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The Truth of My Destiny~ por Desuka

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Notas del capitulo:

Pues..solo lamento haberme demorado TANTO, pero con el colegio y mis ansias de subir mi promedio de notas...bueno, entenderán que mi vaguedad cobra su precio este año xD


Espero que les guste, y MUCHAS GRACIAS a todos los que pasan y dejan su review en este fic eterno y lento :'3


P.D: Después de este capítulo, las cosas irán más rápido lol 

 

 IV. 

 

 Madeleine subía con dificultad la interminable escalera, sujetándose al barandal de madera color caoba como si su vida dependiera de ello. Elizabeth miraba atentamente cada movimiento de la peli castaña, casi con morbo, procurando estar atenta ante cualquier eventualidad que le pudiera suceder.

 “Se va a caer…En cualquier momento se va a caer, y yo me reiré de ella…”pensó la ojiazul, entre alarmada y resignada, mientras echaba disimuladas miradas hacia los pies lentos de la pálida Madeleine, que fruncía los labios con frenesí conforme iban subiendo los escalones.

 Alex, que había percibido de inmediato el cojear de Madeleine y la preocupación de la morena, optó por esperar que la misma ojiverde le confesara lo que ya sabía de antemano (su caída en el autobús), pues conocía a la perfección el carácter orgulloso aunque amable de la muchacha, quien nunca, y menos enfrente de personas que no le agradaban, aceptaría su peor defecto: ser una condenada torpe.

 -Lamento tener que comunicarles que mi cuarto está asqueroso-se disculpó la chica con sarcasmo, con los labios todavía apretados producto del dolor-, pero ustedes vinieron bajo su propio riesgo, así que…

 -Maddie, no hay nada más repulsivo que la habitación de mi hermano-le recordó Alex, risueña y asqueada a la vez-. No creo que en tu cuarto haya calcetines con salsa y un bulto de extraña procedencia que se mueva en su interior, ¿verdad?

 La aludida negó con una mueca de asco en los labios, recordando una escena terrorífica en casa de Alex, hace unos meses atrás, un día de verano en que decidieron entrar al cuarto de Derek a escondidas, encontrándose con una “grata” sorpresa sobre su cama. Elizabeth rió, sin entender mucho de lo que hablaban, pero imaginando miles de razones por las cuales Madeleine pondría esa incomparable expresión de rotunda repugnancia.

 -¿De qué te ríes?-preguntó Maddie, extrañada y algo enfadada luego de escuchar la risita de la pelinegra.

 -De tu cara...

 Y le sacó la lengua. Maddie sonrojó, y acomodó su flequillo tratando de pensar en un contraataque, al unísono que les abría la puerta de su cuarto con el semblante rígido de la concentración.

 Alex y Elizabeth entraron al mismo tiempo, precedidas por Maddie. La ojiazul contempló la habitación con lentitud y sorpresa: las paredes estaban pintadas de color celeste pálido; el suelo, por otro lado, estaba forrado en alfombra, y notó que solo había una ventana, cuya ubicación se asemejaba mucho a la de su propio cuarto.

 -Les dije que estaba desordenado-dijo Madeleine, algo enfadada, apagando el televisor con el control remoto.

 Y aunque la cama estuviera hecha un caos, aunque en el piso solo se viera ropa y algunos cuadernos, y de las paredes colgaran decenas de posters de grupos y cantantes de música, el cuarto, sintió Elizabeth, transmitía una extraña sensación de paz, de femineidad y delicadeza.

 “Esto es perturbador-pensaba-, porque si Maddie tiene ‘uno de esos’ en su interior, todo lo que la rodea debería de adquirir, como por ley, su aura oscura, su esencia maligna…”

 Una rubia melena se agitó frente a sus ojos, interrumpiendo sin querer los pensamientos que la desconcertaban en ese instante. Parpadeó; Madeleine se había acomodado en su cama con mucha dificultad, ocultando el dolor de su pierna, y Alex saltaba por todas partes, admirando el cuarto de su amiga y haciendo comentarios de los nuevos afiches que tenía pegados en las paredes.

