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The Truth of My Destiny~ por Desuka

[Reviews - 34]   LISTA DE CAPITULOS
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Notas del capitulo:

Lo primero que me intriga hacer es: agradecer a todos los que le han echado un vistazo a este fic! No pensé que recibiría reviews *llora*, y de verdad les doy las gracias. Eso me animó mucho a continuar el fic.

EDIT: título editado 8D y algunas partes del fic, que no me quedaron bien redactadas producto de la "pequeña" histeria que mi hermano me provocaba mientras escribía T.T  

Special Thanks:

• Fallen: Gracias por ser mi primer review; ¿de verdad te gustó el summary? oh gosh! :3 me costó un poco escribirlo...

eclar: Te agradezco tu comentario!! Espero que la historia cumpla con tus espectativas! Así que me esforzaré y exprimiré mi cerebro al máximo!

• Nemo: Tu review me hizo pensar mucho...Trataré de escribir rápida y eficientemente los capítulos; no me había metido al pc por el terremoto (soy de Chile), pero he vuelto a la pista lol!

Advertencias:

-La única advertencia que les hago es que este capítulo es un poco más largo que el primero...espero que no me asesinen u.uU ni se les haga latoso de leer.

Intro:

La paranoia de Madeleine no era tan absurda como ella creía, pero con la llegada de Elizabeth, un nuevo tormento le espera...Es como si su destino fuera odiar a Elizabeth a primera vista, y viceversa, pero...

¿Será el destino tan invencible como dicen?

 

 -¡Señorita Spencer!-exclamaron Constance, Noelle y Sabina a la vez. La mujer las saludó con la mano.

-¿Así que te llamas Elizabeth?-preguntó una chica morena, como repitiendo el nombre a todas para que lo memorizasen de inmediato. Nadie esperó a que la pelinegra lo confirmara.

-¿Te parece si te decimos Betty?-consultó Sabina, dejando en claro que ella era una de las que mandaban en el curso.

La aludida abrió un poco los ojos, desconcertada, pero luego respondió:

-Claro, llámenme como quieran…

Hubo un murmullo de aprobación.

-Bueno, chicas, las dejo con Betty para que se conozcan mejor. Madeleine-la castaña se sorprendió al oír su nombre, pero luego recordó que la maestra la había expulsado de su clase esta mañana-.Ven, acompáñame a mi oficina, por favor.

Todas callaron un instante. Alex dejó de contemplar a Betty sólo para ver a su mejor amiga, que se había puesto un poco más pálida que de costumbre. Apoyó su mano sobre su hombro, sonriéndole, pero Maddie parecía no estar en ese mundo.

-Adiós-le susurró distraídamente a la pequeña pelirrubia, en señal de que sí había captado su arrimo, y pasó junto a Elizabeth, sin notar la mirada que ésta le había dedicado durante una milésima de segundo. Déborah Spencer le sonrió, como siempre lo hacía, y cerró la puerta del gimnasio con algo de dificultad, mientras indicaba a la ojiverde la siguiera por el corredor.

Caminaron en silencio hacia el despacho de Spencer que, para sorpresa de Madeleine, quedaba bastante cerca del gimnasio. La mujer abrió la puerta y dejó que la muchacha entrara primero. Maddie observó el lugar con una rápida mirada: era un cuarto pequeño, oscuro pero acogedor, que contaba con una sola ventana, dos libreros pequeños de madera, y un escritorio rebosante de papeles. Nunca había estado ahí.

La maestra le indicó una silla de madera para que se sentara, y luego ella la imitó, ubicando su silla enfrente que la ocupada por Madeleine.

-Bueno, Maddie…-dijo Déborah, en un intento de romper la extraña tensión que se apoderaba poco a poco del ambiente-Como sabes, estoy muy preocupada por tu repentino cambio de actitud en clases, y ya sabes que no hablo solo de la mía.

Hizo una pausa, esperando que la chica protestara o se excusara, cosa que no sucedió. Madeleine solo se limitaba a mirarla serena y penetrantemente, efecto que no era intencional y que lograba gracias al profundo color verde esmeralda de sus ojos. Spencer optó por continuar su discurso, algo cohibida por la actitud de su alumna.

-Cuando asumí la jefatura de tu curso, Maddie, y tras observarlas un tiempo, noté que eras muy popular entre tus compañeras. No solo eso: parecías disfrutar del estudio, y mantenías siempre una buena actitud para con los profesores.

Madeleine suspiró.

