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Mi niño de los castigos por gaby seigaku

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Notas del capitulo:

Penultimo capitulo de esta subhistoria.

Luego de la dura discusión, Robert se quedó tirado en la estancia un buen rato, simplemente no podía creer lo que le había confesado hace un instante Gerardo, no lograba procesar lo último.


¿Gerardo se había enamorado de el?, ¿cómo era eso posible?


Su cabeza era un lio enorme, en su interior se habían removido sentimientos reprimidos, su error fue pensar que estaban olvidados, cuando la realidad era que jamás había dejado de quererlo en cierto punto.


Se tomó el rostro con las manos, definitivamente no quería perder a Alice, ella era la persona que él amaba, o eso creía, pero en ese momento no podía dejar de pensar en Gerardo, estaba enojado con él, frustrado, inquieto, en un instante todo se había convertido en una especie de pesadilla, lo único de lo que estaba seguro Robert, era que no quería ver a Gerardo por ahora.


Gerardo salió de la estancia muy aturdido, tropezó varias veces camino a la mansión, se tambaleaba y su equilibrio era pésimo, ¿Qué haría ahora?


Robert seguro estaba odiándolo en ese instante, despreciándolo, y sintiendo tanto asco que podría vomitar con solo verlo. Era obvio que en la cabeza de su amo jamás hubo lugar para pensar en un romance con él, es más, no debe haber ningún pensamiento de un romance entre hombres, ¿Cómo pudo ser tan idiota de mandar todo al demonio?, ¿Cómo pudo confesar su amor de la peor forma?, el nisiquiera era así. Se detuvo un segundo a tomar aire, poso su espalda en un gran árbol, miro hacia el cielo, unas nubes muy oscuras y espesas se apoderaron del paisaje, la luna estaba siendo cubierta casi por completo, él viento era inusualmente frío y soplaba con mucha fuerza, suspiro y dijo en voz baja


-          ¿Qué hare ahora? – se tomó el rostro con las manos, definitivamente debía marcharse de la mansión en ese instante. Corrió directo a la entrada, no sabía si había decidido lo mejor, pero era lo único que podía hacer por el momento.


 


Robert entro por la puerta principal, estaba mirando directo al piso cuando de repente se escuchó una voz decir


-          Robert! – era Alice, estaba parada esperando el regreso de los jóvenes, el rubio levanto la cabeza de manera sorpresiva, la miro un instante, pero no pudo sostenerle la mirada, agacho la cabeza hacia un costado, su amiga continuo diciendo


-          - ¿Qué sucedió?... Gerardo llego echo un desastre, intente hablar con él, pero paso sin decir nada, creo que Gerardo se marchó…- dijo la joven mientras miraba con angustia al rubio el cual respondió de manera cortante


-          No me interesa lo que suceda con el Alice, no me hables de Gerardo – sentencio el joven


Alice se quedó perpleja con su comentario, era todo su culpa, nunca debió decirle a Robert lo que sentía por el mayordomo y entonces dijo.


-          Es mi culpa Robert, por favor no culpes a Gerardo de mis sentimientos, deberías odiarme a mi… – decía mientras se ponía la mano derecha sobre el pecho, pero fue interrumpida de repente


-          Yo no me rendiré, Alice… – dijo en tono serio mientras se acercaba lentamente a la joven, hasta quedar frente a frente, ella tuvo que levantar un poco la cabeza ya que el rubio era mucho más alto que ella – Por favor considera seriamente mi propuesta, olvida a Gerardo, el… - por un instante pensó en decirle todo, pero prefirió no seguir agravando el tema -  él no es el hombre para ti –


Alice estuvo a punto de decir algo, cuando de repente oyó llegar la carroza que la llevaría casa, miro al joven y miro la puerta, debía irse en ese instante, debía llegar antes de las 8 a casa, se acercó a Robert y le dijo


-          Voy a irme…. – hizo una pausa, bajo la cabeza – debo irme pasado mañana durante tres semanas – Robert se le quedo observando un poco perplejo -  mi salud no estuvo muy bien últimamente, debo hacerme unos chequeos, mi doctor no puede viajar, así que tendré que ir a su pueblo – el rubio trago saliva, no salían palabras de su boca, Alice lo miro muy triste. Al notar que el rubio no pretendía decir nada, camino hacia la entrada y antes de salir le oyó decir


-          Piensa en lo que te he dicho, por favor – dijo sin darse vuelta el rubio


-          Lo hare… adiós – luego de eso se escuchó un portazo, ella se había marchado, el quedo solo en el gran salón.


