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The Truth of My Destiny~ por Desuka

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Notas del capitulo:

Quedó más largo que los anteriores...

Me costó mucho encontrar tiempo para terminarlo, pero por fin lo conseguí *-*

Espero que les guste. Como dije, ya se viene la acción lol, y el nombre de los capítulos pasan a ser de solo una palabra.

 

 

 

Pronto Elizabeth lamentó haber abierto la boca, porque si bien la torpe de Maddie no había esbozado rastro alguno de tristeza, su presencia se había tornado más débil y melancólica que de costumbre.

 -Sí, es mi familia…-afirmó Madeleine más para sí misma que para su “invitada”.

 -Ah, hmm…-no sabía que decir, como actuar, pero entendía un poco ese dolor al evocar sentimientos y recuerdos de familia.

 -Familia…-repitió Elizabeth con voz apagada.

 Callaron un buen rato, quizás hasta horas. Madeleine, que no esperaba algún comentario acerca de la foto, nunca le había dicho a alguien que ese hombre pelirrojo, de piel bronceada y ojos pícaros era su padre, ni que ese chico alto, delgado, de cabello castaño claro y sonrisa eterna era su loco hermano mayor.

 -Pero, Maddie, tu vives con tu mamá…

 Volvió de golpe a su casa, al lúgubre living y a la constante presencia de Elizabeth en un sillón.

 -Sí, ¿y?-dijo intentando terminar rápido la conversación-. No hay nada de malo en eso, ¿ver…?

 Pero la ojiazul se puso de pie y se le acercó peligrosamente.

 -No tienes por qué responderme así, no lo hice con malas intenciones…

Su piel blanca y sonrosada brillaba en medio de la oscuridad que poco a poco se apoderaba del living, y Madeleine podía admirar con más cautela los rasgos de su compañera, cosa que no había hecho hasta ahora, y le sorprendió divisar unos débiles esbozos de pecas en su perfecta y respingada nariz.

 -Entonces, ¿me enseñarás a hablar?-le respondió con sarcasmo, en un intento de ocultar el leve rastro de nerviosismo que se apoderó de ella durante una milésima de segundo. La pelinegra rió, volviendo a tomar distancia de ella, llevándose las manos a los bolsillos de su blazer azul marino oscuro.

 -No, boba, pero no tienes por qué tener esa actitud conmigo. ¿Qué te he hecho?

 -Buena pregunta-soltó Maddie, debatiéndose si sonreír o disgustarse-. Es solo que, no sé, tú…

 -…Mi presencia te hace sentir extraña-terminó Elizabeth con misterio.

 -Sí, eh, ¿Qué?

 -Nada, olvídalo…

 -¿Qué es eso de “mi presencia…”? Lo que dijiste-insistió Madeleine, procesando de a poco la idea y dándole la razón a Liz sin decírselo, claro.

 -Nada, en serio, Maddie.

 Callaron otra vez; la ojiverde con exceso de curiosidad, y la ojiazul incómoda, creyendo que había dicho más de lo que debía. Miró nuevamente la hora, y se sobresaltó.

 -¡Me tengo que ir!-exclamó, incrédula de que en una simple y pequeña conversación hubieran pasado veinte minutos.

 -¿Tan tarde es ya?-comentó Madeleine con un poco de decepción, examinando el gracioso palito de zanahoria de su reloj sin ningún interés de dejar ir a Elizabeth, pues la chica había cometido el error de dejarla en medio de la incertidumbre, cosa que no le gustaba para nada-. Pero está lloviendo, y no tienes paraguas…

 -No me importa la lluvia, bueno, sí, pero la cita es importante así que no puedo faltar-objetó la pelinegra, acercándose a la puerta. Agradeció traer consigo su mochila todo este rato, ahorrándose así la molestia de subir al cuarto de Maddie a buscarla, pero no advirtió que la cuasi pelirroja la miraba mordaz e inmóvil.

 -E-ese es tu problema-la escuchó decir, tras darle la espalda-; si no quieres mi paraguas, entonces…

 -Boba, ¿Cuándo me lo ofreciste? Nunca te he oído decir que me lo fueras a prestar.

 Se volteó otra vez, divertida, complaciéndose en los torpes balbuceos de Madeleine, quien buscaba un pretexto convincente para el error de sugerirle el paraguas indirectamente.

 -¡Nadie te lo ha ofrecido, además que…! ¡Ah, tus preguntas me hacen enfadar!-chilló desconcertada, dando un fuerte pisotón contra el suelo de madera; grave error, porque la única afectada fue su rodilla, que producto del dolor la hizo doblarse graciosamente y caer con estrépito al piso.

 Elizabeth, preocupada, fue a socorrerla, pero Madeleine, recuperando el orgullo de hace unos días, la apartó la mano de un manotazo y le advirtió que si la tocaba de nuevo la mataría.

 -¡Bien-le respondió, ya enfadada y cansada de la actitud de la ojiverde-, haz lo que quieras; quédate ahí, desangrándote en el piso, porque yo no pienso volver a hacerte el vendaje!

 Y no era necesario mirar la rodilla de Madeleine para saber que la herida se había abierto otra vez, para colmo de la chica, que miraba furiosa y aturdida cómo la cabellera de la pelinegra desaparecía por la puerta dando un fuerte portazo, dejándola sola en medio de la ya evidente oscuridad que el invierno traía anticipadamente a los nublados y lluviosos días de la estación y de su corazón…

 

 *****************************

 

-No debí, no debí hacer eso…-se culpaba, maldiciendo por lo bajo mientras daba grandes zancadas por la inundada calle, metiendo con fuerza y sin importancia los zapatos en enormes charcos de agua que le salpicaban su contenido y la empapaban más de lo que estaba-. ¡¿Por qué me cuesta tanto controlar mis impulsos con ella?!

 Corrió un poco, intentando liberarse de la rabia que la embargaba. Sabía que no podía tratarla así, que hacerla pasar malos ratos solo acabaría con su mente, pero la pelirroja era realmente una experta para sacarla de quicio, y eso que ni siquiera llevaban dos días de compañeras.

