Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

The Truth of My Destiny~ por Desuka

[Reviews - 34]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

Geentee! e.e xD Lamento haberme demorado TANTO en actualizar! Con esto del terremoto y el colegio no he tenido nada de tiempo, pero por fortuna me vino un ataque de inspiración y logré terminar el capítulo...

En fin LoL Espero que les guste, y recuerden que si notan algo extraño durante la lectura (ya sean faltas Hortográficas, cosas que no concuerdan, etc) me lo pueden decir con toda confianza x3

P.D: contesté algunas reviews; seguiré otro día, porque ahora le tengo que pasar el compu a mi hermano e.e

Capítulo tres:

Elizabeth es muy sensible e intuitiva. Veremos si eso le puede ayudar a cumplir con su cometido, o por lo menos a sobrevivir a lo que cree como paranoia.

III

 

 

 

Se despertó del inquietante sueño con el pulso acelerado, respirando entrecortadamente y con el cuello adolorido; no tenía idea de dónde se encontraba. Lo único que lograba distinguir entre la profunda masa de oscuridad eran unos molestos puntitos blancos, los que trató en vano de apartar pestañeando incontables veces, al unísono que giraba la cabeza luchando contra el punzante dolor que los músculos de su cuello procuraban amplificar conforme la chica intentaba enfocar la mirada en algún punto de su cuarto.

 

-Sí, sí, ya entendí…-musitó para alguien invisible, algo enfadada-. ¡No es necesario que me lo recuerden de esa manera, que para eso tengo el celular!

 

Todavía inquieta, se llevó una mano al pecho, sintiendo los violentos y dolorosos latidos de su corazón golpeteando contra las costillas, e intentó calmarse, mentalizándose que esta vez todo saldría bien, que no volvería a pasar lo mismo…

 

Bostezó. Sus cansados ojos comenzaban a absorber la poca luz de un farol de la calle que se filtraba por una única y pequeña ventana, y en menos de unos segundos, consiguió divisar la débil silueta de sus escasos muebles colocados en serie en frente de su cama, lo cuales parecían ser muy sencillos incluso sin la necesidad de que la luz los alumbrara.

 

-Soy una de las últimas-dijo intentando mantener la voz fuerte, pero sin conseguir reprimir un leve temblor en ella-. Eso debería bastarme para tener la mente fría de todo sentimiento oscuro.

 

Pero nada conseguía hacerla olvidar, y nada, absolutamente nada lo haría.

 

Tiró de sus mantas con violencia, invadida de la nada por un humor de perros, y caminó a paso firme entre la oscuridad, aprovechando que sus sensibles ojos podían enfocar a la perfección las cosas del suelo, en parte gracias al pequeño rayito de luz artificial que chocaba contra una punta de la pared. Cuando llegó a la puerta, suspiró, resignada, pensando en lo mucho que tendría que hacer a partir de hoy, y sonriendo de mala gana, se concentró en ese recuerdo y procuró no permitir que el enfado ni la tristeza la consumieran…

 

“O esa será mi perdición”

 

 

 

“No vino”-pensó, extrañada.

 

Había llegado casi al filo de la hora, y la sala ya estaba rebosante de alumnas cuando la puerta se cerró tras ella; sus ojos se dirigieron instintivamente hacia el banco más alejado del pizarrón, que estaba casi pegado al suyo, y vio que su gruñona ocupante no estaba ahí rellenando con el trasero su pequeño asiento de madera.

 

-¡Betty!

 

No había ni avanzado ni dos pasos cuando Elizabeth, alerta tras escuchar su nombre, dio un enorme respingo que, sin problemas, la hubiera dejado impregnada eternamente al techo. Se giró sobre sí misma, molesta y sorprendida, y no esperó encontrarse con Sabina, Noelle y Daphne, quienes la miraban con demasiada expectación, como si de un momento a otro fuera a realizar un acto arriesgadísimo de magia o sacara un regalo adelantado de navidad para cada una.

 

La pelinegra tragó saliva, entendiendo otra vez que no tenía escapatoria, y nerviosa, contestó al saludo. Sabina sonrió ampliamente, fascinada por el pudor que le producían a Elizabeth, y regodeándose en ideas descabelladas que la harían avergonzar todavía más.

