Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Punto de Partida por UnknownOrchestra

[Reviews - 15]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Del punto donde quedamos en la historia, regresemos unos meses atrás, cuando Dino e Itsuki se conocieron en la lucidez del mundo real.

***


--¿Quién? –Preguntó con la voz temblorosa.
La oscuridad era densa en la habitación sellada a la luz de la luna. Aun así sabía que alguien estaba sentado en una silla al lado del lecho donde yacía. Un compañero silencioso que sostenía su mano con dulzura.
Presionando el switch ubicado a un lado de la cama, el desconocido encendió las lámparas apostadas, sobre las mesas de noche, a ambos lados de la cama. Suave, las lámparas ahuyentaron la negrura de su alrededor. Un ángel, era la única palabra –cursi y gastada- capaz de describir al rubio de mirada miel, que fue revelado.

--¿Cómo te sientes?

Pasó la mano libre por su frente –negando ser consciente de la existencia de su otra extremidad-, apartando unos cabellos.

--Mareado.

--Shamal ha dicho que es normal, por tu enfermedad y por dormir tanto.

--¿Tanto?

El rubio asintió.

--Poco más de tres días.

--No recuerdo haber dormido tan…

Las palabras quedaron segadas en ese punto.
¿Recordar?
¿Dónde estaba? ¿Qué hacia ahí? ¿Por qué durmió por tres días? ¡¿Quién era?! Esas y muchas preguntas más le asaltaron en cuestión de milésimas de segundo.
Temblando violentamente, se aferró a la mano que le sostenía, azorado por la angustia de no encontrar recuerdo anterior a ese momento. Su cabeza, era un disco en blanco cuya primera información fue la sensación de calidez envolviendo su mano, seguida de un vistazo hacia un abismo de tiempo.

***


--¿Itsuki?

--No puedo referirme todo el tiempo a ti con un “oye”, “tu”, “chico”… así que si me lo permites, ¿puedo llamarte Itsuki?

Otra pregunta. Como si no le bastara el tener cuestiones pasantes entre lo trivial e importante, atosigándole indistintamente, para añadir a su colección una más. Lo curioso, era que esa pregunta no le molestaba como el resto. De hecho, le agradaba.
Asintió cabizbajo.

--Genial.-Tomó una cucharada de buena sopa- Haber, abre grande…

Cohibido por todas las atenciones que el joven Cavallone tenía para con su persona, y encima -sentado en la cama donde recuperaba fuerzas luego de un fuerte ataque de su enfermedad-, siendo alimentado por él, desvió ligeramente el rostro.

--Grande. –Volvió a pedir.

La respuesta fue la misma. La cabeza a un lado, evitando su mirada.

--Itsuki. -Añadió a su petición.

Una semana desde el arribo de su persona consiente a la mansión, tratado como un invitado de especial categoría, y lejos de sentirse cómodo, el que nadie le refiriera como a una persona, con un nombre propio, cargaba sobre sus hombros una pena mas, que con una sola palabra –sin saber si esta era o no la correcta para llamarle- fue retirada súbitamente... quizás, más que la palabra, fue la persona de cuyos labios salió.
En agradecimiento al nombre recibido, medio a regañadientes, dejó a la cuchara hacer su trabajo. Con una sonrisa, le agradeció todo lo que hacía por él.
Fue por esa sonrisa, que Dino veía por primera vez en su rostro, que dejó caer sobre sí, el plato hondo, derramando su contenido sobre sus piernas y la cama.
--Que… hermosa sonrisa –poco faltaba para que tuvieran que pasarle la cubeta de la baba-… que… ¡Quema!
Se incorporó de golpe. Los hilos de pasta y el caldo que no fue absorbido por las telas, cayeron al suelo.
De un repentino silencio que inundó incómodamente la habitación, surgió una risa, primero tímida, temerosa, y después, abierta y descarada, una carcajada que ciñó en un cálido abrazo la escena, extrayendo de un apenado Dino un carcajeo igual o más estruendoso. El sonido de la alegría retumbó por la mansión durante varios minutos, reverberando en los días siguientes.

***



Reencausemos la historia a su normal acontecer.


--¡Iré yo!

