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El cantante por GirlOfSummer

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Notas del fanfic:

Hey! hace tanto que no me ponía a escribir slash, pero esto me pareció original y digno de escribirse, obviamente esta historia está basada en "El cantante" de Hector Lavoe, aunque ninguna de las situaciones o personas son reales, todo es ficticio, sólo ubicado en un momento histórico específico.

Notas del capitulo: Primer cap.! espero alguien lea! jaja, vemos como nuestros personajes se conocen y bajo que condiciones :)

El cantante

1. ¡Salsa!

La noche era calurosa como una noche cualquiera de verano en Nueva York, las calles principales inundadas de neón y peatones eran algarabía pura de unos supuestamente prósperos años 70 que apenas cumplían sus primeros 4 años de vida; 1973 era el año, y como década que nacía, se sabía de antemano que muchas cosas más nacerían con ella. En algunos sitios menos privilegiados de la urbe los punks se reunían en violentos juegos de slam y a oler pegamento, pero esa era una furia blanca ajena a las personas que se arremolinaban afuera de un tugurio no menos peligroso y subterráneo que aquellos que frecuentaban los chicos ansiosos por escuchar a Los Ramones.

Hombres de amplias solapas, camisas impecables, pantalones entallados y zapatos perfectamente boleados, chicas de lápiz labial rojo, faldas al vuelo y zapatos de tacón alto, todos compartían una característica, el color caramelo en su piel, los ojos chocolate, el cabello negro, el jaleo inconfundiblemente latino. Latinos en Nueva York esperando entrar a un baile protagonizado por ese nuevo y exuberante ritmo que los identificaba y era joven y fresco, el nombre de “salsa” comenzaba a popularizarse de boca en boca, y todos… absolutamente todos querían bailar salsa.

Dos o tres despistados de rubio cabello estaban a la expectativa también, parecían completamente fuera de lugar, pero se notaba que habían puesto especial esfuerzo en camuflarse con el resto de la concurrencia. Pero era un hombre joven de casi dos metros de altura quien llamaba la atención, ojos verdes como el de las botellas y cabello negro, tez blanca, no era latino, tampoco un niño blanco, su estilo era mediterráneo, y era más llamativo porque no trataba en absoluto de pasar desapercibido, caminó con paso firme hasta la puerta, donde un robusto sujeto que parecía tallado en caoba resguardaba la entrada, el sujeto predijo que era dominicano, o cubano aunque no tenía ese estilo altanero de los segundos.

-¿Quién está hoy? –preguntó en perfecto español.

-Un chico nuevo, ¿quieres entrar?, regresa a la fila –ordenó el corpulento guardia.

El sujeto alto sonrió de lado, “un chico nuevo” sonaba prometedor para su causa, estaba ahí por una y sólo una razón, y no saldría de ahí sin cumplir su cometido. Asintió y obedeció, esperó fumando un cigarrillo, podía escuchar los sonidos provenientes de adentro del local, los trombones y las timbas siendo afinadas. La fila comenzó a avanzar y se agilizó el acceso al lugar.

Entró y era justo cómo se lo imaginaba, ya había estado en montones de antros así antes, pero presentía que este era especial. Nombrado simplemente “Garibaldi”, aunque no tenía un nombre oficial, se le había quedado ese apelativo porque antes había sido un restaurante mexicano con ese nombre. Había un par de mesas, todas las sillas ocupadas, aunque si conocía a estos latinos como de verdad los conocía, a la primera nota de la orquesta se pondrían de pie y bailarían. A veces de verdad deseaba poder bailar como ellos lo hacían, pero era un torpe italiano con dos pies izquierdos, aunque con un oído especial para detectar talento.

Cuando las luces se atenuaron y sintió empujones de la gente que quería encontrar un buen sitio para bailar supo que era momento. Sonrió ante el fenómeno que se presentaba en ese tipo de conciertos, la gente quería bailar, no estar cerca de la orquesta y el cantante. Los primeros acordes sonaron y al frente de una orquesta bien ensamblada se plantó un chico que el hombre adivinó no tendría más de 22 años. Era carismático, moreno y de ojos color miel, pudo ver ese detalle porque los ojos claros en los latinos eran difíciles de ver, rostro afilado, nariz grande pero respingada, delgado, alto, vestido con pantalón café y camisa beige, peinado perfectamente estilo garzón. Comenzó a cantar y su potente voz sobrepasaba a la orquesta, destellaba arriba del escenario, y cantaba sobre la tierra que posiblemente no conocía pero sus padres sí, cantaba sobre Puerto Rico. La gente bailaba a su lado, era impresionante lo que ese joven que, de no ser porque tenía un micrófono en su poder, pasaría desapercibido para la mayoría de los neoyorquinos en el subterráneo, o que algún vivo con buen ojo querría meterlo de modelo.

