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Apuestas de Halloween. por DraculaN666

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Notas del capitulo:

Bueno, se suponía que lo publicaría en Halloween, pero no se pudo, y queda como un regalo atrasado para mí, por que ese día fue mi cumpleaños y ya soy totalmente legal en mi país 8D Hell yeah...

Como sea, lo termine ayer y decidí publicarlo hoy, 2 de noviembre, día de muertos por acá y cumpleaños de mi abuela -Pura familia con cumpleaños raros- y se lo dedicare a ella :D que cuando se entere seguro que me querrá mandar a la horca, pero, ¡No importa! ¡Abue! ¡La amow! xDDD

Soy una maldita pecadora...

Advertencias: Blahblah yaoi, ¿Qué esperaban? ¿Yuri? ¡pues si! indirecto hay xDD

Disclaimers: Esta historia es original, de mi para mi, sin ninguna conexión con personas o lugares reales, así que, cualquier parecido a la realidad, con personas, ya sean, vivas, muertas, escondidas o desaparecidas, es mera coincidencia. Pero el yaoi es podeeeer >_>...

Happy birthday to meeee... :D

PD: Muchas gracias a LAdyHenry por betearlo ;D

 

Las cosas no podían haber salido peor.

Bueno, sí que podrían, pero no quería pensar en qué malo hubiera sido que el castigo impuesto fuera más descabellado. Aunque, claro, tomando en cuenta que vestirse de conejito no era lo más cuerdo que a su hermana se le había ocurrido en sus 22 años de vida, no ayudaba mucho para tranquilizarse.

— Darren, ¿Quieres dejar de moverte? Quiero que seas un conejito sexy con ropa bien entallada y necesito medidas exactas,  como te sigas moviendo le diré a Denise que traiga las cadenas. —Amenaza la imponente mujer rubia que se encontraba frente a él.

— ¿Sabes qué Alicia? No todo se puede, yo quisiera mantener mi hombría por lo que me resta de  vida, pero está apuntó de irse a la mierda por salir vestido de conejito. ¿No te parece injusto? —Se cruzó de brazos, ofuscado por el hecho de tener que cumplir tan absurdo castigo.

— No es mi culpa que seas tan malo en las apuestas, debiste rendirte antes de caer tan bajo, ahora te limitas a callarte y obedecerme. —Sentenció finalmente la mujer, continuando con su labor.

— ¡No es justo! —Volvió a quejarse el joven castaño— Dos apuestas perdidas en un día, ¿Tan malo soy?

— ¿Dos apuestas? ¡Vaya que apestas en eso! —Alicia soltó una larga carcajada, bajo la molesta y furibunda mirada de su hermano menor.

— ¡Yo no le encuentro la gracia! No sólo tengo que vestirme de conejito, también tengo que ir a la casa “embrujada” de la colina. —Exhaló e inhaló tratando de calmarse.

— ¿Creen que la antigua casa de la tía Ágata está embrujada? —Preguntó escéptica la rubia.- ¡Qué bobadas!

— No me lo digas a mí, sino fuera porque está abandonada desde hace años y que hay muebles más viejos que la tía, nadie diría esas cosas. —Observó por la ventana, por donde se veía claramente una gran casona sobre una colina, al tiempo que su hermana le tomaba las medidas de la cintura y los brazos.

— ¡No insultes a la tía! —Exclamó Alicia con enojo.

— ¡No la estoy insultando! Sólo digo la verdad. Era una maniática de las antigüedades siendo ella una antigüedad andante… ¡Ten más cuidado! —Se quejó al sentir un fuerte apretón en su cintura.

— Pues deja de moverte, coño. Y como sigas diciendo esas cosas, el espíritu de tía Ágata saldrá y te dará el puto susto de tu vida. —Continuó midiendo las largas piernas de su hermano.

— ¿Su espíritu? ¡Pero si está de viaje por Europa! —Volvió a vociferar.

— ¡Bah! Es tan bruja como para haber dejado el lugar maldito o lleno de trampas mortales. —Nuevamente soltó una larga risa, ahora acompañada por el menor.

Continuaron con la tarea de tomar todas las medidas, cuanto más rápido lo hicieran, antes terminarían con la agonía del pobre Darren.

Quince minutos más tarde entre forcejeos, apretones, golpes y un par de insultos, terminaron con las medidas, con una Alicia más que feliz y un pobre Darren al borde del colapso nervioso.

— Alicia. —Llamó una voz femenina desde la puerta de la habitación.

— ¡Oh! Denise, qué bien que viniste. —Sonrió resplandeciente la rubia, ante la mujer castaña  de ojos grises que se encontraba aún parada en la entrada.

— Ya, claro. Llegué desde hace media hora, pero no quería interrumpir su grato momento fraternal. —Le dedicó una mirada burlona a Darren, el cual sólo le respondió con un gruñido y un par de maldiciones murmuradas. — Como sea, tu madre me mandó a decirte que llamó la modista que contrataste, dice que no recuerda si le dijiste rosa o rojo para el traje.

— ¡Rosa! Por supuesto. Será un conejito sexy y monísimo, te lo aseguro. —Sonrió de manera brillante, abrazando a la castaña por el cuello.

— Tú estás muy estúpida si crees que me vestiré de rosa. Suficiente que sea de conejo como para que, aparte, tenga que ser rosa. —Argumentó Darren, horrorizado ante la idea.

— Rosa y te callas. —Sentenció la rubia.

