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In Our Bedroom After the War por GirlOfSummer

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Notas del capitulo:

Continuamos! pues sí, Hugo se metó en tremendo lío, este capítulo sólo me sirve de presentación para 2 personajes importantes, porque en el siguiente veremos más concencuencias de su noche con Andrés, jojo...

Gracias por leer :)

2. The Night Starts Here

Tomaron un taxi, un auto subcompacto conducido por un hombre joven. Hugo y Andrés iban en silencio, el niño miraba con curiosidad por la ventanilla mientras que el adulto miraba fijamente al frente pensando en qué debía hacer. De pronto una melodía incisiva sonó y Hugo reaccionó, era su celular, lo sacó de la bolsa de su pantalón y contestó. Andrés lo miró fijamente atento.

El escritor habló poco y nervioso por el celular, cuando colgó suspiró y notó que estaba cerca de su casa, indicó al taxista por dónde tenía que meterse y llegaron a los pocos minutos. Como acto reflejo, Hugo estiró la mano para ayudar al niño a descender y éste aceptó.

Aunque su casa no era muy grande, el apartamento de Hugo estaba en una mejor zona, también era una colonia popular, pero era más segura y limpia. Adulto y niño entraron al alto edificio y subieron las escaleras hasta el sexto piso.

Una vez dentro, Hugo se sintió tenso y se quedó parado en medio de la sala.

-¿Trajiste juguetes como te dije?

Andrés lo miró con ambas cejas levantadas y asintió, Hugo sonrió tímido.

-Necesito hacer unas llamadas, puedes ir a jugar ahí –dijo casi al aire señalando una de las dos habitaciones que tenía el apartamento, el niño corrió con su mochila llena de ropa y juguetes.

El dueño del lugar suspiró y tomó el teléfono. Marcó de memoria un número.

-Bueno.

-¿Nadia? –preguntó Hugo para confirmar.

-Sí, ¡Hugo!, ¿Cómo has estado? –la mujer al otro lado de la línea preguntó con preocupación.

Nadia era su única amiga, la única que no lo abandonó cuando se declaró gay, sin embargo, estaba tan sumido en su depresión que no la había llamado en semanas, ella lo había buscado al principio pero luego comprendió que por ahora deseaba estar solo. Sin embargo aquella llamada voluntaria le confirmaba que estaba listo para volver a hablar con otras personas.

Hugo Sandoval había caído en una profunda tristeza al ver que el mundo lo abandonaba, que profesionalmente era un fracaso y que probablemente nunca encontraría el amor. Creyó ingenuamente que al quitarse el peso de su homosexualidad en secreto todo saldría mejor, pero sucedió lo contrario, y ahora para colmo estaba envuelto en aquella situación tan extraña. Nadia, sin embargo, estuvo con él, fue a sacarlo a algunos bares de mala muerte durante la madrugada, curó las heridas que riñas callejeras le habían provocado y lo escuchó llorar incontables veces.

-Necesito que vengas –contestó él, su voz ronca sonó amortiguada y eso consternó a su amiga. En su estado podía esperar cualquier cosa.

Ella estaba preparada para el momento en que él le habla desangrándose o muriendo por una sobredosis, cosa que jamás se presentó, y al parecer no se presentaría, pero al escucharlo así no supo qué pensar ni qué esperarse.

-Voy para allá.

A los pocos minutos, Nadia llegó al apartamento de su amigo, cuando éste abrió la puerta, la mujer se impactó al verlo. La última vez que lo había visto él estaba triste y lucía enfermo, pero ahora que lo volvía a ver, parecía que habían pasado años y no semanas, lucía más demacrado y viejo, más triste si eso era posible, lucía gris, cansado y agobiado, su semblante no era alentador.

-Pasa –él invitó y ella hizo caso.

Afortunadamente el lugar seguía igual y de algún modo, Nadia se sintió aliviada al notar aquello, como recordando a su amigo, el que a pesar de todo guardaba algo de fe, en cada objeto en el apartamento había un  recuerdo de ese Hugo.

-¿Qué pasó? –ella preguntó con casualidad sentándose en el sofá.

Hugo tardó algunos minutos en reaccionar, miraba fijamente la puerta de la habitación donde estaba Andrés, luego giró la cabeza para ver a su amiga.

-Necesito que me hagas un favor.

-Claro –ella se acomodó en el sillón.

-¿Podrías cuidar a un niño mañana temprano?

-¿Qué? –ella parpadeó y se inclinó hacia adelante como tratando de escuchar mejor-, ¿de qué hablas?

-Es… -él dudó-, es complicado.

-Pues tengo toda la noche, comienza –Nadia presionó y él, que aún estaba de pie, se sentó junto a ella.