 Suspiró. Estaba a punto de llegar a su destino, pero sinceramente no tenía ánimos para charlar de su protegida con Lynn.

 -Cuando sepa que le grité y la dejé sola me va a matar-se lamentó Liz, avanzando hasta un parque cercano a su casa que siempre estaba desierto; ese día no era la excepción, pues la lluvia funcionaba como un eficaz repelente de gente. Justo en medio de un grupo de árboles jóvenes, divisó a una mujer de unos veinticuatro años cruzada de brazos y abrigada con una bufanda color crema y un abrigo de la misma tonalidad. Su pelo artificialmente rosado, recogido con un pinche y luchando contra la gravedad lucía tan desdeñoso como siempre, y la pelinegra pudo notar en la distancia como sus ojos pardo destellaban por la rabia de la espera.

 Cuando vio que una chica se le acercaba, la mujer relajó los brazos y apoyó sus ojos en ella, deseando con todas sus fuerzas que se tropezara, cosa que no sucedió.

 -¡Me hice vieja esperándote, desertora!-le regañó gritando, fingiendo que la falta era de lo peor.

 -Descarada, tú siempre me dejas esperando por lo menos tres horas-replicó Elizabeth, llegando a su lado con cierto pesar-Además, ya eres vieja.

 Ambas rieron, aunque la mujer procuró que eso durara poco.

 -¿Eres siempre tan educada con tus mayores?-le reprochó, simulando que el comentario le había llegado, cuando reparó en algo bastante obvio-. Oye, ¡pero si estás empapada!

 -¿En serio? Y yo que creía que la lluvia no te mojaba-respondió la ojiazul con sarcasmo, cosa que solo podía hacer con determinadas personas.

 -Qué graciosa, Liz, pero si te resfrías no podrás seguir con la misión, y todo lo que planeamos se irá a la…

 -Ya, si entiendo, no es necesario que blasfemes, Lynn.

  -Ja ja, niñita, yo tengo edad suficiente para…En fin…-concretó Lynn, la peli rosada, temiendo que la discusión se alargara más de lo debido-. Vayamos de una vez por todas al grano. ¿Qué tal te ha ido con Madeleine?

 -¿¡Y ahora te dignas a decirme su nombre!?-reclamó Elizabeth, a quien no le molestó para nada el cambio de conversación, pues estaba acostumbrada a la volubilidad de Lynn-. Tuve que preguntarle a una chica cómo se llamaba, porque no te diste ni la molestia de decirme que…

 -Lo siento, lo siento-se disculpó la mujer, sacando la lengua como una niña pequeña-. Pero dime qué tal la chica, cómo es, no sé, ¡algo!

 Esta vez era turno de Elizabeth para poner mala cara.

 -Bueno-comenzó, enumerando con sus dedos-, la tonta es una desquiciada, inmadura, terca y…

 -No te pregunté si te había caído bien-bromeó Lynn, frunciendo el ceño-. Quiero saber si, ya sabes, si ha actuado de forma rara…

 Elizabeth negó con la cabeza, no muy convencida. La mujer dibujó una mueca en sus delgados labios, y su rostro fresco y vivaz dejó escapar una fugaz gota de preocupación.

 -Es raro-musitó-, por lo menos el Valgyti debió manifestarse ya. ¿Estás segura que…?

 -Sí, estoy segura, Lynn: Madeleine no ha dado muestras claras de que su Valgyti la esté consumiendo… Pero creo que para eso no falta mucho, porque su aura me produce escalofríos…

 -Ya veo… Pues deberás estar alerta-hubo una pausa-. ¿Algo más que deba importarme de la vida de Madeleine Neighwood?

 -Bueno…-dudó Elizabeth, desviando la mirada-. Sí. Hay una chica que es, al parecer, la mejor amiga de Maddie, y hoy actuó un poco extraño… De hecho, de solo recordar su presencia…

 -Era eso lo que necesitaba saber-dijo la peli rosada, alzando una mano para acallar a su joven discípula, al parecer con preocupación-. ¿Quién es esa chica?

 -Pero te digo que no estoy segura… Quizás solo me esté poniendo paranoica, Lynn.

 -Dime cómo se llama, Liz-pidió nuevamente la mujer de ojos pardos.

 -Alexander, pero le llamamos Alex. Todavía no sé su apellido.

 Lynn guardó silencio unos segundos, mientras Elizabeth se apartaba un mechón completamente mojado del rostro.

 -Alexander…-repitió-. No, no sé nada de ella…Solo alcancé a averiguar sobre Madeleine, que tampoco es mucho. Pero quiero que también la vigiles: ¡solo nos falta que otro demonio aparezca…!

 La chica suspiró, recordando la última vez que un Valgyti se les había pasado de largo, y sintió como un espeluznante escalofrío recorría su espalda, carcomiéndose sus nervios lentamente.

 -Por eso te puse en ese colegio-continuó Lynn, sonriendo de medio lado-; además de la coincidencia de que tu madre fuese ex alumna de Cleveland, fue precisamente porque la magnitud del Valgyti que esa chica tiene es impresionante, y ya no podemos arriesgarnos a dejar que brote y la mate, o ahí si que estaríamos perdidos todos.

 -Sí, lo sé; hasta yo sentí esa presencia tan maligna…-comentó Elizabeth, perdida en el recuerdo del día anterior-. Pero por favor-soltó, percatándose de un detalle-, no me obligues a ser su amiga; ¡peleamos a cada segundo! Me tiene harta, y eso que la conocí ayer.

 -¿Con que pelean a cada instante, eh?-dijo amenazadoramente Lynn, carcomiendo con los parduzcos ojos a la chica-. Te dije que no la hicieras pasar malos ratos, que le evitaras exaltarse a mal si podías, y lo primero que me dices es que pelean y pelean.

 La ojiazul miró ofendida a su tutora y maestra.