— Negro y no estoy dispuesto a negociar. —Atacó de nuevo el menor.

— Morado.

— Negro.

— Blanco.

— ¡Hecho! —Afirmó el castaño, ante la sonrisa victoriosa de su hermana.

— ¡Muy bien! Iré a llamar a la modista. —Salió de la habitación casi dando saltos de felicidad.

Darren se apoyó contra la pared, largando un cansino suspiro de resignación.

— Dime Denise… ¿Acaso he sido manipulado? —Murmuró abatido.

— Como si fuera algo difícil de hacer. —Volvió a burlarse la de ojos grises, saliendo de la habitación.

Un nuevo suspiro abandonó los labios del muchacho que se recostó en su cama, procurando no pensar en lo que le esperaba.

Darren tenía diecinueve años y aún así continuaba siendo más manipulable que un niño de preescolar. Menudo, sin ninguna singularidad, de cabello castaño y ojos color miel brillante, muy expresivos. Quizás no era Adonis, pero se defendía a su manera. Algo menudo para su edad, aún así era el terror de muchos que trataban de meterse con él. Igualmente era muy sociable y tenía muchos amigos. Pero seguía siendo manipulable. Pareciera que la palabra “no” no existía en su vocabulario y sobre todas las cosas, su horrible suerte en los juegos de azar. Lo peor era que no sabía cuándo darse por vencido, y éstas eran las consecuencias.

— Tres días… —Murmuró antes de quedarse dormido.

Exactamente tres días quedaban para la noche de Halloween, donde tendría que ir a la casa “embrujada” de su tía vestido de conejito, y estaba seguro de que ningún milagro le salvaría de las múltiples burlas que le dedicarían sus “encantadores” compañeros de escuela.

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Un día. Sólo faltaba un día y tendría que despedirse de la hombría que le quedaba, si es que en algún momento la tuvo.

No era un secreto de seguridad nacional el hecho de que fuera homosexual, tampoco es que fuera por el mundo gritándolo a los cuatro vientos, suficiente tenía con las burlas que algunos homófobos le hacían en la escuela. Aunque debía agregar que muchas de esas burlas no eran precisamente por su preferencia sexual.

Claramente estaba el caso de su odiado y sexy compañero de curso, Clive. Atlético, cabello pelirrojo oscuro, penetrantes ojos verdes y unos labios carnosos por demás apetecibles. Si no fuera tan hijo de puta ya habría intentado un par de roces con él, pero viendo que su deporte favorito era joderle la existencia, ni siquiera su galantería servía para menguar el odio hacia él.

Lo más triste del caso, y lo que más le avergonzaba, era que lo conocía desde hacía diez años y que lo consideraba su primer amor.

¿Patético? Irónico, prefería pensar él. Tenía menos repercusiones negativas en su gastada autoestima pensar que era irónica la vida y no creer que él era tan deplorable como para terminar prendado de alguien que, al parecer, le odiaba tanto o más de lo que él lo odiaba.

¡Pero es tan guapo! Y una de las personas más amables que había conocido. No entendía cómo fue que tras cinco años de amistad, de un día para otro las cosas habían cambiado radicalmente, hasta el punto de volverse lo que eran ahora: dos personas que se odiaban.

Pero bueno, tenía mejores cosas en las que pensar o meditar, el hecho de vestirse de conejito resaltaba en su mente como un cartel brillante y llamativo lleno de colores. Y eso realmente no mejoraba la situación.

— ¡Darren! —Chilló su rubia hermana al irrumpir en la habitación— ¡Ya llegó el disfraz! ¿No te emociona? ¡A mí sí! Seguro que te quedará genial. —Continuó parloteando al tiempo que depositaba una gran bolsa al lado del cuerpo tumbado de su hermano en la cama—. Te emocionará saber que no serás un conejo muy sexy, aunque eso me desilusione a mí, pero aún así cumplí mi capricho, y si bien no te verás exactamente como un conejito normal, seguro que aún así estarás lindísimo. —Comenzó a sacar el contenido de las bolsas, del que extrajo un overol verde a cuadros con líneas amarillas, una ajustada camisa blanca de botones, unas enormes orejas de conejo, que caían a los lados, y por último, unas grandes botas de color café oscuro.— ¿No es bonito? —Comentó sonriente— ¡Oh! Casi lo olvido. —Metió nuevamente la mano en la bolsa, extrayendo de ella un pequeño rabo circular y esponjoso— ¡Te verás tan encantador!

— Alicia… —Siseó su hermano confundido. — ¿De qué demonios me vas a vestir?

— ¡Pues del conejo blanco de Alicia en el país de las maravillas! —Exclamó con júbilo— ¿No es obvio? Le hará honor a la hermosa mujer que te vistió. –Sonrió de manera feliz, ilusionada ante la idea.

—Estás loca… —Murmuró el castaño— Es la única explicación lógica a todo esto. —Apuntó hacia el disfraz, al tiempo que se incorporaba de la cama.

—Oh, cierra la boca, te encantará. Sólo falta el toque final, vístete en lo que voy por él. —Salió corriendo velozmente del cuarto, dejando a su hermano con cara de circunstancia.

Darren observó el conjunto de ropa sobre la cama, meditando el hecho de que era mucho mejor estar vestido como un personaje de un cuento, a tener que lidiar con las absurdas y pervertidas ideas de su hermana.

