Size Too Small
Se miraba frente a un espejo de cuerpo completo, trataba de aflojar el cuello de la camisa, se miraba de reojo la espalda, el saco le impedía moverse con libertad y el pantalón le quedaba por encima del tobillo, no lucía bien, de hecho lucía pésimo.Lo único que le quedaba era la corbata, rosa como el vestido de las damas de honor. Bendijo a quien inventó las corbatas y se le ocurrió hacerlas en una sola talla.
Ese no iba a ser su papel original en la ceremonia, no quería aunque fue el primer candidato, no quería ser el padrino a pesar de que quien se casaba era su mejor amigo. Pero tuvo que aceptar cuando con aflicción, Domhnall se acercó a él. «Sin un padrino no puede haber boda», le había dicho, el que oficialmente se había convertido en el hombre con ese puesto se había enfermado, de todos modos no era tan cercano al novio como él.
Frederik no pudo negarse, quería negarse, quería decir que no, pero los ojos azules de su amigo, suplicantes y afligidos, lo orillaron a traicionarse y decir que sí, que lo haría, que sería su padrino, como desde un principio debió haber sido.
Sin embargo, el traje que había sido confeccionado para el padrino original le quedaba pequeño, demasiado pequeño. Apretaba de todos lados, el cuello, la espalda, los puños, la entrepierna, todo era incómodo.
—¿Cómo está mi padrino? —alguien se asomó a la puerta, era él, el novio, Domhnall, enfundado en traje negro y corbata roja, justo como las flores que adornarían cabello y ramo de la novia. Sus ojos azules chispeaban de alegría, su rostro blanco lucía luminoso. Frederik lo estudió unos minutos.
—Este traje me queda pequeño —confesó y el otro soltó una carcajada.
—El hermano de Agnes es muy delgado y bajo de estatura —le dijo tomándolo por un hombro, su cuñado iba a ser el padrino pero ante la contingencia abdicó—. Te ves bien —luego ambos se miraron al espejo.
Los amigos de la infancia, los cómplices de la adolescencia, los compañeros de la adultez. Habían crecido juntos, habían visito sus vidas mutuamente, nadie se conocía mejor que ellos. Domhnall y Frederik eran inseparables, el primero era el más alto de los dos, rubio y de ojos azules, de cuerpo atlético y bastante afortunado con las chicas, aunque esa tarde había decidido finalmente contraer nupcias; el segundo era ligeramente más bajo de estatura y más delgado, aunque de espalda ancha, cabello negro y ojos azules, tez blanca y aire soñador. Eran inseparables, pero Frederik veía en Agnes, la dulce novia de Domhnall, su punto de separación.
—¿Trajiste cita? —continuó el rubio sentándose en una silla de madera junto a la ventana.
Frederik lo miró ante la pregunta, se giró para verse en el espejo y tratar de conseguir que el cuello de la camisa no lo asfixiara—, no —fue su llana respuesta.
—Bueno —Domhnall se puso de pie para mirar por la ventada, entrelazó las manos por la espalda y suspiró—, la dama de honor es muy bonita, podrías acercarte a ella.
El otro dejó de luchar con la ropa, se sentía harto, cansado, ya no podía guardar más en su pecho un millón de sentimientos que tenía—, Dom —lo llamó y el aludido volteó, se miraron a los ojos, Frederik odió la felicidad que la mirada de su amigo destellaba—, yo… yo… —tartamudeó.
Entonces Domhnall borró de pronto la felicidad en su expresión y con el entrecejo fruncido miró a su amigo y padrino—, ¿qué pasa?
Frederik se acercó a Domhnall, lo miró ligeramente hacia arriba por la diferencia de estaturas y lo tomó por el rostro, acarició su mandíbula cuadrada.
—¿Qué haces? —con brusquedad, el rubio tomó la mano de su amigo, se le escuchó ofendido.
El de cabello negro se hizo de todo su valor, acopió toda su fuerza—, sé que esto no va a cambiar nada… —pausó —pero es justo que sepas todo antes de hoy.
El más alto esperó por más, parecía que era importante, no sabía que la declaración ahí había terminado, porque a continuación venía la confirmación. Frederik besó a Domhnall en los labios, muy despacio, muy cauteloso, breve.
Todo ese tiempo Frederik había amado a Domhnall en secreto, pero verlo al borde de unir su vida para siempre con alguien más le estaba partiendo el corazón, y aunque, como había dicho, eso no cambiaría nada, tenía que hacerlo.
—Fred —alcanzó a suspirar el rubio para luego tomarlo con ambas manos por el rostro y besarlo, esta vez no con lentitud y calma, sino con pasión, el de ojos azules lo aceptó de inmediato sin saber que su confesión sólo había reafirmado sospechas y sentimientos en su amigo.
—Tengo que hacerlo — Domhnall confesó tras estarse besando por un rato—, debo casarme con Agnes —le dijo sin mirarlo a los ojos, sin más, salió de la habitación.
Desencajado, Frederik se miró al espejo, se acomodó camisa y cabello que se habían salido de su lugar y también salió, faltaban pocos minutos para que la ceremonia se llevara a cabo.
Ambos amigos se miraron a lo largo de la boda, sólo se miraban, ningún gesto ni ademán, cuando el sacerdote preguntó si alguien se oponía a la unión, Frederik simplemente apartó la vista de la pareja, y Domhnall miró el punto entre las puntas de sus zapatos.
El padrino de la unión sintió, sin embargo, que el traje y la camisa cada vez apretaban más, se sentía agonizante, estrangulado. El traje le quedaba pequeño, demasiado pequeño.