Puso atención a la orquesta, había músicos muy medianos, pero otro chico joven, el trombonista, llamó también su atención. Sonrió, ahí estaba lo que estaba buscando.

El joven cantante sonreía y bailaba y estremecía con su voz, cantó mayormente canciones ya conocidas en el mundo de la salsa, pero hizo que una o dos sonaran mejor con él que en su versión original. Era talento puro, lo tenía todo, era joven, era encantador.

Desde que conoció ese ritmo latino, salsa le decían, le agradó la forma en cómo todos esos inmigrantes legales, pero la mayoría ilegales se juntaban en un sitio y se movían al ritmo lleno de sabor de esa música que encontraba sus orígenes en sitios que él no conocía, pero que quería conocer.

Una o dos veces alguna chica atrevida lo invitó a bailar, pero diciendo la verdad (que no sabía) tenía que declinar la invitación. Se mantenía atento a ese trombonista de ojos negros, cejas pobladas y rostro redondo de rasgos infantiles, pero sobre todo en el joven que cantaba pregones jíbaros. Cuando hacía descubrimientos como el de esa noche no sólo se sentía orgulloso, sino feliz, completamente feliz.

Aguardó vigilante a que el concierto acabara, y en cuanto éste hubo terminado que escabulló tras bambalinas. Otro hombre corpulento intentó cortarle el paso.

-¿A dónde cree que va?

-Necesito hablar con el cantante y el trombonista –respondió simplemente.

-¿Los conoce?

Se quedó pensando y del bolsillo trasero de su pantalón extrajo su cartera, de donde extrajo una tarjeta de presentación.

-Mira… -le dijo al hombre de seguridad-, ¿me crees ahora que necesito hablar con ellos?

Atónito, el guardia asintió sin dejar de observar la tarjeta y luego lo dejó pasar. Odiaba tener que hacer uso de su nombre, y más que de su nombre, del nombre de su jefe.

Desde luego y como era de esperarse el sitio no era glamuroso y a penas si estaba acondicionado para un evento de aquella índole, caminó a lo que adivinó habían sido las cocinas del restaurante y los vestuarios de meseros y cocineros. Escuchó risas, de mucha gente, desde luego, toda la orquesta y el cantante debían estar juntos, no tenían un camerino para cada uno. Cauteloso se asomó y vio aquel festejo hispano. Los músicos pararon de reír al notar al intruso quien tomó el silencio como su momento de entrar.

-Buenas noches caballeros –saludó-, excelente concierto –sonrió, tenía una sonrisa tranquilizadora que provocaba que la gente confiara en él.

-Qué bueno que le gustó –un hombre de bigote, el guitarrista, recordaba bien, le sonrió; conocía bien a esa gente, mexicano adivinó.

-Quisiera hablar con… -con la mirada buscó a quienes le interesaba, para su fortuna estaban juntos, el trombonista sentado en un banco alto y el cantante junto a él de pie con una toalla alrededor de su cuerpo-. ¡Con ustedes dos! –les lanzó una mirada y los jóvenes fruncieron el entrecejo confundidos-, ¿me podrían acompañar a un lugar privado?

-¡Momento, momento! –otro de los mayores intervino, recordaba haberlo visto tocando las percusiones, por su ritmo y por su forma de mirar supo de inmediato que era cubano de nacimiento.

-No les voy a hacer daño, vengo de Shuar Records –dijo sabiendo que era infalible lo que acababa de decir.

Todos lo miraron atónitos, incluidos los jóvenes con quienes quería hablar. Escuchó como un sujeto canoso que fumaba un puro los alentó a seguirlo y obedientes, los jóvenes se acercaron al intruso, y los tres salieron a un pasillo.

-Permítanme presentarme-, comenzó –soy Alonzo Giulanotti –les sonrió –represento a todos los talentos de Shuar Records, estoy seguro que han escuchado de ella.

-¿Estás loco? –el trombonista alzó ambas cejas-, ¡Shuar Records es lo mejor!, los mejores graban para ustedes.

Alonzo rió ante la reacción y luego miró al cantante que se habían mantenido callado hasta el momento.

