Estoy loco.
Y no hay ninguna duda.
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Porque cuando Umino Iruka se da la vuelta y mira a las pequeñas cabecitas que conforman su clase marcharse enérgicas hacia sus casas, recuerda, con más precisión de la que debería, como era todo antes. Antes de esa misión, antes de que Tsunade le diera la noticia, antes de que viera con sus propios ojos el cadáver mutilado y hecho pedazos de su pareja.
Antes. Mucho antes.
Cuando él venía, de improvisto, entrando por la ventana, con el nido de cabellos plateados más alocado que núnca, sonriendo, ya con la máscara reposando en su barbilla; cuando sus ojos se entrecerraban en el momento justo en que sus labios hacían contacto, luego de tanto, tanto tiempo.
Es como si pudiera verlo.
Aquí.
Ahora.
Recuerda, siente, como él, ese maldito bastardo, hace presión con su boca, lo estampa contra la puerta del salón, se aferra a su chaleco, y le habla, le dice que lo ama. Porque es verdad, lo ama, más que a nada en el condenado mundo. Su lengua, tan caliente, se mete en su boca, la recorre. El mismo gemido, el mismo sabor. Como antes. Como ahora.
Estoy loco.
Y no hay ninguna duda.
Porque Iruka tiene que saber, que él es el único que puede ver esos dedos blancos y largos enredarse con los suyos. Porque es el único que puede probar esa lágrima salada de felicidad que sale de ese orbe azul. Porque es el único que percibe que es cálido, que esta vivo. Más que nunca.
¿Tratamientos, terapia, medicación? ¿Para qué?
— ¿Vamos a casa, Kakashi-sensei?
Una mano que aprieta la suya con cariño es su respuesta. No necesita más.
Estoy loco.
Lo ve, lo oye, lo siente, y, Dios, ¡hasta puede oler su fragancia a tierra mojada y menta! Es él, con toda certeza, es él. Porque tiene que serlo. Salen de la academia, juntos, unidos. Hombro a hombro, piel con piel; pálido y bronceada; vainilla y chocolate. Solo ellos dos. Se hablan despacio, suave, como siempre. Chistes, anécdotas, sonrisas. Ahora todo es más fácil, y hasta menos doloroso.
—Te amo.
—Sabes que yo también.—Esta loco, sensei.
—Gracias a ti.
Y ahora son dos los que están perdidos en el camino de la vida.
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-Ende-