Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Realidad anhelada por ines_kaiba_wheeler

[Reviews - 13]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

Me da que hoy estoy que me salgo, subiendo mogollón de capítulos, que es peor, porque después os vais a quejar de que tardo mucho con las continuaciones peeeero, no es mi culpa.

Este capítulo está escrito como si fuese el POV de Akutsu pero no exactamente así. Ya lo leeréis si vais un poquito más abajo.

Disfrutad.

Hay fechas que nunca olvidarás, ni por mucho que quieras. Tu primera fiesta de cumpleaños decente es una de ellas. Bien es cierto que olvidar a tu madre con un ridículo gorro de cumpleaños en la cabeza, con la goma del mismo enredada en su pelo, es muy complicado, por no decir casi imposible. Incluso con siete años te parecía una ridiculez, algo que incluso aquel ser borroso de tus recuerdos llegó a expresar en voz alta, leyéndote el pensamiento, mientras te obligaba a ponerte uno. Fuera ridículo o lo que diablos fuese, el caso es que sonreíste como el niño que eras tan pronto viste aquel pastel de castañas de dos pisos ante tus infantiles ojos (1).

También recordabas un paseo interminable por el parque, de mano de ambos adultos, saltando por doquier. Tu tono de piel era mucho más oscuro por aquel entonces debido a las salidas continuas que hacías con tu madre al parque y a los entrenamientos de tenis. Poco a poco te ibas haciendo mejor, pero no era suficiente, debías seguir mejorando para ser el hombrecito mayor que tu madre quería que fueses. Querías que se sintiese orgullosa de ti. Tu sonrisa, un bien escaso en la actualidad, no abandonaba tus labios y el nítido rubor de tus mejillas te hacía ver tan adorable que las amigas de tu madre envidiaban su suerte.

Aunque después la maldijeran.

Las mismas que te habían llevado chucherías cuando venían de visita a casa, se convirtieron en tu juez, jurado y verdugo años más tarde, parándose por la calle a cuchichear entre ellas la mala vida de tu padre, lo pordiosera que se había vuelto tu madre y el hijo de puta en el que te habías convertido, quizá, por la sangre que tenías. Oscura y podrida. Como un plátano en el basurero municipal. La hipocresía le hacía olvidar a una su pasado en las drogas, a otra el intento de prostitución al que habían casi sometido a su hija, y a la última aquel ojo negro que le plantó un día su marido por haber quemado la cena. Les hacía falta un espejo pero no serías tú quien se lo diese.

Tu madre te había enseñado que no se puede relacionar uno con malas personas. En algo tenías que hacerle caso, ¿no?

Por supuesto, al hecho de que no debes fumar porque aún estás creciendo, no le harías el más mínimo aprecio. Tampoco al de no conducir una moto por ser menor de edad. Te la habían dejado barata, serías tonto si no aprovechases la tirada y te agenciaras con un bien que estabas necesitando desde hacía mucho tiempo. Tus escapadas a la playa en invierno, huyendo de profesores y compañeros, bien valieron lo que costó.

Pero ahora que estás sentado en ella, sin mayor compañía que una lata de cerveza a medio acabar, viendo como vuelan las hojas a tu alrededor, te das cuenta de que últimamente no paras de recordar. Entre trago y trago, ida y venida. Los recuerdos te acompañan más que nunca. Quizá por tu creciente soledad, tu cuerpo te pide hacer algo útil contigo mismo. No eres más que un despojo humano y te gusta serlo. Al menos te lo pasas bien.

¿O no?

El caso es que nadie te molesta. Eso sí es cierto. No tienes moscas tras la oreja que te recuerden lo que debes hacer. Ya sabes lo que tienes que hacer, sólo que no te da la gana de hacerlo. Te gusta sentirte libre, sin ataduras, reglas ni mandatos. Aunque, en realidad, no eres tan libre como crees. Sigues atado a tu pasado como si de una cuerda atada a un árbol se tratase. ¿No son horas de empezar a buscar nuevas aventuras? Nuevos recuerdos.

Vivir, al fin y al cabo.

Dos ruidos característicos que los vecinos del lugar ya tienen asociados con tu persona, la lata al caer contra el fondo de la papelera y el rugido del motor de tu moto, se escucharon con total claridad antes de que desaparecieras por una callejuela mal iluminada. Por alguna extraña razón te apetecía comer sushi.

¡Qué caprichoso es el mundo! Dos semanas huyendo de aquel lugar y ahora te diriges hacia él como si estuviese tirando de ti con una fuerza electromagnética. Como un imán, vamos. Aceleras sin darte cuenta y derrapas al dar la curva tan pronto tus pensamientos ubican un par de ojos marrones que, sabías, te mirarían con extrañeza antes de desviar su rumbo hacia otro lugar del restaurante.

Te decidiste por dejar la moto en el callejón de detrás de tu casa para que ni tu madre ni los caraduras de tus vecinos la viesen. Suficiente con que lo escuchasen llegar y mirasen por la ventana. Al primero que se le ocurriese tocarla, le cortarías los dedos de ambas manos y se los meterías por el culo con total seguridad. Tu pequeño tesoro sobre ruedas es intocable.

