Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Boku wa koko ni iru (Estoy aquí) por Prongs

[Reviews - 1]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del fanfic:

Mucha introspección. No lo lean si buscan algo light (o pervertido, jaja).

Es inútil.

 

Al separar con lentitud los dedos de sus desgreñados cabellos y abrir los ojos, se encontró nuevamente con esa alfombra improvisada de papeles arrugados y garabateados alrededor de sus pies.

 

Lo único que yacía en cada uno de ellos eran palabras vacías. Frases repetitivas, encriptadas a tal punto en su propio código personal que apenas él mismo lograba comprenderlas.

 

Frunciendo el ceño antes de abandonar el frío piso – el único lugar libre de hojas a su alrededor – y comenzando a juntar su desastre, intentó no entrar en pánico al darse cuenta que su segundo día de total improductividad acababa de terminar.

 

¿Qué necesidad tenía de reprocharse el estar bloqueado? A todo el mundo le pasaba, ¿no?

 

Qué fácil es disculparse así.

 

Sí, demasiado fácil. Creía, de todas formas, que por una vez estaba bien caer en la generalidad.

 

Lástima que no pueda aplicarlo a todos mis problemas, concedió, haciendo una mueca de disgusto.

 

Con la vista fija en el techo, esforzándose en ignorar semejante desperdicio de recursos naturales, recogió cada uno de sus vanos intentos de composición y se repitió que, por mucho que extrañara después un lápiz, la próxima vez utilizaría la computadora.

 

Qué extraño es no escucharlos.

 

Las risas a las que estaba más que habituado, había descubierto, le ayudaban a cubrir en gran medida la ausencia o demasía de sus emociones según correspondiera. Aunque por momentos se les fuera la mano, sus amigos se divertían siempre y se aseguraban de que él no se quedara fuera.

 

Si supieran lo dependiente que soy, también le encontrarían la gracia, pensó, tratando de restarle importancia. Eso sí que no era algo sencillo, teniendo una prueba vívida de la verdad bailándole en la cara.

 

Shuu les había dado unos días libres, alegando que a todos les vendría bien el descanso, y hacía cuarenta y ocho largas horas y treinta y cinco casi igual de largos minutos que no veía a ninguno de sus compañeros. Sin duda iba a ser una semana interminable, sobre todo si continuaba empeñado en no perder la cuenta ni de un segundo que pasaba.

 

Tirando por fin los papeles al cesto, decidió continuar con la limpieza a pesar de la hora. Siempre le ayudaba ordenar para aclarar un poco sus ideas, aunque esta vez prometía ser un reto especial, considerando que no tenía idea alguna dentro de su cabeza.

 

Probablemente era ése el problema. No había nada de lo que debiera ocuparse, nada con lo que pudiera distraerse, nada que le llamara especialmente la atención. Nada.

 

Las salidas a ese dilema con las que estaba dando su mente no le agradaban. Ciertos pensamientos que nunca debían alcanzar la luz amenazaban ahora con apropiarse del espacio vacante y de ninguna manera iba a permitirlo. No podía permitirlo.

 

Soy un cobarde, pensó por inercia, bastante habituado al calificativo.

 

Después de dos días enteros sin dormir, no le quedaban ganas ni de repudiarse a sí mismo. En cuanto terminara, con suerte estaría lo suficientemente cansado para dormir y al despertar se sentiría mejor. Algo positivo habría seguro; faltaría menos tiempo para que se terminaran las mini vacaciones que más que un respiro habían terminado siendo un tormento.

 

Le pareció que fue solo un instante después de percibir que el cansancio se apoderaba finalmente de él cuando el teléfono sonó casi dejándole sordo, sus oídos demasiado acostumbrados al silencio reinante.

 

Un par de zancadas flojas y estuvo junto al aparato en cuestión. Sus dudas sobre responder se desvanecieron como si no hubieran existido al caer sus ojos sobre el identificador de llamadas.

 

- ¿Ryo?

 

Entre las oleadas de preocupación que le golpeaban, un atisbo de diversión asomó a su rostro. Soy terrible, se aseguró a sí mismo, apretando el puente de su nariz. Si tuviera un censor de patetismo, seguramente hubiera alcanzado el máximo en milésimas de segundo. Lo que le tomó decidirse a contestar sabiendo quién era, más o menos.