En ese momento pensó en cómo pudo irse todo al diablo de esa forma, como podía seguirle insistiendo a Alice que fuera su esposa, cuando hace un instante Gerardo había revuelto parte de su pasado, y lo había hecho recordar un amor prohibido.


 


El pueblo de donde venía Gerardo solo quedaba a una noche de la mansión. Caminaba solo en medio del camino, las gotas de lluvia comenzaron a caer, mojaban su rostro simulando unas lágrimas, comenzó a recordar toda su vida, no podía encontrar el momento justo en sus recuerdos, el momento en el cual empezó a sentir atracción por Robert, quizá siempre estuvo ahí pero no podía recordarlo, fue un amor tan largo y doloroso que solo recordaba haber sufrido siempre por él.


Comenzó a llover más fuerte y el viento estaba descontrolado, no podía seguir moviéndose de esa forma en la intemperie, camino hacia un costado del camino y se refugió bajo un gran árbol, estaba totalmente empapado, cansado y hambriento. Estuvo así por unos minutos cuando sintió muy cerca el andar de una carreta, al pasar junto a él se detuvo, eran unos campesinos, un hombre y una mujer adultos, cuando lo vieron tendido en el suelo mojado le preguntaron.


-          Muchacho! – grito un hombre desde el vehículo – ¿acaso estas perdido? – Gerardo levanto la mirada y respondió


-          No estoy perdido, solo estoy esperando a que cese la tormenta


-          ¿Hacia dónde te diriges? – volvió a cuestionar el hombre


-          Me dirijo hacia el pueblo de Pontrieu – respondió el joven


-          Sube!- ordeno el hombre - Te dejaremos en Loiret! – era un pueblo antes de llegar a Pontrieu, Gerardo se levantó del piso, su cuerpo estaba helado, se sentó en la parte trasera de la carreta, el hombre le ofreció un cobertor, cuando logro taparse quedo dormido.


 


Luego de la partida de Alice, Robert subió a su habitación, se quitó la ropa, quedando así más flojo de prendas, se sentó en el sillón frente a la biblioteca, su cabeza era un verdadero desastre, estaba todo revuelto en su interior, como si un huracán lo hubiera sacudido, dejando intacto solo el recuerdo de Gerardo.


Pensar en Gerardo le aceleraba peligrosamente el pulso, le quitaba un poco la respiración, no podía calmarse, ¿cómo un hombre podía provocar esas sensaciones?, sentía un calor recorrer por todo su cuerpo, salía desde su garganta y se sentía hasta la punta de los dedos.


-          ¿Cómo pudiste haber estado sintiendo esto Gerardo? -  susurro hacia el vacío de la habitación - ¿Cómo fuiste capas de confesarlo justo ahora? –se quedó un momento en silencio - maldición eres muy injusto…  - dijo el rubio tomándose el rostro con su mano derecha, mientras unas lágrimas caían sobre su rostro, le dolía… todo lo que estaba sintiendo en ese momento le dolía en lo más profundo del alma – Gerardo si tan solo hubieras… si tus sentimientos hubieran llegado antes yo… - esa afirmación lo sacudió un poco - ¿Qué estoy diciendo demonios?!, no quiero esto! No quiero nada de esto maldición! – tomo un jarrón de la mesa junto a él y lo arrojo contra la pared – como quisiera que estés justo aquí, así podría darte un buen puñetazo en la cara.


Se quedó viendo el jarrón roto frente a él y pensó, como en un instante todo se rompió el mil pedazos, como una acción desesperada e impulsiva podía destrozar algo valioso, y por valioso no se refería al costoso jarrón desparramado en el suelo, pero la acción hablaba por sí sola, tal como la antigüedad destrozada, así estaba todo en ese momento, era como si toda su vida se hubiera partido en mil pedazos, siendo casi imposible juntar todas las partes, más cuando la persona que se encargó de destruirlo todo se llevó parte de los pedazos rotos con él.