"Sin embargo, en las últimas tres semanas, tus calificaciones han descendido preocupantemente. Y no solo eso me preocupa: también has dejado de compartir con tus compañeras como de costumbre, y no pareces inquietarte en lo más mínimo por aquello. El profesor Brooklyn te ha expulsado al menos seis veces en el último tiempo, y ha venido hasta mí diciendo que ta habías vuelto una irresponsable, que no entendía lo que te sucedía."

La castaña se arregló el flequillo, tirándoselo hacia la derecha, en un intento de disimular un bostezo nada apropiado para la ocasión. La falta de sueño, y sobre todo el constante recuerdo de sus pesadillas, efectivamente la habían desviado un poco de sus pasatiempos anteriores: estudiar, bromear…

Se sintió tonta y vacía, aunque la verdad, no le interesabe mucho lo que el estúpido profesor Brooklyn dijera sobre ella.

-¿No tienes nada que decir sobre esto?

La chica negó con la cabeza.

-Muy bien…-La profesora hizo un ademán de levantarse, pero una extraña sensación la dejó en suspenso durante algunos segundos. ¿Era su idea, o había escuchado con claridad el susurro de algo que se deslizaba?

-¿Señorita Spencer…?-musitó Madeleine, notando la tensión de su maestra. La chica también había sentido el ruido, pero a diferencia de la joven mujer, había decidió pasarlo por alto y hacer como si nada.

-¿Qué sucede, Madeleine?-replicó, serenándose, convencida de que todo era producto de su imaginación y el estrés.

-¿No me va a castigar, verdad?

La verdad, Madeleine no quería preguntarle eso. Parecía que no era solo ella quien escuchaba el molesto ruido, pero concluyó en que sería muy raro hablar con Spencer de sonidos que no parecían reales. Cuando habló, lo hizo algo nerviosa, pero no producto de la pregunta en cuestión, sino por culpa del susurro que esa cosa hacía al deslizarse. No le importaba en lo más mínimo ser castigada.

Spencer lo pensó un momento.

-No, Madeleine, no te voy a castigar-dijo, recordando lo que tenía planeado hacer antes de que el extraño susurro la desconcentrara-. Tengo una mejor idea.

Entonces se levantó finalmente de su silla, y buscó entre un montículo de papeles algo que Maddie no logró distinguir de inmediato. Luego, la mujer se acercó a su escritorio, tomó un lápiz, y escribió con agilidad un mensaje, mientras comentaba con seriedad:

-Es obvio que te sucede algo, y veo que no quieres contarme. Esto-dijo, indicando la nota-, se lo mostrarás a tu madre lo más pronto posible: Espero que me confirme antes del viernes, o de lo contrario, me veré obligada a llamarla.

Entonces la muchacha lo comprendió todo: la señorita Spencer quería citar a entrevista a su madre.

-¡No, espere!-no lo permitiría: mamá ya estaba demasiado ocupada, y ella se había comprometido a no darle más problemas.

-¿Qué sucede, Maddie?

-Es que, ya sabe…-no tenía una excusa convincente, y su cerebro trabajaba a toda velocidad en busca de un pretexto-. Mi mamá tiene mucho trabajo, y no me gustaría preocuparla por cosas sin…

-Señorita Neighwood-siempre que Spencer trataba a alguien por su apellido era mal augurio-, si usted no quiere contarme lo que le sucede, tendré que preguntarle yo misma a su madre y buscar juntas posibles alternativas para ayudarla.

-Pero…

-Si quiere hablar, ya sabe que estoy disponible las veinticuatro horas del día.

Miró a la castaña con suavidad, intentando reparar el duro tono que había empleado antes con ella, y luego agregó:

-No quiero ser la mala de la película, pero si veo que una de mis mejores alumnas se está yendo por el río, no puedo quedarme de brazos cruzados.

Eso conmovió a Madeleine, quien se arregló el flequillo, incómoda ante la mirada de su profesora.

-Bien-concluyó la maestra, acercándose a Madeleine-, puedes irte a clases, pero creo que pronto tocará el timbre para salir a almorzar, así que mejor ve a cambiarte. Dile a Tessa que tienes mi autorización.

La muchacha no vaciló; se apresuró a llegar a la puerta, pero una vez ahí, Spencer le dijo:

-De todas maneras, hace tiempo que quiero charlar un rato con tu madre.

Madeleine bajó la mirada, y sin decir nada, salió corriendo del despacho, arrugando un poco la nota que la mujer le había entregado y mordiéndose el labio con inquietud.

En la sala, y por fin sola, Madeleine dejó que la angustia la consumiera. Había leído la carta, y sabía que esa entrevista no le haría ninguna gracia a su madre. Ella, teniendo prácticamente todos los días ocupados por sus turnos nocturnos y vespertinos, no gozaría de felicidad por la citación ni de tiempo libre para venir a hablar con Spencer.Pero, si ella no asistía, tendrían serios problemas con el directorio...

