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Till end do us apart por Illyria

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Notas del fanfic:

Disclaimer: Todos los personajes de Kuroshitsuji le pertenecen a Yana Toboso, pero su servidora se encuentra en el ineludible deber de pervertirlos (¿?)

Los siguientes fic son autoconclusivos así que no se precisa leerlos en ningún orden.

Se encontraba realizando tareas que nadie hubiera considerando posibles de ser efectuadas por un niño de su edad, eso lo tenía muy claro. Como cabeza de la compañía Phantomhive, y por otras circunstancias que habían terminado marcándolo en cuerpo y alma, había dejado atrás lo que se considera por convención una infancia normal. Aunque quisiera, nunca sería como aquellos chiquillos de su misma edad que suspiraban extasiados delante de los escaparates, maravillados por el ingenio de un niño sin alma de niño.

“Para ser como ellos, probablemente, debería nacer de nuevo.”

En el silencio reinante le resultó sencillo oír el sonido de las suelas de los zapatos de Sebastian. Se trataba un sonido pausado y rítmico, muy diferente de las pisadas de cualquier otro de los torpes miembros de la mansión o de las ansiosas pisadas de Lizzie que siempre iban acompañadas de sus alegres y ansiosos grititos.

La manija hizo un clack, seguido del débil crujido de la puerta al abrirse. Se estremeció levemente y sus ojos bailaron, impasibles, del rostro de Sebastian hacia los papeles que estaba revisando. Fue una mirada casual, severa; carente de cualquier tipo de interpretación más que el advertirle que su presencia había sido percibida, mas no bienvenida. Sebastian hizo caso omiso de cualquier aspaviento que diera muestra del usual mal humor de su amo y se acercó silenciosamente al escritorio, cargando una bandeja en su mano y una misteriosa sonrisa en el rostro, de esas que lograba apenas curvando las comisuras. Le disgustaba, como siempre. Le disgustaba todo de aquella taimada y perfecta pantomima.

-¿Cómo se encuentra, Bocchan? Me tome la libertad de traerle el té de media tarde- dijo en tono mesurado y agradable. Dejó en el escritorio una taza de té y un dulce mientras se encargaba de recitar las usuales presentaciones de ambos, citando orígenes, rarezas y demás cuestiones que oyó por encima, sin demasiado interés. Tomó la taza de la exquisita vajilla, soportando la intensa mirada de su mayordomo en el momento en que se la llevaba a los labios y olisqueaba el delicioso aroma del extravagante té. No podía evitar sentirse acosado por aquellos ojos rosados y penetrantes o quizás era por su sonrisa, como fuere, percibía algo extraño en la tensión que se había apoderado de la habitación desde el momento en que Sebastian había entrado y eso le destruía los nervios, tanto que no se creía capaz de devolverle la mirada sin llegar a ser ofensivo por ninguna razón aparente.

Sin más, el mayordomo se ubicó detrás de su silla, mientras Ciel intentaba mantenerse inflexible a tan extraño movimiento, considerando que generalmente luego de dejarle la merienda se marchaba sin más. Aún así, no pudo evitar sentir la tentación de mirarlo por encima del hombro e incordiarlo con la primera palabra que se le cruzara por la cabeza, claro que eso tan sólo permaneció en su cabeza como una idea porque jamás llevaría a cabo una provocación tan vulgar que diera cuenta de lo nervioso que lo ponía su inusitada permanencia. Dejó la taza sobre el escritorio y se dispuso a formular un impertérrito “puedes irte” cuando las manos del mayordomo se acercaron a su cuello de una manera que hizo que saltara de improviso, reaccionando rudamente a aquel contacto, incluso antes de recibirlo. Al instante, Sebastian tomó ambos extremos del nudo del moño de la corbata de su amo con sus dedos índice y pulgar, haciendo una gentil presión hacia fuera para acomodar la cinta azul índigo.

-Aunque permanezca detrás de un escritorio no puede dejar de lucir impecable- explicó, susurrándole al oído en un tono confidencial e intimo que hizo que se le erizaran los vellos de la nuca.

-Tú y tu exagerada pulcritud, déjalo así, está bien… -dijo intentando sonar disgustado para ocultar el temblor que se adueñó de su voz en el momento en el que el demonio posó las manos en sus hombros.

Ahogó un gemido cuando sus manos se tensaron en sus hombros e hicieron una suave presión en su carne mitigando, con esa mezcla de rudeza y gentileza, el dolor sus agarrotados miembros.

-Está demasiado tenso- dijo con un tono que se le antojó de burlona preocupación- tiene los hombros contracturados y seguramente por aquí…- dejó incompleta la frase mientras le apretaba la nuca con cierta rudeza.