Comenzó a vestirse con lentitud, dándose cuenta de lo perfecto que le quedaba el traje, obviando el hecho de que era justo a su medida. La camisa blanca le quedaba algo ceñida al cuerpo, pero aún así era justa para permitirle movilidad a sus brazos. Los tirantes del overol eran algo más grandes que el largo de sus brazos, por lo que tuvo que ajustarlos para evitar que se cayeran. Una vez acomodado notó que le llegaba justo a la mitad de las rodillas y tenía un bolsillo a cada lado de las piernas.

— ¡Regresé! —Anunció la rubia, al tiempo que entraba a la habitación— ¡Dios mío! —Gritó encantada. — ¡Te ves hermoso! Seguro que con lo que traigo estarás aún mejor. —Sacó de una nueva bolsa un pequeño sombrerito de copa plegable y una caja de la cual extrajo un reloj de cuerda color dorado—. Mira, el sombrero dará un toque infantil y con este reloj será más realista ¿No te parece? Sólo te faltará exclamar por todas partes ¡Es tarde, es tarde ya! —Alicia comenzó a reírse ante la cara de disgusto que puso su hermano por la idea. — ¡Es broma! Pero aún así te quedará genial. —Tomó las orejas, que estaban unidas por un listón negro que se ocultaba con el cabello de Darren y tuvo que ajustarlas con un par de broches para que no se cayeran. Tomó el pequeño gorrito, que tenía un par de listones para ajustarlo a su cabeza. Por último, colocó el reloj en el bolsillo derecho de la camisa que tenía puesta su hermano, dando casi por terminado el traje.

— Entonces sólo falta que me ponga las botas. —Apuró el menor, deseando terminar lo antes posible con todo aquello.

— No tan rápido querido, antes ponte esto. —Nuevamente extrajo un par de mallas de la bolsa. Eran a rayas, de líneas blancas y negras, bastante largas y flexibles.

— ¿No crees que eso desentonaría? —Observó Darren, tomando una y estirándola casi al máximo.

— ¡No hagas eso! Puede romperse. Y no desentona, queda bastante bien.

El chico no replicó más, era mejor seguir las órdenes de la mujer, si no quería terminar en otra pelea sin fin en donde, al fin y al cabo, su hermana saldría vencedora.

Una vez con las mallas y las botas puestas, las cuales le llegaban a la mitad de la pantorrilla, el disfraz estuvo completado.

— ¡Mamá! ¡Denise! —Gritó Alicia a todo pulmón— ¡Vengan a ver mi obra de arte! ¡Vengan! —continuó gritando.

A los cinco minutos, ya eran tres las mujeres en la habitación. Denise y Alicia miraban con ilusión al chico que moría de vergüenza, mientras su madre trataba de no reírse descaradamente.

— Amor, ¿realmente saldrás así vestido? —Preguntó la mujer mayor, de cabello rubio y ojos almendrados.

— Madre, por favor, no trates de humillarme más. —Siseó Darren con furia.

— No te estoy humillando, sólo preguntaba, me preocupa que salgas así. —Dio un par de vueltas alrededor de su hijo, estudiando cada parte del conjunto.

— ¿Preocupada por qué, mamá? —Cuestionó Alicia.

— Se ve tan lindo que alguien me lo puede violar. —contestó con tono de preocupación fingido, ganándose una nueva mirada venenosa por parte de su hijo menor.

— Calma señora. —Habló Denise— Quizás así hasta le consiga yerno. —Soltó una larga carcajada, acompañada por las dos rubias.

— ¡No le encuentro lo gracioso! —Exclamó Darren, ya harto de las burlas a las que era sometido. — ¡Largo de mi cuarto! Mañana es Halloween, así que no tengo ninguna necesidad de seguir vestido así. —Empujó al trío hasta la salida.

— ¡Ey! Más respeto que soy tu madre. —chilló la mayor desde la puerta.

— ¡Y yo tu hermana! —Gritó Alicia, haciendo dúo con su madre.

— Y yo tu cuñada, la cual te golpeará después de… —su frase quedó en el aire, cortada por la puerta al estrellarse.

— ¡Y una mierda! —Gritó el joven de ojos miel desde el otro lado de la puerta— Ya mañana se regocijarán, déjenme a mí y a mi dignidad juntos el tiempo que nos queda. —Terminó poniendo el cerrojo a la puerta, antes de comenzar a desvestirse.

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Halloween. El día tan esperado por Alicia y tan temido por Darren, que se encontraba nuevamente vestido con su disfraz, siendo “retocado” por su hermana, que no paraba de arreglarle y agregarle detalles al susodicho. Desde una corbata que no le gustó y cambió por un pequeño moño a juego con el conjunto, hasta acomodar el sombrerito del lado que quedara mejor.

El castaño se estaba planteando muy seriamente el hecho de mandar todo a la mierda y mejor quedarse encerrado en su habitación durmiendo hasta el día siguiente, pero la promesa de cumplir la segunda apuesta le detenía, ateniéndose a las consecuencias de todos sus actos.

— ¡Ya basta! —Explotó finalmente Darren, alejando a su hermana—. Sólo es un disfraz, no iré a ningún maldito concurso de belleza o algo parecido.

— Está bien. —Aceptó de buena gana la mujer, admirando su “obra” terminada—. Te ves tan lindo hermanito, seguro que tendrás tantos ojos tras de ti, que al final podrás elegir el que más te guste sin preocupación. Lewis Carroll ¡Muérete de envidia! —Le abrazó de manera ruda, apretándolo contra su cuerpo hasta casi asfixiarle.