 -Si vieras como es, te aseguro que ya la habrías ahorcado…

 -De cualquier manera-continuó Lynn, ignorando a la ojiazul-, no te obligo a que seas su amiga: será lo que el destino quiera, y además, esta noche te informo que deberás ir a vigilarla a su casa, pues existe la posibilidad de que el Valgyti si se esté manifestando…pero muy discretamente.

 La muchacha protestó cuanto pudo en su cabeza, pero frunciendo el entrecejo y asintiendo apenas con la cabeza, aceptó su tarea sin remedio.

 -Así me gusta, y por favor, controla tus emociones, Liz, que tu Valgyti no te seguirá ayudando si dejas que todo tu temperamento salga a flote con tanta facilidad, ¿de acuerdo?-y viendo que Elizabeth seguía con el semblante apagado, agregó-: Además, no me gustaría ver que mi mejor alumna fracase en su primera misión como protectora.

 -Primera misión oficial, Lynn…-le recordó Liz, agradeciendo muy en el fondo las palabras que la mujer le dedicaba, pues a pesar de su aspecto dejado, del olor a tabaco que sus ropas emanaban y su pelo mal cuidado, la chica de largos cabellos negros admiraba de sobremanera a su mentora.

 -Bueno, Liz, pero el pasado es pasado, recuérdalo. Ahora vámonos al departamento, por favor, antes que el diluvio nos ahogue; tengo la pequeña esperanza de que Josh y Keith hayan preparado algo decente para cenar esta vez…-se llevó un dedo a la mejilla, como si intentara verbalizar una excelente idea-. Pasa a comer algo, cámbiate esa ropa mojada y luego te marchas a vigilar a Madeleine, ¿entendido?

 La chica asintió, recordando por primera vez que tenía frío, y siguió a Lynn por el parque hasta llegar a la esquina de una desierta calle, donde se asomaba un pequeño edificio grisáceo y antiguo de vivienda, con un pequeño antejardín de tierra que en ese momento estaba inundado y lucía más feo que de costumbre. El par entró por la reja negra y oxidada que lo rodeaba, y ya dentro, subieron las escaleras en silencio hasta llegar al tercer piso. Lynn sacó una llave plateada y la incrustó en la cerradura, que cedió sin problemas y se abrió con un chirrido, dando paso a un agradable olor a sopa de pollo y verduras.

 -¡Sí! Al fin se les prendió el cerebro, chicos-exclamó la peli rosada, inhalando el aroma a comida caliente con suma felicidad, mientras se quitaba el abrigo color crema y lo arrojaba lejos, sentándose en un viejo sillón y estirando las largas piernas con pereza. Elizabeth, por otra parte, se adentró a la pequeña cocina del apartamento.

 -¡Liz, mira lo que aprendimos a hacer!

 Un chico de unos trece años, de cabello café oscuro y ojos del mismo color se abalanzaba sobre Elizabeth con efusividad, dándole un gran abrazo como siempre solía hacer. La chica, sonriendo, miró al pequeño Josh con ternura, y luego pasó sus zafiros a Keith, un alto y delgado muchacho de veintidós años que tenía el cabello rubio oscuro, los ojos verdes, un semblante bonachón y la piel blanca como la leche.

 -¡Vaya que estás mojada, Liz!-le regañó Keith, batiendo con cuidado lo que parecía ser la sopa de la que inocentemente alardeaba Josh. Elizabeth, con el pequeño todavía abrazándola, se acercó a la olla y agradeció que al menos esa noche fuera con el estómago lleno a su misión, pues no acostumbraba comer antes de ello.

 -Keith, ¿cuándo piensan traerme esa sopa? ¡Tengo mucha hambre!

 Lynn gritaba como una loca desde el living, y Josh, advirtiendo su presencia, soltó a Elizabeth y corrió a abrazarla. El rubio y desgarbado Keith suspiró con cansancio.

 -He estado todo el día rompiéndome la espalda trabajando, y lo único que conseguí fue esta sopa instantánea y algo de pan-le explicó a la pelinegra, quien se sorprendió de la revelación-.  De verdad, creo que Lynn lo único que hace es usarme como su esclavo...

 -No pienses así, Keith, que Lynn está intentando resolver los problemas que el Desastre nos trajo como protectores-argumentó la chica, optando por ayudar a Keith a sacar los platos y cubiertos de la despensa-. Además, piensa que esto de trabajar te servirá para encontrar un Valgyti que te ayude –y nos ayude-, recalcó.

 -Sí, bueno, podré ser mayor que tú, pero con el tema de los Valgyti soy un maldito novato…-lamentó el rubio, sirviendo por fin la tan anhelada sopa en platos que Elizabeth, sonriendo de medio lado, le ofrecía y llevaba hasta la mesa del comedor.

 -¡Wohoooo!-exclamó Lynn, sentándose al mismo tiempo que Josh en la pequeña mesita redonda de madera, devorando con los ojos el sencillo y humeante caldo de pollo-. ¡Hey! ¡Servicios! ¡No puedo comer sin cuchara, Liz!

 -Ya voy, tonta-replicó divertida la chica, posando a un lado del plato una cuchara y un trozo de pan que Lynn se encargó de desaparecer al instante-. De verdad, parezco tu madre y no tu aprendiz-le reclamó también sentándose, justo enfrente de Josh, que daba pequeños sorbos a su cuchara para no quemarse.

 Comieron en medio de un agradable entorno meloso y risueño; a Lynn se le ocurrió la brillante idea de entablar conversación entre los chicos con la boca rebosante de sopa, cosa que hacía reír a todos, especialmente a Keith, que miraba con ojos brillosos a su mentora. Terminada la cena, Elizabeth lamentó no haberse cambiado antes de ropa: ahora le dolía un poco la cabeza, pero un posible resfriado no iba a detenerla en su misión. Josh prendió el televisor que reposaba en un mueble de vidrio, y mientras el trío veía las noticias, la pelinegra se marchó a su cuarto, ubicado al final del pasillo, en busca de ropa seca. Ya ahí, palpó casi toda la pared hasta encender la luz, y vio su pálido y levemente enfermizo reflejo en un pequeño espejo que colgaba de la pared, justo enfrente de la puerta.