Hugo comenzó a relatarle su encuentro con Andrés, incluso le platico con entusiasmo discreto lo feliz que se sintió al haber encontrado a ese hombre, un hombre joven, y bello, y que lo comprendió, y que por una noche fue suyo. Luego relató lo que pasó en la mañana, el dinero y las armas en la casa, el hecho que posiblemente Andrés padre estuviera muerto, o al menos indefinidamente desaparecido.

-¿Y el niño? –preguntó ella consternada.

-No tuve corazón para dejarlo solo…

-Entiendo eso –ella suspiró-, ¿pero qué piensas hacer con él?

-No sé…

-No –ella lo miró a los ojos-, sí sabes, te conozco, tienes la esperanza que su padre regrese, no lo vas a dejar en un orfanato…

-¡No puedo! –el tono de Hugo fue amargo.

-Él no va a regresar –Nadie lo regresó a la tierra-, y no te puedes quedar con ese niño, no es tuyo… busca a la madre.

-El niño no sabe nada –bufó.

Ambos se quedaron en silencio, se miraron por largos minutos, ella estaba sinceramente preocupada, él simplemente perdido.

-Bueno –ella finalmente rompió el silencio con serenidad-, querías algo más, ¿no?

Él asintió y miró de nuevo la habitación donde estaba Andrés jugando, tal vez extrañando a su padre y sintió un golpe de tristeza en su pecho. Pero esta tristeza era diferente a la que había estado sintiendo durante las últimas semanas, no era autodestructiva, no era autocompasión, esto era más feo y más fuerte, se sentía triste por el pobre niño que ahora, al parecer, era huérfano.

-Sí, me hablaron hace rato de una editorial, me quieren ver mañana temprano… necesito que alguien lo cuide –tras el silencio, al fin Hugo habló.

-No puedo –ella se odió por defraudarlo, pero de verdad no podía-, tengo que hacer reclutamientos mañana, tengo todo el día ocupado –dijo. Ella era la jefa de Recursos Humanos en una importante transnacional, y si no fuera por su compromiso, sin problema hubiera podido llevarse al niño a la oficina, pero con aquella carga de trabajo, ni siquiera podría echarle un vistazo, mucho menos cuidarlo.

-Entiendo –el cabeceó ausente de mente.

-Pero que tengas una cita en una editorial son buenas noticias, ¿no? –ella trató de animarlo, después de todo, absolutamente todo lo que había pasado era justo para él.

-Un poco –el suspiró y la miró directo a los ojos, Nadia tenía ojos color miel, brillantes y cálidos-, no me prometieron nada, es una editorial nueva y quieren hacerme un par de preguntas, al parecer comenzarán una colección de escritores con menos de 3 obras publicadas, pero se limitarán a 4 o 5 autores.

-O sea… ¿una especie de concurso?

-Toda la maldita vida es una especie de concurso-, de pronto, la voz de Hugo se tornó rabiosa y violenta.

-¿Vas a ir? –ella frunció el ceño y preguntó temiendo.

-Sí, pero creo que me tendré que llevar a Andrés –él respondió más calmado.

-Debes pensar seriamente qué harás con ese niño.

-No sé, no me preguntes-, Hugo desvió la mirada-, mañana iré a su casa, a ver si hay señales de su padre.

-Él no va a regresar –de pronto, Nadia se puso de pie y miró fijamente a los ojos de su amigo-, entiende.

Sin embargo, Hugo prefirió simplemente no escuchar. Andrés iba a regresar, se iba a reencontrar con su hijo y todos seguirían con sus vidas. Así debía ser, así tenía que ser, porque el pobre niño no quedaría en la orfandad, no debía, él no lo permitiría. Apretó los puños muy fuerte y contuvo un suspiro que se le atoró en la garganta.

Pero el momento fue interrumpido por Andrés quien salió como estampida de la habitación.

-Tengo hambre –anunció tímidamente, al mirar a Nadia fue como si apretaran un interruptor en su interior y se quedó quieto.

-Hola –ella sonrió-, ¿cómo te llamas? –se puso en cuclillas para verlo a la cara.

El pequeño la miró intensamente a la mujer, ella le sonreía con amabilidad y eso le dio confianza.

-Andrés –respondió dando un saltito.

-¡Qué bonito nombre! –se dirigió al niño y luego alzó la mirada a su amigo sonriendo de lado-, ¿cuánto años tienes Andrés? –volvió a mirar al pequeño.

-Estos –dijo y extendió la palma de su mano.

-¡Cinco!, ya estás grande –ella le siguió la corriente y Hugo simplemente era testigo de intercambio de palabras.