— Que te den Alicia, Lewis Carroll está muerto e iré solo a la casa de tía Ágata y me regresaré a la casa, suficiente con que mis amigos me vean como para dejar que toda la ciudad se burle de mí. —Se apartó de manera brusca de su hermana, tomando sus cosas para, posteriormente dirigirse a la salida.

— Vale, eres un amargado. —Se quejó su hermana con un puchero infantil—. De todas formas cuidado al regresar, cierras las puertas y todo, Denise y yo iremos a una fiesta de disfraces, ella será el gato de Cheshire y yo la liebre ¿no es genial? Y mamá irá a la casa de la señora Shan. —Sonrió abiertamente ante la cara de disgusto que puso su hermano al escuchar ese apellido.

— Agh, con que Clive no esté rondando cerca de mí, todo está bien. —gruñó molesto.

— No entiendo qué paso, eran tan amigos. —Intervino Denise en la plática, llegando al recibidor donde se encontraban los dos hermanos.

— Digamos que es como una patada en los huevos: un fastidio. —Agarró un pequeño saco del perchero cerca de la puerta, que curiosamente hacía juego con su disfraz. Parecía que Alicia tenía todo fríamente calculado.

— Eres un mal hablado. —Se quejó la castaña, abrazando a la rubia por la cintura.

— Y ustedes unas indecentes, pero no voy quejándome de eso todo el día. —Esta vez fue Darren quien sonrió burlón ante la cara de molestia de las dos jóvenes.

— Ya lárgate, que se te hace tarde. —apuró la castaña.

— Sí, quizás te encuentres algo “interesante” por el camino. —agregó su hermana, antes de que el muchacho cerrara la puerta tras de sí.

— Eres un demonio ¿Lo sabías? —Habló Denise, poco después de que el menor se fuera.

— Sí, lo sé, pero tú fuiste la pobre humana que me invocó, ahora paga las consecuencias. —Rió de buena gana, devolviéndole el abrazo a la castaña.

— Cuando tu hermano se entere de que metes tus narices donde no te llaman querrá tomar venganza. —Rebatió nuevamente la de ojos grises.

— Oh vamos, para sermones ya está mi madre, y no hice nada malo, tomémoslo como ayuda desinteresada, seguro que lo pasará muy bien después del susto. —Apretó más a su pareja, tratando de zanjar el tema.

— Como digas, pero cuando venga con el cuchillo, yo no haré de escudo.

—Muy bien, a cambio serás mi espada. —Volvió a reír largamente, yendo a la cocina ante el llamado de su madre, seguida de una Denise poco convencida de las facultades mentales de la rubia.

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Era de esperarse. Los cuatro chicos frente a él no paraban de reírse a todo pulmón por lo infantil de su disfraz. No es como si el conejo blanco de Alicia en el país de las maravillas entonara mucho con un vampiro, un hombre lobo, un demonio y una bruja.

— Tu hermana sí que te odia. —soltó un chico pelirrojo, el demonio, al tiempo que no paraba de reírse.

— Sólo le faltó el monóculo que tiene en uno de los ojos y el traje sería perfecto. —Admiró una chica de cabello negro, la bruja, mientras recorría con su mirada todo el vestuario.

— ¿Estás loca? El conejo de Alicia lleva un traje de gala, como si fuera un smoking, no un overol a cuadros. —Observó el joven rubio que iba vestido de vampiro.

— Seguro que a Clive le gustará verte, estuvo toda la semana diciendo que irá de sombrerero loco. —Agregó finalmente el castaño hombre lobo, ganándose la completa atención de Darren.

— ¿Qué has dicho? ¿De sombrerero loco? ¡Demonios! Espero no topármelo por el camino —comenzó a balbucear, horrorizado ante la idea de tener que ir a juego con él.

— Tranquilízate. Dijiste que sólo irías a la casa embrujada y regresarías a tu casa ¿no? —habló la mujer del grupo— No es como si a él se le hubiera ocurrido ir hoy a ese lugar a pasar la noche.

— Tienes razón. —concordó Darren, relajándose un poco y comenzando a caminar en dirección a la colina, sin darse cuenta de la mirada de complicidad que intercambiaron sus amigos.

Treinta minutos después de la caminata, todos se encontraban en la entrada de la casona, respirando agitados y con dificultad ante tan empinada subida.

— Joder. —exclamó el rubio vampiro que respondía al nombre de Alec— ¿A quién demonios se le ocurre construir una casa en una maldita colina tan lejana? —tomó una gran bocanada de aire, tratando de hacer llegar el oxígeno a su sistema de manera regular.

— A alguien con coche, sin duda. —Agregó el pelirrojo, de nombre Demian, recargado en uno de los muros.

— Bien, dejen de ser tan maricas y terminemos con esto de una vez. —Apremió el hombre lobo, al que todos llamaban Mikel, por su nombre Michelle.

— El reto es simple, Darren —fue el turno de Claris, la bruja del grupo, literalmente—. Tienes que ir al último piso, que es el ático, y prender esto. —Le mostró una lámpara de pilas que extrajo de su mochila— apuntando hacia la ventana para que nosotros logremos verla ¿Entendiste?

— Sí, comprendo. —Suspiró resignado—. Más les vale seguir aquí abajo cuando yo regrese, o estarán en muchos problemas cuando los encuentre. —Amenazó a los cuatro chicos, que sólo asintieron frenéticamente con la cabeza, antes de verle alejarse por el camino que conducía hacia la casa.