  -¿Te vas a sentar?-curioseó Maddie con el entrecejo fruncido, viendo que Elizabeth seguía plantada en medio de la nada. La pelinegra lo interpretó como una forma de ignorar a Alex, y reaccionando casi al instante se sentó (para sorpresa de Maddie) a la cabeza de su cama, hundiéndose un poco en las colchonetas y quedando muy cerca de la semi pelirroja.

 -Oye, Mad…-comenzó Alex, apuntando y sonriendo como boba un afiche donde salía J*stin Timb*rlake.

 -¡Que no me digas “Mad”!-se quejó la aludida, enrojeciendo por la furia y procurando ponerle suficiente énfasis en el “no”-. ¿No ves que suena como si trataras con una loca? ¡Pensé que eso había quedado claro la semana pasada!

 Elizabeth nunca habría reparado en ese detalle si es que Madeleine no lo hubiese acotado.

 -¡Pero…! Es lindo… ¡Suena tierno!-se defendió Alex, haciendo pucheros desde la ventana, dándole la espalda al poster de Timb*rlake.

 -¡No me interesa si suena bien o…!

 -Mad…-la interrumpió una suave voz que venía desde muy cerca-. Mad… Suena gracioso…

 -Te prohíbo que te rías, Elizabeth-le advirtió, enrojeciendo, la chica de ojos verdes.

 Pero un sonoro ruido proveniente del piso de abajo las puso en alerta.

 -¿Esperas a alguien más?-preguntó Alex, extrañada.

 Madeleine se limitó a negar con la cabeza. Parecía igual o más sorprendida que sus compañeras.

 -Que raro…-comentó, liberándose de las mantas de su cama y encaminándose hacia la puerta de su cuarto dificultosamente. Antes de poder siguiera tocarla, otro ruido más fuerte que el anterior le hizo dar un violento brinco a su corazón, y el trío se miró, estupefacto, buscando la fuente del peculiar sonido…que a los pocos segundos distinguieron como el celular de Maddie.

 -Imbécil, tu teléfono casi me asesina-le reclamó Alex otra vez, llevándose una mano al pecho; sin embargo, el susto la había divertido más que enojado-. ¿Dónde lo tienes?

 Elizabeth miró a la semi pelirroja buscar su pequeño teléfono portátil entre un montículo de ropa puesto en su escritorio; como ahí no se encontraba, Maddie dedujo que solo existía un lugar más donde podría estar el maldito aparato, al que no veía desde ayer en la noche.

 El celular estaba debajo de su cama.

 “-¿Por qué ahí?”-se lamentó, e instantáneamente sintió una leve punzada de dolor en la rodilla, como si ésta advirtiera lo que su propietaria estaba a punto de hacer.

 Intentó agacharse, estresada por el molesto y ridículo realtone que tenía su celular, pero la herida de su rodilla chilló y se abrió bajo sus delgados pantalones de piyama, produciéndole escozor y un dolor asesino. Contuvo con mucho esfuerzo las ganas de gritar, sin poder evitar que un par de lágrimas brotaran de sus ojos y se perdieran en la alfombra del piso; creyó que nadie lo notaría, hasta que escuchó una suave voz desde arriba, y fue cuando cayó en la cuenta de que estaba muy cerca de Elizabeth, quien la miraba fijamente con esos intimidantes ojos azules que tanto la atravesaban…

 -Maddie, ¿estás bien?-preguntó casi en un susurro la pelinegra, procurando que Alex no notara nada.

 Era extraño; esto sucedía en cámara lenta para Maddie, pero en realidad…solo habían pasado unos cuantos segundos.

 -Sí, tonta-le dijo en el mismo tono de voz, agachándose más y por ende, abriéndose más la herida.

 Arrugó los ojos para ocultar su dolor.

 -¿Me pueden ayudar a buscarlo?-dijo finalmente a las dos chicas, que luego de un “sí” unísono, se agacharon y tantearon con sus manos bajo la cama de Madeleine. Fue Alex quien encontró el celular; contestó, y su extrañeza se contagió a las demás.