 

Pero por una vez, la tecnología le parecía su amiga. Podía volver a oír esa voz que tanto espacio llenaba en él.

 

- ¿Ryo? – apremió, no escuchando más que una tenue respiración del otro lado de la línea.

- Satoshi – fue todo lo que pronunció el otro. Y luego, silencio.

 

El aludido parpadeó, confundido.

 

El baterista podía estar borracho. No sería la primera vez que lo llamaba en ese estado. Sin embargo, no había arrastrado la única palabra que se había formado en sus labios. Aunque había que considerar que su nombre solo tenía tres sílabas también. No podía juzgar qué sucedía exactamente con tan poco material.

 

- ¿Tienes insomnio? – soltó casualmente, forzándose a permanecer tranquilo - Si dormiste toda la tarde, no te quejes por no tener sueño ahora.

- No dormí toda la tarde – fue todo lo que consiguió.

 

Aun así fue suficiente para su propósito. La voz de Ryo se escuchaba cristalina. La comparación no podía antojársele más justa, pues tal como el cristal se le antojaba frágil. Como si de un momento a otro fuera a quebrarse, a pesar de no revelar debilidad en ese preciso momento. A pesar de no revelar nada en ese preciso momento.

 

Apretó los dientes, casi rechinándolos. ¿Cuál sería la probabilidad de que Ryo estuviera con Nii, jugándole una broma? Pesada, pero broma al fin. Sin dudas no era infinitesimal. Era, de hecho, bastante alta. Los dos conocían su tendencia a pasarse siempre películas trágicas en la cabeza aun cuando tuviera el mínimo de información disponible para trabajar. La fatalidad siempre había sido algo inherente a sus pensamientos y no podía desprenderse de ella sin desprenderse de una parte de lo que era, lamentablemente.

 

- ¿Estás bien, Ryo? ¿Ocurrió algo? – qué más daba darles en el gusto. Si le hacían la víctima de sus pullas daban a entender, aunque fuera de manera retorcida, que también lo extrañaban.

- Satoshi – volvió a llamarle el aludido, ajeno a sus preguntas – Ven.

- ¿Qué? – inquirió, boquiabierto. ¡Eran las tres de la mañana!

- Ven – luego, un clic. Y luego, silencio.

 

Sintiendo una urgencia violenta por hacer uso de sus cuerdas vocales para lanzar un grito de frustración, Satoshi se aprestó para salir y elevó una plegaria a la nada, no exactamente concerniente a su propia seguridad en las calles.

 

Por favor, que sea una broma. Por favor, que esté bien.

 

Evaluando todas las razones que podría tener Ryo para llamarle y pedirle semejante acto a una hora tan extraña, el trayecto se redujo prácticamente al tercio de lo que realmente era. Antes de que se diera cuenta, estaba saludando al portero del edificio del menor con un gesto de cabeza y abalanzándose por las escaleras hasta llegar a su piso. En una situación donde no sabía exactamente cuán precioso era el tiempo, perderlo esperando el ascensor no era una opción válida para él.

 

Tocó el timbre una, dos, tres veces. Sacudió la cabeza. Tal vez estaba en el baño, o tenía puestos auriculares. No tenía que ser necesariamente algo alarmante.

 

Pero lo era.

 

Después de casi tirar abajo la puerta, retrocedió un poco al notar que la dura madera se había tornado en piel blanda y cálida de repente.

 

- ¿Satoshi? ¿Qué haces aquí?

 

Un somnoliento Ryo se encontraba frente a él, con cara de no entender mucho más que él lo que sucedía. Aquello definitivamente no era algo bueno, pero se alegró tras escanearle y no haber encontrado ningún daño aparente a pesar de ello.

 

- No me tomes el pelo – protestó, lanzando una mirada hacia adentro. Luchaba contra la sonrisa que quería reclamar territorio en su rostro, doblemente motivada por ver a Ryo y por verlo a salvo.

- De acuerdo – concedió el otro, dictándole con un simple gesto que pasara de una vez porque quería seguir durmiendo. O al menos, no seguir parado.

 

Al llegar a la sala los dos se dejaron caer sobre el sillón, Ryo acurrucándose contra uno de los brazos, inconscientemente poniendo distancia entre su compañero y él.