 -Ja, ja, lo único que me faltaba: enfermarme-musitó, desganada, escogiendo algo de ropa seca y un par de toallas para ducharse. Secó su pelo en el baño, y luego de ver como un mechón ondulado caía en su hombro, recordó que esa mañana no se lo había alisado como acostumbraba hacer. Todas en el colegio habían notado ese detalle (para su gran asombro), exceptuando a una pálida chica de indiferentes ojos verdes a la que no soportaba; y curiosamente, de pronto, sintió una incontrolable furia en su interior.

 -Es una tonta-bufó sin tener mucha conciencia de que lo hacía, acomodándose al mismo tiempo el cuello de la gruesa chaqueta negra que llevaba encima-. Una gran y repulsiva…

 Pero se detuvo, contrariada, sin entender por qué le molestaba tanto que Madeleine no se hubiera percatado de esa insignificancia. Cayó en la cuenta de algo que no le gustaba, que incluso le molestaba, y resoplando, salió del baño con la imagen de Madeleine rondando por su cabeza.

 “Es que…-farfulló en su cerebro, como excusándose, y no articuló lo que sentía hasta unos absurdos segundos después-. Odio que me trates tan mal”-aceptó de mala gana, mientras tomaba el paraguas olvidado que reposaba cerca de su cama y apagaba la luz de su cuarto, lista para marcharse.

 -Me voy-avisó a Lynn y Keith, que revisaban un gran montículo de papeles esparcidos por la mesita redonda de madera desgastada. Josh la abrazó, bostezando, y murmuró que la estaba esperando para irse a dormir. Eran aproximadamente las nueve cuarenta de la noche cuando el pequeño desapareció tras el pasillo que conectaba todas las habitaciones del apartamento, y el momento en que Lynn se desperezaba en su silla y le dirigía una somnolienta mirada a la muchacha.

 -Bien, ya se te empezaba a hacer tarde; cuídate, Liz-dijo dando un enorme bostezo-: mañana me cuentas qué tal todo, ¿de acuerdo?

 La mujer, como última señal de despedida, alzó en alto el pulgar de su mano derecha, mientras que Keith, por su parte, le sonreía a la pelinegra desde el otro extremo de la mesa, con un lápiz tras la oreja y una taza de café humeante entre las manos.

 -¡Hasta mañana!-exclamó Elizabeth antes de girar el pestillo y perderse por el umbral de la puerta, donde se permitió aspirar el húmedo aire del pasillo del tercer piso con melancolía. Le tocaba una noche larga y pesada, aunque le divertía imaginar tener que ver toda la noche a Madeleine dormir sin que esta sospechara que alguien la estaba espiando desde su ventana.

 Con este breve sentimiento de conformidad, se dirigió con calma hasta las escaleras del edificio, colocándose mejor el gorro de la chaqueta y preparando el paraguas para abrirlo apenas se expusiera a la torrencial lluvia de esa noche, agradeciendo en su mente el hecho de que pronto se acabaría el tormentoso y glacial invierno.

 

 *********************************

 

Estaba en medio de las penumbras de su cuarto en una incómoda posición fetal sobre su cama, muerta de frío y con la mirada perdida en la oscuridad que se asomaba desde el exterior de su ventana. No tenía remota idea de la hora que era, ni de si su madre había o no llegado a casa. No le importaba, o más bien, no tenía la energía suficiente para esperar que algo nuevo o innovador ocurriese en su vida a partir de ese día.

 -Que…raro…-murmuró apenas moviendo los labios, después de mucho tiempo de meditaciones y conclusiones erróneas en las que no se deslizó siquiera de su cama-. Que raro es sentirme así de mal, y por una estupidez que no debería de afectarme, por cosas que antes nunca me hubieran dejado tan triste… Que, de hecho, jamás me habían preocupado hasta hace muy poco.

 Calló otra vez, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda: notó que la ventana estaba entreabierta, y que por ella entraba un leve chorrito de agua que mojaba su escritorio, además de una gélida ventisca que toda su piel resentía desde hace rato. Más, el único esbozo de vida que su cuerpo manifestó fue el de moverse milimétricamente de su posición, en una inútil búsqueda de calor entre las mantas de su cama, quizás más frías que la propia noche invernal.

 Realmente, no tenía ganas de nada.

 -Madeleine, Madeleine…-volvía a repetirse la ojiverde igual que cuando subió a su cuarto, tras haber estado una eternidad tendida en el frío suelo del living, mirando la foto de su familia, recordando a la vez cómo salía despedida una cabellera negra por su puerta, mientras ella misma cruzaba el umbral de su cuarto y se recostaba en la cama en la posición que se encontraba ahora, con los ojos apagados y sin entender lo que pasaba en su cabeza-. ¿Acaso, Madeleine, no es una idiotez que te deprimas por un simple…por un…?

 Pero no pudo terminar, así que tragó saliva y cerró los ojos, deseando que ese tormento en su pecho desapareciera y le permitiera respirar en paz.

 Madeleine no comprendía por qué las palabras de Elizabeth le habían afectado tanto, siendo que ella era una extraña, una don nadie en su vida. Tal vez era mera coincidencia que pensara justo en ella como la causa principal de su malestar: después de todo, ver la foto de su padre y hermano nunca le hacía bien; por el contrario, siempre que la veía recordaba malos tiempos, pero jamás la vieja y pequeña imagen la había hecho llegar al extremo de no querer moverse de su cama: siempre había visto el lado bueno de su ida.

