Una vez más su cuerpo, hermosa piel morena y frágil deliciosa al tacto, se encuentra debajo de la pálida y suave piel perteneciente al perfecto ser que conforma el cuerpo de su hermano, la acaricia con inmenso amor. Ambos palpan sus ardientes seres con caricias desesperantes.
Llora.
¿Felicidad o tristeza? ¿Que siente?
Ninguna, debajo de la protección de aquellos fuertes brazos nada importa.
Ni el hecho de que carece de la vista.
Le ha entregado sus ojos al único ser, la persona que más ama. Y la que los merece mas que nadie.
Todos los hermosos paisajes, objetos y personas que antes podía ver ya no significan nada. Pues el, su amado hermano, está a su lado. Y a través de sus besos, le enseñara con infinita pasión los colores de las sensaciones.
Gime el nombre de su amante, sobre sus rojos labios, sus cabellos quebrados negros tal cual noche se enredan en exquisitos movimientos.
El calor es prueba única de lo mucho que aquello les causa placer, pero sus ojos entre cerrados de éxtasis son resultado del amor que se profesan.
¡Basta de tonterías!. ¡La culpa no existe!... ¡Mas bien la culpa no debería existir!
¡Ni siquiera la palabra pecado debería conformar parte de su vocabulario!
El pecado no es que aquello sea incesto, sino que aquella emoción no es comprendida.
-Madara.- Susurra perceptiblemente, y la nocturna mirada del otro le presta atención. -Hermano mío.- Llama suplicante y el mayor con un mudo gesto le pide continuar.
-¿Esto está mal?- Se detiene. Izuna siempre duda a pesar de estar seguro de lo que quiere, esa pregunta necesita de una respuesta, sólo oyéndola de los labios de quién lo besa sabrá que es verdad.
-¿Está mal que te ame?- La voz del mayor suena segura. Con su toque extasiante y masculino. -Pequeño hermano... No debes creer que esto está mal.- Sus labios afilados se posan en la boca que contiene un sabor delirante para sus sentidos. -Por que simplemente es... Amor.- Y sonríe como con nadie, pues nadie es digno de su sincera sonrisa, más que Izuna.
El menor sonríe débilmente, se siente un tonto al dudar en un momento tan maravilloso como aquel.
Pero su hermano mayor no lo culpa, todos dudarían al percibir el rechazo de la gente... El rechazo de sus propios padres...
Madara lo embiste con mayor fuerza al sentirse cercano al clímax. Derrama su dulce esencia en el interior del menor, que se curva de placer y ambos sueltan un gemido final.
Jadean normalizando su pulso, Madara a quedado sobre el cuerpo de su hermano, siente como su pecho de piel morena sube y baja.
-Sólo quisiera que ellos comprendieran.- Sabe que se refiere a la familia que los abandono, aquella que a pesar de haberlos maltratado tanto el aún adora, no puede evitar sonar lleno de tristeza con su voz baja.
Le duele verlo deprimido y con sus ojos apagados, sus hermosas orbes carentes de luz... ¿Acaso aquellos ojos pueden lucir aun mas muertos, aun cuando a el le parecen tan bellos espejos?.
Gruñe molesto y no por que lo este con el menor.
-Eso es lo que hace a nuestro amor tan único y especial.- Muestra una tierna sonrisa y acaricia su rostro cálidamente. -Tan único e infinito como tú sobre humana belleza.- Lo hace sonrojar como a una rosa. Le encanta ver las mejillas de su pequeño adornadas con aquel tono tan inocente.
Da un casto beso.
E Izuna al fin a comprendido que prefiere ser un monstruo de la sociedad antes que tener que dejar a Madara.
Por que inevitable y bizarramente lo ama.
Para su felicidad sabe que el mayor le corresponde.
Y nada debe importar en el mundo, ni siquiera que vivan en un cuarto espantoso carente de todas las comodidades necesarias, más que el amor puro, ardiente e inagotable que ha nacido y vive entre ellos rompiendo toda regla lógica y moral, pues es producto de dos simples hermanos que hicieron caso a la indescriptible voz de su corazón