 

- No es que me esté quejando, pero a algunos nos gusta dormir durante la noche – comentó en medio de un bostezo, consiguiendo que Satoshi saltara a la defensiva.

- No tienes derecho a quejarte. ¡ me llamaste!

- ¿Yo te llamé? – repitió Ryo, incrédulo.

- Sí. Y no sonabas dormido como ahora – le informó cortante – Así que despabílate y dime qué era tan importante como para que no pudiera esperar a que fuera de día.

- Me gustaría, pero no lo sé. Estaba dormido, genio. ¿Soñaste que te llamaba pidiendo auxilio o algo así? Eres terrible – soltando una risotada tras hacer eco a sus pensamientos, el baterista abrió un ojo para dedicarle una mirada divertida y algo que no pudo descifrar del todo. Probablemente, sueño.

- No estoy bromeando, Ryo – sentenció, mirándole fijo – Tú me llamaste. Yo no soñé nada. No puedo soñar cosas nada cuando ni siquiera estoy dormido.

- Bueno, hay gente que sueña despierta – le refutó el otro, encogiéndose de hombros - Aunque esa gente por lo general sueña cosas más alegres, claro. ¿Pero cuándo has sido tú como el resto de la gente? Nunca, la verdad. Me gusta pensar que no eres gente. Me gusta pensar que eres Satoshi y nada más.

 

El aludido alzó una ceja, notando con varios segundos de tardanza que su amigo estaba en proceso de perder la conciencia del mundo otra vez. Estaba hablando más consigo mismo que con él, y las cosas que decía lo desconcertaban, además de las veces que repetía una y otra vez las mismas palabras.

 

- Eres demasiado especial como para pensar distinto – dijo el dueño de casa al fin, como dando por cerrado el asunto, y como si tuviera todo el sentido del mundo su razonamiento. Si es que podía llamársele razonamiento.

 

Satoshi suspiró, resistiendo las ganas de sacar al otro de su recién recuperado descanso. Con toda la suavidad que pudo, se puso de pie y fue hasta el cuarto de Ryo, volviendo con almohada y manta en mano. Tras asegurarse de que el menor estaba efectivamente cómodo, o todo lo cómodo que podía estar recostado allí, se alejó y salió del apartamento, negándose a quedarse. Negándose a mirar atrás, a tomar en serio las cavilaciones de alguien más dormido que despierto por mucho que sus palabras hubieran removido cosas en su interior.

 

Como esperanzas guardadas y empolvadas, por ejemplo.

 

No. Aun si estaba hablando en serio, solo quiso decir que soy especial por ser raro y por ser uno de sus amigos. Nada más.

 

Era casi doloroso irse así, sin entender nada. Sin poder detener el flujo de preguntas dentro de su mente, ni los deseos de darse la cabeza contra la pared hasta apagarse. Hasta ya no ser conciente de todo lo que tenía y todo lo que le faltaba. Hasta que la necesidad de estar con sus amigos ya no fuera motivo de vergüenza, hasta que sentirse solo pese a tenerlos ya no le molestara, hasta que su egoísmo dejara de repugnarle, hasta que…

 

- O-Oi! Qué agallas que tienes, viniendo a despertarme y yéndote después como si nada, kisama.

 

Satoshi alzó la vista del piso, ladeando levemente la cabeza. Qué real que era la alucinación que estaba experimentando. Qué corpóreos que se sentían los brazos pequeños de Ryo alrededor de su torso y qué calor que desprendía su figura a pesar de no estar allí de verdad.

 

- ¿Te enojaste? No quise dejarte hablando solo, es que todavía tengo algo de sueño – al notar que no iba a recibir respuesta, el baterista agregó - Vamos. Dime algo.

 

¿Qué podía decirle? ¿‘Explícate’? ¿Pedirle perdón y salir corriendo? ¿Tendría sentido disculparse cuando ya ni estaba seguro de que estuviera ahí con él? Tal vez sí había soñado que Ryo lo llamaba. Era una alternativa tan lógica que no podía menos que odiarse por no haberla contemplado antes.

