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La vida de un conejito de felpa por ringox

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Notas del fanfic:

Escrito para mi más preciada amiga, mi conejita de andromeda *_*

La vida de un conejito de felpa
Relatada por conejito de ensueño
Línea productiva de toysland, número 1.000.001



Eran principios de noviembre, cuando vi la luz por primera vez. Y si bien no fue lo que esperaba, al menos, no podía quejarme de soledad, todo otro millar de conejitos de ensueño “tu mejor amigo” estaban frente a mí, detrás de mí, junto a mí y… sobre mí.

Entre toda esa multitud, pensé que jamás llegaría a ser especial, todos mis hermanos, lucían y eran exactamente como yo y aunque su calor y compañía me reconfortaban, en medio de todo el relleno de algodón dentro de mi pecho, sentía que algo me faltaba.

¿Un conejito de ensueño, sólo sirve para abrazarlo y dormir?

Sí, un conejito de ensueño, sólo sirve para abrazarlo y dormir. Me respondieron un millón de vocecitas que sonaban idénticas a la mía. Yo simplemente continué existiendo, con mis orejas largas, mi pompón mullido junto a le etiqueta y mis ojitos de cristal negro brillantes como cualquier otra canica.

Cuando cumplí mi primer mes de vida, tan sólo 11 hermanos habían abandonado el local con destino incierto y aunque en sus cristales de ébano podía adivinar el temor a lo desconocido, sabía que estaban también muy excitados por conocer ese mundo fuera de las puertas automáticas y el aserrín.

Un día en que los trabajadores habituales que sacudían lo estantes y atendían a todas esas personas tan extrañas y maravillosamente vivas, habían partido, se acercó hasta la sección de conejitos de ensueño el gerente de toyland. Nos miró por largo rato a todos sin expresión y por una razón incomprensible, sentí lástima por él.

A la mañana siguiente, nos cargaron dentro de un camión, apretados y doblados unos sobre otros y nos sacaron para siempre de toyland. La línea productiva de conejito de ensueño había sido un fracaso y todos nosotros, fuimos donados a la venta benéfica anual de navidad.

“Navidad…”

Y ahí estaba yo, en medio de una canasta enorme en donde por lo menos yo y 100 de mis hermanos, esperábamos ser comprados a un módico precio de oferta.
Las vísperas de navidad, llevaron a miles de personas en busca de regalos para sus seres queridos y conocidos, y esta vez sí que fueron codiciados todos los conejitos de felpa tan económicos y simpáticos para salir del paso en estas fiestas. Mis hermanos se fueron uno a uno y yo, misteriosamente, fui quedando atrás.

Mucha gente me tomó entre sus manos y me miraron con una sonrisa, otros con enfado y otros muchos, sin el menor interés. Pero quien fuera, siempre me regresaba al canasto y llevaban a alguien más. Yo no entendía porque.

Me sentía por primera vez tan solo.

Cuando terminaron las fiestas, yo era el único conejito de ensueño en el canasto y nadie me volvió a levantar de allí. Supe con el tiempo, que nadie me quería porque al estar tanto tiempo al fondo, mi pata inferior derecha se había torcido irremediablemente a un lado y una de mis canicas, se había perdido.

Cuando llegó la noche del 31 de diciembre, la luz se apagó en aquella bodega, llena de juguetes y saldos de las fiestas, quizás hasta el próximo año. En medio de la oscuridad y el silencio de mis nuevos compañeros, traté de dormir, pero el sonido de muchas explosiones que parecían venir del cielo, no me lo permitió aquella vez.

Un año pasa muy lento cuando estás en una bodega y más cuando tus hermanos ya no están allí para darte su calor. Me sentía tan desarticulado en aquella situación, cada día acumulando una pelusilla más y no era que alguna vez hubiera tenido la bendición del movimiento, pero me sentía tan quieto y paralizado, extrañando los colores, los sonidos, las palabras, que deseaba con todo mi corazón el tiempo corriera tan rápido como un haz de luz… que dejara de parecer tan endemoniadamente constante.

Con los meses, olvidé las risas, el tacto, las tantas miradas que un humano te puede dar y pensaba que mi canica oscura, jamás volvería a ver. Pero incluso para los conejitos de ensueño, hay un destino, me repetía a mi mismo una y otra vez, mientras pensaba en mi pata doblada y en mi felpa empolvada.