-Ah, Sebastian deja…- gruñó Ciel, haciendo un esfuerzo por mantener la compostura de una forma que esperaba le resultara convincente al perspicaz demonio. Le resultaba casi imposible mantenerse sereno, considerando el carácter de esa clase de atenciones, si es que se trataba de lo que intuía.

-¿Cómo podría dejarlo así? es mi deber ayudarlo a mitigar sus molestias, todas, lo mejor que pueda, después de todo soy el más conciente de cuán arduas le resultan todas sus obligaciones- Ciel percibió un extraño énfasis en esas últimas palabras y un sentido turbio que había captado del todo. Las manos ahora se deslizaron pacientemente por su pecho y descendieron como planchas calientes por encima de su chaqueta. A esas alturas, el nivel de raciocinio del pequeño lord ni siquiera le permitía comprender la insulsa cháchara que se siguió sucediendo en sus oídos. Sus redoblados esfuerzos estaban concentrados en evitar gritarle que termine de una maldita vez lo que había comenzado, sin muchas inflexiones de por medio.

Simplemente él no era proclive a tener esas burdas reacciones.

Comenzó a sentir como el cuerpo comenzaba a reaccionar de forma más clara a aquellas caricias. Su respiración acompasada había comenzado a acelerar su ritmo a uno anhelante que lo evidenciaba sin remedio. Su pecho subía y bajaba y las manos de Sebastian continuaban descendiendo, deslizándose por su abdomen. Las caderas de Ciel se movieron de arriba abajo, levemente, pero para su orgullo ese gesto había sido descarado y sensiblemente humillante, contra sus deseos lo estaba invitando o mejor dicho, instándolo a continuar.

Pudo oír un leve bufido y adivinó una sonrisa en los labios del mayordomo.

-Eché el cerrojo al entrar, se lo comento en el caso de que le preocupe en lo más mínimo la idea de que alguien nos encuentre en esta situación tan… comprometedora.

Ciel se ruborizó violentamente. Era obvio que ese maldito demonio se estaba burlando ladinamente de la forma en la que había terminado aceptando la situación sin tan siquiera preocuparse por las apariencias. No se podía imaginar que cara hubiera puesto Tanaka o cuanto hubiera llorado Lizzie de encontrarlo así. Y lo peor de todo era que Sebastian era un hombre, al menos en apariencia.

Una de las manos del mayordomo se introdujo en sus pantalones, rozándolo entre las uniones de las piernas sin prisa, mientras Ciel sentía palpitar aquel sensible órgano tendiente a sentir placer de una forma en la que nunca había experimentado antes de conocer a Sebastian. Después de todo, luego de aquel extraño y traumatizante encuentro con esa secta, él había sido el único capaz de tocarlo de esa forma tan íntima sin que al instante le agarraran nauseas producto del aluvión de recuerdos desagradables que lo retrotraían a aquellos horribles días.

-Espera…-gimió tembloroso, asiéndolo del brazo, aparentemente intentando alejar la mano invasora, pero su cerebro enviaba señales opuestas, que buscaban satisfacer su agonía y por eso apretó el brazo de Sebastian hacia abajo, intentando encontrar el alivio que buscaba.

-Si me lo ordenara- le murmuró con una voz seductora y burlona, golpeándole la oreja con su cálido aliento.

-Sebastian- gruñó quedamente, rogó de una forma bastante cuestionable, arrugando la manga del pulcro uniforme entre sus nerviosos dedos.

Sebastian suspiró, casi enfurruñado.

-Usted es muy testarudo ¿Acaso nunca podré arrancar un “te lo ruego” de sus labios?-replicó para suspirar de nuevo.

Sacó las manos de los estrechos pantalones y se llevó una a la boca. Arrancó un impoluto guante con sus dientes, de forma galante, descubriendo su delicada mano marcada con el sello del pacto. Con desquiciante paciencia comenzó a desabrochar los pantalones y a apartar la ropa interior del jovencísimo lord hasta encontrar su sexo enhiesto. Lo rodeó con una mano, apretándolo un poco y logrando que Ciel se estremeciera de placer y lanzara un suave gemido. Con movimientos cada vez más rítmicos, comenzó a reavivar el deseo que le escocía las entrañas, produciéndole un agradable hormigueo que fue aumentando en toda la extensión de su cuerpo. Sin necesidad de ninguna aclaración o instrucción por parte de Ciel, el mayordomo estimulaba su miembro frotándolo de arriba hacia abajo con movimientos rápidos de una forma exasperante y paradójicamente, placentera.