 

-Ayer no te conectaste al messenger-dijo con simulada voz de reproche la ojiceleste-. Esperaba que nos aceptaras a todas, pero de ti no supimos nada.

 

-Ah, es que estuve...ocupada-fue la única respuesta que se le ocurrió a la morena. La verdad, es que eso era cierto: se había quedado investigando unos documentos hasta muy tarde.

 

-Ya veo...

 

Más allá, Alex, que parecía algo alicaída, miraba charlar al grupito bastante interesada.

 

-¡Veo que hoy traes el cabello ondulado, Betty!-comentó Daphne, sonriendo con esa perfecta y coqueta sonrisa que muchas envidiaban. La pelirroja Noelle, sorprendida, examinó la oscura cabellera moviendo los brillantes ojos azul turquesa con frenesí, mientras Sabina felicitaba a Daphne por su observación, al tiempo que tomaba con delicadeza un mechón azabache de Elizabeth y lo examinaba con detenimiento. La chica apenas se inmutó, pero haciéndole notar su incomodidad, esbozó una mueca extraña.

 

-Hmm… ¡No tenía idea que te alisabas el pelo!

 

La ojiazul le arrancó delicadamente el mechón de las manos, y el leve rubor que corría de forma natural por sus mejillas se encendió, quedando en un suave y fino color granate.

 

-Esta mañana no he tenido tiempo de arreglármelo…-reconoció con simpleza, desviando la mirada al suelo. Había estado tanto tiempo intentando controlar sus pensamientos que había olvidado desayunar y arreglarse un poco antes de salir de su apartamento, sin mencionar, claro, que estuvo casi todo el amanecer recordando también, una y otra vez, el curioso día de ayer y los papeles que tenía por obligación que estudiar y analizar.

 

-De cualquier forma, te vez mejor con el cabello ondulado…-opinó Noelle, buscando con ansiedad los celestes ojos de Sabina y de paso, su apoyo. La rubia chica asintió con energía, reafirmando las palabras de su mejor amiga, y luego añadió:

 

-Tienes un cabello demasiado lindo para arruinártelo con la plancha, Betty. Y Noelle tiene razón: yo que tú, me lo dejo así.

 

La ojiazul sonrió nerviosa al trío que, al unísono, le dedicaba una bonachona mirada. Luego, todas debieron marcharse a sus pupitres, pues la puerta se había abierto y por ella entraba una diminuta anciana que traía, aparte de un montón de libros, unos enormes anteojos de botella, los que le distorsionaban el rostro cómicamente haciéndola parecer una lechuza de ojos gigantescos disecada.

 

-Buenos días, chicas-saludó la viejita con una voz tan débil que algunas temieron se fuera a morir en medio del salón de un momento a otro.

 

-Buenos días, señora Harrison-respondieron muchas con descarado aburrimiento.

 

-Tengo entendido que tenemos una nueva alumna en la clase…

 

Todas las cabezas voltearon instantáneamente hacia el fondo del salón, carcomiendo con la mirada a la sorprendida Elizabeth, que no se esperaba ese movimiento. La chica saludó con una mano a la anciana profesora, pero muchas compañeras (destacando Sabina con su efusividad), intentaron hacer que pasara adelante a presentarse, a pesar de que todas sabían muy bien que eso ya no era necesario.

 

-N-no, por favor…-intentó persuadir la ojiazul, sonrojándose otra vez, sin tener mucho éxito en su cometido: ahora, un coro de voces femeninas entonaban: ¡Betty, Betty!, al compás de un golpeteo de palmas en la superficie de los pupitres. Daphne la arrimó a levantarse, pero la señora Harrison exclamó, con una chillona vocecilla: “¡No es necesario, no es necesario! Siéntese señorita, y silencio chicas, por favor.”, y como si se tratara de pólvora, el griterío y los abucheos en el salón se alzaron en el salón, ensordecedores. La anciana casi ni se inmutó, y esperó a que las alumnas se cansaran de gritar. Cuando volvió a hablar parecía un poco nerviosa, pero no iba a permitir que la clase se le sublevara otra vez, como hace dos semanas, y puso tanto empeño en ello que cuando alzó la voz, creyó se le desgarraría la garganta por el esfuerzo.