Maldijo por lo bajo a su profesora, y sintiéndose una completa inútil, guardó la nota en su mochila, a la vez que sacaba su almuerzo y se disponía a bajar al camarín a cambiarse, muerta de hambre, pensando en qué le diría a su madre cuando le entregase el dichoso documento.

 Madeleine se encontró con Alex, ya cambiada, a las afueras del casino, y un grupito de chicas se sentó junto a ellas, todas riendo y comentando la reciente llegada de Elizabeth al curso.

-¡Maddie, no sabes lo que te perdiste!-exclamó Daphne, cuyos largos rizos cafés brillaban a la luz artificial del techo, y su radiante y perfecta sonrisa deslumbraban un poco a Madeleine.

-¡Es cierto, es cierto!-apoyó la tímida Constance, que peinaba con las manos su cabello castaño claro mientras bebía un sorbo de jugo de naranja.

Con todo el asunto de Spencer y la entrevista, Maddie se había olvidado por completo de la llegada de Elizabeth a su clase.

-Bueno, entonces cuéntenme qué tan maravillosa es ella…-pidió sin muchas ganas a sus amigas, que no captaron la ironía de su voz al pronunciar la palabra "maravillosa".

Daphne se dispuso a hablar, emocionada, pero en ese momento Sabina irrumpía en el casino con una sonrisita, acompañada por Noelle y su…digamos, pandilla, que traía, a primera vista, una nueva adquisición: Elizabeth.

-¡Hola, Maddie!-saludó con aplomo la alta y rubia muchacha, pidiendo a todas sus acompañantes la ayudasen a acercar una mesa más, para que el grupo cupiese cómodamente. Maddie no respondió a su saludo, cosa que ya no hacía desde hace algunos meses, después del pequeño problema que habían tenido. Sin embargo, la chica de ojos celestes no aceptaba la derrota, y aunque sabía que Madeleine no lo consentía, se sentó de igual forma en la mesa a un lado de Alex, cuya grisácea mirada se desvió con interés hacia Elizabeth.

-Iré por mi almuerzo-avisó con una suave voz la pelinegra, quien volvió a dedicarle, por una milésima de segundo, la misma y dura mirada de antes a Madeleine.

La castaña, sin embargo, notó esta vez la aspereza de sus ojos mientras la veía marcharse a la barra de alimentos, y de la nada, sintió un estremecimiento en todo el cuerpo. ¿Por qué Elizabeth la había mirado de esa manera?

-Ella es rara-musitó de pronto Madeleine a Alex, quién dio un respingo y dejó caer su tenedor al suelo.

-¿Quién? ¿Elizabeth?

Madeleine asintió, un poco encabritada.

-¿Por qué lo dices?-preguntó inocentemente la menuda, todavía asustada por la repentina confesión de su amiga y buscando a tientas su tenedor con el pie.

-¿No viste cómo me miró recién? Ella no me da buena espina…

Sabina escuchaba discretamente la conversación, engullendo su sándwich de jamón con queso con demasiado ímpetu.

-Pero quizás te confundiste, Maddie-era claro que Alexandra no había visto la dureza y el disgusto en esos ojos azules-; nadie es raro solo por mirar… ¿O sí?-objetó finalmente la muchacha, arrugando un poco el entrecejo-. Ella es muy amable y simpática: a todas nos agradó.

-Eso es cierto-intervino Sabina, sin poder contenerse, y revelando poco a poco el verdadero motivo que la había impulsado a sentarse con Madeleine una vez más-. Pienso seriamente incluirla en nuestro grupo: tiene todo lo necesario.

Y miró con dureza a la ojiverde, recordando lo poco amable que ella había sido el día en que le ofreció integrarse al grupo de las populares, aunque no perdía la esperanza de que la linda semi pelirroja aceptara su proposición. La chica con suerte si percató el desafiante semblante que Sabina le ofrecía, e ignorando el mal presagio que Elizabeth le inspiraba, se dedicó a terminar la porción de arroz con carne al jugo que su madre le había preparado durante el oscuro anochecer de ayer.

