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Hora del Té por Vanuzza

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Notas del capitulo: Siempre me agrado la idea de personajes mas bishonen, no pude resistir la tentación, recien acabe de leer ambos libros xD (Alicia en el Pais de las Maravillas & Al Otro lado del Espejo y lo que Alicia encontró alli) Espero les guste n.n

Basado en el cuento de Alicia en el Pais de las Maravillas, con mi toque personal n.nU
Elevó su tasa al aire con tal ímpetu, que el té osciló por un segundo en derramarse fuera de la pieza. Observó al conejo blanco, que moviendo sus lindas orejitas, se disponía a hablar:

-Que amable de su parte invitarme al té de las 6, Sombrerero. –Dijo, ampliando su sonrisa y formando tiernos hoyuelos en sus mejillas.

-Comprenderá, que desde la intromisión de aquel monstruo…-Respondió el Sombrerero, haciendo referencia a la niña Alicia, mientras volvía de dejar su tasa en el pequeño plato-…Me había dejado intrigado conocer al dueño del reloj que tan maravillosamente arreglé.

-Perdone usted, sombrerero. Pero cuantas migajas le dejo.

-De no ser por la Liebre de Marzo no tendría migajas, además hubiera funcionado a la perfección si hubiese poseído el grado adecuado de Sopa de Orégano.

-¿Sopa de Orégano, Sombrerero? –Preguntó enarcando una ceja, parpadeando un par de veces ante aquella resolución-. ¿Cómo no se me había ocurrido esa idea?

-Naturalmente, encantadora criatura. Al paso que ibas, tan deprisa, era imposible analizarlo. Pero tendrías que haberte detenido mientras corrías para calcular el asunto. –Observó al desconcertado conejo, tomando un sorbo de su té antes de proseguir- Detenerse a pensar naturalmente. Nuestros pies avanzan pero la cabeza se queda como zapato sin pies.

-¿No querrá decir el pensamiento?

-No, claro que no. El pensamiento se va volando como una mosca del pan con mantequilla. –Negaba muchas veces con exagerados ademanes batiendo las palmas en lo alto- La cabeza no se mueve, se queda pegada al cuello cual zapato al suelo sin un pie. Imagínatelo no más, que la cabeza anduviera sola por allí, sin piernas, sin brazos. Y entonces saludara con las pestañas.

El conejo blanco no supo que contestar, apenas sonrió apaciblemente tomando un poco del té. Frunció el entrecejo, con expresión enfurruñada:
-Este té esta amargo, sombrerero

-Naturalmente conejito pascual. Si no le has echado el suficiente azúcar, ¿Cómo habría de endulzar? –Preguntó, acomodándose su alto sombrero de copa color ocre, lo palpó con ritmo de tambor, quitándoselo y sobre su espesa melena pelirroja apareció el azucarero.

-¡Pero sombrerero! ¡Le he puesto 10 cucharadas de azúcar!

-¡Eso es demasiado poco, encantador! –Aseguró, ya con la cucharita en mano para echarle una tras otra. Pareciera como si al derretirse en el cálido liquido, este se hiciera cada vez más y más espeso.

-¿Cuántas le pone usted? –Preguntó, jugando con sus largos rizos blancos, mirando la pequeña montaña que asomaba de la bebida.
-53, naturalmente. –Asintió varias veces, contando la última- Pero como eres tú, te he echado 54, conejito de dulce…Oh, y mira esas mejillas rojas como las rosas de la Reina de Corazones.

Acercó una mano para tocar la tersa piel del niño con orejas de conejito. Su piel era tan puramente blanca que el solo hecho de ruborizarse, por más suave que fuera, se notaba sin forma de disimular.

-Gracias. –Susurró el conejo blanco, acomodándose la levita roja con algo de nervios.

El sombrerero de un salto estaba a su espalda, quitándole la levita como quien desnuda de su vestido a una dama. No tardó mucho en sacarle la prenda, puesto que el tímido joven no oponía la más mínima resistencia.

–Hace un calor atroz que ni los caballitos balancines han salidos de las rosas y violetas por miedo de quemarse en pleno sol. –Dejó la prenda sobre una de las sillas vacías- Así casi estás perfecto.

-¿Casi?