— ¿No es Alicia una bruja? —Preguntó Claris una vez Darren estuvo lo suficientemente lejos.

— Ese es tu papel Claris, yo diría que Alicia es la encarnación del mal —sentenció el pelirrojo, riendo por lo bajo.

— No tendrá de qué quejarse, al final es algo que quiere. —Comentó en tono burlón el hombre lobo, abrazando por la cintura al chico vestido de demonio.

— ¿Quién quiere ir a pedir dulces? —cuestionó el vampiro, comenzando a caminar.

— ¡Yo! —respondieron todos a coro, alejándose del lugar.

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Darren entró a la casa por la puerta principal, usando la llave que su madre guardaba para ahorrarse la molestia de buscar otra forma de acceso más complicada, y cerrando la puerta tras él, nuevamente con llave.

El lugar era exactamente como lo recordaba, excepto que más oscuro, lúgubre y lleno de polvo, pero aún así, cada cosa seguía en su lugar. Cuando su tía se fue de la ciudad dejó todos los muebles, llevándose sólo lo más importante. Su hermana, su madre y él iban en ocasiones para limpiar o cerciorarse de que todo siguiera en su lugar. Pero eran visitas tan esporádicas que nunca nadie se daba cuenta, por lo que todos los que vivían cerca creían que estaba abandonada y embrujada. Sin embargo, él tenía los mejores recuerdos de su infancia en esa casa.

Cuando corría por todas partes, subiendo y bajando escaleras, escondiéndose en las habitaciones o jugando en el patio con su mascota de aquellos días. También, en ciertas ocasiones, Clive, su ex amigo, le hacía compañía mientras su madre y la señora Shan, madre de Clive, tomaban el té y comían pastel en el patio.

— Qué días aquellos. —Murmuró subiendo al segundo piso.

También recordaba que su tía le regañaba constantemente por andar haciendo travesuras y como castigo le encerraba en el ático hasta que su madre o su hermana iban por él. Aunque realmente no era un trauma, el lugar estaba poblado de reliquias y un sin fin de cosas interesantes con las que se entretenía mientras estaba encerrado, y cuando iban por él, rogaba porque le dejaran un rato más ahí.

Sus objetos favoritos eran los libros antiguos que tenía la tía en unas grandes cajas, que se llevó cuando se marchó, aunque le regaló un par de ellos, sus favoritos para ser precisos. También había mucha ropa antigua de la época en la que su tía era joven, o ropa que perteneció a los abuelos de ésta, cosas que también se llevó por el tremendo valor sentimental que tenían.

Ahora lo único bueno que quedaba para él en esa casa, eran los recuerdos de su infancia y los de su primer amor.

Uno de sus más difusos recuerdos, era el primer beso que compartió con otra persona, su primer amor: Clive. Jugando como tantas veces en el espacio reducido del armario al escondite recibió un beso furtivo que el pelirrojo le robó y luego excusó como accidente. Lo fuera o no, era su mejor recuerdo en ese lugar.

— Lástima que sea un imbécil. —Volvió a murmurar al vacío.

Un ruido proveniente de una de las habitaciones le puso en alerta. ¿Habían sido pisadas? Juraría que algo se movió en una de las habitaciones y no podían ser ratas, siempre se encargaban de las plagas.

Nervioso, avanzó al origen, procurando ser lo más silencioso que podía.

Una idea le iluminó, haciéndole molestarse.

— Debí imaginarlo. —Se dijo a sí mismo—. Esos tontos no se conforman con hacerme entrar solo, seguro que ahora tratan de asustarme. —Continuó su monólogo, avanzando con más decisión.

Abrió la puerta de lo que él recordaba, era la habitación principal. El lugar estaba vacío y todo parecía estar orden, sin embargo, a su lado, una sombra se movió a gran velocidad, logrando que se exaltara.

— ¿Quién diablos anda ahí? —Gruñó a la nada, obteniendo sólo silencio como respuesta.

Joder. Murmuró para sí mismo, avanzando cautelosamente por la habitación, donde todos los muebles se encontraban cubiertos por sabanas blancas, que a su vez, estaban llenas de polvo.

— Dulce o truco Darren. —Le susurró una voz en el oído, logrando que casi gritara de la impresión.

Sin detenerse a pensar en lo que sucedió, ahogó la voz que pugnaba por salir de sus labios como un grito, empujando al desconocido y comenzando a correr hacia la salida como alma que lleva el diablo.

Continúo la carrera hacia el tercer piso, tratando de no pensar en que unos pasos se escuchaban detrás de él.

Eso era lo único que le faltaba, que alguien llegara y tratara de asustarle.

Pero ¿Y si no era así? Quizás alguien realmente ajeno entró a la casa y ahora él sería su inocente víctima.

Y una mierda. Se dijo mientras corría, tropezando con todo y rogando por mantener el equilibrio mientras subía de tres en tres los escalones hasta el tercer piso, que no era más que una gran sala de reuniones llena también de muebles viejos.

Brincó sobre el sofá que se encontraba en el lugar, continuando la carrera hasta las escaleras que daban al ático.

— ¡Espera! —Escuchó a sus espaldas, sintiendo como alguien le detenía por el brazo.

Nuevamente, y con todas sus fuerzas, empujó al extraño, logrando zafarse y continuar con la carrera.