 

Más tarde, Madeleine se enteraría por Alexandra que Betty se había cambiado a este colegio por cuestiones de mudanza. Como había sucumbido ante la presión del grupo, la ojiazul no tuvo más remedio que hablarles algo de ella para que la dejasen en paz. Madeleine aceptó cuchichear en clases con la menuda rubia sólo por el desconcierto que su intuición le atribuía a la pelinegra, pero se sintió defraudada, luego de ver la admiración que Alex profesaba a la nueva alumna, cosa que, claramente, no compartían en lo más mínimo. Ese fastidio se debía quizás a la dura mirada que le había lanzado durante el almuerzo: fue como si la atravesaran y analizaran sin su permiso, aunque sabía desde mucho antes que la nueva compañera no le iba a agradar.

Según lo que Alex le conversó el primer cuarto de hora, Elizabeth tenía dos hermanos, -uno mayor y otro menor que ella-, y su madre había estudiado en este colegio durante su adolescencia. También se enteró de las grandes aptitudes que la chica había demostrado en los deportes, pasando a ser la favorita de la señora Lawrence en una sola clase.

-Ah, ya veo: entonces, la nueva ya se ganó la aprobación de Lawrie, ¿verdad?

-Al parecer, sí, y deja de tratarla de esa manera: ni siquiera la conoces bien.

Estaban en clases de Historia. Todas notaron, al llegar del almuerzo, que un nuevo pupitre hacía acto de presencia al fondo del salón, y para desagrado de Madeleine, Elizabeth se sentaría prácticamente a su lado, apenas separadas por un estrecho pedazo de suelo. La que parecía más feliz por esto era Daphne, que sería la afortunada que compartiría su banco con el de Betty, y por ello, hasta ese momento, era la chica más envidiada del curso.

-Tú tampoco la conoces, Alex, y ¿sabes? Creo que todas están babeando demasiado pronto por ella.

Alex hizo una mueca de disgusto. Como Maddie no se incluía en la lista de "adoro a Elizabeth Rumsfield", lamentaba bastante tener cerca a la chica, y deseaba con su alma sentarse a la ventana, más exactamente en el banco de Alexandra, que desde su posición disfrutaba de una gran vista panorámica del extenso y grisáceo patio de juegos, ahora apenas visible por la neblina.

-Ya deja de reclamar-pidió la chica de grises orbes, luego de que Maddie se quejara por sexta vez en lo que llevaba la clase.-Si tanto quieres mi pupitre, te cambio.

-Sé que lo harías encantada, Alex.-Y miró con cierta complacencia la cara de molestia que le dedicaba la pelirrubia, quién, sabía a la perfección, le hubiese aceptado de buena gana el intercambio.

Por otro lado, Elizabeth apenas si prestaba atención a lo que el señor Brooklyn peroraba. Se dedicaba más a examinar a Madeleine y a cada movimiento que hacía, que a los hechos lamentables que acaeció La Segunda Guerra Mundial al mundo. Daphne, a su lado, escribía con suma dedicación sus apuntes, con una letra pulcra y delicada. Miraba de vez en cuando a la ojiazul, sin recibir complicidad, y luego de varios intentos por entablar una conversación, la chica de cabellos rizados se rindió y decidió que la clase era más importante que tratar de cuchichear un rato con Elizabeth.

La pelinegra estaba tan o más absorta en sus pensamientos que Madeleine en la mañana durante la clase de Spencer. Repasaba como un robot una y otra vez lo poco que sabía de su extraña compañera, entendiendo que era su deber, pero el momento en que había averiguado su nombre, durante la clase de deportes, era la escena que más se le venía a la cabeza.

 

*Flash Back*

 

La puerta del enorme y alto gimnasio se cerró tras ella, y le alarmó un poco saber que se quedaría prácticamente sola con esas chicas que no dejaban de contemplarla como si fuese la joya más hermosa del mundo; cosa que no era, según su punto de vista.

-¡Betty, ven con nosotras!-pidió la rubia y alta chica de ojos celestes que le había dado el apodo, tomándola de los brazos y arrastrándola hacia el camarín. Elizabeth no se resistió y se dejó llevar, un poco resignada e incómoda.

Pero luego, la imagen de una chica de cabellos rojizos y rostro de porcelana le recordó el motivo de su cambio a este colegio.

-Oye, Sabina…-no entendía porqué le costaba tanto entablar una conversación.

-¿Dime?-preguntó la aludida, sonriendo.

-¿Quién era la chica que se fue con la señorita Spencer?

Tenía que saber, al menos, su nombre.

Sabina dudó si responder, quizás por la impresión que le causó ver que Elizabeth preguntara por ella, y una leve sombra opacó los hermosos ojos de la chica.

-Es Madeleine. Madeleine Neighwood.

Betty notó el tono desdeñoso y a la vez admirado de la ojiceleste al momento que sus labios pronunciaran ese nombre.

-¡Ah, ya veo! Gracias.