 


Estaba amaneciendo, los primeros rayos de sol se asomaban detrás una nubes muy finas, la tormenta de anoche había limpiado el cielo, dejándolo de un celeste suave, miro hacia un costado, reconoció la zona por donde viajaban, si no se equivocaba estaban cerca de Loiret y entonces oyó decir


-          Ah! Ya despertaste, estamos a unos kilómetros de Loiret. ¿Cómo te sientes? – cuestiono el hombre


-          Estoy muy bien, muchas gracias señor… – se detuvo


-          Me llamo Edmundo y ella es mi esposa Fiore, ¿Qué te está llevando a Pontrieu? Es un pueblo del cual Dios se ha olvidado, la delincuencia y la tiranía no duermen allí.


 


 


Se mantuvo un momento en silencio, él sabía que su pueblo natal era una total mierda, los crímenes constantes le quitaron a su padre y fue la razón por la cual su madre, estando a pocas semanas de embarazo, decidió abandonar el pueblo, solo había ido dos veces en su vida, su madre tenía una tía en ese pueblo, era la única familia que le quedaba, no tenía a donde ir.


 


-          Tengo familia en Pontrieu – dijo el joven


-          Bueno pues, si son personas importantes para ti sácalos de allí en cuanto puedas – concluyo el hombre.


Gerardo agacho la cabeza, la tía Lucrecia no era precisamente alguien preciado para él, es más lo único que recordaba de ella, era a una mujer amarga, llena de odio y rencor hacia su madre, las dos veces que fue allí lo único que oía eran críticas, de cómo su madre había sido capaz de huir del pueblo, y tenía el descaro de aparecerse a presumir su nueva y tranquila vida. Sin embargo no tenía donde ir, era el único lugar, tenía algo de dinero ahorrado lo usaría para pagarle a su tía la estadía, hasta que pudiera conseguir algún trabajo.


Se despidió de la pareja, y emprendió su camino hacia el que ahora sería su hogar, si así podía llamarlo.


En el camino solo hubo una cosa en su mente… Robert. Por más que lo intentase no podía dejar de pensar en lo ocurrido, no podía evadirlo, sabía que algún día tendría que volver y enfrentarlo.


Trato de recordar cada momento, las cosas que ocurrieron a lo largo de su vida y como las hubiera cambiado. Recordó el momento en el que fue consiente por primera de lo que sentía por su amo.


Cuando tenían 14 años aproximadamente, Robert tuvo algo muy parecido a una neumonía, enfermedad que lo postro en cama por más de 10 días, todo el tiempo tenia temperatura alta, dolor en el cuerpo y divagaba la mayor parte del tiempo. Gerardo era el encargado de permanecer a su lado la mayor parte del día, lo aseaba, le daba de comer cuando despertaba.


Una de las últimas noches donde la fiebre fue más fuerte que cualquier otro día, Robert divagaba, decía muchas cosas sin sentido, balbuceaba incoherencias, entre tantas de las barbaridades que expresaba, en un momento que parecía de lucidez, abrió los ojos y miro fijamente a Gerardo, una sonrisa se dibujo en su rostro húmedo por la misma transpiración, estiro un poco su mano tratando de alcanzar a su acompañante que lo observaba atento y dijo.


-          Por favor… acércate- se le dificultaba hablar, su respiración se entrecortaba, su estado era de visible debilidad – ven por favor- suplico


Gerardo que estaba sentado junto a el mojo un trapo en una vasija de agua y lo deposito delicadamente en su frente y dijo.


-          Por favor, no hagas esfuerzos innecesarios, yo estaré aquí – dijo calmado, noto como el rubio lo miraba fijamente, su mirada penetrante era única, intimidante pero cálida de alguna forma, sintió algo caliente en el estómago, suspiro, cuando se dio cuenta que sus miradas se estaban encontrando más de lo normal giro la cabeza con rapidez a lo que el rubio exclamo.


