Ichiraku ramen.
¡Dígame!
—Nee, Iruka-sensei, ¿cuál es su lugar preferido para ir a comer? —ojos cielo lo miraban expectante, ansiosos, a la altura de su cadera—. Dígame, dígame.
El profesor miró a un lado, luego a otro. Sonrió. Revolvió cariñosamente la cabellera rubia haciendo reír al niño. Las curiosas pupilas se posaron en sus oscuros orbes de nueva cuenta y la pregunta se repitió. A veces Naruto era tan insistente.
Aunque claro, Iruka Umino no tenía ni que pensarlo. O si; pero solo porque el recuerdo valía la pena…
La silla crujió resentida. La fiereza de la boca rosada le había hecho dar la cabeza contra la pared. Unas manos enguantadas se aferraron con prepotencia a su chaleco. Los dientes afilados rozaron los suyos. Una lengua salvaje y predatoria se hundía hasta lo más profundo de su garganta. Caliente. Viscoso. Húmedo.
En un tronar de dedos ya no hay dos bocas unidas; ya no hay dos respiraciones que se hacen una; ya no siente al ladrón de su primer beso. Cuando el joven chûnin se da cuenta, la presencia del otro shinobi ya se esfumó completamente. Puede sentir en su paladar el gusto agradable y particular del otro hombre. Al volver su vista sobre la mesa, allí, hecho un pequeño bollito, todo arrugado y con pésima ortografía, la dirección de Hatake Kakashi.
Todo por una invitación a ese restaurante…
Su joven y repetitivo alumno se colgó de su cuello amistosamente, volviendo a cuestionar sobre dónde era su sitio favorito. Iruka sonrió y suspiró, hasta que luego de una vacilación, respondió:
—Ichiraku ramen.
--Ende-