Angustia. En su estado más denso y puro, era lo que vivía la familia Vongola.
Hacia cerca de 4 meses que el 10mo jefe de la familia, desapareció a mitad de la confusión desatada por su escape.
Cada rincón de la mansión, cada piedra de la arboleda, cada centímetro cubico del pequeño lago situado detrás de la propiedad, cada persona ¡todo! Fue registrado una, dos, tres, cuatro, tantas veces como fue necesario conforme la desesperación se hacía latente. El resultado, en cada cateo, fue el mismo: nada.
Tsuna desapareció, como engullido por la tierra.
Los sufrientes Vongola, se dividieron en dos. La mayor parte se encargó de mantener las apariencias; mientras que los principales miembros, los guardianes de los anillos, se encomendaron a la exhaustiva búsqueda del 10mo.
Uno a uno, los recursos y los –bastantes- contactos con los que contaba la familia, fueron utilizados sin resultado, arriesgándose peligrosamente, más de una vez, a que su precaria situación quedara al descubierto, exponiéndose a los ataques a ex profeso de enemigos aprovechados.
A pesar de que el sufrimiento se compartía, una persona penaba de manera especial. Gokudera no dejaba de culparse por la desaparición del 10mo. Desde el primer instante de búsqueda, se llevó al límite de su propia resistencia física y mental, participando, sino en todos, en la mayoría de los intentos por encontrar a Tsuna.

--Señor Gokudera, debe permanecer…

--¡Al diablo! –Los conatos por mantenerlo quieto para que descansara, fueron en vano.

Cruzando a zancadas los pasillos de la mansión donde acontecieron los últimos momentos en que el 10mo Vongola fue visto, Gokudera se deshizo del catéter de suero con poca delicadeza, ignorando el sangrado que la acción produjo. Metiéndose en el sacó del traje, bajó las escaleras veloz. Agradecía que el temor a sus bombas, evitara que enfermeras, médicos o algún otro idiota, le siguiera.

--¡Espérate! –Intentaba detenerle Yamamoto, el único lo suficientemente loco como para ignorar el estado de ánimo alebrestado del Hurricane Bomb.

--¡Tu cállate! –Contestó en la puerta principal, con la mano en el picaporte.

Abrió y salió. Para su desgracia, la velocidad con la que cerró no fue la suficiente, siendo atajado en el acto por el maniaco del beisbol, quien logró ir tras él. Tomándole de los hombros, fue arrinconado entre la puerta -que cerró con el choque de su espalda- y Yamamoto.
Eran las 4 de la tarde, cuando, falto de fuerzas, a Gokudera le fue imposible evitar el sometimiento, aunando el dolor que le producía la presión ejercida sobre el área donde retiró el catéter.

--Suéltame…

--No.-Yamamoto dejó de aplicar presión en el hombro lacerado por el suero, llevando la mano al mentón de Gokudera, quien de inmediato extravió la mirada- Veme. –Exigió.
Su demanda obtuvo la misma respuesta de siempre, una rotunda negativa.

--Por favor. -Suavizó el tono de voz, no la intensidad de la mirada que clavaba en él.

--Suéltame.

--¿Por qué?

--Tengo que buscar al 10mo. Es mi respon…

--Es responsabilidad de todos.

--¡Es mas mía que suya! ¡Yo soy su mano derecha!

--¡Yo te amo!

No era la primera vez que lo escuchaba, y con seguridad, tampoco la última… sin embargo, esas palabras –Yamamoto debía saber- surtían el mismo efecto cada vez que las decía, paralizando su cuerpo y mente por completo.

--De-deja de decir estupideces.-Logró articular.

--Entra. Descansa y déjanos a nosotros esta búsqueda. –Pidió, ignorando los últimos diálogos de su conversación- Llevas días sin pegar ojo.

--Puedo seguir.

--¡No puedes! Te desmayaste a penas entraste a la mansión.

--¡Esa maldita vaca me tiró su bazuca encima! ¿Qué esperabas?

--¡Que la esquivaras! No eres tan lento.-Lo sacudió por los hombros, esperando de ese modo, le entraran las palabras en su dura tatema.

--¡Fue un descuido!

--Estas cansado.

--¡¿Y eso que importa?! ¡Tengo que encontrarlo!

--Nada te asegura que este en la mansión Cavallone.

--¿Dónde mas puede estar? ¡Es el único sitio en el que no hemos buscado!

--Lo descartamos por una razón, Gokudera ¡entiende! Es mínima la posibilidad de que Tsuna, en su condición, se haya atrevido a cruzar el rio.

El caudal que se interponía entre las casas Vongola y Cavallone, pecaba de profundo y traicionero. Nadie en su sano juicio sopesaría si quiera en lo más exiguo, el atravesarlo. A pesar de ello, esa posibilidad escasa de que a Tsuna se le hubiese ocurrido aventurarse en tal tontería, despertó al agotarse el resto.

--No me importa. Tengo que seguir buscándolo.