 Y, también pensó, otro posible motivo de su repentino desánimo podía ser el haber evocado ese fatídico día de verano con Sabina, un hecho que también la dejaba incómoda, pero que nunca había sido suficiente para bajarle la moral a tales niveles negativos. Sin embargo, y aunque Madeleine se negara a aceptarlo por completo, lo único que verdaderamente le había afectado en el alma eran las últimas y cortantes frases que brotaron furiosas de esos finos labios rosa pálido, y el esbozo de odio en cada uno de esos largos cabellos negros…

 -…Haz lo que quieras; quédate ahí, desangrándote en el piso, porque yo no pienso volver a hacerte el vendaje.…

  -“Quiso que me desangrara, la muy inhumana…”

 -…Haz lo que quieras…

 -“¡Apenas podía moverme! Todo es tu culpa…”

 -…porque yo no pienso volver a hacerte el vendaje…

 -“¿Y quién dijo que yo te necesitaba…?

 Abrió los ojos, puesto que recordando esas punzantes palabras había estado a punto de quedarse dormida. Lo último que su mente había conjeturado la trajo a la realidad de una forma no muy placentera: “¿…que yo te necesitaba…?”

 -¡No, jamás!-gritó con voz débil y ronca, como si eso fuera a apagar las voces de la verdad que su conciencia murmuraba-. Madeleine, basta-se dijo, compungida-, fue un día extraño, inmemorable y…y extraño, pero ni la foto, ni el recuerdo de Sabina, y mucho menos Elizabeth van a dejarte así de mal…

 Se incorporó con cuidado, procurando que su rodilla se flexionara lo menos posible, y tambaleándose hasta la puerta, buscó una señal que le indicara que su madre estuviera en casa. Pero no divisó luz alguna en el piso de abajo, lo que por lógica le indicaba que no había nadie en la casa aparte de ella misma.

 Abrumada, aunque agradeciendo el hecho de que mañana iría en taxi al colegio (aprovechó su caída para confesarle a su madre el tema de la entrevista), regresó a la soledad de su cama, notando un ardor en la rodilla al apoyarla en las mantas. Tenía el pantalón algo ensangrentado, pero en parte el fuerte vendaje que Elizabeth le hizo evitó que la hemorragia se expandiera y la matara por desangramiento. ¿La matara? ¿Acaso se sentía tan mal para pensar que una simple herida podía quitarle la vida?

 -Pero… Si bien la maldita de Elizabeth me abandonó a mi suerte-meditó en voz alta, olvidándose drásticamente del tema de la herida y sintiendo que se sonrojaba un poco-, otra cosa que me está preocupando ahora es que Sabina no deja de mandarme indirectas…

 Con “indirectas” se refería al hecho de unirse al absurdo grupo de las “populares” que, claro, la mismísima rubia había fundado hace dos meses atrás. Era una especie de club donde reclutaban a las chicas más lindas del colegio, que aparte de tener un cuerpo escultural y facciones perfectas, debían destacar en algo aparte de su vacía belleza exterior: podían ser desde grandes deportistas hasta la chica más aplicada de su curso.

 -…Y dependiendo de cuánto destaquen, es que determinaremos su posición en el club-terminó de explicar, moviendo las manos en el aire y esbozando una sonrisita de complacencia que a Maddie le causaba mucha gracia.

 Se encontraban sentadas en una banquita del patio, bajo un enorme árbol que les brindaba la última sombra del verano, que para desgracia de la pelirrubia ya llegaba a su fin. Las clases habían comenzado hace poco más de un mes, y las chicas saturaron cada día de Septiembre y parte de Octubre charlando de sus vacaciones y planes en cada oportunidad que tenían para hablar. Y ese recreo a media mañana no era la excepción.

 -Ah, y se supone que nosotras mandaríamos, ¿verdad?-preguntó inocentemente la ojiverde, a lo cual Sabina respondió, casi ofendida:

 -¡Por supuesto! Sin nosotras, el club no tendría gracia: recuerda que el equipo de volleyball no sería nada si no estuviésemos en el, Maddie, y por eso mismo es que nos aman todas: porque hacemos ganar trofeos al colegio.

 -Oh, tu siempre tan modesta, Sabi…

 Rieron; era cierto, después de todo. Sabina se tenía un sano amor propio que todas conocían a la perfección, y también era verdad lo dicho por la rubia muchacha, que era la capitana del equipo del colegio y la mejor central que habían tenido en muchos años, palabras textuales de los labios de Teressa Lawrence, su entrenadora.

 Por otro lado, y a pesar de su frágil apariencia, Madeleine jugaba muy bien defendiendo y llegando a las pelotas más difíciles, cualidades que le dieron el puesto de libero en el equipo. Pero ella no se consideraba una diosa del volleyball como su mejor amiga, que tenía el ego por las nubes el último tiempo, y como era necesario que alguien le pusiera pausa a sus alardes excéntricos, ella misma se veía obligada a desempeñar ese papel y bastante bien.

 Aunque nunca Madeleine entendió, hasta mucho tiempo después, por qué la rubia, que nunca en su vida se dignó a escuchar a alguien, se acongojara tan fácilmente con una simple frase suya.

 -Lo siento, Maddie, no soy perfecta-le sonrió de pronto Sabina, sonrojándose, desviando la mirada y dejando a ambas sumidas en un profundo e incómodo silencio, que nadie se aventuró a romper.

 -Este…-dijo la ojiceleste un poco apenada, pues quería quitarse pronto el profundo peso que llevaba encima- ¿Al final vamos a ir al cine el fin de semana? Recuerda que dijiste que quizás… te juntarías con Malcolm.

 Eso último le molestaba a Sabina de sobremanera: Malcolm, el chico que conocieron durante un encuentro mixto con el colegio Saint-Nicholas, justo la primera semana de clases de ese año. Él, cada vez que se le presentaba la oportunidad, no desperdiciaba un segundo para mostrar su interés por Madeleine, cosa que a la pelirroja Madeleine le hacía gracia. Pero siempre que la ojiverde hablaba de él con sus amigas, notaba que Sabina se ponía huraña y gruñona, y no era menor: la chica sentía que la sangre le hervía y quemaba las entrañas, y por lo general, cuando le sucedía eso, deseaba golpear a todos los que estuvieran cerca.