 

De los tres, la ausencia de Ryo era la que más sentía, por motivos que religiosamente se encargaba de exiliar al último rincón de su consciencia, por razones que ignoraba de manera sagrada desde que había descifrado sin querer hacerlo realmente por qué sus relaciones jamás funcionaban. Por qué siempre, pese a todo, en el fondo algo le molestaba en cada una de ellas. La ausencia de algo que no llegaba a especificar, que parecía no necesitar definiciones cuando estaba junto al baterista.

 

Por momentos se atrapaba hasta extrañando el hedor de sus cigarros y se regodeaba en hechos tan simples como poder desordenarle el pelo, saludarle por las mañanas, escuchar su risa colmar algo más que el ambiente a su alrededor. Detalles pequeños que parecían grandes, porque eran todo lo que tenía.

 

- Satoshi, entremos, ¿si? – le sacó Ryo de su ensimismamiento - Por salir a perseguirte creo que me clavé algo en el pie, me duele como la puta madre.

 

No necesitó oír más para tomar una de sus muñecas y llevarlo casi en vilo de vuelta al departamento.

 

- ¿Eres estúpido? ¡Cómo sales a la calle sin zapatos! – le gritó exasperado, tendiéndole en el sofá y levantando sus dos pies para buscar el objeto insolente.

- ¿Quién es el estúpido? ¡A quién se le ocurriría salir de su casa en plena madrugada solo para ir y volver sin razón!

- ¡Tenía una razón! ¡Creí que te pasaba algo, maldita sea! Me dijiste que-- - se frenó de pronto, juzgando inútil explicarlo – Ya encontré lo que te clavaste. Es una espina. Bastante insignificante, si me permites decir--

- No te permito nada – le cortó Ryo, ceñudo – Quítamela.

- Necesito una pinza.

 

Satoshi se paró, aliviado de que fuera solo un pequeño trozo de madera, y regresó con el botiquín que él mismo le había obligado a comprar y guardar en el baño.

 

- Esto es tu culpa – le recriminó su compañero, frunciendo el ceño y la boca al notar el ardor del agua oxigenada – Tú y tus condenados delirios. Debería haberte cerrado la puerta en las narices.

- Pudiste haberlo hecho – concedió, cansado – Pero escogiste dejarme pasar y después no dejarme ir. Nadie te pidió que fueras amable.

- No les pides a tus amigos que sean amables, cabeza dura. No hace falta, porque si lo son tienen que aguantarte igual aunque sean las cuatro de la mañana o de la tarde.

- Mh. Qué profundo que te pones a esta hora. Creo que voy a venir a verte más seguido.

 

Ryo le miró por un momento a los ojos, tras haber retirado su mancillado pie del alcance de sus inquietos y fríos dedos, como si midiera pros y contras de morder el anzuelo que le había lanzado.

 

- Ja-ja, qué gracioso – soltó con sorna, solo para añadir después con una sonrisa sincera – Sabes que siempre eres bienvenido aquí, Satoshi, en especial si consigo despejar un poco las nubes de tu cabeza.

 

 ¿Nubes?

 

- Si quieres dormir, duerme, Ryo – dijo, siendo más brusco de lo que pretendía - No tengo ganas de escuchar tus filosofías de sonámbulo.

 

De nuevo haciendo una pausa, como si quisiera atravesarle con la mirada, el menor pareció enfrascado en una batalla interna.

 

Esta vez, decidió comerse la carnada.

 

- ¡Mierda, Satoshi, estoy hablando en serio! ¿Por qué no puedes hablarme en serio? ¿A qué le tienes miedo? ¡Estamos solos!

 

Ese es el problema.

 

- Estoy hablando en serio – se defendió, a pesar de que solo era mitad verdad y las verdades a medias no existían – No entiendo a qué te refieres. ¿Desde cuándo hablas en acertijos?
- No es un acertijo. Siempre traes al menos una nube negra sobre la cabeza, Satoshi. Hacerte el tonto no va a hacer que me olvide de eso, ¿sabes? A veces es apenas visible, a veces parece que tienes tu propio diluvio privado, a veces es un intermedio. Yo lo veo, ¿sabes? Puedo ser todo lo infantil y egoísta que quieras, pero me doy cuenta.

 

Atrapado.

 

Incapaz de mirar a Ryo directamente, el vocalista cerró los ojos y apretó otra vez el puente de su nariz, teniendo la impresión de que comenzaría a hiperventilar si no se tranquilizaba.