Y vio que en el perfecto rostro de la pelirrubia se dibujaba tenuemente una triste sonrisa.

 

*Fin Flash Back*

 

Madeleine sentía que alguien la observaba; pensó en Sabina, que no se rendía ante la negativa suya de entrar al absurdo "club de las populares", y buscó sus orbes celestes sin resultado: la chica anotaba en su cuaderno lo que el profesor Brooklyn acababa de plasmar en la pizarra, y no la miraba ni seguramente pensaba en aquello. La ojiverde bufó en voz muy baja, entre decepcionada e irritada, y tratando de distraerse, garabateó algunos dibujos en su cuaderno de historia.

Elizabeth detectó la molestia de la castaña, y sonrió con suficiencia, luego de intuir que Madeleine no la había descubierto. Comenzaba a gustarle su fastidio, y para incrementarlo, le arrojó una pequeña bolita de papel que nadie hubiera notado si exceptuamos el detalle de que no le llegó precisamente a Madeleine...

 -¡Señorita Neighwood!-la voz grave del profesor Brooklyn se hizo notar en la clase, luego de que viera cómo un papelito volaba "desde su banco" hasta la cabeza de Constance.

-¡Yo no fui!-saltó automáticamente Maddie, sin entender qué diablos había hecho ahora.

Y toda la clase rió, especialmente Elizabeth, que no sabía de la mala suerte que tenía la ojiverde con las bromas.

-¡Silencio!-pidió el viejo profesor, cosa que no muchas acataron. Se acercó al banco de la abatida Maddie, y mirándola con ojos escrutadores, le ordenó que escribiera y dejara de dibujar animalitos. Había optado por seguir un plan más fácil: continuar, impasible, con su clase, recordando que Déborah le había pedido no expulsar nuevamente a Madeleine hasta previo aviso.

 

 -¡Nos vemos mañana, Maddie!

-Cuídate, Alex.

Madeleine vio partir a la energética Alex desde su pupitre, que todavía rebosaba de sus cosas sin arreglar, y no pensando en hacer nada por remediarlo. El clima empeoraba conforme pasaban los minutos: era inevitable el hecho de que hoy llovería a cántaros. No había querido preocuparla con el asunto del paraguas, y por eso se quedó estática en su silla, para que Alexandra no hiciera un acto de nobleza y le entregara su paraguas (porque sabía que lo haría: era demasiado buena con ella). Sólo cuando la rubia chica se perdió completamente entre el tumulto de gente que avanzaba por el pasillo, sintió el pequeño impulso de recoger sus libros y meterlos como fuera a su negro bolso.

Y, sin querer, miró a Elizabeth. Ella tampoco había comenzado a ordenar sus pertenencias, pues parecía muy concentrada en la lectura de un mensaje de texto. Todas las chicas se despedían de ella y le pedían su número y correo electrónico: era increíble que alguien se hubiera hecho tan popular en un solo día.

Elizabeth reparó en la mirada de Madeleine, y desvió su atención del pequeño celular para ubicar sus azules orbes en las verdes esmeraldas de la castaña. Ésta mantuvo el contacto visual unos instantes, en los que tuvo la extraña sensación de que Betty le leía la mente, y pronto la guerra de quemaditas cesó, extrañamente, por igual parte de las dos.

Cada vez hacía más frío. Madeleine volvió a lamentar el no haber sido más precavida, y concluyó, un poco a su pesar, en la única opción que le quedaba: irse corriendo a casa, antes que el temporal comenzara y la empapara por completo.

En esa idea se jactaba, mientras tomaba su bolso, cuando notó que Elizabeth y ella eran las únicas que quedaban en la sala. La pelinegra continuaba revisando sus mensajes de texto, como si fuera lo más entretenido del mundo, y aunque a Madeleine no le importaba en lo más mínimo el por qué, sintió de todas formas una gota de curiosidad que la corrompió por dentro.

-Oye…-comenzó.

Elizabeth no la miró, y eso provocó un poco a la castaña.

-¿Mmm?-gruñó monótonamente la ojiazul, en señal de que la había escuchado.

-¿No te vas a tu casa?

La chica levantó algo confundida su rostro, que era tapado por largos mechones de pelo negro.

-Espera… ¿Te interesa saber cómo me iré a casa bajo una torrencial lluvia?

Maddie asintió, sin tener conciencia de lo que hacía, pero luego recordó que la nueva le desagradaba. Sorprendida y avergonzada, agitó en todas direcciones su cabeza, mientras farfullaba:

-¡N-no es que me interese! La verdad, me vale lo que hagas: ¡Sólo era una pregunta!