Una vez a salvo en el ático y respirando con dificultad, cerró la puerta tras él, agradeciendo a su tía que el ático fuera casi como un cuarto piso y no como los normales, en los que se debía bajar una trampilla y luego bajar las escaleras para poder acceder. El simplemente subió las escaleras, como en cualquier piso normal, cruzó la puerta y se encerró, deslizándose por ella, tratando de recordar cómo respirar con normalidad.

— ¿La puerta estaba abierta? —se dijo en un momento de lucidez.

…l recordaba haberla cerrado la última vez que estuvo en la casa, así que era imposible que ahora se encontrara abierta. Meditó por un largo rato, escuchando como la otra persona subía por las escaleras, haciendo que su piel se enchinara.

— Su voz… su voz…—repitió como un mantra.

Juraría haber reconocido esa voz, aunque no podía ponerle un rostro, estaba seguro de que le era muy familiar.

— Un conoci… —Cortó su frase, parándose de golpe del suelo y abriendo la puerta con rapidez, y con una cara de espanto, que hasta el más valiente habría salido corriendo— ¡Clive! —gritó a todo pulmón al ver al chico frente a él.

El de ojos verdes observó la fría mirada que le dirigía, procesando el hecho de que debía comenzar a correr por su vida, antes de que Darren le desollara ahí mismo.

Irónicamente, ahora los papeles se habían invertido, siendo Clive quien corría en dirección a la salida, sabiendo que desde el inicio era una muy mala idea abordar al castaño en un lugar como ése, y más con la intención de primero asustarle. Alicia tenía ideas muy retorcidas.

— ¡Espera a que te atrape maldito desgraciado! —Escuchó a sus espaldas como Darren corría a toda prisa para darle alcance.

— ¿No sabes lo que es una broma? —contestó sin detenerse.

— Yo te enseñaré que es una broma en cuanto te atrape maldito desgraciado. —Obtuvo como respuesta.

Ya se encontraban en el primer piso y Clive tenía como meta clara la puerta principal, cuando recordó que ésta se encontraba cerrada con llave. Maldijo su mala suerte y desvió su camino a tiempo a la sala, esquivando los muebles que tenía a su paso, y de un salto pasó el sofá, tratando de acortar camino.

Para su mala suerte, un mal cálculo al momento de saltar le hizo tropezar y rodar al otro lado, terminando en el suelo, con un Darren agitado y mosqueado sobre él.

No tenía intensiones de dejarse intimidar, por mucho que esa mirada abrasadora le quemara en su interior, haciendo que el castaño sólo se viera más apetecible a sus ojos.

Comenzaron a rodar por el lugar, chocando con varios muebles y tumbando un par de adornos al suelo, tratando de imponer control sobre el contrario.

Al pelirrojo le costaba esquivar los golpes que Darren le propinada, ganándose un par de ellos en las costillas, que si bien no eran muy dolorosos, le dejaban una gran molestia en sus costados.

— ¡Tranquilízate Darren! —Pidió una vez pudo posarse sobre él, aferrando sus muñecas contra el suelo, tratando de controlar las pataletas que daba.

— ¡No hasta que logre partirte la cara! —Bramó con furia.

A Clive se le estaba acabando la fuerza y la paciencia para controlar a Darren, que tenía una tremenda fuerza a pesar de su constitución tan delicada. Sin pensarlo mucho, y no encontrando una mejor manera de calmarle, se acercó peligrosamente a su rostro, rozando su nariz con la contraria en el proceso y suspirando sobre sus labios, lo que bastó para que el castaño por fin dejara de resistirse.

— ¿Conoces lo que es el espacio personal? —Cuestionó el castaño, sintiéndose incómodo por la comprometedora posición.

El pelirrojo sonrió de lado, adorando esa faceta ruda que ocultaba la notoria vergüenza que sentía el otro por verse tan sumiso, no por nada tenían años de conocerse.

Admitía, claro, que él había sido el idiota al alejarse de esa forma tan despectiva, pero saber que te gusta tu mejor amigo y que, sobre todo, es un hombre, es algo que planteaba un par de preguntas existenciales que no estaba listo para responderse. Por lo menos eso era lo que creía, pero después de mucho insultarse a sí mismo, ganarse el odio de Darren y que la hermana de éste le diera una plática sobre la homosexualidad, la moral, las opiniones sociales y el sexo, estaba más que listo para afrontar cualquier reto que le impusiera el hecho de enamorar a Darren.

— No lo conozco y no me molesta ignorar su significado. —Fue la respuesta que le dio al castaño, antes de unir sus labios.

Era el momento perfecto para que Darren sufriera una taquicardia que detuviera su corazón. No se iba a mentir a sí mismo, había fantaseado con un momento como ese muchas veces, cada fantasía más irreal que la otra, pero vivirlo era una experiencia totalmente diferente.

Tenía mucho tiempo planteándose el hecho de odiar a Clive con todas sus fuerzas, al tiempo que aún seguía hundido en los recuerdos de su primer amor, por lo que una situación como esa le descolocaba totalmente.

— ¡¿Qué crees que estás haciendo?! —Bramó al apartarse bruscamente del más grande.

— Besándote ¿no es obvio? —Respondió como si fuera lo más simple del mundo.

— No me refiero a eso imbécil —Fulminó nuevamente con su mirada al pelirrojo— ¿Por qué? —preguntó casi rogando por una explicación que le satisficiera.