 

Transparente era una palabra que se le venía a la mente. Patético era otra.

 

La mejor táctica que se le ocurría era cambiar de tema. Evadir, dilatar.

 

- Lo siento, no debí venir a despertarte, Ryo.

- ¿Me quejé de eso acaso? – cruzando sus piernas en posición de loto, el más bajo soltó una carcajada tardía – Bueno, sí, me quejé, pero no en serio. Ya estoy despierto. Hablemos, Satoshi.

- Estoy bien. Mentiroso. Es solo que no he podido escribir nada y me siento--

- Inútil – completó por él el baterista – Me imagino, aunque es gracioso cómo te empeñas en amargarte. Shuu no nos dio un receso para componer.

- Lo sé.

- ¿Entonces? ¿Por qué eres tan adicto a atormentarte?

 

Cuán directo podía ser su compañero, era en momentos como ése cuando precisamente no deseaba saberlo.

 

No le gustaba el melodrama. Lo aborrecía, de hecho. Detestaba a las personas que transformaban su vida en una tragedia griega por cualquier pequeño contratiempo que se les presentara.

 

Era tan fácil refugiarse en eso, no obstante. Tan fácil usar de escudo su angustia para no ser verdaderamente feliz y arriesgarse a fracasar en el intento. Arriesgarse de verdad a ser herido en el proceso.

 

El adjetivo cobarde cobraba entonces más significado que nunca para él.

 

- Satoshi, si crees que me puedes ignorar estás equivocado. Te daré unos minutos, pero ninguno va a dormir ni a ir a ningún lado hasta que hables. Así que anda preparando esa vocecita tuya, mientras yo me entretengo con algo.

 

Cumpliendo su palabra, Ryo alargó un brazo y tomó el teléfono para revisar sus mensajes.

 

Satoshi tragó saliva con dificultad, sintiendo su garganta cerrada casi con hermetismo. Quitó el cabello de que cubría la mitad derecha de su rostro solo para reemplazarlo con su mano, deseando despertar aunque sabía que no estaba soñando.

 

- Oh – exclamó Ryo, llamando su atención – Qué curioso.

- ¿El qué? – se las arregló para preguntar.

- Es que marqué, ya sabes, el botón de rediscado. Y no me mates, pero sí fui yo el que te llamó.

 

Tras declararlo sin dificultad alguna, el baterista colgó el aparato inalámbrico y se dedicó a mirarlo con ojos muy abiertos y expectantes, sin que una pizca de vergüenza por semejante acto asomara a sus facciones redondeadas.

 

- ¿No estás enojado?

- ¿Por qué debería estarlo? – todo lo contrario. Estaba aliviado. Era algo menos que tenía que explicar, después de todo.

- ¿Porque te saqué de la cama a las tres de la mañana, quizá?

- No estaba en la cama. Y además…

 

Además.

 

¿Voy a decírselo?

 

Será él el que se enfade si lo hago.

 

- Además – repitió, dándole tiempo a su voz tomada por un llanto inexistente a responderle – Estás bien.  No, no puedo decírselo. No directamente. Creí que te había sucedido algo, pero estás bien. No puedo enojarme.

- De verdad, eres increíble – cambiando de posición para abrazar sus piernas y apoyar la cabeza en sus rodillas, Ryo soltó una risita clara y añadió con sencillez – Si me hacías lo mismo, yo te rompía el teléfono en la cabeza.

- No te hubieras levantado en primer lugar.

- No, claro que no. Pero en la mañana te mataba.

 

No hablaré. Arriesgaría demasiado. No vale la pena.

 

No hay posibilidades. Ninguna. Ni una sola.

 

- ¿Cortaste con tu novia otra vez? – preguntó el más bajo, dedicándole una mirada indescifrable.

- Sabes que hace tiempo no tengo una, Ryo – le respondió, frunciendo el ceño - ¿Por qué me preguntas eso?

- Porque me estoy durmiendo, genio –señaló, frotándose los ojos con torpeza – Y si me duermo te vas a ir.

- ¿Y? Duérmete.

 

Tras fulminarle con la mirada por lo que a Satoshi se le antojó una eternidad, el más bajo le propinó una buena patada en una pierna. Le tomó tan de sorpresa que no pudo siquiera quejarse, ni detener al menor cuando se le vino encima y terminó tirándolos a ambos al piso, él abajo, recibiendo lo peor del golpe.