Y se retiró del salón, sin entender qué cosa le había ofendido tanto.

Atrás suyo, Elizabeth sonreía sutilmente, casi amenazadora, observando el rastro que su extraña compañera había dejado antes de irse.

-Es rara, torpe y loca-murmuró para sí misma-, pero el trabajo es el trabajo...

Y golpeó la mesa con un puño, sin permitir que la disconformidad y el enfado se asomasen siquiera por su lindo rostro.

 

Estaba en su cama, pensando en el agitado día que había vivido. Se tocaba la rodilla inconscientemente, aunque eso le produjera dolor, y mientras intentaba concentrarse en una novela que había dejado inconclusa hace tiempo, escuchaba música que en realidad no alcanzaba a oír.

"No entiendo por qué..."

Unos golpes a su puerta la sacaron de su ensimismamiento. Con un débil "pase", dio permiso a su madre de entrar a su cuarto, que estaba en penumbras a pesar de que estuviera leyendo.

La regordeta y rubia mujer encendió la luz, logrando que su hija se encandilase y le reclamara.

-Maddie, tonta, si vas a leer... ¿No crees que deberías encender la luz primero?

La chica murmuró por lo bajo algo inteligible, y la mujer rió.

-Vengo a despedirme: tengo turno otra vez.

Solo por eso la castaña le dedicó una triste mirada. 

-¿Otra vez?-soltó, sin medir el tono de su voz.

-Sí, Maddie, tengo que trabajar, por si no lo sabías. Mañana y el viernes estaré libre.

-Viernes-dijo Madeleine con voz apagada.

-Sí... ¿Qué te pasa? Estás demasiado distraída, más de lo normal.

-No, nada, mami-se apresó a decir la ojiverde, mirando de soslayo a su madre, de quien había heredado las esmeraldas orbes.

-Pues me alegra saberlo.

Sonrió maternalmente a su hija, a quien le dio un pequeño beso en la frente, y a continuación salió del cuarto con un poco de prisa, mirando un pequeño reloj de plata que llevaba colgando del pecho.

Madeleine miró la puerta, suspirando, y con una punzada de dolor en su rodilla, el recuerdo de ese día volvió a atormentarla y llenarle la cabeza de pensamientos inconexos y nada coherentes... 

*Hace unas tres horas atrás...* 

A pesar de que no quedaba lejos del colegio, y de haber corrido como una fugitiva, llegó al paradero completamente empapada. Farfullando y soltando improperios, Madeleine se acomodó el mojado flequillo hacia un lado, mirando hacia su izquierda, en un vano intento de divisar un autobús que la llevara a casa pronto.

-Mamá se burlará de mí todo el día...-dijo con resignación, imaginando la cara que pondría su madre cuando se enterara que había olvidado por cuarta vez el paraguas en casa. Le diría, regañándola y conteniendo la risa, que era una completa despistada, y que si seguía así agarraría una pulmonía. Lo curioso era, sin embargo, que hasta ahora no se había resfriado.

Y como si el hecho de haberlo pensado fuera la causa suficiente, Madeleine estornudó con violencia, y al poco rato sintió como si la cabeza le fuera a estallar.

-¡Lo que me faltaba!-lamentó la ojiverde, hecha una furia consigo misma, mientras se palpaba la frente y verificaba si tenía o no fiebre.

-¿Qué cosa te faltaba?

Una voz femenina que conocía hace poco hizo que su corazón diera un doloroso vuelco en s pecho, producto de la impresión. Todavía impactada, y pensando que quizás su reacción no fuera la apropiada, volteó la cabeza con brusquedad, y lamentó encontrarse con unas azules orbes que la miraban con cierta dureza y... ¿curiosidad?

-Ah, eres tú-gruñó Maddie, un poco molesta por la presencia de Elizabeth, sintiendo con incomodidad que esos ojos azules no querían más que ahorcarla.

Elizabeth ignoró el tono desdeñoso de su compañera, y con aburrimiento, señaló:

-Parece que esperamos el mismo autobús.

Madeleine le preguntó, impulsada por una descarga interna que necesitaba contradecir las palabras de Elizabeth, qué autobús esperaba, a lo cual la aludida respondió:

-El 608, ¿tú?

La castaña bufó, confirmándole a su pesar el mismo número de recorrido. Elizabeth rió, cosa que a Madeleine no le hizo gracia.

-¿Qué es tan divertido?-preguntó muy molesta, sin entender por qué la pelinegra la hacía enojar tanto.