 -Pe-pero… ¿Cuánto llevan allá abajo?-preguntó con los ojos como platos-. ¡Le diré que abra la puerta!

 Colgó. Miró a Maddie, que seguía en el piso, y con la voz cargada de risa le dijo:

 -Adivina quiénes vinieron a verte, Mad: Sabina, Noelle, Constance y Daphne están abajo.

 No es necesario especificar el grado de deformación que el pálido rostro de Madeleine Neighwood adoptó en cuestión de segundos, ni la sorpresa en los ojos de Elizabeth, que poco o ningún deseo tenía de ver al cuarteto.

 

 

 -¡Maddie!-chilló Sabina luego de que la puerta se abriera y las cuatro entraran a la casa,  abalanzándose sobre la castaña y dándole un gran abrazo que casi la mata.

 -¡Sabina, suéltame!-dijo una ahogada Madeleine que intentaba zafarse del constrictor abrazo con todas sus fuerzas. “¿Por qué vino?”-pensó, suspirando, luego que el oxígeno le llegara nuevamente a los pulmones. Sabina, al igual que sus amigas, estaba empapada por la lluvia que afuera caía sobre la cuidad.

 -¿Cómo estás, Maddie?-preguntó Noelle un poco frívola, después de ver el energético abrazo que las chicas “se habían” dado.

 -Pues ahora bien-contestó la aludida, sentándose en un sillón-. ¿Y ustedes? Pudieron avisarme antes que iban a venir, ¿no creen?

 Las muchachas se miraron, divertidas, mientras saludaban a Alex.

 -Es que verte enojada nos gusta-confesó Daphne, dedicándole una gran y cómplice sonrisa a Elizabeth, a quien quiso dejar para el último saludo.

 “-Con que no soy la única ala que le divierte verla hecha una fiera…”-pensó Elizabeth.

 -¡No tenía idea que Betty también vendría a verte!-exclamó Sabina, percatándose por primera vez de la presencia de Elizabeth, quien no pudo evitar sonrojarse.

 -Ah, sí, sí…-la ojiazul desvió la mirada, sin entender por qué lo hacía. No esperó que Sabina le dedicara un abrazo igual de fuerte que el que le había dado a Madeleine.

 -¡Me alegra verte aquí!

 Maddie solo frunció el entrecejo. No le agradaba ver a Sabina, y mucho menos tenerla cerca… Aunque ese abrazo tan efusivo, muy muy en el fondo de su corazón, era lo que le había molestado en realidad, cosa de la que dio cuenta mucho tiempo después.

 -¡Mad!-gritó de pronto Alex, para sorpresa del grupo, señalándole la pierna con un tembloroso dedo-. ¡Tu…tu rodilla!

 Todas dirigieron sus miradas hacia Madeleine. La parte de su rodilla estaba cubierta por una mancha grande y oscura, que posiblemente era…

 -¡Sangreeeeeeee!-Constance chilló y se tapó la cara con las manos, aterrada. Elizabeth abrió mucho los ojos, y mientras las demás adoptaban dolorosas muecas de dolor, la pelinegra se apresuró y rompió el pantalón de Maddie, antes de que éste se quedara pegado a su delicada piel.

 -¡Pero que…!

 -¡Imbécil!-le espetó Elizabeth, furiosa por algún motivo que nadie conocía-. ¡La herida es demasiado profunda para que no esté cubierta por una venda o algo similar! Tu mamá te dejó curado el corte ayer, ¿verdad?

 Todas guardaron silencio, tal vez por la impresión que les dejaba el saber que Elizabeth había estado en casa de Madeleine, o simplemente porque no sabían que Maddie estaba lastimada. Sin embargo, Betty ni se preocupó del impenetrable silencio que invadió el living durante unos segundos.

 Maddie se sonrojó.

 -Sí… La curó… Tú estabas cuando pasó, tonta, así que no preguntes-fue lo único que su mente le permitió gesticular sin parecer una idiota.

 Elizabeth volteó la cabeza hacia las cinco chicas que la miraban, estupefactas, y con voz fuerte les pidió que la ayudaran a subirla por las escaleras hasta su cuarto.