-          Por qué huyes? – tosió un poco – mírame Gerardo- pidió una vez más.


Gerardo se encontraba en un estado de nerviosismo, _ ¿cómo podía sentirse así?


Lo miro otra vez y ahí lo sintió un calor que lo quemo por completo, ardió en su interior de cabeza a pies, no quedo lugar en su cuerpo que no haya sido quemado por ese fuego, su mente estaba nublada, su respiración se aceleró un poco y ahí estaba en frente de él, el motivo por el cual su corazón se quemaba, Se acercó lentamente a Robert, la distancia se había acortado y se sentían incomodos sin embargo a pesar de la rara situación Gerardo exclamo.


-          No estoy huyendo, nunca huiré de usted – lo miro con dulzura y poso una de sus manos sobre su cabello moviéndolo un poco, Robert quien aún volaba en fiebre, tomo con fuerza la mano de Gerardo y lo atrajo aún más hacia él, pudo sentir su respiración chocar contra su rostro, el rubio estaba agitado, se levantó un poco y acerco peligrosamente sus labios y dijo.


-          No solo no podrás huir de mí, tampoco lograras huir de ti mismo – y rápidamente deposito sus labios en lo del mayordomo, fue fugaz pero intenso, soltó su agarre y cayo tendido en cama de nuevo.


Gerardo estaba aturdido, llevo rápidamente su mano a la boca, miro hacia abajo, unas lágrimas cayeron al suelo, comprendió en ese momento que nunca podría escapar de ese sentimiento, no podría huir jamás de ese incendio.


Robert nunca fue consiste de lo que paso ese día, y Gerardo así lo prefería.


Miro hacia el frente y se dio cuenta que ya estaba a mitad del camino, cada vez faltaba menos para llegar a Pontrieu, acomodo su ropa, suspiro, miro hacia atrás y continuo.


 


Mientras tanto en la mansión, la noche tampoco había sido nada fácil, no pudo pegar un ojo, caminaba sin parar por su habitación, su mente era un torbellino de pensamientos y su corazón aturdido, como si un huracán lo hubiera arrasado. Así era Gerardo, como un huracán, una brisa suave cuando estaba tranquilo, pero también tenía un lado salvaje, algo que arrasaba contra el violentamente hasta dejarlo sin aliento.


Miro por el ventanal de la habitación, estaba amaneciendo y se preguntó - ¿puedo huir de esto? Acomodo su ropa, suspiro, volvió la vista hacia el frente y se cuestionó una vez más ¿Dónde estarás?


 


Faltando unos pocos kilómetros para llegar ya se podía sentir ese olor a pueblo olvidado, era tan característico el olor a muerte, en ese lugar, realmente Dios se había olvidado de su gente.


Una vez ingresando pudo ver varios vagabundos, dando vueltas con una botella de ron en su mano, otro más tirados en el suelo inconscientes, recordó un momento en su infancia en ese mismo lugar, ver un hombre tendido y no saber si estaba muerto o vivo y como a nadie parecía interesarle. Unos que notaron una presencia extraña se acercaron a él para pedirle dinero, reviso sus bolsillos pero no llevaba nada, más que una bolsa de ropa vieja. Continuo su camino a lo largo del pueblo hasta llegar a la casa de su tía Lucrecia, recordaba muy bien el camino, derecho por la entrada al pueblo, hasta ver un gran roble, girar a tu izquierda y ahí estaba una pequeña casa con muy mala pinta. Cuando estuvo cerca noto el abandono de la morada, como si nadie viviera en ella, toco la puerta, nadie respondió, toco una vez más.


-          Yo no te recomendaría entrar en ese lugar – exclamo un anciano que pasaba por la cercanía  , Gerardo se sobresaltó y pregunto


-          Que fue de Lucrecia? – el anciano se acercó un poco y con una mano extendida dijo


-          Ella no pertenecía a este mundo, era hija del mismo satán – exclamaba con los ojos bien abiertos – un día desapareció, y en esa casa quedaron rastros de su magia oscura, ten cuidado – concluyo para luego continuar con su camino.