La firmeza con la que Gokudera subrayó las palabras, obligó a Yamamoto a quitarse de su camino, resignado.
El peligris no esperó a que el guardián del anillo de la lluvia se arrepintiera. Corrió hacia la arboleda, evitando mirar atrás. Lo único que le siguió al internarse en la espesura, fue la pregunta que dejó Yamamoto suspendida entre ambos: “¿Tanto lo amas?”

--No lo sé.

***



--Itsuki, ¿has visto a Enzo?

--No.

Chasqueó la lengua.

--Lo has perdido… de nuevo.

Dino rascó su barbilla, apenado. Itsuki soltó un suspiro, incorporándose.

--No tenemos mucho tiempo antes de que oscurezca. Abra que encontrarla rápido.

--Disculpa. Esa tortuga siempre causa problemas.

--No culpes a Enzo.-Regañó al irresponsable dueño, acercándosele.

Quitó de la solapa de la chaqueta de Dino, una flor caída del árbol bajo el que yacio los últimos minutos, disfrutando de lectura de un libro y la vista de su acompañante dedicado a la pintura, cuyo tema, era el paisaje que se abría a los pies de la baja meseta donde estaban.
Observó la flor, girándola del tallo. Sus pétalos, pequeños y blancos, se volvieron metáfora de sus recuerdos olvidados, que giraban lejos de los ramajes de su actual vida, marchitándose. ¿Algún día volverían? ¿O serian como esa flor, arrancada en definitiva?

--¿Sucede algo?

Itsuki negó con un movimiento de cabeza.

--Nada.

Levantó la vista… sin aviso, sitiándolos… ¡ahí estaba de nuevo! el hechizo que ataba sus miradas, que aceleraba el latido de sus corazones, que sonrojaba sus mejillas, que los hacía desear desaparecer la distancia que separaba sus cuerpos, que cortaba su contacto con el resto del universo. Esa conexión mágica que reducía el todo a la sola existencia de ambos…
El atardecer caía con suavidad. 4 meses fueron suficientes para sembrar en ellos un loco y acalorado sentimiento que pugnaba por salir, reprimido por subordinados inoportunos, visitas indeseadas, etc. Y ahí, con el terreno a su favor, sus labios comenzaban a acercarse peligrosamente. La razón abandonaba sus cuerpos conforme cerraban sus ojos. Jugaron con la distancia, apenas permitiendo al calor emanante de cada uno, rozar al del otro. Como en una mala y cursi película romántica, ladeaban sus cabezas, luchando por ponerse de acuerdo sobre a qué lado debía inclinarse cada uno. Dino mordió su labio inferior, desesperado, pero paciente. Itsuki cerró el acercamiento con torpeza, en un roce fugaz que no satisfizo a ninguno.
Tocó turno a Dino de tomar la iniciativa. Entrelazó con delicadeza los dedos de sus manos con los de Itsuki, sirviéndole de guía para que se abrazara de su cuello. Dedicó una rápida caricia a los labios del pelicaoba, y los atacó con avidez. Tomó sus caderas, recorrió su espalda, acaricio sus muslos, toqueteo su trasero… era un niño incapaz de decidir qué hacer con el cuerpo de quien deseaba con apuro… sus manos temblaban de la emoción...
Los matices rojos, naranjas y rosas del ocaso, enmarcaron el fallido intento de Dino por recostar a Itsuki en el pasto, mientras mimaba por sobre la tela del pantalón, su miembro, sin dejar de besarle, impidiéndole protestar. Un fallido intento, porque de entre la maleza, un rugido mató todo rasgo de romanticismo, deseo y sensualidad. Enzo, había llegado de alguna forma al rio límite de la mansión… lo que significaba que la pequeña tortuga de centímetros, ahora constaba de metros.
Abrazados, en silencio, Dino e Itsuki observaron a su alrededor con cuidado, expectantes.

--Esto está mal…-Tragó en seco el dueño de la tortuga.

Una pata gigante, verde y corruga surgió sobre sus cabezas.

--¡Enzo! –Gritó Itsuki empujando a Dino e impulsándose en un salto hacia atrás para abrir espacio entre ambos y evitar ser parte de la huella que dejó la tortuga.
Abriendo sus fauces lo más que podía, emitiendo gruñidos estruendosos, el anfibio se mantenía sobre sus dos patas traseras, batiendo furioso las extremidades delanteras.

--¡Tendremos que…!