-Nada, nada...-estuvo tentada de decirle que su enojo era diversión para ella, pero se contuvo, pensando que era lo más sensato no empezar una pelea-. Hmm, mira, ahí viene nuestro autobús-dijo sin muchas ganas, indicando con un gesto de su cabeza un desgastado bus que se acercaba traqueteando por la resbalosa acera. Estaba a mucha distancia del paradero, y a Madeleine le extrañó que su compañera pudiera divisar el diminuto número del recorrido, cosa que ella no podría hacer ni con un telescopio, y eso que tenía buena vista.

-¿Cómo es que tú...?

Pero la alta muchacha, ignorando a la castaña, hizo parar el autobús, que ya había llegado al desvencijado paradero, y disimulando sin mucho éxito una sonrisita de suficiencia, se metió en el vehículo antes que Madeleine pudiera continuar con sus peligrosas especulaciones.

-¡Oye, espera!

Madeleine, impulsada por la curiosidad y el despecho de ser ignorada, subió demasiado aprisa por la pequeña escalerita, pero como tenía los zapatos embetunados en barro, resbaló y cayó a los pies de Elizabeth, haciéndose una dolorosa herida en la rodilla. El chófer del autobús rió con ganas, y la ojiverde, estornudando e increíblemente colorada por la vergüenza, se incorporó con la mayor dignidad que su cuerpo le permitió, y pagó al hombre su pasaje, ignorando la mirada de todos en el bus y en especial la que Elizabeth le dedicaba.

-Eres una torpe-masculló la pelinegra, entre bromeando y molestando, pero luego lo lamentó: Madeleine estaba hecha una furia.

-¡Cállate! ¡Te odio! ¡Todo esto es por tu culpa!

Y empujando levemente a la ojiazul, avanzó a grandes zancadas por el bus hasta que encontró un asiento lo más alejado posible de su compañera. Sin embargo, no esperó que ésta la siguiera, ni mucho menos imaginó que su compañera sintiera un leve remordimiento en su interior.

El asiento continuo a Madeleine estaba vacío, cosa que Elizabeth aprovechó a su favor, pues tiró su mochila el la raía butaca, y miró con leve preocupación la sangrante rodilla de la ojiverde.

-¡Vete de aquí!-le espetó la ahora pálida muchacha, con un grosero tono de voz nada habitual en ella.

-El bus es un lugar público-replicó Elizabeth, arqueando una ceja.

-Entonces me voy yo.

Pero cuando intentó levantarse, recordó que su rodilla se había hecho añicos en la escalera de acero. Aunque quería, no consiguió levantarse ni un milímetro de su asiento; el dolor no le permitía doblar la pierna, y mucho menos ponerse de pie. Elizabeth, que ya intuía el malestar que la semi pelirroja intentaba disimular, y entendiendo que lo más noble (y su secreta obligación, después de todo) sería acompañarla a su casa, se sentó, suspirando en el asiento de al lado, y haciendo a un lado su bolso, masculló con calma:

-No seas tonta; con esa rodilla no llegarías muy lejos. Te acompañaré a casa, boba.

Eso fue como un balde de agua fría para Madeleine. No entendía el motivo de su odio hacia la ojiazul, pero éste la corroía por dentro y la hacía sacar su peor parte, cosa que solo hacía con unas pocas personas. Más, la aparente buena disposición que Elizabeth le profesaba de la nada la hicieron sospechar, pero optó por examinar y estudiar mejor a su enemiga antes de dictaminar un juicio.

-Haz lo que quieras. 

Y Elizabeth le sonrió, ablandando por primera vez su mirada con Madeleine, quien ignoró olímpicamente a su compañera durante todo el recorrido, mirando perdidamente la calle por la empañada ventana y pensando en lo desgraciada que se sentía en ese momento.

Madeleine apretó el botón de parada unos veinte minutos después, y Elizabeth se puso de pie, ayudándola a salir de su asiento, mientras le recriminaba lo torpe que había sido al sentarse tan lejos de la puerta de bajada.

Entre insultos, pequeños golpes y resbaladas, lograron situarse bajo el paradero más cercano a la casa de Madeleine. La lluvia continuaba cayendo con violencia sobre la ciudad, y el frío se había intensificado, para el pesar de los pocos transeúntes que se aventuraban a caminar bajo el diluvio.

-¿Dónde vives?-preguntó Elizabeth, mirando en derredor el vecindario. Habían muchas casas preciosas, todas de dos pisos por lo menos, con pequeños jardines bien cuidados que en ese momento estaban inundados y cubiertos de barro.

Maddie dudó si contestarle o no, rebosando orgullo y terquedad, pero al final suspiró, creyendo que lo mejor sería resignarse y aceptar que necesitaba ayuda.