El niño sonrió ante el cumplido y luego miró a Hugo, no se le había olvidado que tenía hambre y con sus ojos verdes bien abiertos y suplicantes, le exigía algo de cenar.

-Me tengo que ir –Nadia se puso de pie y se dirigió a su amigo-, cualquier cosa no dudes en hablarme –le dijo.

Él asintió y la miró dejar el apartamento, juró por un instante que, si no fuera gay, Nadia sería la novia perfecta, lamentablemente las cosas eran diferentes. Caminó a la cocina, y sin notarlo, el niño lo siguió.

-¿Qué me vas a preparar? –escuchó su vocecita y miró hacia abajo, fue hasta ese momento que notó que lo había seguido, parecía que el niño comenzaba a tenerle más confianza.

-No sé, ¿qué quieres?

-Leche con chocolate, por favor.

El se vio en un aprieto, no tenía chocolate en polvo, sólo algunas barras, miró a Andrés, por alguna extraña razón, no quería decepcionarlo, así que tomó un par de esas barras y las molió cubriéndolas con un trapo y golpeando con un molinillo. Sabía que ese chocolate le iba a gustar más que el de polvo, era más puro, más dulce y se podía saborear el cacao y el azúcar en perfecta armonía.

Le sirvió un vaso y luego tostó un par de panes de caja para que acompañara su bebida con algo sólido. Lo miró devorar y deseó tener esa inocencia, esa capacidad de pensar que después de todo, las cosas saldrían bien.

-Mañana saldremos temprano –le anunció.

-¿Vamos a ver a mi papi? –los ojos de Andrés se iluminaron y eso le rompió el corazón a Hugo un poco, más de lo que ya lo tenía.

-Vamos a ir a tu casa –prefirió decir.

El niño asintió pero al no confirmar que verían a su padre se sintió decepcionado. Terminó su merienda, dijo poder ponerse el pijama solo y se metió a la cama. Hugo tenía aquel cuarto que él no ocupaba con una cama sin cabecera y con apenas un librero repleto de textos, tenía tantos que su pequeño apartamento le era insuficiente. No pensaba hacerle cambios a la habitación, Nadia tenía razón y él guardaba la esperanza que Andrés padre regresara, aunque fuera por su hijo, así que el niño no se quedaría mucho tiempo con él.

-Buenas noches –Hugo le dijo al niño cuando vio que estaba listo para dormir.

De un salto, Andrés se sentó en la cama y se recargó en la fría pared, miró al adulto como esperando algo.

-Mi papi me cuenta cuentos, sino no puedo dormir… -dijo el niño.

Hugo suspiró, ¿qué clase de cuentos le contaría considerando que Andrés padre era algún tipo de mafioso?

-Está bien –se acercó a la cama y comenzó a relatarle un cuento sencillo y apto para el niño, sabía demasiados, leía de todo y durante la facultad conoció infinidad de autores y novelas, y cuentos, e historias, y tragedias.

Luego que hubo terminado, Andrés bostezó y se acurrucó en la cama.

-Mi papi no me deja hasta que me haya dormido –dijo entre sueños, Hugo no le encontró mayor problema, pues al observar el semblante del infante supuso que tal cosa no tardaría más que un par de minutos.

Luego, lo escuchó respirar acompasadamente y supo que finalmente se había dormido. Salió de la habitación y se sentó en el sofá de la sala, se puso a pensar. El niño tenía mucha energía, pero también era sumamente educado e inteligente, luego se puso a pensar en su padre, por lo poco que llevaba con Andrés hijo, supo o suponía que eran muy unidos y que a pesar de sus sórdidos negocios, Andrés padre lo protegía a capa y espada. Sonrió sin darse cuenta. Tomó un libro que estaba en la mesita de centro y leyó un par de páginas para luego irse a dormir.

Se levantó temprano al día siguiente, supuso que tendría que bañar a Andrés, pero primero lo haría él, así que decidió no molestarlo. Al salir de la ducha se miró al espejo, lo limpió un poco con la mano pues estaba empañado y se echó el cabello disparejo hacía atrás, tomó una pequeñas tijeras y se emparejó la barba, sin rasurársela y se vistió con playera gris y jeans deslavados.

Fue a donde Andrés dormía y lo despertó, el niño opuso resistencia pero después de varios minutos cedió y dijo poder bañarse solo. Desayunaron algo ligero y salieron rumbo a la cita de Hugo. El niño se agarraba fuerte de la mano del adulto y éste se sentía extraño, no incómodo, sino incapaz.

Incapaz de brindarle al pequeño lo que buscaba: protección y el amor de un padre.