También tienes otro tesoro sobre zuecos pero aún no te has dado cuenta de que lo quieres como tal (2). Y conociéndote, seguramente no te darías cuenta aunque te lo escribiesen con letras bien grandes y cantosas en la frente, que de las veces que te miras en el espejo, te acabarías preguntando a qué coño se refiere. Después hablas de Takashi. Tú no eres más espabilado, guapo.

-- ¡Bienvenido! --el ímpetu se le bajó al dueño al descubrir quién había entrado por la puerta y se había sentado en la barra. Se tomó su tiempo para asimilar que no querías hablar con su hijo, sino que venías a consumir. -- ¿Qué te puedo servir? -la amabilidad que lo caracteriza desde que lo conoces está presente, pero también lo está la pantalla de desconfianza que tiene todo el mundo contigo.

--Sopa de miso con almejas, tempura de calamar y té frío, por favor.

No podía faltar ese tono tuyo tan característico que indica claramente que estás siendo un cabrón, educado, pero un cabrón. Por eso no pudiste evitar sonreír con maldad al ver cómo se tragaba su dignidad para empezar con tu pedido. Entre mientras, buscaste sin buscar en realidad por la figura alta y bronceada que no lograste ver entre las cortinillas que separaban el restaurante de la cocina interior.

--Está en su habitación--había leído tus intenciones como si se trataran de un libro abierto. Lo que hace conocerte--. Estudiando, -el añadido te indicó que no quería que subieses a molestar, pero de algún modo u otro, acabarías por verle, preferiblemente  antes de irte.

--Al menos uno de los dos tendrá un futuro prometedor, -tenías que darle la razón cuando la tenía. Hacer esto venía con el bonus de la mirada perpleja y la confusión momentánea. Contigo no sabía qué esperarse.

-- ¿Qué te hace pensar que tú no lo tendrás? -Qué hacía dándole coba era muy buena pregunta. También lo es por qué le sigues la conversación. ¿No eras tan malvado y antisocial o es sólo una fachada para con la sociedad?

--El mundo está en mi contra, Kawamura-san, -de nuevo, perplejidad. ¿Quién le había dicho a ese viejo que eras un maleducado? Sólo te gusta el juego duro, nunca olvidas las maneras, sólo las apartas momentáneamente. --Desde que nací me han marcado, señalado y juzgado, -te anotas un punto al ver como baja la mirada. No era la excepción. -- ¿Sabe que tengo la mayor puntuación del Yamabuki aún sin asistir a clase? Sin embargo, la gente sólo ve lo que quiere ver y se olvida de- -Te detuviste en seco al ver por el rabillo del ojo la figura que buscabas antes. Ambos antebrazos apoyados en la barra y ligeramente inclinado hacia ella. Ninguno de los vosotros se había dado cuenta de su presencia hasta aquel momento.

El silencio se hizo rey hasta que el recién llegado osó romperlo.

--Se olvida de su propio pasado, de su mundo de drogas y conspiración. Tú eres el rebelde sin causa y no ellos que masacraban por el puro placer de hacerlo. -Dejó de mirarte para llamar la atención de su padre.

Parecía avergonzado por haberte encarado, quizá recordaba lo ocurrido la última vez que os visteis. Todavía podías sentir el calor de sus labios en los tuyos y no dudaste en relamerte para hacerlo visible. A pesar de no estar mirando en tu dirección, sus mejillas se colorearon al ver tu movimiento por el rabillo del ojo.

Sonreíste, avergonzarle siempre había sido tu mayor entretenimiento.

-Está bien, -no habías escuchado la conversación, tampoco te importaba. Habías estado demasiado ocupado tratando de ponerle nervioso y lo conseguiste, aún a sabiendas de que eso podría llevarte a ningún sitio en concreto. Su padre puso ante ti el pedido que habías hecho y dejaste de mirarle para concentrarte en la comida. -Pero vuelve temprano, recuerda que debes hacer la cena.

-Claro, -sabías que sonreía, su voz sonaba excitada y eso había logrado excitarte a ti. -Tan sólo necesito despejarme un rato. Volveré cuando lo haya conseguido. -Mirándole de reojo, pudiste ver como  se despedía de su padre con la mano y acto seguido te devolvía la mirada. Sus mejillas se encendieron un poco más pero de igual manera te sonrió. -Nos vemos.

Seguiste su salida del restaurante dando un gruñido, hablar con la boca llena nunca te había parecido agradable, ni siquiera para ti que te importaba todo muy poco. Cogiste la taza de té y diste un sorbo abundante. Tenías la boca seca; su presencia te acababa de dejar seco como un fruto seco y caliente como un vaso de agua al sol.