 -Está bien-aceptó Sabina-, pero creo que Constance no está en su mejor momento…

 E indicó a la castaña, que continuaba tapándose la cara con las manos.

 -Bueno, entonces ayúdenme ustedes…

 Y con pesar, las cinco tomaron a Maddie (que opuso resistencia) y la cargaron por las escaleras hasta llegar a su cuarto y acomodarla en su cama. La herida todavía sangraba mucho, pero a la ojiverde no parecía importarle demasiado.

 -A ver… Maddie-la semi pelirroja dio un respingo; Elizabeth comenzaba a llamarla por su apodo-. ¿Sabes dónde guarda tu mamá las cosas de primeros auxilios?

 -Pues claro que sé, no soy una imbécil-le espetó, molesta, aunque creía que esa reacción había sido innecesaria-. Está abajo, en el baño…

 Sin más preámbulos, Elizabeth salió del cuarto en busca del botiquín. El grupo, chispeando incertidumbre y curiosidad, comenzó a charlar.

 -Que extraño es que Betty se preocupe por ti, Maddie-dijo Daphne un poco fastidiada: Elizabeth nunca había demostrado el menor interés por dirigirle siquiera la palabra, a pesar de que solo estuvieran como compañeras de banco un par de días y sin considerar que debía de ser muy intimidante para la nueva chica ser el centro de atención.

 -Es que…-pero Madeleine no tenía respuesta para aquello. Aunque, ahora que lo veía, sí era muy raro que una completa desconocida la cuidara tanto…

 “¿Me cuidara? ¡Eso sonó extraño!”-se dijo para sí, algo avergonzada.

 -Betty es una buena chica-afirmó Alex, asintiendo con la cabeza-. Quizás solo le diste un poco de pena, Mad.

 Todas rieron, excepto Madeleine, claro.

 -De cualquier manera-Noelle miró hacia la puerta, verificando si venía o no Elizabeth-, Betty ha dejado un gran revuelo en el colegio. Creo que todas te matarían, Maddie, si supieran que…

 Sabina abrió mucho los celestes ojos, y golpeó a la pelirroja Noelle en el brazo.

 -¡No digas eso!-la regañó-. Además, Liz entrará a nuestro grupo, y ahí nadie podrá decir o hacerle algo.

 Miró de soslayo a Maddie, esperando una respuesta en sus delicadas facciones, cosa que no sucedió.

 -Ha, ¿ahora le dicen Liz? Me vale lo que hagas con ella, Sabina, la verdad-objetó la ojiverde guardando silencio, pues Elizabeth ya estaba en el umbral de la puerta cargando una pequeña cajita blanca entre sus manos. Mientras la morena abría el botiquín y sacaba cosas que ella no distinguía y sus compañeras volvían a hablar entre ellas, Madeleine había reparado en varias cosas a la vez:

 1. Constance todavía se tapaba la cara, y estaba en un rincón.

 2. Elizabeth parecía tenerle lástima.

 Y la que más la atormentaba:

 3. Sabina seguía mandándole indirectas que nunca respondería, como le había dicho hace unos dos meses en el patio del colegio, un soleado atardecer de otoño en el que jamás imaginó la idea de no volver a mirar a su mejor amiga directamente a los ojos…

 

 *Flash back*

 Aunque estuviera recién comenzando el otoño, ya había un dulce manto lleno de matices vainilla y café que cubriera la tierra del enorme patio y la arena bajo sus pies. El viento, por otra parte, les azotaba la cara y les removía las ropas y el cabello con frenesí, malcriadamente. Se miraban la una a la otra, como si todo, incluyendo sus vidas, dependiera del permanente contacto visual entre ellas, y aunque el momento pudiera verse extraño, en realidad era solo una charla amistosa entre dos amigas.

 O eso… quería creer.

 -Maddie…-comenzó la rubia y alta muchacha, sonrojándose al pronunciar ese nombre.

 -¿Dime?-contestó la otra, más bajita y más hermosa que la primera, también tiñendo sus mejillas de un delicado y pulcro rosa pálido, quizás por el mero contagio del rubor de la chica rubia.