-Sí, perfecto seria sin esos pantalones ni ese chaleco. Perfecto y muy bueno seria, pero es igual a arreglar tu reloj con mantequilla en lugar de sopa de orégano. No funcionaria.

El dulce conejito, enarcó una ceja antes de hablar -¿Qué no funcionaria?

-Que yo me encendiera, naturalmente.

-¡¿Encenderse usted?! –Preguntó escandalizado- Si no es cosa alguna.

El sombrerero no se contuvo a reír alegremente antes de proseguir:
-No, pero Hey, si estuviéramos en la mueblería de Gatuna Anderson, te aseguro que se te activan lo switches de “dentro”.

El inocente conejito blanco hizo un esfuerzo por captar a que se estaba refiriendo con “switches de dentro”. Tomó otro sorbo del té y al volver a dejar la tasa sobre el mantel, descubrió el rostro del sombrerero escrutándole con enormes ojos ambarinos. Clavando sus pupilas dentro de sus orbes verdes.

-¿Ha encontrado miopía naciente en mi pupila izquierda?

-No. –Respondió, acariciando su nuca con parsimonia, descendiendo la yema de sus dedos por sus hombros pequeños, delicados- He encontrado algo, quizás mil veces mejor.

Su aliento se entremezclaba con el del conejito. Lo sentía temblar, sonrió ampliamente alejándose de golpe para levantar otra taza de cualquier parte de la amplia mesa, chocándola con ímpetu contra la del conejito en otro repentino arrebato de alegría mientras la tetera cantaba alegremente y las cucharas bailaban al otro lado de la mesa.

Por más extraño y curiosos que pareciese el espectáculo, el conejo blanco estaba acostumbrado a aquellos momentos de extraña felicidad que acometían al sombrerero en los día libres que el Rey Rojo no lo tenia de mensajero.

-¡Canten muchachas! –dijo a todas las teteras, alrededor de 38, dispuestas en la mesa. Mientras las tasitas iban de allá para acá, dando giros de dos en dos como parejas de baile. El Sombrerero tomó entonces al conejillo por el brazo, haciéndole levantarse de golpe- ¡Bailemos encanto, que el sol se hace pequeño, allá a lo lejos, y pronto vendrá la luna y será la Hora del mejor té!

Y lo abrazó contra su cuerpo, bailando o brincando, o sencillamente lo que les apeteciera con aquella música que recordaba a una estufa que cantaba, más que a 38 teteras. El cielo dejo de ser celeste, pasando a purpura y rosa, con el enorme circulo anaranjado descendiendo, y por el otro lado la Luna, inmensa, espectral, hacia su aparición.

El sombrerero entonces, se detuvo, con el conejillo aun en sus brazos y hundió en su rostro entre aquellos bucles blancos, cubriendo su cabeza de besos. Escuchando pronto los tenues latidos de su corazón contra sus oídos. Retumbaban como el repiqueteo de un segundero, siendo su persona el engranaje principal.

Se inclinó hacia su níveo cuello, besando la tierna carne, sobre el pulso del pequeño conejo blanco. Besó su clavícula y se deshizo del chaleco borgoña que cubría su pecho pálido. Llenó sus costados de caricias, guió entonces sus manos a que hicieran lo mismo con su ropa.

Las manos inexpertas, vibrantes, del menor desabotonaron sin premura y con torpeza su chaqueta, su chaleco y la camisa de seda debajo de esta.

El sombrerero complacido volvió a inclinarse a su cuello, mordiéndolo con suavidad y cazando con una mano traviesa la esponjosa colita, apretándola con delicadeza y obteniendo así un alargado gemido. Con que era cierto lo que la Liebre de Marzo le había dicho sobre que esa era una zona erógena.

Rió suavemente, apretujándolo de nuevo en sus brazos para recostarle sobre la mesa y de un tirón sacarle los pantalones. Se dedicó a verle, totalmente desnuda su figura perfecta como si hubiera sido esculpida a partir de un canon ideal.

Se acomodó el sombrero, relamiéndose los dedos.
-Es Hora del Té, Conejito.

Continuó masajeando la colita del conejo, oyendo la suave gama de gemidos que escapaban de su garganta como una placentera canción. Tomó el tarro de mermelada de mora, cerca de él, esparciendo su contenido por su pecho y cuello. Descendió ante la mirada atónita de su amado.