-En esa casa de ahí...

E indicó una casa de color amarillo pálido, al parecer la más grande de por ahí, que se ubicaba al final de un callejón sin salida.

-Bien, entonces... ¿Vamos?

Hizo que pasara un brazo por sus hombros, y con algo de dificultad, avanzaron hasta el fondo de la pequeña calle, empapándose los pies con barro.

-¿Tienes llaves?-preguntó la morena, respirando con algo de dificultad producto del "pequeño" paseo cargando a Maddie.

-Este...-la castaña revisó los bolsillos de su sweater, pero no las encontró. Pensó en su bolso, y le pidió a Elizabeth que las buscara. La chica, con una mueca, y sin soltar a Madeleine, abrió la mochila y tanteó con una mano entre los cuadernos y en el fondo, sin resultados.

-Nada-musitó, algo molesta, y optó por tocar el timbre, sin recibir respuesta alguna.

Madeleine desvió la mirada.

-Es que mamá...Hmm...A esta hora está descansando-le explicó finalmente, sintiéndose una completa torpe.

-¡Ah, ya veo...! ¿Y así querías entrar a tu casa, en este estado y sin llaves?-le regañó con suma molestia. La semi pelirroja ocultó su sorpresa, y Elizabeth, impasible, continuó su discurso-. Vaya...Entonces, creo que deberías llamarla.

La ojiverde le dijo que su celular no tenía carga, a lo cual, por única respuesta, la pelinegra, sintiendo lástima por su compañera, le entregó el suyo.

-Llámala, no creo que le moleste venir a buscarte aquí abajo, ¿verdad?

Maddie, queriendo deshacerse pronto de Elizabeth, principalmente porque se sentía incómoda ante su ayuda, marcó rápido el número de su casa, y en pocas palabras le pidió a su madre que le abriese la puerta. La mujer bajó al cabo de unos minutos, con los ojos somnolientos, y miró apenas a su hija y a Elizabeth, quien las acompañó al interior de la casa, vagamente acongojada.

Su madre la regañó, como lo había vaticinado, y sin más preámbulos, le curó la sangrante herida de su rodilla. Elizabeth miraba la escena desde un gran sillón de cuero, tomando un reconfortante té, y pensaba en lo distraída y torpe que era su protegida.

"Espero que no me toque difícil"-pensó, sin poder evitar una sonrisa sarcástica, gesto que Madeleine consiguió divisar y que no le gustó para nada.

Al final, la madre de la castaña agradeció a Elizabeth que ayudara a su hija a llegar entera a casa; Maddie sonrojó, y miró con odio a la pelinegra, siendo que en el fondo le agradecía también el gesto.

-No es nada...-dijo, sonriendo-. Bueno, yo me voy a casa...Gracias por el té.

-¿Pero te vas con toda esta lluvia?-preguntó la rubia madre de Madeleine, preocupada.

-No es nada, en serio; vivo cerca de aquí...

Y se dirigió a la puerta, despidiéndose con la mano de Madeleine, quien le lanzó una simple y dura mirada como señal de agradecimiento.

 *Ahora, tres horas después de lo sucedido...*

   Acomodó su cuerpo en su cama, colocándose de lado y echando un vistazo al oscuro cielo que amenazaba con derrumbarse nuevamente. No tenía sueño, pero el cuerpo le pesaba y su cabeza le exigía descansar. Mañana faltaría a clases, porque tenía fiebre y su madre quería evitar que se resfriara, y no pudo evitar pensar en ella…

-Mejor así; preferiría no verle la cara por un buen tiempo.

Sintió frío, y optó que lo mejor era acostarse a dormir bajo las sábanas. Se sacó los audífonos, dejó a un lado su libro, y carcomiéndose los sesos por la culpa, recordó que no le había hablado a su madre de la entrevista del viernes.

-Bueno-dijo, tratando de serenarse-, por lo menos tiene libre el viernes...

Y mordió la almohada que tenía más cerca, mientras cerraba los ojos a causa de la fatiga, murmurándose a pesar del inexplicable odio que le profesaba un "gracias" que tendría que esperar demasiado tiempo para llegar a su destinataria.

 

 

Notas finales:

Me sobrepasé? Espero que no los haya aburrido mucho...

Vaya que edité este capítulo xD no he comido en todo el día por el afán de terminarlo!

Si encontraron algo raro, ya sea poca coherencia en la historia, etc. Háganmelo saber! Así mejoraré y les entregaré un fic de buena calidá xD

Bueno, y si no encontraron nada malo, les doy las gracias por leer (y a los que sí también)

Saludos, y hasta la próxima! LoL


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