 -¿Malcolm?-repitió Maddie, mirando con inocencia a la ojiceleste, quien de pronto había endurecido los contradictoriamente cálidos témpanos de hielo azul claro que tenía por ojos-. ¡Ah! La verdad había olvidado que me juntaría con él…-Sabina rió al ver lo olvidadiza que era su mejor amiga-. Bueno, le diré que no puedo ese día porque ya tenía un compromiso agendado…

 -¿Vas a cancelar tu cita con él solo para ir conmigo al cine?-A la rubia le brillaron los ojos, y se acercó a Madeleine, que asentía con la cabeza en señal de confirmación-. ¡Que ternura!

 Y la abrazó con fuerza, sin entender bien lo que la movía a hacerlo: nunca abrazaba a nadie, tampoco. La ojiverde, que sabía muy bien ese detalle, reclamó, sonrojada, pero más bien lo hizo porque no se esperaba una reacción tan impropia de Sabina; reacción  que, luego de unos meses, se haría demasiado característica de ella.

 -¿¡Sabi, qué haces!? ¡Me ahogo! ¡Suélta…!

 Pero la rubia estranguló un poco más a su mejor amiga, aprovechando que no había nadie en esa zona del patio.

 -¡Sabi!-la zarandeó, pero no recibió respuesta-. ¡Sabi…! Ya suéltame-insistió ya sin muchas esperanzas.

 -¡Ah, perdóname!

 Se separaron, y la pelirrubia se mordió el labio sin que Madeleine lo notara.

 -Lo siento, es que…

 -Me abrazaste-dijo Maddie, impactada-. Tú nunca haces esto…

 -Sí, b-bueno, lo que sucede es que…-y la rubia se sonrojó, a tal punto que apenas podía gesticular palabra alguna-. ¡Co-como ese Malcolm es un idiota, me alegré mucho de que no salieras c-con él! Yo supe que no valía la pena desde la primera vez que…

 Y más relajada, comenzó a despotricar contra el chico, levantando varias veces los puños en el aire; pero se detuvo cuando escuchó una risotada salir de los labios de Maddie, quién la miraba divertida y resignada, con las mejillas sonrosadas.

 -Sabi, algún día me dirás por qué lo odias tanto, ¿de acuerdo? Pero ahora mejor vámonos a la sala, que está a punto de tocar el timbre.

 Y, efectivamente, el timbre sonó a los pocos segundos, a lo que Sabina replicó con una mueca de molestia mientras seguía a la pelirroja por el patio.

 -¡No!-se quejó- ¡Acabo de recordar que ahora nos toca inglés con miss Margaret! Qué pesadilla…

 Madeleine volvió a reírse, esta vez con más ganas, a lo cual Sabina correspondió bromeando con una mirada asesina.

 -Ah, sí, Maddie, casi lo olvido: te quiero a las cuatro en el metro-murmuró, acercándosele con peligro-, y ni se te ocurra dejarme ahí plantada, que pagarás caro si me entero que te fuiste con Malcolm a besuquearte por ahí…

 Maddie simuló que lo pensaba mucho, para indignación de Sabina, pero respondió afirmativamente con una sonrisita.

 -Está bien, lucharé contra las ganas de verlo, pobre de ti que llegues tarde al cine-le amenazó, por su parte, la ojiverde-. Ya sabes que odio la impuntualidad…Odio que mis palomitas de maíz se enfríen mientras te espero…

 (…)

 Sintió un leve ruido provenir desde la ventana, cosa que la sacó de su ensimismamiento y la puso en alerta. Con cuidado, inspeccionó desde su cama el cristal con los verdes orbes que había heredado de su madre, pero no distinguió nada fuera de lo normal.

 “Quizás solo fue la lluvia-pensó, ciertamente aliviada de que algo la hubiera sacado de ese lejano recuerdo-; o una mosca gorda y torpe que chocó contra el vidrio en pleno vuelo…”

 Volvió a acurrucarse en su cama, algo desganada, cuando esta vez, un ruido más fuerte que el anterior la hizo sobresaltar. Algo fuera de su ventana había caído, o esa impresión le dio a Madeleine tras juzgar fugazmente el sordo y pesado sonido. Esta vez se levantó y acercó a la ventana con cautela, abriéndola y mirando por el exterior hacia abajo, recibiendo el golpeteo de la lluvia contra su cabeza, pero sin divisar nada fuera de lo normal en el inundado pasto ni en los pulcros arreglos florales.

 “¿Será un ladrón? No, es imposible…-comenzó a conjeturar en su cabeza, algo asustada-. Si hubiese entrado uno, lo más razonable sería romper la ventana de abajo y no la de arriba, a menos que…”

 -¡Maddie! ¡MADDIE!-la inconfundible voz de su madre llegó con claridad hasta su pieza de la nada; la chica, producto del repentino griterío, se asustó y azotó su nuca contra la ventana entreabierta, sintiendo como la cabeza se le hacía añicos bajo un intenso y punzante dolor asesino-. ¡Necesito que me ayudes con las bolsas del supermercado, por favor, y que me abras la puerta, si no es mucha molestia!

 La chica inhaló y exhaló varias veces, sin poder moverse de su lugar, cegada por el dolor. Con lágrimas en los ojos, y reponiéndose poco a poco, cerró con un violento golpe la ventana, descargando en ella una pequeña y minúscula parte de su dolor físico.

 -¡Ya voy, ma!-le contestó mientras bajaba con torpeza las escaleras, salía al jardín se encontraba con su madre, que aparte de estar empapada se veía muy graciosa en el umbral de la puerta, cargando al menos una decena de grandes y repletas bolsas blancas con ambos brazos arqueados, dando el aspecto de una taza. Madeleine se percató del incesante goteo en una de las bolsas; un denso líquido color amarillo escurría libremente por el piso de piedra del patio, señal que no le dio buena espina pero sí unas débiles ganas de reír.

 -¡Por fin bajaste!-la reprendió la mujer de ojos verdes, jadeando-. ¡He estado golpeándote la puerta como loca, pues no podía sacar la llave de mi bolsillo y confiaba en que tú me abrieras!