El edificio donde era su cita era enorme, moderno y ubicado en el distrito comercial de la ciudad, estaba sobre una avenida importante y arbolada. Sabía de memoria el piso y a quién debía buscar, aunque en su pesimismo pensó que todo aquello era en vano.

Llegó finalmente al lugar y al acercarse a la secretaria, una mujer joven y sumamente amable, se enteró que tenía que esperar. Así que se sentó en la sala de espera y hojeó una revista vieja, mientras el niño jugaba con su perro de peluche que parecía más una extensión de sí mismo, pues nunca lo dejaba y era casi su amuleto.

Esperaron algunos minutos hasta que la chica le anunció que podía pasar, de reojo miró a Andrés que seguía muy entretenido fingiendo que su perro de juguete volaba.

-Yo cuido a su hijo –ella se ofreció.

Hugo miró a la mujer y sintió algo extraño, algo pesado pero cálido en su pecho ante las palabras, le sonrió con amabilidad.

-Gracias –susurró.

Y entró a la oficina donde sería entrevistado.

Como el resto de las instalaciones, aquella habitación tenía un corte moderno y urbano, predominaba el color azul combinado con el gris, al fondo había un escritorio de cristal y tras él, el editor. Se sorprendió, pues era joven y sonreía, los otros editores que conoció eran viejos y mal encarados.

-Tome asiento señor Sandoval –invitó el hombre del escritorio.

Hugo obedeció y se sintió nervioso. Anticipando el rechazo.

Hablaron largo y tendido, Hugo trató de ser buen vendedor y presentar su novela como algo diferente, fuera de lo común, que se atrevía, que sería del interés general, se desvivió en términos, pero cuidó de sonar humilde, no presentándola tampoco como la obra que cambiaría a la humanidad.

El editor lo escuchó con atención y hacía preguntas cuando lo creía pertinente.

-Sé que estuvo a punto de publicar pero antes de firmar la editorial se echó para atrás, ¿por qué fue eso? –era la pregunta que Hugo temía e inevitablemente llegó.

Tragó saliva y puso en la balanza la verdad, que probablemente le traería el rechazo nuevamente, y la posible mentira, con la que ya no quería cargar nunca más pero que podría ser su salvación.

-Hice del conocimiento público mi homosexualidad –fue directo y contundente, espero la mirada de asombro e incluso tal vez la risa burlona o el insulto cruel. Sin embargo, el editor lo miro para luego hacer un par de anotaciones en el original que tenía en su poder de la novela de Hugo.

-Ok –dijo como si nada.

El escritor se sorprendió, pero se sintió aliviado al mismo tiempo.

-¿Es todo?

-Es todo señor Sandoval, sólo queda entrevistar a Pavel Jobim… -el hombre de la oficina anunció sin mirarlo-, nosotros nos comunicamos con usted.

-Gracias –Hugo se despidió y se fue pensando en Pavel Jobim.

No lo conocía, no le interesaba, era un escritor más joven que él pero con un libro publicado, él lo había leído, le había parecido pésimo, pero gozó de éxito considerable. Su concepto de Jobim era el de un escritor mediocre pero inteligente que jugaba con los facilismos y las metáforas rebuscadas para apantallar a la gente sedienta de lecturas ligeras para jactarse de ser intelectual. Pero sabía que el joven Jobim tenía más esperanzas de ser publicado que él, por sus antecedentes y sin razón real, lo odió.

Al salir de la oficina, sumido en sus pensamientos no notó que Andrés estaba jugando con un extraño. Alzó la mirada y creyó que era una visión, el hombre que estaba con el niño era joven y hermoso… sobre todo hermoso, alto y delgado, de cabello largo, lacio, brillante color café cuidadosamente peinado, ojos almendra intensos y rostro cuadrado, de tez bronceada y hombros angulosos, espalda hercúlea y porte elegante, vestía camisa blanca y saco negro, acompañado por unos jeans de mezclilla obscura. Lo observó hipnotizado y el extraño se giró al notar que era observado.

-Lo siento –sonrió, su sonrisa era perfecta, sus dientes blancos y sus labios gruesos-, ¿es tu hijo?

-Hijo de un amigo –Hugo logró hilar aquello aún embebido en la belleza de ese joven.

-Pavel Jobim –se presentó con esa sonrisa radiante y hermosa sobre su rostro, estiró la mano y Hugo no supo qué hacer.

Pavel Jobim era un pésimo escritor, pero un hombre apuesto y que encantó a Hugo en ese preciso instante.

-Hugo Sandoval –estrechó la mano del otro-, un gusto.

Notas finales: http://www.youtube.com/watch?v=-ImSJiI97GI

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