 

- ¡Eres un maldito hipócrita! – despotricó Ryo, agarrando con fuerza el cuello de su chaqueta – Con que somos amigos, ¿eh? ¡Amigos, una mierda! ¡Los amigos no se hacen esto! ¡Está bien que me creas un idiota sin remedio, pero podrías contarme qué te come la cabeza! Pero no. No tiene caso, ¿verdad? ¿Para qué contárselo a Ryo, el que jamás crece, si no va a decirte nada útil?

- Ryo, no--

- ¡BASTARDO! ¡Por mí, te puedes ir al demonio! – continuó sin escucharle, cada vez respirando con más irregularidad - ¡Anda, vete de aquí! ¡Ve a casa de Shuu o de quién sea, ve a casa de alguien en quien confíes!

- ¡A veces hay cosas que no puedes contarle a nadie, Ryo! ¡Te lo estás tomando para el lado que no es! Simplemente--

- No te quiero escuchar – le interrumpió, soltándole finalmente - Lárgate.

 

Sin poder encontrar fuerzas para siquiera ponerse de pie, el vocalista lo miró desde el suelo apenas enderezándose, deseando no haber salido de su casa. No haber mirado el identificador de llamadas, no haber contestado. No estar frente a un Ryo furioso y ofendido, que jamás iba a olvidar lo que acababa de hacer.

 

Los ojos le ardían como brazas encendidas, sin que pudiera atreverse a cerrarlos. Apenas parpadeaba lo indispensable para ver nítida la escena en la que él solo se había condenado a estar.

 

Con cada movimiento de sus párpados, sus mejillas se humedecían un poco más, y era tal el silencio que hasta le parecía escuchar el sutilísimo sonido de cada gota aterrizando en su piel.

 

Los pies de Ryo, todo lo que podía captar su campo visual, permanecían crispados de ira e inmóviles. Parecían los de un muñeco, desnudos y blancos, y cual muñeco su dueño se mostraba ajeno a lo que tomaba lugar frente a él.

 

Satoshi sabía lo único que haría ceder la tensión en esos pequeños dedos. Por su maltrecha cabeza se le pasó la idea de llamar una ambulancia, único medio que se le ocurría para salir de allí en las condiciones en las que se hallaba, pero un médico no podría ayudarle. No existía intravenosa que le pudiera devolver lo que Ryo acababa de drenar de su cuerpo. Además, claro está, de la demanda que enfrentaría si llegaba a pedir una unidad de emergencia para recoger a alguien sin un solo rasguño.

 

No supo cuánto tiempo después sus manos se mostraron más complacientes que sus piernas y accedieron por fin a moverse. Logró sacar su celular de un bolsillo y pedir un taxi, luchando por hacerse entender con su voz quebrada y mínima.

 

Supuso que debía sentir dolor. El dolor sería reconfortante, si fuera capaz de sentirlo, en lugar del frío que se había apoderado de cada una de sus células. Solo sentía la vaga presencia de las lágrimas corriendo por su rostro, incluso la molestia en sus ojos parecía  haber sido apartada a favor del vacío en el que, a pesar de que poco a poco se estaba poniendo de pie, se iba precipitando más y más.

 

Avanzó tropezando hasta la puerta, calzándose por pura inercia, y mientras giraba la manija de la puerta se atrevió a romper el silencio impuesto por el otro, antes de concederle su deseo y abandonar su casa.

 

- Lo… lo lamento, Ryo – susurró apenas – No eres tú el problema. Soy yo. No puedo confiar a nadie lo que me pasa… porque no sé lo que me pasa. Lo único que sé es que te quiero y me aborrezco por haberte ofendido de este modo. No te molestaré nunca más, lo prometo.

 

Aguardó en vano unos instantes, por si recibía alguna clase de respuesta. Aunque fuera un insulto, cualquier cosa que reemplazara aquel mutismo insoportable. Mas nada pasó y terminó de salir del apartamento, obligándose a cumplir con su palabra.

 

Lo último de lo que tuvo conciencia fue del sonido del taxi, arrancando con él en su interior, y del vértigo creciente que lo engullía.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).