 

-Chicas, no es necesario que la señorita Rumsfield se presente, así que les pido silencio para que comencemos la clase. ¿Entendido?

 

Solo Constance, Elizabeth (algo compungida) y unas cuantas chicas sentadas adelante respondieron con un fuerte “sí” que apenas se escuchó, pero que dejaron conforme a la señora Harrison.

 

-Saquen sus libros, por favor… Continuaremos con el análisis y la comprensión de la novela. Ya saben que aquella que no tenga el libro será anotada, pero al menos podrá sacar un ejemplar de los que he traído de la biblioteca para que no se atrase.

 

E indicó con un apergaminado dedo la precaria torre de libritos que se posaba demasiada cerca del borde. A continuación se sentó con dificultad en el duro asiento de su escritorio, y con un par de nudosas manos sacó, desde el mismo montículo, un libro especialmente antiquísimo y muy maltratado por el paso de los años. Lo abrió justo en medio, lista para leer, sin percatarse, al parecer, que la mitad de la case todavía seguía en pie, reclamando o charlando, ignorándola con descaro. Elizabeth notó ese pequeño detalle, y riendo entre dientes, sacó su libro de la mochila y aparentó que se perdía entre las luminosas y blancas hojas de papel, sintiendo un leve escalofrío por la espalda que no tenía nada que ver con el gélido frío de la sala.

 

 

 

A esa misma hora, a varios kilómetros de distancia, alguien caía violentamente de la cama, produciendo con su cuerpo un ruido sordo en la alfombra que forraba el suelo de su cuarto. Su pijama estaba pegado a su piel, debido a la excesiva y fría sudoración que una terrorífica pesadilla le había ayudado a producir, y tirada en el áspero piso, respiraba entrecortadamente como si hubiera corrido recién en una interminable maratón.

 

El golpe en la cabeza consiguió despertarla, aunque se sintió desorientada unos cuantos segundos. Jadeando, y sintiendo el corazón en la garganta, se puso apenas de pie, pero cayó otra vez, luego que las rodillas cedieran al peso de su cuerpo gracias al molesto mareo que conseguía cegarla y paralizarle los sentidos. Sintió un vago dolor punzante en la rodilla.

 

-Otra vez…-masculló con enfado, cerrando con fuerza los ojos y concentrándose en sus piernas, que le temblaban de manera incontrolable. Consiguió erguirse, apoyando ambas manos en su cama, y tumbándose agotada sobre las sábanas, suspiró, sintiendo que las entrañas se le retorcían por el miedo, la rabia y el inexplicable y constante mareo.

 

Había soñado otra vez con los monstruos. ¡¿Es que nunca la dejarían en paz?! Se palpó el vientre, como si quisiera asegurarse que todo estuviera en orden ahí; el demonio, o lo que sea esa cosa, la atravesó esta vez con una enorme espada, y la ojiverde había visto cómo se le iba la vida, mientras escuchaba la atronadora y vacía risa de su asesino a la vez que su cuerpo caía al piso, sangrante y sudoroso…

 

-Basta-dijo en voz alta, sin percatarse de ello-. Entiende, necia, que esas cosas no existen, que solo estás atormentada o algo parecido…

 

Pero, ¿Por qué estaba ‘atormentada’?

 

-No sé-se respondió al instante, algo angustiada-. No me ha sucedido nada tan grave, nada que me pueda traumar…Creo.

 

Se volteó, notando por primera vez en ese largo rato que estaba empapada en frío sudor y que tenía la playera que usaba como pijama maniatándole el pecho. Sorprendida, notó otra vez la misma y terrible punzada de dolor en la rodilla, y recordó con dificultad una boba caída en una escalera de acero de un autobús…

 

-¡Mieeeeeeeeeeeeerdaaaaaaaaaaaaaa!-chilló, llevándose las manos a la rodilla, que sangraba copiosamente y le manchaba el pantalón de buzo; el parche que su madre le había puesto anoche ya no estaba por ninguna parte. Se apresuró a sacarse la parte inferior del pijama, porque tenía pánico de que las heridas se le pegaran a la ropa, y como estaba sudada, aprovechó también de desprenderse de su playera, quedando semidesnuda y temblando de frío.