 Y con un tono lleno de reproche, le indicó a su hija con la nariz el bolsillo izquierdo de su pantalón azul cobalto, donde se veía un bultito que sin duda correspondía a las innumerables llaves que la mujer siempre portaba como si fueran un amuleto de buena suerte.

 -¡Lo siento!-se disculpó Madeleine, llevándose las manos a la boca, conteniendo la risa y olvidándose con rapidez del dolor en su nuca-. ¡Es que…Te juro que no escuché nada…! “Nada aparte del otro golpe”, pensó.

 -Bueno, bueno-restó importancia la enfermera, suspirando resignada e invitando con otro ademán a su hija a entrar a la casa-, ¿vas a ayudarme o a quedarte ahí mirando? Creo que el aceite se rompió…

 Apresurándose, la semi pelirroja le arrebató una buena cantidad de bolsas, las que llevó hasta la cocina dificultosamente atravesando el living y una parte del pasillo que unía el baño de visitas, la salita del computador, y un segundo comedor que no usaban casi nunca. A continuación, y seguida de la mujer, que traía el aceite envuelto en varias bolsas, Madeleine apoyó la carga en la larga mesa del centro de la pulcra cocina; luego encendió la luz, y jadeando, abrazó al fin a su progenitora con cariño. 

 -¿Y qué tal tu rodilla?-preguntó la mujer, separándose de su hija y disponiéndose a cocinar la cena.

 -Ah, sí, sobre eso…Hmm, pues me duele un poco, y creo que necesito otro vendaje, ma, pero tal vez no sea realment…

 -Déjame ver tu pierna, Maddie-pidió su madre con seriedad, reparando en la pequeña manchita ya negra que reposaba sobre su rodilla.

 -Agh, está bien…-Madeleine se levantó el pantalón y dejó expuesto un vendaje apenas manchado por una gota de oscura sangre ya coagulada, cosa que le sorprendió, pues esperaba más dramatismo por parte de la herida que antes tanto le había hecho la vida imposible. La mujer juzgó con la mirada si era o no necesario otra curación, y al final optó porque lo mejor era no hacer nada, aunque también se dio cuenta de otra cosa.

 -Bueno, no necesitas otro vendaje, Maddie, pero sí me gustaría saber quién fue el que te hizo la última curación.

 La pelirroja meditó unos segundos si contarle o no a su mamá los detalles del incidente, pero finalmente, y con voz monótona, susurró el nombre de Elizabeth, sintiendo un pesar en el estómago al recordar lo sucedido hace solo unas horas.

 -¡Ah! ¿La chica de ayer, cierto? ¿Vino hoy a verte?-Maddie asintió sin ganas-. Entonces déjame revisarlo otra vez, por favor.

 Y en esta ocasión, la madre de Madeleine se admiró mucho del buen trabajo hecho por la chica, a quién lanzó flores durante horas, o eso le pareció a la joven ojiverde, quien ya sentía repulsión del más mínimo halago que fuera en honor a Elizabeth.

 -¡Y te digo que ni las alumnas en práctica hacen curaciones de ese modo, Madeleine!-volvía a repetirle la enfermera, mientras servía pequeñas cucharadas de arroz junto a la carne que reposaba en el plato correspondiente a su hija, quién, sentada en la mesita central de la cocina, procuró no dejar que la mujer viera como ponía los ojos en blanco.

 -Solo te falta adoptarla, y eso que la conociste ayer-soltó con molestia y sin medir sus palabras, tomando una bandeja y el plato que le ofrecían, disponiéndose a salir de la pulcra cocina-. Cenaré arriba, a propósito-agregó sin necesidad desde el umbral, dirigiéndose a su cuarto bajo una desagradable sensación que también invadió a su madre, a quién dejó sola cenando.

 Ya en el segundo piso, sintiéndose una malnacida y sin hambre, dejó a un lado la bandeja y se recostó en su cama boca arriba, perdiéndose en el oscuro techo de su cuarto, que sumido en la sombra de la noche parecía un universo infinito y perturbador.

 -Elizabeth…-musitó, algo fastidiada-. ¿Por qué todos te aman, si nadie conoce ese lado frívolo e indiferente que solo yo he visto?

 Y apretando los dientes, cerró los párpados sintiendo como si la mencionada estuviera justo a su lado, mirándola y escuchando cada palabra salida de su boca…

 

 ********************************

 

-¿Pero, por qué no come? ¡Qué  rico se ve ese plato!

 Los dientes le castañeaban producto del frío, y aunque su mojada chaqueta la protegía de la lluvia, ésta no le evitaba recibir, de vez en cuando, enormes bocanadas de gélido viento invernal contra la desnuda y desprotegida piel de su cara y manos, que se resentían con chillidos silenciosos al mínimo contacto con el frío.

 -Parece que está hablando sola de nuevo-comentó en voz baja, notando como la ojiverde movía los labios (igual que hace una media hora atrás) y cerraba lentamente los ojos, intentando dormirse. Elizabeth la observó con atención desde su escondite, registrando cada gesto que su protegida hacía, aunque de vez en cuando desviaba la mirada al apetitoso pero simple plato que reposaba inerte sobre el atiborrado escritorio de Madeleine, sin poder contener el gruñido que su ya vacío estómago daba como única señal de hambre.

 -Se da el lujo de desperdiciar comida…-susurró molesta, cruzándose de brazos, aunque pronto lo lamentó: el golpe de la caída había hecho gran daño en su codo izquierdo, cosa que había olvidado al darse cuenta que la ojiverde regresaba a su cuarto. Sintió el grito de sus nervios lastimados desgarrándole la piel, y contuvo otro llevándose la mano derecha a la boca, recordando a su pesar la dolorosa caída sufrida hace un rato.

  *Flash Back*

 La pelinegra observaba a la pálida muchacha mirar el vacío de su cuarto, sentada incómodamente en el pequeño alféizar de la ventana; tenía la impresión de que Madeleine estaba perdida por completo en sus pensamientos.