Se dedicó a conquistar su cuello con nuevos besos, mordidas, pero sobre todo, trazaba caminos con su lengua. Recogiendo el contenido, bajando a su pecho y entreteniéndose en sus tetillas, atrapándolas en su boca y sorbiéndolas cual caramelo. Bajó más, pasando por su ombligo donde se entretuvo otro rato, para volver a subir hasta acabar con toda la mermelada.

Tomó otro tarro, llenándose la mano de mermelada de cereza. El conejo blanco se quedo con la mirada extasiada además de la necesidad de retomar su canción al sentir como con el sombrerero le masturbaba su sexo sin pudor alguno.

Las mejillas se le colorearon de nuevo, su pecho se agitaba. La piel se le erizó y un escalofrió le recorrió la columna entera en cuanto la lengua sinuosa de su amante se dedicaba a la misma labor que había realizado previamente en su torso.

Le divertía verlo en aquel estado, retorciéndose de placer contenido. Sin más engulló su intimidad, saboreándola y masajeándole con su boca con suave lentitud, causando más estremecimientos en el dulce joven que ahora mordía sus labios rosados en un fallido intento de acallar sus gemidos mientras aruñaba la espalda del Sombrero en busca de consuelo.

Las manos del sombrerero se dedicaron a lisonjear sus piernas, la cara interna de sus muslos, sus nalgas y sus caderas, donde súbitamente dejó el miembro para morderle y detenerse de súbito, oyendo al pequeño conejo quejarse.

Ahogó una carcajada.
-Calma, hermoso conejito. Ya viene lo mejor.

No tardó demasiado en sacarse los pantalones, ayudando a sus piernas a afianzarse a su cintura. Se inclinó hasta él para besarle con profundo afecto a la par que iba adentrándose en su cuerpo de blanca porcelana.

Se sintió entonces uno con él, comenzando a moverse en un rítmico vaivén, sosteniéndole contra su cuerpo con un brazo en su cintura. Podía escuchar de nuevo su corazón golpeando contra sus costillas, como si le hablara al suyo.

Le llenaba de caricias afectuosas, y de palabras sublimes de un amor no comunicado con anterioridad. Con poesías sin rima le tejía la tela de araña para envolverle como un caballito balancín, batiendo sus alitas mientras la araña rosa le manifestaba su amor eterno.

Oh cuanto amaba a ese conejo blanco que aquel día llegó con los pies cansados, con un reloj al cuello y la carita empapada en sudor. Perlada su piel, tal cual ahora lo estaba. Algunas tazas caían dispersas por el mantel y otras se rompían al tocar suelo. La mesa seguro se quejaba del rítmico vaivén que con la creciente pasión aceleraba y profundizaba las estocadas.

El coro de sus gemidos se elevó por lo alto hasta que ambos, agotados, alcanzaron las puertas del Nirvana. El conejo jadeaba agotado de tal faena, sintiendo como el sombrerero lo atraía. Quedando este sentado sobre el mullido, y lleno de decorados, sillón rojo que se encontraba justamente en la punta principal de la larga mesa. El conejillo quedó a horcajadas sobre él, aun sintiendo luego como su amante le alzaba para salir de él.

Volvió a capturarle en sus brazos, aprisionando su cintura de tal forma que no pudiera huir. Atrapó su boca en otro beso, buscando su lengua con la propia, danzando como un par de serpientes.

El conejito rompió el beso, mirándole con una ceja enarcada y los ojos llenos de picardía.
-Ha sido la mejor Hora del Té a la que he asistido.

-Contigo, esta ha sido definitivamente la mejor de todas que yo he ofrecido.

Volvió a besarle, jugando nuevamente con la colita esponjosa sobre las nalgas suaves, apretujándolas con travesura solo para oírle nuevamente soltar un quejido. Rió nuevamente, mirándole con suspicacia para pronunciar:

-Creo que me gustaría tener otra fiesta de té, conejito.

Sin más se levantó, cargándolo cual doncella, camino a su casa.
El Té servido en la cama seguro tendría un sabor más delicioso…
Notas finales: Hope you liked it n.n
dejame saber tu opinión porfavor n_n see you the next time, bye!

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