 

Se sentó, y haciendo una dolorosa mueca, revisó la sangrante rodilla que exhibía, aparte del profundo corte, un feo moretón de intenso color morado con algunas manchitas verdes y amarillas alrededor adornándolo.

 

-Será mejor que me duche-dictaminó, asintiendo con la cabeza-; así, por lo menos, limpiaré algo esta mugre de herida y me quitaré el sudor del cuerpo…

 

Trató de salir de su cama, pero un nuevo mareo la inmovilizó, y no tuyo otra opción más que la de recostarse nuevamente. Respiró varias veces, harta del mareo, y se alarmó cuando sintió que los jugos gástricos se le subían por el esófago y le quemaban la carne. Tragó saliva, asqueada, e ignorando las raras señales de alerta de su cuerpo, se levantó con valor y bajó la escalera, pegada a la pared, dirigiéndose torpemente a la cocina para dar el gas y de paso buscar algunas toallas.

 

Pero cuando llegó a la fría y oscura habitación, encontró una de las típicas notas de su madre sobre la mesa. Recordando el día de ayer, y sintiendo una vaga intuición, se apresuró a tomarla, pero mientras leía las pocas palabras del mensaje, vio, indignada y encolerizada, como la sangre le hervía en su interior y se le acumulaba de palmo en el rostro.

 

“Maddie, cortaron el gas; mañana voy a pagarlo, porque no he podido ir otro día. Dejé macarrones al microondas para que almuerces, y hay pan en la alacena. Te ama, tu madre”.

 

Realmente, Madeleine comenzaba a hartarse de su mala suerte.

 

 

 

Durante la hora de almuerzo, Elizabeth había decidido, después de cuestionárselo toda la mañana, acercarse a Alex y preguntarle si sabía algo de la torpe de Madeleine. No había sido fácil llegar a esa conclusión, porque podía resultar demasiado sospechoso (y quizás raro) si de la nada comenzaba a preguntar a diestra y siniestra a la gente sobre la amargada ojiverde, con quien no tenía nada que ver, supuestamente, pues solo llevaba un día en ese colegio y no la conocía ni tenía algún vínculo con ella.

 

Por eso, y a solo unos cuantos pasos de distancia del lugar donde se sentaba la chica en el casino, se cuestionó por enésima vez si lo que estaba a punto de hacer era lo correcto y no un extraño e inexplicable impulso, y eso si consideraba además que Alex siempre estaba rodeada de amigas, entre ellas Daphne, que todavía no se rendía y trataba en vano de meterle conversación durante las tediosas clases de ese día.

 

Por eso, cuando habló a la menuda espalda de Alexandra, sintió el vago arrebato de salir arrancando del lugar.

 

-O-oye, Alex…

 

-¿Sí?-dijo la aludida, volteándose con aburrimiento. Cuando vio de quién se trataba, se atragantó con un trozo de carne que devoraba con calma. Algunas chicas que se sentaban alrededor de Alex rieron, excepto Daphne y Constance, que se levantaron y acercaron a la ojigrisácea, alarmadas. Elizabeth, tomando a la atragantada rubia por detrás, se apresuró a golpearle con los puños la boca del estómago repetidas veces, hasta que la chica, tosiendo fuertemente, se liberó del pedazo de carne que le obstruía la tráquea. Alex cayó rendida al suelo, con la cara roja y los ojos llorosos, y entre agradecida y sorprendida, miró a su salvadora con esas grises y en apariencia tristes orbes que tanto la caracterizaban.

 

-Gra-gracias, Betty…-dijo, jadeando, con voz muy débil pero aliviada.

 

-De nada, Alex-replicó la pelinegra con una vaga sonrisa. El grupito de la mesa las observaba atónitas, especialmente Daphne, y Constance, de pie a su lado, parpadeaba varias veces con ingenuidad, sin creer lo que acababa de suceder frente a sus ojos.

 

-Eso fue…-comenzó la chica de rizados cabellos cafés, con un brillo en la mirada.

