buena gana las indicaciones y descendió del vehículo. No reconocía el lugar en donde estaba...

-¿Dónde demonios…?- no logró siquiera completar la frase cuando vio al de cabellos carmesí entrar en un local.

Su sentido común le gritaba con vehemencia que se marchara, que dejara a ese idiota semi-desconocido fuera de su vida y que procediera a hacer cualquier otra cosa. No era su asunto lo que le ocurriese al sujeto de ahora en adelante; él había cumplido el encargo de acompañarlo pero no había sido su culpa que al imbécil de su jefe lo atraparan in fraganti con una de sus aventuras de una noche. Sí, lo mejor sería marcharse y desentenderse de aquello, y claro, rogar porque al día siguiente no corriera con una suerte tan miserable.

Todo aquello sonaba como lo lógico, pero su deprimente realidad era que no sabía dónde estaba y no tenía siquiera un yen partido por la mitad para regresar a su domicilio. Se encontraba, literalmente, a la deriva junto con un despechado que se había metido a sabía Afrodita qué lugar. Estaba solo con un ser irascible y volátil, sin oportunidad de escape.

-Qué problemático…-susurró antes de dirigirse al sitio donde había visto entrar al susodicho. El plan era pedirle dinero y marcharse ipso facto. Finalmente se lo debía; si estaba en esa situación era por su imprudencia y su mal genio.

Entró por la misma puerta que el chico, para encontrarse con la desagradable sorpresa que aquel sólo era el acceso a un amplio pasillo lleno de bares, cafés y restaurantes, todos llenos de gente con cara de poderlo golpear en cualquier descuido. Suspiró cansino y, casi ignorando a todos los sujetos que le veían desde sus mesas, recorrió algunos locales en busca del otro.

-Sólo quiero dinero para volver a casa. Por lo demás, puede gentilmente omitir mi existir y no me interesará- repetía constantemente, casi como mantra, mientras caminaba por todos aquellos lugares de mala muerte que usualmente no pisaría.

Intentó concentrarse en todo lo que debía hacer para el día siguiente, en un vano esfuerzo por amenizarse la estadía en ese barrio donde era, evidentemente, un intruso. Deseaba llegar a su casa a darse un baño, estudiar un rato y luego mirar televisión. Quizás leería un libro o escucharía música antes de dormir… Cualquier cosa que sonara mejor que pasar la noche respirando humo de tabaco y alcohol en un lugar olvidado por Dios.

 

 

Habían pasado dos horas de búsqueda cuando finalmente lo encontró. Yacía recargado en la barra de una cantina, rellenando su vaso y tomándose de golpe el contenido. De sus ojos, antes aguamarina, emanaban las líneas de las venas y daban un aspecto rojizo y enfermo; estaba tan ebrio que ni siquiera había reparado en su presencia.

-Gaara- habló retadoramente. Estaba fatigado de su día y no había más espacio para la formalidad.

El otro se limitó a ignorarle, al tiempo que vaciaba la botella que había en su mano al vaso y se lo llevaba a la boca. Su actitud, tan pasiva como durante la tarde, tan ausente y tan poderosa y amedrentadora a la vez parecían no haber cambiado pese a la cantidad de alcohol que recorría sus venas.

Nara repitió el llamado, esperando que fuese atendido por el pelirrojo.

-¿Qué quieres? Te dije que te largaras- arrastraba las palabras, por lo que el castaño asumió que su lengua se había acalambrado más de lo debido a causa del etanol. Además, pensó con negro humor el sobrio, si colocara ahí un cerillo y obligase al otro a hablar, seguro habría incendiado el local.

-Ir a casa- se limitó a responder, maldiciendo a su problemática madre por haberle enseñado un poco de ética en la infancia. Tomó asiento en una silla alta junto al Sabaku, que había comenzado con otra botella antes de que él se percatara.

Evidentemente, pensó, el más pequeño estaba lo suficientemente perdido en la sobriedad como para poder conducir y él no podía dejarlo abandonado a su suerte tampoco. Habría sido algo totalmente inhumano y desconsiderado, según palabras de su progenitora, permitir que un hombre en ese estado se valiera por sí mismo.

Se llevó las manos a la cabeza, intentando dilucidar la mejor manera de solucionar ese conflicto; lo que más deseaba él era desentenderse de ese pelirrojo, de su jefe o de algún matrimonio idiota basado en el poder adquisitivo pero ya había visto el estado del bermejo y no podía dejarlo ahí. ¿Qué hacer?

-Vámonos de aquí- se decidió finalmente, pasados unos minutos, esperando no arrepentirse de su problemática forma de proceder.

-Vete al demonio. Déjame tranquilo…- le dedicó una mirada de maldad infinita, tintada con sangre que le daba un efecto más poderoso. No obstante, Nara Shikamaru no se amedrentó. No le tenía miedo a un hombre que había bebido lo suficiente como para emborrachar a una ciudad pequeña… Seguro no lograría ponerse en pie sin trastabillar.

-Bien. Te dejaré tranquilo, pero quiero ir a mi casa…- instó el otro. Ya había tenido suficiente; su madre podía irse al demonio con todas sus enseñanzas moralistas. Él sólo deseaba ir a su casa y olvidarse de que ese día había ocurrido. No deseaba ser parte de problemas que no le atañían ni cuidar de un ser al que prácticamente no conocía.

-Bueno, largo de aquí- le extendió un puñado de monedas, sacadas torpemente del pantalón.

 

 

El frío de la noche le calaba hasta los huesos. Seguramente enfermaría y eso evolucionaría en pulmonía fulminante que, con su suerte, era bastante plausible. Miraba de un lado al otro de la acera, esperando que el autobús nocturno hiciera su aparición y lo llevara hasta su departamento.

Dedicó uno de sus pensamientos a Gaara, al tiempo que tarareaba inconscientemente la estrofa de Karma Police que había sido decisiva toda la jornada: “This is what you get when you mess with us”. Pero pronto iría a casa, tomaría un baño y se olvidaría de todo…

Vio el autobús venir, casi como si fuera a rescatarle de su más horrenda pesadilla. Para él, era el equivalente a un salvador para almas en pena, dispuestas a reformarse con tal de no tener que vivir atrocidades como ésas diariamente.

Pero lo dejó ir.

 

 

-Vamos- susurró al oído del pelirrojo, que yacía casi inconsciente recargado sobre la barra mientras le pasaba el brazo por debajo de los hombros y lo guiaba a la salida.

 No comprendía por qué hacía eso, de verdad que no, pero algo en su interior le exigía que lo hiciese. Era una especie de epifanía inconclusa. 

Notas finales: Espero no haberles decepcionado con mi raquítica entrega, pero de este fic no me sale nunca el largo al que estoy acostumbrada xDDD Espero sus reviews con ansias.
c.

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