Gerardo volvió la vista al frente, forzó un poco la puerta, se abrió con un poco de dificultad, y ahí pudo ver a simple vista, la casa de una persona abandonada por la vida, oscuro, podrido por dentro, pero claramente no de alguien que practicara la magia. Entro con cuidado, la madera del piso rechinaba a cada paso, una se quebró, había ratas e insectos por todos lados, las cortinas de las pequeñas ventanas estaban rotas. Se sentó en una pequeña banca y miro a su alrededor, sonrió con tristeza. Era lo correcto.


Robert bajo al gran salón, pudo notar que su desayuno ya estaba listo en la mesa, se sentó, miro a su alrededor, a esa hora era habitual ver a Gerardo encargarse del jardín, si había algo que le gustara hacer de mañana era cuidar de las flores, pudo verlo como en una visión caminando entre medio de las flores, le dolió un poco el pecho y volvió su vista hacia la gran mesa otra vez. Pudo notar a la distancia a las mucamas hablando mientras lo observaban curiosas a lo que exclamo.


-          Que sucede? – dijo terminante – hay algo que quieran compartir señoritas? – Una de ella de acero tímidamente y pregunto-


-          No sabemos nada del joven Gerardo , esta mañana no se presentó con la servidumbre – miro hacia atrás para ver a sus compañeras – estamos un poco preo… - y fue interrumpida rápidamente


-          El joven Gerardo se marchó anoche- la cara de las mucamas fue de suma sorpresa – Obedecerán las ordenes de Petra por el momento – sentencio el joven amo, las mucamas asintieron, y con rapidez continuaron su labor.


Tomo un sorbo de té, sentía el estómago completamente cerrado, se levantó de la mesa y se dirigió hacia los establos, quería montar un rato, alejarse un poco de su propio pensamiento. Se acercó a uno de los cuidadores de caballos, que en ese momento le quitaba las herraduras a su caballo y le dijo – Podre montarlo hoy? – a lo que hombre respondió –


-          Al atardecer señor, a más tardar estará listo – exclamo, Robert se sentía frustrado se quedó un instante parado y recordó que Gerardo solía llevarse muy bien con todo el personal de la mansión y pregunto un poco nervioso


-          Sabes donde pudo haber ido Gerardo?


-          Supongo que a su pueblo natal, no tiene otro lugar a donde ir…


-          Sabes qué lugar es? – volvió a cuestionar el Joven amo


-          No señor, lo siento  - concluyo el cuidador para luego seguir con su labor – con permiso joven amo.


-          Pase – dijo por último el rubio, suspiro decepcionado, ¿cómo era posible que no supiera siquiera el nombre del pueblo natal del mayordomo? Se dio la vuelta derrotado y ahí estaba Petra, con una canasta llena de huevos, la miro y exclamo – ¿Pasa algo Petra? – a lo que ella respondió.


-          Puede que yo sea una vieja cocinera nada más, pero créame eh visto y oído muchas cosas en esta mansión, si usted me lo permite, déjeme decirle que no vale la pena el orgullo en momentos como estos, no permita que sentimientos así se interpongan, esta casa necesita de Gerardo, así como usted.


-          No sé de qué hablas Petra – sentencio el Joven , la anciana sonrió de costado y dijo


-          Sobre el pueblo natal del joven Gerardo, se llama Pontrieu, pero no le recomiendo ir solo hasta allí – se dio la vuelta y se marchó hacia la mansión.


Se quedó pensativo un segundo, definitivamente no podía dejar las cosas así, no tenía idea de donde quedaba ese lugar, pero lo averiguaría y traería de vuelta a Gerardo, miro a su caballo y le dijo –


-          Hoy en la tarde saldremos por el – se dio la vuelta y se marchó hacia la mansión.


Se preparó toda la tarde, estudio un poco de los libros de su padre, sobre los pueblos cercanos y entendió que Pontrieu estaba a varias horas de la mansión, toda una noche para ser exactos. Trazo uno mapa en un pergamino, preparo unos víveres, algo de dinero y ese mismo atardecer saldría en busca del mayordomo.

Notas finales:

Proximamente retomaremos la historia de Frederick y Albert.

Gracias por leer <3


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