 -¿En qué pensará?-se preguntó, chasqueando la lengua-. A veces me gustaría poder leer mentes en vez de…

 Pero un ruido proveniente desde el portón la distrajo. Alguien intentaba entrar a la casa de su protegida, cosa que no permitiría. Estiró su cuerpo, intentando tener una mejor visión de su enemigo, y cuando vio la figura familiar de una mujer rubia y regordeta que golpeaba la puerta con fuerza, sonrió de medio lado y suspiró, aliviada, aunque sin notar que se había encorvado demasiado hacia el abismo del jardín…

 Intentó sujetarse de cualquier cosa que estuviera a mano, pero solo consiguió golpear el vidrio de la ventana que la separaba de Madeleine. Nada evitó su asesina caída, que de seguro hubiera dejado inconsciente a cualquiera…excepto a ella.

 Con un estridente sonido fue a parar al embarrado y abundante jardín de flores, que de algún modo le sirvió como amortiguador. Al advertir que Madeleine abría la ventana de su cuarto, se giró lo más rápido que pudo y se camufló entre una mata más densa de arbustos, consiguiendo con éxito que la chica no la divisara.

 -…Mierda, ¡qué torpe!-balbuceó entre el inundado pasto, arrugando el entrecejo producto del dolor que carcomía su brazo izquierdo-. Solo espero que la madre de Maddie no me haya escuchado…

 No sabía si era suerte, pero los incesantes golpes contra la puerta de madera no habían cesado; por ende, la mujer no se había ni dado cuenta de lo sucedido en su propio jardín, pues ahora gritaba a pleno pulmón el nombre de su hija, clamando ayuda, y no preguntando por semejante ruido del que se podría pensar un ladrón era responsable.

 Jadeando débilmente, la ojiazul se sentó cruzando las piernas en posición india, viendo con más comodidad la escena transcurrida entre Madeleine y su madre, quien parecía un poco enojada con la pálida muchacha; le importó poco o nada mojarse los raídos jeans. Contempló desde su lugar cuando las dos entraron a la casa, pero en especial fue atraída su mirada por la energía que la pelirroja desataba ayudando a su progenitora, al cargar las bolsas del supermercado hasta el interior de la casa con una efusividad atípica en ella.

 Elizabeth, entonces, sonrió, incorporándose con cuidado, y observó hacia el cielo, que lloraba incesantemente y no parecía querer detenerse, solo para brincar de forma extraordinaria llegando otra vez al segundo piso de la gran casa, o más bien al diminuto alféizar de la ventana que daba al cuarto desolado y oscuro de Madeleine. Ahí arriba se acomodó lo mejor que pudo, teniendo el cuidado de no mover mucho su brazo izquierdo, y volvió a su tarea de observar cada cosa que hiciera la pelirroja, quien debía de estar en ese momento junto a su madre en la cocina.

 *Fin Flash Back*

 Vio su rostro angelical tumbado con delicadeza entre dos grandes, blancas y prominentes almohadas, durmiendo profundamente, y sintió que el corazón se le estremecía. Verla tan frágil y serena como una muñeca de porcelana le incomodaba, pues estaba acostumbrándose a una Madeleine ruda, torpe y frívola como el hielo.

 -Si fueras siempre así-declaró Elizabeth, compungida-me harías el trabajo más fácil, e incluso, quizás…

 Pero un simple y repentino gesto de su cara le advirtió que algo no estaba bien. Madeleine gimoteaba en silencio, casi con dolor, como si la torturasen sanguinariamente en sus sueños, pues, al juzgar como se revolcaba en su cama, parecía que estuviese viviendo un terrible ataque de epilepsia…

 Alcanzó a leer en sus labios un débil y clarísimo “ayuda”, antes que sus instintos le dijeran lo que tan bien reconocía como el ataque psíquico de un poderosísimo Valgyti que, como habían investigado, asechaba a Madeleine hace ya algunas semanas atrás.

 -Esa cosa es tremenda-susurró alarmada, sin dejar de observar el forcejeo de la ojiverde contra un ser invisible-. Es tan o más fuerte de lo que me advirtió Lynn… ¡Y tenía que aparecerme justo ahora!

 Intentando mantener la calma, Elizabeth sacó desde el bolsillo de su chaqueta un antiguo reloj de bolsillo oxidado, que al abrirse con un chasquido, permitió salir de su deteriorado interior un fulgurante y pequeño destello celeste, que tornó en el aire la forma de un revólver plateado lleno de extrañas inscripciones doradas. La chica atrapó ágilmente el arma con la mano derecha, y preparándose para lo peor, apuntó a través del cristal de la ventana a Madeleine, quien, casi instantáneamente, relajó el semblante y continuó durmiendo, un poco más tranquila que antes pero todavía contraída por el dolor.

 Suspiró muy aliviada, entonces, la pelinegra, que ya no percibía las aplastantes vibraciones psíquicas del monstruo comprimiendo su propio cuerpo, y sin soltar todavía su revólver, llevó el desvencijado reloj cerca de su boca y pronunció un mensaje apenas moviendo los labios, más exactamente una oración breve en alemán.

 -Die Valgyti nachgewiesen wurde, und der Engel wird nicht standhalten viel Zeit mit diesen gebrochenen Flügeln ...”

 (El Valgyti se ha manifestado, y el ángel no resistirá mucho tiempo con esas alas rotas...)

 A continuación, apoyó la frente en el ventanal, abrió su paraguas, y se dispuso a vigilar a Madeleine toda la noche sin pegar un ojo, atenta a cualquier señal de advertencia que la chica pudiese manifestar. Y para darse ánimos habló hacia el vidrio, empañándolo con su vaho, recordándose masoquistamente el pasado que tanto la solía atormentar.

 -No se me volverá a pasar uno de estos; lo juré, y voy a cumplir con mi promesa…Cueste lo que me cueste.

Y estornudó, al sentir el contacto de la ventana contra su sonrosada nariz.

Notas finales:

Bueno, si quieren arrojar tomates/latas vacías/zapatos, pueden hacerlo xD

De todos modos, gracias por leer!!


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