Y allí estaba él, tan perfecto como un ángel volando por el cielo, tan hermoso como un ave del paraíso o como un pavo real mostrando la grandeza de las plumas de su cola, allí estaba él en lo más alto danzando entre los trapecios colgados de la carpa del circo más prestigioso del mundo.
A pesar de estar a más de 15 metros de altura y entre otros trapecistas, él era inconfundible ante los ojos color plata de nuestro espectador. El joven de 16 años observaba maravillado a ese hombre que parecía no temerle a nada, ese hombre de cabellera rubia y maquillaje blanco en el rostro al igual que los otros trapecistas, pero que resaltaban sus ojos azules, con un cuerpo perfecto que se enmarcaba con el traje que debía usar para dar el espectáculo… Los ojos de nuestro espectador no perdían detalle alguno de los movimientos gráciles y felinos del rubio ignorando por completo que él también lo miraba.
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No era la primera vez que lo veía, ese chico pelinegro había venido desde el primer día de la llegada del "Cirqus" y se había sentado siempre en el mismo lugar: Asiento 7 de la fila 9-A donde podía verlo perfectamente desde las altura, podía apreciar sus ojos curiosos y expectantes de un hermoso color plata, una cabellera negra que con los reflectores parecía destellar en azul; unos rasgos finos y elegantes sin parecer femeninos, en resumen: un Ángel. Sí, para el trapecista su joven admirador era un ángel pero, ¿Cómo llamarlo? Simplemente “niño” no era suficiente, porque no era cualquier niño, era un ángel, su ángel, ¡Gabriel! Si, así lo llamaría, “Gabriel” como el arcángel más hermoso del cielo, así lo llamaría él, ese sería su nombre cuando lo llamara en sus sueños.
Los trapecistas bajaron, su acto había culminado para desdicha de Gabriel que quería seguir admirando a ese hombre que ahora en el escenario encabezaba al grupo de los trapecistas y hacían una reverencia en agradecimiento al público. Los ojos de Gabriel permanecieron fijos en el trapecista, ajeno a todo el público, para él solo existía el rubio. Deseaba poder tocarlo, abrazarse a su cuerpo, embriagarse con su aroma, pero de nada sirve soñar, el rubio nunca seria para él, la vida del trapecista era el circo y nada más. “Leonard” ese era su nombre, “Leonard Lowell” el más grande trapecista del mundo, el hombre más hermoso del mundo a los ojos de Gabriel.
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Función tras Función, Gabriel asistía a todas, siempre con el deseo de ver a su hermoso rubio, a Leonard, quien le había robado el corazón desde el primer día que entro en la carpa del circo.
Era la última función en la ciudad, ya pronto se marcharían pero Leonard quería conocer a su ángel, a Gabriel como ya lo había bautizado, y decidió a que ese sería el día en que podría escuchar la voz de Gabriel, subió a lo más alto a ejecutar su acto. Al ser el último día del circo en la ciudad, el director quiso cerrar con broche de oro y hacer el último espectáculo de los trapecistas sin la red de protección, Leonard algo nervioso, -sin saber porque, no era la primera vez que hacía algo así- se empolvo las manos para tomar el trapecio y observó al público y allí, en el mismo lugar de siempre estaba Gabriel solo que esta vez su semblante no era el mismo, estaba triste. ¿Por qué el ángel más hermoso del cielo esta tan abatido? ¿Acaso la razón seria su partida? ¿Sería que también lo anhelaba? … No pudo pensar más, la señal fue dada y se lanzo en hermosa acrobacia.
Desde su lugar, Gabriel seguía con la mirada al trapecista, hace un momento sintió que lo observaba a él, su rubio lo miraba como si no hubiese nadie más… Pero eso era imposible, no podía estar mirándolo a él con tantas personas alrededor. Pero de verdad quería pensar que esa mirada era para él ya que sería la última vez que lo vería, si la ultima vez…
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Desde lo alto, Leonard entre piruetas y acrobacias, mantenía fija su atención en Gabriel pero en un parpadeo había desaparecido, ya no estaba en su lugar, ¿Por qué? ¿A dónde había ido? Lo buscó desesperadamente con la mirada hasta que lo encontró caminando hacia la salida, ¡NO! No podía marcharse, no podía dejarlo ir…
¡¡¡GABRIEL!!!
El joven al oír su nombre, giro sobre sus talones, y un grito de horror retumbó en el lugar. Como si lo viera en cara lenta, el cuerpo del trapecista caía al vacio hasta desplomarse sobre el el suelo y yacer sin vida.
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