 -Yo…-sabía que era una excusa, que en realidad el plan de hacer ese grupo era una absurda idea, como se lo había dicho incontables veces la castaña-. Ya sabes, vengo a hablarte de eso, del grupo, a confirmar si entras o no…

 Madeleine trazó una mueca en sus carnosos y pequeños labios, gesto que enterneció y complicó todavía más a la ojiceleste, si es que era posible.

 -Ya sabes lo que pienso de esa idea, Sabi-le dijo con sinceridad y un poco de hastío; el tema lo habían tratado casi todos los días por teléfono y charlando en clases, pero al parecer, a la rubia no le había quedado clara su decisión-. Aunque creo…que no es eso lo que me quieres decir, ¿verdad? Porque no hubiera sido necesario quedarnos hasta tan tarde en el colegio, siendo que…

 Sabina, siguiendo a su corazón, interrumpió a Madeleine tomándola de las manos. La ojiceleste temblaba, y sentía el molesto latir agitado de su corazón en el pecho, pero no permitió que sus nervios, ni el agobiante palpitar, cortara el contacto visual.

 -¡Sa-sabi! ¿Qu-é, qué…?-comenzó Maddie, sonrojándose aún más.

 -Tienes razón, Maddie…Yo…-respiró entrecortadamente-. No es realmente de lo que quería hablarte.

 ¿Por qué?

 -¿Entonces…?

 El que Maddie no le haya soltado las manos le dio coraje, una pequeña e inútil gota de esperanza…

 -Bueno, es que, yo…

 ¿¡Por que!?

 -Me estás asustando, Sabi…

 Tragó saliva, intentando articular las palabras que tanto anhelaba decirle desde que se conocieron; pero su cuerpo, y peor aún: su maldito e ingenuo corazón la traicionaba. En menos de un segundo sintió como sus brazos se movían solos, y peor aún, como su rostro parecía manejado por hilitos invisibles del demonio, hilos que la conducían a la perdición, al fin…

 A los carnosos labios de Madeleine Neighwood.

 *Fin Flash Back*

 

-¡Auch, eso me duele!

 Un suave contacto contra su piel lastimada la trajo devuelta a la realidad. Buscó al responsable, y vio unos largos y blancos dedos curarle la herida de su rodilla con mucha pulcritud, como si estuviera acostumbrada a hacerlo.

 -Es que el corte que te hiciste es tan superficial-se burló la pelinegra-. Por suerte sé algo de curaciones, porque esto-indicó con un ademán la rodilla- se pondría muy feo si no lo curamos de inmediato.

 Las manos de Elizabeth Rumsfield servirían para sanar, diría su madre, porque si Madeleine veía el trabajo que la ojiazul estaba haciendo y lo comparaba con el que hacían algunas alumnas en práctica que su madre apadrinaba, el de su compañera era extrañamente mejor.

 -Maddie, no sabíamos que te habías caído, menos de esa manera-dijo con reproche una voz que ahora le incomodaba escuchar. Al parecer, mientras ella viajaba por su mente al pasado, Elizabeth había aprovechado para contarles como Madeleine se había hecho esa herida.

 Se giró, y vio los celestes ojos de Sabina sobre ella igual que esa vez, sintiendo con malestar el mismo ardor en su mano que la torturó, luego de volarle la mejilla en el patio del colegio a su ex-mejor amiga.

Por eso la inquietaba su perseverancia, el que le siguiera hablando, intentando algo con ella...

 -Nadie sabía, excepto Elizabeth y Alex-dijo cortante, dedicando mucho esfuerzo en observar otro lugar que no fuera la alta y rubia muchacha. Sabina dejó que una sombra invadiera sus ojos, cosa que Noelle percibió, a su lado.

 -Listo-concluyó Liz, palpando despacio la venda que rodeaba la rodilla de Maddie. Ésta, avergonzada y sintiéndose una estúpida, le agradeció con una tímida sonrisa.