Clive le observó por un largo rato. No tenía deseos de darle una larga y cursi explicación sobre el existencialismo y la comprensión de la sexualidad que tuvo que sufrir a manos de su hermana, ni hacerle enojar más al decirle que su comportamiento de idiota se debía más que nada al no poder aceptar que estaba enamorado de un hombre. Sabía que Darren no era corto de mente, y podía comprender fácilmente el significado de ese beso, pero también sabía que no era fácil dado a la forma de llevarse que tenían desde hacía un par de años, por lo que debía estar terriblemente confundido.

Lo único que pudo hacer, reprimiendo sus ganas de soltar su cursi discurso, fue abrazarle con fuerza, proporcionándole un agradable calor que embriagaba los sentidos del castaño.

Por su parte, Darren no quería ahogarse en una ilusión. Nada de eso tenía un sentido verdadero, y el único que le podía dar era el más bizarro que su mente pudiera maquinar.

Se había estado convenciendo durante mucho tiempo de que el pelirrojo lo odiaba y que todo lo que fue un amor infantil tenía que quedar enterrado, como para que éste llegara de la nada, después de darle un susto de muerte, besándolo y abrazándolo como si fuera algo realmente valioso.

Pero un nuevo beso nubló sus sentidos, desconectándolo de la realidad y haciéndole perderse en esas fantasías que ahora se estaban haciendo realidad. Pensar no era lo suyo y prefería pedir explicaciones luego, si es que realmente las había, por el momento, perderse en los labios agridulces del pelirrojo era lo mejor que podía hacer, y él no estaba dispuesto a desaprovechar la oportunidad.

El de ojos verdes tomó la falta de reacción como una aceptación por parte de Darren, hundiéndose más en su boca, que anhelaba desde hacía tiempo, saboreando el dulce sabor de vainilla que siempre impregnada al castaño, ya que amaba todo lo que supiera u oliera a eso.

Se encontraban aún tendidos en el piso. Clive sobre Darren, besándose con una pasión desmedida, ahogándose en la locura de no saber lo que hacían realmente o por qué habían terminado en una situación como aquella. Lo único de lo que realmente se encargaban era de sentir al máximo todas las caricias que se proporcionaban el uno al otro, despojándose de la ropa. Tarea un tanto difícil, entre el disfraz de conejo blanco y el traje de sombrerero loco, ninguno de los dos atinaba a hacer un movimiento válido, conformándose con la fricción que provocaban sus movimientos a través de la ropa.

Exasperado y al borde de la locura, el pelirrojo se separó de los labios de Darren, dando una sutil lamida en ellos antes de concentrarse en la tarea de despojarle de su ropa.

Una a una iban cayendo las prendas, perdiéndose en la oscuridad de la sala, mientras hacía lo propio con sus pantalones.

El castaño terminó desnudo sobre el suelo, con su cuerpo cubierto con una fina capa de sudor y las mejillas sonrosadas. Clive le observó con deleite, recorriendo cada parte de su cuerpo con la mirada y meditando el hecho de dejarle o no puestas las orejas que llevaba en la cabeza, decidiendo finalmente dejarlas, cosa que le hacía aún más hermoso de lo que ya era para él.

Pretendía quitarse toda la ropa, pero la urgencia de continuar con lo que había dejado pendiente, antes de que Darren se diera cuenta y se opusiera, le llevó a sólo quitarse la parte inferior de su disfraz, que era un pantalón amarillo a cuadros con líneas rojas y, por supuesto, la ropa interior.

Continuó con su labor, besando fugazmente los labios del de ojos color miel, bajando poco  a poco por el cuello, saboreando la humedad de su piel, recorriendo con la punta de su lengua todo su abdomen, rozando apenas sus pezones para después seguir bajando lentamente, lamiendo su ingle y pasando por alto su excitado miembro para besar el interior de sus muslos, ganando roncos gemidos como respuesta afirmativa a sus caricias.

Darren colocó sus manos sobre la cabeza del pelirrojo, retirando el sombrero de copa que llevaba y hundiendo sus dedos entre la maraña de cabellos color fuego, guiando sutilmente esa boca que recorría su cuerpo a su muy necesitado miembro.

El de ojos verdes sonrió ante esa acción, dándose cuenta de la desesperación que causaba en el menor. Sin hacerse de rogar, lamió tres de sus dedos para, posteriormente, comenzar a indagar entre los rincones más oscuros del cuerpo bajo el suyo. Uno de sus dedos comenzó a hacer pequeños círculos en la entrada, haciendo sólo un poco de fricción que desesperaba al castaño, que no lograba reprimir los múltiples gemidos que pugnaban por salir entre sus labios.

Clive dio una rápida lamida a lo largo del miembro del más chico, introduciéndoselo casi completo en su boca poco después, al tiempo que uno de sus dedos irrumpía en el interior de Darren.

El de ojos color miel no pudo reprimir el sonoro jadeo que abandonó su garganta, casi confundiéndolo con un grito de placer y dolor. No lograba concentrarse en ninguna de las dos sensaciones. La molestia en su trasero o la cálida boca sobre su miembro, lo único que sabía era que la combinación le estaba llevando al mismo cielo. Comenzó a llevar un ritmo acompasado con el dedo en su interior,  que se removía inquieto, antes de ser acompañado por un segundo dedo, abriéndolos como tijeras, se movían en círculos y trataban de adentrarse todo lo que podían en su interior para relajarle al máximo y, al mismo tiempo, hacerle disfrutar lo más que pudiera.