Después de todo Sebastian tenía que hacer todo de forma impecable, pensó con cierto amargo disgusto. Hubiera deseado que las cosas no fueran así, ya que quizás eso le hubiera dado la posibilidad de echarlo de cuando en cuando, pero esa opción no se le presentaba nunca y acababa siempre rendido a los dudosos encantos de su sirviente, sucumbiendo a un deseo novel y adictivo. Su cuerpo se estremeció de forma espasmódica, buscando encontrar el paroxismo con una ansiedad que le aceleraba el pulso de forma imposible, casi hasta hacerle creer que moriría de la taquicardia antes de lograr culminar aquel acto. El hormigueo cada vez se volvía más intenso a causa del roce de los suaves dedos de Sebastian. Por fin el ágil movimiento de su muñeca tomó a un ritmo brutal que hizo que pusiera los ojos en blanco y que se entregara, turbado, a aquel momento y a las sensaciones que le producía el tacto de esa mano desconocida.

Los labios de Sebastian se apoyaban una y otra vez en sus orejas y en su cuello, golpeándolo con su suave aliento y humedeciendo su piel casi con lujuria.

Ya no había marcha atrás ni tampoco quedaba la disposición de hacer algo semejante.

Entre gemidos ahogados para no alertar a nadie en la mansión y débil de placer, se entregó, sobrecogido, a las deliciosas contracciones de los derrames.

Delicadamente, Sebastian apartó la pequeña mano que se había mantenido apretada a su brazo durante el breve acto sin encontrar resistencia alguna en ella; su movimiento fue elegante, incluso romántico: la asió y besó con reverencia el dorso durante un largo momento mientras su joven amo sentía como el ritmo acelerado de su respiración iba disminuyendo hasta volverse más normal, aún así todavía estaba demasiado extenuado como para moverse o, al menos, hilar un pensamiento con sentido.

Sebastian levantó la mano que había mantenido dentro del pantalón de Ciel. Al instante el chico pudo percibir en chasquido de la lengua del mayordomo sobre los dedos cubiertos de su esencia, gesto que le pareció asqueroso y, paradójicamente, excitante. Aquel extraño gesto lo hizo volver en si.

-Vete- musitó Ciel apoyándose la mano en la frente con gesto doliente- eres repugnante. A ese punto no sabía si se lo decía a sí mismo o al mayordomo.

-Si tanto le repugno entonces deténgame- ahora Sebastian se había arrodillado a su lado y le había volteado el rostro con la mano que mantenía enguantada. Le tomó el mentón entre los dedos, como se suele hacer con las damitas tontas, y se acercó a su rostro tanto que sólo pudo quedarse mirándole fijamente la boca. Estaba a tan sólo a un milímetro de esos labios sonrientes, tan cerca que casi pudo percibir su suavidad y entonces un artero pensamiento se le cruzó por la mente y lo llenó de un placer equiparable al que lo había colmado hacia poco rato. Una sonrisa maliciosa torció los labios del niño de una forma tan intrigante que hizo que Sebastian se echara levemente hacia atrás para observar mejor su semblante.

-Detente “te lo ruego” – la malintencionada repetición de sus palabras en aquel tono burlón lo desconcertó de una forma tan patente que hizo que la encantadora y diabólica sonrisa de Ciel se ensanchara. Sebastian, invariablemente, se vió obligado a sonreír, complacido por el atrevimiento de su amo.

-Supongo que no podría esperar menos de usted, my lord- Sebastian se inclinó como siempre solía hacer, llevándose el brazo al pecho en un característico gesto servil que, por vez primera, se le había antojado como una burlona respuesta a su provocación.

-Prepárame un baño, Sebastian y, por favor, déjame trabajar tranquilo hasta ese entonces- musitó en su usual tonillo insolente y despreocupado.

El mayordomo le lanzó una enigmática mirada y asintió con la cabeza. Al rato desapareció por la puerta y, casi al instante, Ciel apoyó la cabeza contra el escritorio, dejando explotar sus emociones.

Taimado, sereno, imperturbable. Otro de sus deberes que cumplía con total eficiencia ¿Y nada más? ¿Absolutamente nada más?

Sintió el corazón lleno de una terrible congoja. Nuevamente Sebastian había ganado.
Notas finales: Qué tal? Como lo indica el resumen esta será una serie de drabbles de Kuroshitsuji, independientes entre si y que irán alternado distintas formas narrativas y situaciones, siempre centradas en la pareja SebatianxCiel. No tengo decidido que cantidad pero mi intención es que sean mucho drabbles XD, así que espero su apoyo.


Espero que les guste mi primera incursión al universo de Kuroshitsuji y nos estaremos leyendo. Desde ya gracias por darle una oportunidad a mi escrito n_n


kisses! *3*

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