 -Betty, no tenía idea que sabías de primeros auxilios-celebró Daphne, que había visto hipnotizada todo el proceso de curación y ahora admiraba un poco más a la chica de ojos azules. ¡Primero salvas a Alex de morir ahogada, y ahora impides que Maddie se desangre!

 Noelle asintió con la cabeza energéticamente, y vio que Constance ya volvía a destaparse la cara y se acercaba con lentitud a la cama de Maddie.

 -Espera… ¿Alex? ¿Qué sucedió…?

 -Es que Elizabeth…-se apresuró a contestar la misma Alexandra, relatándole en breves palabras lo acaecido durante el almuerzo de ese día.

 -Ah, vaya… Increíble, Elizabeth; parece que hubieras llegado para salvarnos a todas.

 La pelinegra sonrojó.

 “Si supieras…”

 -P-por fin…no más sangre por hoy –agradeció la castaña Constance, cuyos ojos miel denotaban todo el alivio que su propietaria era incapaz de verbalizar.

 -Ah, Constance eres muy sensible a la sangre, ¿verdad?-recordó Alex. La aludida asintió.

 -Oh, esto…No les he ofrecido nada-dijo de pronto Maddie, un poco culpable-. ¿Quieren algo de tomar o de comer…?

 Sabina soltó una risotada.

 -Tonta, aunque nos ofrezcas, nosotras tendremos que bajar a la cocina a buscarlo, porque de ningún modo permitiremos que te pongas de pie y nos arriesguemos a verte morir desangrada a mitad de camino.

 Constance tembló, y todas asintieron, divertidas.

 -Es verdad, tú quédate aquí y ni se te ocurra moverte-le advirtió Alex, poniéndose de pie y encabezando al grupo, que se disponía a bajar las escaleras-. ¿No quieres nada, Mad?

 -¡No me llames Mad! Y no, gracias, Alex…

 Las chicas abandonaron el cuarto de Madeleine, dejándola sola y con tiempo suficiente para procesar todas esas emociones que habían surgido en tan corto período de tiempo.

 -Son muy…-buscó la palabra adecuada, suspirando pero feliz- tontas, por venir a verme…

 Y vio en su rodilla el vendaje que Elizabeth le había hecho, sintiendo de pronto una extraña sensación en su interior que la llenó de energía durante el resto de la tarde.

  

 

-¡Adiós!

 -¡Bye! ¡Tus biscochos estaban deliciosos!

 -Nos vemos mañana, ¿he?

 -Adiós-replicó-. Cuídense…

 -Já, la que debería cuidarse eres tú.

 -¿¡Qué dijiste, Sabina!?

 La alta y rubia muchacha, guiñándole un ojo a Maddie, tomó a Noelle y a Daphne por los brazos y se puso en el umbral de la salida, seguida de Constance, quien se despedía de manera más solemne de sus compañeras.

 -Esperen, yo voy con ustedes-decidió Alex, luego de mirar la hora en su celular-. Papá me matará si llego tarde, así que mejor me marcho ahora… ¿Vienes, Liz?

 -No-dijo Elizabeth, para especial sorpresa de Madeleine-, yo me voy dentro de un rato más; quedé de juntarme con alguien…

 Sabina se giró con emoción, acarreando con ello a Daphne y Noelle.

 -¡Vaya, veo que ya tienes citas, Liz!-exclamó con energía. El cuarteto la interrogaba con la mirada más penetrante que consiguió recrear.

 -N-no es lo que piensan…-suspiró, viendo extrañada  las caras de decepción que sus nuevas amigas adoptaban tras escuchar eso último.

 -No te salvarás de decirnos con quién te juntarás ahora-dictaminó Noelle con una sonrisa pícara que intimidó un poco a la ojiazul-. Mañana nos dirás todo, ¿si?

 -Pues… Quizás.

 -En fin– concretó Alex acomodándose la correa del bolso, un poco urgida-. Hasta mañana, Betty, Mad: ¡Y ni se te ocurra faltar de nuevo!