Esa visión era toda una tortura, Clive sentía que un poco más y se correría sin haber entrado en el cuerpo de su amante, por lo que, muy a pesar de los reclamos de Darren, sacó sus dedos del interior de éste y se alejó igualmente de su erección, para ponerse a su altura y compartir un nuevo beso, húmedo y lleno de desesperación.

El pelirrojo separó aún más las piernas del castaño, posicionándose entre éstas, dirigiendo la punta de su miembro a la entrada ya dilatada de Darren.

Seguían besándose cuando el mayor se adentró por completo en el cuerpo del de ojos miel, ahogando el sonido de sus gemidos en la garganta del otro, mientras sus lenguas se rozaban en un contacto tan íntimo y pasional, que tenían que hacer un gran esfuerzo por separarse y respirar un poco.

Los dos se quedaron quietos un momento, tratando de acoplarse lo mejor que podían, Darren sintiendo ese miembro dentro de él, palpitando y llenándole, mientras Clive se retenía con todas sus fuerzas para no comenzar a moverse como poseso ante esa presión tan deliciosa que ejercía el interior del castaño. …ste último, deseoso de sentir más de lo que ya estaba experimentando, comenzó un cadencioso movimiento con sus caderas, provocando al mayor para que comenzara a moverse, Clive no desaprovechó la invitación, sacando un poco su miembro, para volver a enterrase hasta el fondo de un solo golpe, al tiempo que los dos soltaban un gemido ahogado.

Los movimientos eran lentos y suaves, tanteando el terreno y buscando puntos erógenos en sus cuerpos que les hicieran disfrutar en mayor medida. Pero la necesidad les superó, por lo que al poco tiempo los movimientos eran casi frenéticos, sus pieles se rozaban sin pudor, mientras sus sudores se mezclaban en uno solo, llevándoles al éxtasis.

En busca de profundizar el contacto, Clive se incorporó, recostando su espalda en el sofá y sentando a horcajadas a Darren sobre él, con una pierna a cada lado, volviendo a entrar en el con fuerza, ahora con más profundidad, los gemidos del castaño no se hicieron esperar, trataba de ahogarlos en la curvatura del cuello del mayor.

El pelirrojo le tomó de las caderas, subiendo y bajando de manera lenta, haciéndole sentir todo el recorrido de su miembro en su interior, mientras que con su boca se encargaba de dejar muestras de su presencia en su cuello.

Los minutos se alargaron entre embestidas cada vez más aceleradas, con un ritmo frenético, mientras sus gemidos se fundían como uno solo. Clive, sintiendo el final cerca, tomó el miembro de Darren con su mano derecha, masturbándole al mismo ritmo de sus embestidas y logrando que el castaño delirara completamente por el placer que le llevó al orgasmo, manchando sus abdómenes con su semen, mientras el pelirrojo terminaba con un gemido de éxtasis en su interior al sentir como sus paredes internas se comprimían.

Quedaron los dos tendidos e inmóviles en la misma posición, Darren sobre Clive, tratando de normalizar sus respiraciones.

El castaño se alejó un poco del mayor, fijando su vista en la contraria, sin saber bien qué decir al respecto. Clive, por otra parte, sentía como si su máxima fantasía hubiera sido cumplida y tener entre sus brazos el delicado cuerpo del castaño era lo mejor que le podía pasar, así que poco le importaba lo demás en ese momento.

Pero cayó en la cuenta de que habían tenido sexo sin detenerse un segundo a hablar sobre el asunto, y supuso que eso no era del todo bueno.

Así que se perdieron en la mirada contraria, buscando en sus ojos las respuestas que buscaban. Analizaban la reacción que tendría el otro, al tiempo que ellos mismos trataban de definir que reacción deberían tener. ¿Alegría? ¿Enojo? ¿Ira? ¿Repetir?

— Yo creo que… —dijeron los dos al mismo tiempo.

Callaron al instante, al darse cuenta de que habían hablado al mismo tiempo y, segundos después, los dos comenzaron a reír, sintiéndose realmente estúpidos.

Clive acomodó mejor a Darren entre sus brazos, retirando la sabana blanca del sofá y usándola para cubrir su desnudez.

— El próximo Halloween, dile a Alicia que no te ponga trajes tan complicados —dijo el pelirrojo minutos después.

— La próxima vez elijo yo, que seguro que si la dejo vestirme de nuevo planeara vestirme de Tinkerbell —respondió el castaño.

Los dos sonrieron para sus adentros, acomodándose mejor en ese abrazo e importándoles poco estar en una casa “embrujada” y haber tenido sexo como si fuera lo más normal del mundo.

Darren quería explicaciones, pero de momento no pensaba arruinar la atmósfera, por lo que al día siguiente acosaría al de ojos verdes para que le aclarara un par de cosas y Clive, por su parte, rogaba porque su, ahora, amante no se enterara de que todo eso se debía a que su hermana Alicia carecía de vida y se entrometía en la de los demás. Si bien las cosas salieron de buena manera, estaba más que seguro de que si Darren se enteraba, trataría de cortar más de una cabeza en el proceso, incluyendo a sus “agradables” amigos.

Pero sólo eran detallitos, de momento, él se deleitaría con su aroma a vainilla y, quizás, una próxima repetición, cuando recuperara sus fuerzas.

En otro lugar, Alicia planificaba los disfraces de Darren y Clive para el próximo año.

Notas finales:

Nyahahaha >D~ No me gusto el final... Como siempre >_>...

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