-Pues como bien lo dijiste –concedió el italiano-, los mejores graban para Shuar y me parece que ustedes podrían ser incluidos en tan selecto grupo.

Finalmente el cantante abrió la boca, pero simplemente para reír, reír descaradamente con sarcasmo.

-¿Pretendes que te creamos? –dijo, su voz no era menos imponente sin micrófono que con él.

-No tengo por qué mentirles –respondió Alonzo, ese joven era altanero, pero estaba acostumbrado a tratar con verdaderos astros de la salsa y sabía cómo manejarlo.

El trombonista miró a su compañero atónito, no creía que se estuviera rehusando a un ofrecimiento de Shuar Records, lo conocía de años, ambos se habían criado juntos en el lado latino del Bronx, y sabía que coleccionaba todos los vinilos que Shuar lanzaba al mercado.

-¿Nos permite hablar a solas? –el instrumentista de viento dijo y jaló a su amigo lejos del italiano.

-Te deslumbras con todo lo que brilla –antes que el otro hablara, el cantante le dijo.

-Es Shuar Records, ¿no lo escuchaste?

-Yo no quiero vivir de esto, y lo sabes… -entornó los ojos.

-Puedes seguir estudiando y seríamos famosos –su amigo presionó.

El otro giró los ojos y luego, suspirando, asintió, regresaron a donde Alonzo los espera, había encendido un cigarrillo pero en cuanto los jóvenes llegaron lo lanzó al suelo y lo pagó con la punta del pie.

-¿Y bien?

-¿Qué tendríamos que hacer? –fue el cantante que, con tono arrogante, preguntó.

Alonzo sonrió, si lograba que esos dos talentos grabaran para la disquera donde trabajaba sabía que llevarían el nombre de Shuar y de la salsa a otro nivel.

-Miren… -ofreció una tarjeta –ahí viene la dirección, preséntense mañana a las 3, preparen algo sorprendente, van a tocar frente a Santa Rosa.

-¡Wow! –nuevamente el trombonista era quien mostraba entusiasmo-, David Santa Rosa es el mejor trombonista de todos los tiempos, lo juro… -sonrió, era su ídolo y era dueño de Shuar Records.

-Espero no te pongas nervioso –Alonzo sonrió y palmeó la espalda del joven-, los espero… ¿cuáles son sus nombres?, para que la recepcionista los anuncie.

-Sergio Cruz –el primero en responder con una gran sonrisa fue desde luego el trombonista. Alonzo asintió esperando la respuesta del otro.

-Eugenio Ponce –como no queriendo, finalmente soltó su nombre.

-Muy bien, los espero Sergio y Eugenio –se despidió Alonzo.

-¡Todos me dicen Cruz! –alcanzó a gritar y Eugenio simplemente lo miró desaprobatoriamente.

Cuando Alonzo finalmente desapareció de su vista, ambos se miraron, Eugenio supo que su amigo estaba entusiasmado, negó con la cabeza.

-No te hagas ilusiones, ese hombre es sólo un lacayo de Santa Rosa –odiaba tener que romper los sueños de su amigo, pero era necesario.

-¡Dios!, Eugenio, eres muy negativo –Cruz respondió riendo.

***

Las 3 de la tarde era una hora relativamente calmada en Nueva York, Cruz y Eugenio tomaron el subterráneo y luego caminaron un par de cuadras para llegar a las oficinas de Shuar Records que estaban en una zona llena de edificios empresariales. El lugar imponía mucho, sobre todo al saber qué clase de leyendas habían grabado ahí y cuántas más estaban por labrar su propio mito.

Ingresaron y una bella joven en la recepción los miró con una sonrisa burlona.

-No se aceptan demos –les dijo.

-¿Qué? –Cruz, con estuche de trombón bajo el brazo, no entendió.

-Tenemos una cita con el señor Giulanotti –Eugenio se molestó de la actitud de la joven y sacando el pecho, dijo orgulloso.

-Oh –ella se sorprendió-, ¿nombres?

-Cruz y Eugenio.

Fueron anunciados y de inmediato los dejaron pasar, la chica los miró entrar completamente sorprendida, eran muy jóvenes, debían ser condenadamente talentosos, conocía al pie de la letra las reglas de Shuar Records, nadie podía presentarse sin cita previa y no valía la pena audicionar si no habían sido previamente aprobador por el señor Giulanotti, quien sólo llamaba a los mejores.

En el pasillo ya los esperaba Alonzo, miró el reloj.