La navidad llegó otra vez y con ella se alzó aquella puerta que retenía el día, manteniéndonos siempre en noche. Y otra vez estaba en una canasta, esta vez, en una súper oferta en medio de una feria. Y una vez más, no fui vendido. Sin embargo, mis peticiones al universo, fueron escuchadas, porque no volví a la bodega. Aquél feriante me mantuvo allí por meses en su pequeño puesto de abarrotes y cachivaches, cada día, vendía artículos usados y descontinuados, y yo permanecía allí, en la canasta, aplastado totalmente. Aún cuando no podía sentir dolor físico, sabía que mi pata había terminado por ser completamente cercenada y pendía a penas de un hilo. La costura había cedido a las inclemencias del tiempo y me había dejado aún más solo, aún más raído y viejo.


-¡Buenos días señor Being! – Fue el saludo que aquel chico le dio al feriante, sonriendo mientras cargaba un cajón con fruta.
-Buenos días Hyoga, ¿Trabajando duro? – Le saludo él con cordialidad y estima.
-¡Hay que llevar pan a casa! – Contestó él siempre con una sonrisa. Creí que dentro de mi pecho había vibrado un corazón imaginario que me rebotó con fuerza en medio de la felpa.
-A los muchachos como tú, la vida le da grandes regalos Hyoga - Recibió el pesado cajón, mientras el chico estiraba su espalda aliviado por el momentáneo descanso – Gracias por ayudarme tanto, con esta pierna lesionada, me es imposible llevarlo.
-No hay problema, no es una molestia para mí –
-Hey, espera, llévate algo esta vez ¿Te parece?
-Pero no quiero nada señor Being –
-¿Y algo para Shun? Apuesto que le encantarían estas rosas - Le dijo el feriante mostrándole un ramo de flores de plástico. Para mi sorpresa, las mejillas del chico se habían vuelto coloradas y su mirada había chispeado como una estrella luminosa. Los ojos humanos pueden brillar aún más que una canica.

Miró las rosas y luego paseó sus hermosos ojos celestes por todo los cachivaches, Creí que me derretiría en ese momento, que el acrílico de mis bigotes se fusionaría con ese 1% de poliéster que los fabricantes quisieron ocultar que existía en mi relleno de algodón.

-Me llevaré este… ¿Puedo?
-¿Esa cosa vieja? Lleva algo más bonito – Le ánimo el feriante.
-Sé que este, le agradará a Shun, estoy seguro – Me sostuvo momentáneamente de una oreja, para jalarme completamente fuera del canasto y sentí que volaba por el universo. Una vez libre, me miró con una sonrisa, que traté de devolverle con toda mi alma, si es que los conejitos de ensueño, tienen una.

Eran comienzos de agosto, cuando conocí a mi primer dueño. Aquel día pasé dentro de la chaqueta de Hyoga todo el tiempo hasta cuando llegué a la que ahora es mi casa y un chico hermoso salió a recibirlo con amor y saltó feliz y lo besó, cuando me vio…

-¡Un conejito de ensueño! ¡Siempre quise uno Hyoga, pensé que estaban agotados!
-Bueno, este no está muy cuidado que digamos, me lo ha dado el señor Being y pensé que te gustaría.
-Me encanta, me encanta y me encantas tú… - Ambos se abrazaron conmigo de por medio… había tanto calor, tanto.

Terminé durmiendo aquella noche sobre una silla junto a la cama de Hyoga y Shun, y los miré a escondidas mientras se amaban y se prometían estar juntos para siempre. Sé que no debí hacerlo, los conejitos de ensueño somos muy discretos, pero… había dormido mucho tiempo como para hacerlo ahora que podía ver la magia del universo en el amor de dos personas.


Shun me coció un pequeño botón en el lugar vació que dejó mi canica perdida y una nueva costura en mi pata me dejó algo más parecido al conejito que alguna vez fui. Pasé ese año muy feliz, compartiendo las sonrisas y la alegría del amor que mi nueva familia se tenía y que compartían conmigo a menudo.

Algunas veces, cuando discutieron, volé por los aires, para terminar luego de ser recogido aprisa apretado entre los brazos de Shun, recibiendo todas sus lágrimas, pero más tarde… presenciando la reconciliación y siendo abrazo entre sus cuerpos con amor. En verdad, vivir era maravilloso y me convertí en un símbolo de su amor, de cuanto sentían el uno por el otro y en el conejito de ensueño más feliz del mundo entero.

Cuando yo cumplí 3 años de vida, Shun llevó un cisne de cristal a casa, tenía un ala rota y parecía hecho de hielo, aunque parecía frío y solitario, con el tiempo, nos hicimos muy buenos amigos y entonces una nueva pregunta surgió en mi interior…


¿Los conejitos de ensueño, pueden amar?

Fin


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