 -¡Que no me llames Mad!-le regañó mientras se daban un cálido abrazo-. Está bien, espero que no esté muerta para mañana-bromeó, y después de más despedidas con la mano, cerró cojeando la puerta de su casa, quedándose finalmente a solas con Elizabeth en el living.

 Un tenso y sepulcral silencio se había apropiado de la sala. Madeleine recién procesaba la idea de quedarse sola con la chica a la que extrañamente odiaba, y para hacer correr más rápido los minutos, decidió que la mejor idea era pasar el rato hablando que permanecer en afonía.

 -Elizabeth…-dudó-. ¿A qué hora te vas a juntar con…con ese alguien desconocido?

 Elizabeth sintió las dos esmeraldas de Madeleine posarse en su frente, como si ésta no quisiera mirarla de manera directa a los ojos.

 -Tipo siete y media, espero.

 “¿Espero? ¿Qué quiso decir con eso?”

 Esas –y otras muchas preguntas más- atormentaron el cerebro de Madeleine un infinito par de segundos.

 -Para eso-dijo, incómoda, echando un vistazo rápido al reloj que colgaba desde la pared del living-falta una hora y veintidós minutos…

 La pelinegra quiso confirmar el dato, y también escudriñó la hora en el circular aparatito de madera, que produciendo un gracioso “tic-tac” indicaba que eran las seis y ocho minutos.

 -Espero que no te moleste si me quedo aquí un rato…-balbuceó Betty- Aunque vivo bastante cerca, la verdad, pero como no traje paraguas…

 -No…No te preocupes, Elizabeth; además, yo…-no sabía porqué, no entendía cómo era posible que hace solo media hora Madeleine Neighwood sintiera la aversión más venenosa del mundo hacia Rumsfield, y ahora, de la nada…

 -A-además, fuera hace frío…-concluyó con la voz más firme y monótona que pudo conseguir.

 -Gracias-fue la única respuesta que le dio la pelinegra, que sintió también el diminuto cambio en la atmósfera que las rodeaba. Como a pesar de esto seguía incómoda, la chica de ojos azules optó por sentarse en el sillón más cercano que tenía a su disposición, cosa que Maddie no imitó.

 -Pues…ah…-comenzó la ojiverde, sintiéndose una estúpida, pero algo la detuvo, y ese algo era un triste destello dorado que Elizabeth miraba de pronto con demasiada atención. Se trataba de la punta de un marco de foto que reposaba sobre una única y pequeña mesita circular, ubicada justo en medio de los tres sillones que repletaban el living, que, a impresión de Elizabeth, aunque era espacioso y lujoso tenía e inspiraba cierto aire sombrío.

 La pálida chica de ojos verdes, a sabiendas de lo que dicha foto le provocaba, se acercó a ella en completo silencio, algo nerviosa, con fe en que Elizabeth, sintiendo el renovado denso ambiente entre ellas, no hubiera visto todavía la desvencijada foto que el dorado marco protegía con recelo.

 Y sin embargo, aunque todo lo vaticinaba, Madeleine no esperó que la alta muchacha le preguntara lo que tanto temía.

 -¿Quiénes son los de la foto, Maddie?

 Esa era una foto que provocaba la peor de las iras y penas en Madeleine, quien optaba, cada vez que la miraba, por girarla o esconderla. Curiosamente, siempre volvía a aparecer sobre la mesita, reluciente y más brillante que la última vez que la veía, y la chica tenía la certera idea de que su madre era quien se encargaba de ello, de revivir y abrirle las heridas de su corazón, al sacar sin miramientos el marco de entre los restos de comida que reposaban podridos en el basurero de la cocina.

 -Son…-sintió un nudo en la garganta; no se esperaba ese golpe bajo, y odió a Elizabeth cuando sintió en su pecho que el corte se abría otra vez. Pero, por otro lado, esa pregunta inocentemente hecha le había enternecido el espíritu…

 Y sin saber bien el porqué, abrió los carnosos labios con lentitud, y pronunció simplemente las palabras que más le habían costado articular en toda su vida.

 -Somos mi mamá, yo, mi hermano y mi padre.

Notas finales:

Gracias nuevamente por leerme u.u


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