-Llegan cinco minutos tarde –los llamó con la mano-, Santa Rosa odia la impuntualidad –declaró como si hubieran comenzado con el pie izquierdo.

Los tres ingresaron a un cuarto bastante sencillo, con las paredes tapizadas con cojinetes y una ventana rectangular en una pared, un estudio de grabación. Dentro ya estaba un sujeto regordete de bigote y patillas blancas como la ceniza, ojos pequeños pero inteligentes, vestido de traje pero sin saco, corbata roja: David Santa Rosa. Al observarlo, Cruz se comenzó a poner nervioso, Eugenio lo supo por cómo sus pasos y su andar habían cambiado.

Santa Rosa los estudió y luego miró a Alonzo y le asintió, el italiano caminó hasta quedar parado junto a su jefe.

-Sorpréndanos –dijo.

Eugenio y Cruz se miraron mutuamente y asintiendo, el cantante le dijo a su amigo que él fuera el primero.

Sacó el trombón de su estuche de piel algo maltratado, sin embargo el instrumento estaba impecable. Comenzó a tocar un solo que había estado practicando durante algunas semanas, observó a sus duros jueces y al no verlos adorando lo que estaba haciendo, se decidió a improvisar y las cosas cambiaron, Alonzo sonrió y Santa Rosa comenzó a mover la cabeza al ritmo de las notas.

Terminó, el aire le faltaba pero no importaba, el sólo ver como su exigente público lo miraba era suficiente.

-Muchas gracias señor Cruz –Santa Rosa le dijo, era su forma de felicitarlo.

Posteriormente Cruz guardó su trombón al tiempo que Eugenio daba un paso al frente y comenzó a cantar una de las canciones más difíciles en catálogo de Shuar por su registro, la cantó como si fuera un día de campo, la canción le quedaba corta. Una canción que se había hecho famosa en voz de Raymundo Valenzuela, la primera estrella real lanzada por Shuar, muerto muy joven en un accidente automovilístico en la cumbre de su fama.

Al terminar pudo estudiar con detenimiento las expresiones de Giulanotti y Santa Rosa, el primero sonreía y el segundo tenía sus pequeños ojos completamente abiertos. Eugenio estaba completamente al tanto de su talento, pero simplemente no quería vivir de su voz, quería tener algo verdadero de lo cual aferrarse, una oportunidad que sus padres no habían tenido, quería tener una carrera y por eso estudiaba Arquitectura.

-Perfecto –Santa Rosa habló-, tengo grandes ideas para ustedes dos –fue muy vago y luego simplemente salió.

-¿Eso qué significa? –confundido, Cruz preguntó.

-Le gustaron, probablemente está pensando en cómo sería bueno lanzarlos, mientras… tú –señaló a Eugenio –debes venir diario a ensayar, probablemente te grabemos con orquesta, y tú… -señaló a Sergio –es muy probable que seas el próximo gran trombonista de Shuar.

-Yo no puedo ensayar diario –de inmediato, Eugenio saltó-, estudio, ¿sabe?

-¿Por las noches? –Alonzo trató de ser comprensivo.

-Está bien –se cruzó de brazos.

-Muy bien, los veo aquí mañana, espero que sus contratos estén redactados para entonces –les sonrió.

-¿Así nada más? –Cruz no lo podía creer.

-Así nada más –aseguró Alonzo.

Ambos chicos salieron del lugar, atardecía y decidieron ir a comer algo juntos, aunque hasta que estuvieran en su barrio latino, donde se sentían seguros.

Mientras, Santa Rosa estaba en su oficina haciendo llamadas, firmando documentos y escuchando grabaciones que próximamente serían lanzadas. La oficina era enorme y estaba repleta de montones de discos de oro, de fotos, de trofeos y en una esquina el tocadiscos incansable.

-¿Soy tu mejor cazatalentos o qué? –Alonzo ingresó sin anunciarse, era el único privilegiado que podía hacer eso.

-Buenos hallazgos –Santa Rosa asintió prestándole atención a su joven amigo italiano.

-Ese chico va a conseguir todo lo que Raymundo no pudo –Alonzo aseveró, pero al recordar al músico muerto algo de amargura se apoderó de su voz.

-No quieras repetir la historia de Raymundo en Eugenio, no le serviría a él… ni a ti –lo miró significativamente.

-No te preocupes.

Pero Santa Rosa conocía a Alonzo bastante bien, ese “no te preocupes” le erizaba los vellos de la nuca.

Notas finales: Creo que eso es todo por hoy, gracias si leen, gracias si dejan comentario.

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