Como si presintiera el complot que armarían en su contra, la tortuga lanzó un gruñido potente, ensordeciéndolos y obligándolos a llevarse las manos a los oídos para salvar sus tímpanos, lo que aprovechó para arremeter contra ellos a pisadas.
La única opción que les quedaba, era huir. Dino hizo señas a Itsuki para indicarle que fuera por el lado contrario a él, con rumbo a la mansión, mientras se hacía cargo de su mascota. Itsuki asintió emprendiendo la huida.

--¡Ven por mí, Enzo! –Gritó sacando su látigo de la bolsa interna de la chaqueta.- ¿Acaso no has entendido quien es tu amo? –No, no lo había entendido, y muy difícilmente lo entendería.

Blandió el látigo. Lamentablemente, a pesar de lo fuerte, apuesto e inteligente que era Dino, cuando se encontraba lejos de su familia, de sus principales características, solo le quedaba el aspecto físico, pues era un inservible que se auto vencía con su propia arma. En resumidas cuentas, la blandida de su látigo prácticamente lo dejó noqueado… seria una dura y difícil pelea, para Dino.

***



Andando por la vereda que conducía hacia la mansión, a paso apresurado, se reprochaba el haber dejado solo al rubio. En un mano a mano, Dino vs Enzo, sin publico que estorbara, era más que sabido que el de las de perder, no era Enzo.
Apretando el paso, esperaba que el alboroto atrajera la atención de la familia Cavallone, para que antes de que pudiera llegar a por refuerzos, estos ya estuvieran de camino, para brindar todo el apoyo moral a su jefe.
Una sombra cruzó veloz por un lado, entre la maleza. Itsuki se sobresalto. Detuvo sus pasos, atento.
“Midori tanabiku namimori no dainaku shounaku nami ga ii itsumo kawaranu...” atrayendo su atención, un ave amarilla y rechoncha se posó en su hombro, entonando esa inconfundible canción.
Soltó un suspiro de alivio. No era un intruso, y ya no tenía por qué preocuparse por tener que recoger a Dino con una pala –luego de cómo quedara al ser aplastado por Enzo-. Hibari, el tétrico mano derecha del jefe de los Cavallone, iba en camino.
Hibird, luego de avisar sobre la identidad de la sombra, echó a volar para seguir a su amo. Mientras el ave se perdía en la distancia y las copas de los arboles, Itsuki le seguía con la mirada.
La tranquilidad traída por la intervención de Hibari, dio pie a la reacción concerniente a lo que fue interrumpido. Instintivamente se llevó una mano a sus labios, al ser evocados con total claridad visual y táctil, los recuerdos de los besos. Las mejillas se le arrebolaron con intensidad, y extendió una sonrisa traviesa. ¡Al diablo con los recuerdos! Si no volvían ¡qué mejor!… lo que ahora quería, era conservar esa paz que tenia al lado de Dino, por cuanto le fuera posible… quería permanecer a su lado, entregarle su corazón, su cuerpo ¡todo su ser!, en los límites de esa propiedad a la que fueron confinados por sus extrañas enfermedades, a donde Itsuki nació para encontrarse con la otra mitad de su alma.
Seria magnifico, a no ser porque Itsuki, también era Tsuna, una existencia con una historia y personas que le querían…

--¡Decimo!

Una de las voces -la más insistente-, que en sueños le asechaba, se materializó detrás suyo.
Se giró para quedar de frente a un joven cercano a los 20 años, de cabellos grises con un ligero fondo oscuro en la zona del cuello. Estaba empapado de pies a cabeza, cansado, maltratado –¿sería posible que ese joven hubiera cruzado el rio?-, y aun así… sus ojos, de un azul metálico, desbordaban la alegría que su maltrecho cuerpo era incapaz de expresar. ¿Quién era? ¿Por qué le resultaba tan familiar?

--Decimo…-repitió, acercándose tambaleante.-Por fin lo encontré.-Estiró una mano, y a unos pasos, se dejó caer de rodillas.

Itsuki dio un paso atrás, asustado. ¿Qué estaba pasando ahí? ¿Qué era “Decimo”? ¿A quien encontró?
Suerte o infortunio. La enfermedad que no había mostrado su juguetona cara en días, se manifestó de golpe. Las articulaciones las sentía dolorosamente cansadas. El temblor y la fiebre conjuntaron fuerzas para derrumbarlo de un solo asalto.

--¿Quién eres? –Fue lo que alcanzó a decir.

El pasto, frío, en su rostro. La mirada desconcertada del desconocido. Y los deseos por tener a Dino cerca. Tres cosas hicieron acto presente antes de que quedara sumido en la inconsciencia.

Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).