- ¿Así que las notas más altas de tu escuela? -Levantaste la mirada al saber que te hablaba a ti. Estaba sonriendo, la misma sonrisa que solía mostrarte Takashi cuando hacías algo que él creía bueno. -Nunca imaginé que fueses tan estudioso. -Actualmente, ni él ni nadie. Ni siquiera tú mismo.

-No lo soy, -contestaste con llaneza mientras te encogías de hombros y terminabas de un bocado el último mordisco de la tempura. -Tengo buena memoria, -añadiste cuando tragaste. Suculento, como siempre, mas no se lo dirías.

Se quedó callado durante unos segundos, mirándote con dedicación antes de torcer otra sonrisa. Empezó a limpiar la tabla que había utilizado para preparar lo que habías pedido.

- ¿A qué viene esa sonrisita, Kawamura-san? -Si no fuera porque incluso tú mismo lo veías incoherente e imposible, cualquiera diría que tratabas de ganarte la simpatía del hombre. ¿Tendría algo que ver el repentino interés que sentías por su hijo?

-Cada vez que te miro, veo aquel niño solitario y agresivo con el que solía jugar Takashi antes de ingresar en el Seishun Gakuen. -Volvió a sonreír de la misma manera, esta vez incluso consiguió que te sintieras incómodo, cosa que sólo lograba hacer tu madre cuando empezaba a hablar sobre el pasado. -Apenas has cambiado.

No coincidías con aquella afirmación, pero no se lo ibas a demostrar. Estabas muy ocupado en llenar tu estómago como para preparar tu cerebro para entablar una discusión. Tampoco te apetecía hacerlo.

-Creo que te debo una disculpa.

Detuviste todo movimiento para centrarte en el ser que tenías delante. Lo habías oído perfectamente pero había algo que no terminaba de encajarte. El pronombre te referido a tu persona, junto el verbo deber como obligación y la palabra disculpa, no podían ir en una misma frase dirigida a ti.

- ¿Por qué lo cree? -A lo mejor el hombre estaba loco o quizá el cerebro le había fallado y había dicho una cosa contraria a la que quería expresar en realidad.

-Cierto, te la debo, -todavía más desconcertante. ¿Qué se paseaba por la cabeza de aquel ser? -Había veces que no dejaba salir a Takashi para que no se juntara contigo. Quizá si no lo hubiese hecho, hubieses acabado siendo mejor persona. -Aquello ya te encajaba más, incluso te resultaba conocido.

-Lo sé, -te encogiste de hombros, conteniendo una sonrisa retorcida. -Lo que no sabe es que me escaqueaba hacia el callejón trasero, subía por la tubería hasta la habitación de su hijo y me sentaba en el borde de la ventana que previamente él había abierto. -Después se pasaban la tarde jugando con sus respectivas Gameboy's. -Así que no me debe nada, soy así porque soy así.

-Me acabas de dejar de piedra, chico, -bien lo sabías sin que tuviera que decírtelo.

Erais jóvenes, os gustaba estar juntos, queríais divertiros y el peligro de caerse de la ventana era tan excitante como pasearse por debajo de unas escaleras cuando alguna chica subía o bajaba con una falda. Aunque eso era con nueve, diez, once años. Si lo intentaras hacer ahora, la tubería rompería al segundo metro que subieses y te partirías la cabeza contra el suelo.

No era algo que te atrajese lo más mínimo.

-Esa era la intención. -Terminaste el poco té que quedaba, refrescando tu boca y garganta como si de un caramelo de menta se tratase. Acto seguido sacaste tu cartera del bolsillo y le extendiste un par de billetes. - ¿Va exacto? -Los aceptó en estado catatónico, asintiendo levemente con la cabeza. Podrías haberte ido sin pagar que no se hubiese enterado hasta que hubieses llegado a la puerta.

Aunque eso no estaría bien.

Te levantaste del taburete con lentitud, comprobando que no te dejabas nada importante atrás. Justo cuando ibas a salir por la puerta, Takashi entraba por ella, haciendo que os quedaseis a medio camino tanto el uno como el otro. Torciste una sonrisa al verle sonrojarse, te gustaba verle sufrir ante tu presencia. Acto seguido, le dejaste pasar no sin antes utilizar una peculiar despedida para dejarle aún más intranquilo.

-Que no me entere yo que ese culito pasa hambre.

Sin más abandonaste el local, sabiendo que tanto padre como hijo, como algunos clientes cercanos a la puerta, se acababan de quedar enmudecidos por tus palabras. Puede que el partido contra Echizen te hubiese devuelto al mundo real, pero eso no quería decir que no pudieras ser cabrón de otras maneras.

 

Notas finales:

(1)    Pastel de castañas: Es la comida favorita de Akutsu.

(2)    Tesoro sobre zuecos: Para aquellos que no se han dado cuenta, en el restaurante de los Kawamura van en zuecos.

----

Ehm, sí. ¿Extraño?

Lo que yo me pregunto es porqué no lee los guiones largos esta página. En fanfiction.net sí los lee, no es justo (se enfada y no respira).

 

Nos LEEMOS y COMENTAD que es GRATIS.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).