 

-¡Eso fue increíble!-exclamó Constance para sorpresa de Elizabeth, que ya había visto lo tímida que podía llegar a ser. Daphne asintió con energía, sonriendo, y murmurando algo que nadie consiguió entender, se alejó corriendo de la mesa, al parecer buscando a alguien…

 

-¡No tenía idea que sabías hacer maniobras salvavidas, Betty!-continuó la sorprendida castaña, abriendo mucho la boca. Las demás se avergonzaron un poco por haberse reído, pero a cambio, se habían levantado y ayudado a Alex a ponerse de pie, tarea que no costó mucho trabajo pues la rubia chica era muy liviana y pequeña.

 

Para lamentación de Elizabeth, el pequeño incidente con Alex había llamado la atención ya de la mitad del casino, cosa de la que se acababa de percatar, y tuvo el presentimiento de que Daphne tenía un poco que ver en todo eso. Vio con alarme que a su alrededor habían muchas chicas mirándola con fascinación, y se le ocurrió que sería muy difícil hablar con Alex en ese minuto sin que alguien las escuchara.

 

Sin embargo, decidió intentarlo, rogando en su mente que Sabina no apareciera por ahí para molestarla.

 

-Este…Alex-murmuró al oído de la aludida, que sintió un cosquilleo gracias al vaho de su compañera.

 

-¿Qué pasa, Betty?

 

-Necesito preguntarte algo. ¿Puedes venir conmigo ahora…?

 

Alex clavó sus ojos en su almuerzo, y luego miró de soslayo a Elizabeth. Ya no tenía ganas de almorzar.

 

-Está bien-aceptó-, pero luego, si tenemos tiempo, me acompañarás a comer algo, ¿de acuerdo?

 

La morena asintió, e ignorando el cuchicheo de casi todo el casino, que comentaba sin parar su “proeza” y la indicaban sin disimulo con el dedo, salió junto a Alex al patio, agradecida de que todavía no se hubiera puesto a llover, como anunciaron la noche anterior en el canal del tiempo.

 

El enorme terreno estaba húmedo y cubierto totalmente por una leve neblina. Caminando con cuidado para no resbalar, Alex y Elizabeth se acomodaron bajo un gran pino ubicado justo en el centro del patio, y se quedaron en silencio unos largos segundos, ambas mirando en direcciones diferentes.

 

-Eh…-comenzó Elizabeth, que no sabía como preguntarle a Alex algo tan simple.

 

-¿Qué sucede?-interrogó la pelirrubia con curiosidad.

 

-¿Sabes por qué faltó Madeleine a clases?

 

Decidió decirlo rápido y aparentando una absoluta indiferencia, pero no anticipó que sus sonrosadas mejillas terminarían por delatarla, tras ponerse del mismo color que una hermosa y rojiza manzana.

 

Alex se sorprendió, y no lo disimuló ni intentó hacerlo. Elizabeth miró al suelo, avergonzada, pero luego irguió la cabeza con orgullo y taladró con sus azules orbes a la menuda rubia, quien rió, nerviosa, entendiendo que la morena quería una respuesta rápido.

 

-Si te soy sincera, me extraña que tú preguntes por ella-comentó, sin evitar sonreír, conteniéndose de contarle que la ojiverde la detestaba.

 

 Elizabeth arqueó una ceja, sabiendo muy bien porqué le extrañaba a Alex que preguntase por ella: era obvio que se odiaban…

 

"En realidad, ella me odia a mí, no yo a ella"-pensó la pelinegra con un poco de amargura.

 

-Sobre todo-continuó Alex, trayendo con sus palabras a Elizabeth de vuelta al mundo real-, me extraña que preguntes porque recién llegaste ayer, y no sé…

 

-Es que…-dijo, alarmada, temiendo que Alex comenzara a desconfiar- Ayer pasó algo muy divertido cuando nos íbamos juntas en el autobús a casa…

 

Y recordando la caída de Madeleine en la escalera, sintió un incontrolable y cruel deseo de reírse a carcajadas.

 

-¿En serio?-preguntó la pelirrubia, interesada e imaginando qué cosa había hecho ahora su mejor amiga.

 

-Sí, bueno, no sé si deba contártelo yo, pero…

 

-La llamé en el recreo, y solo me dijo que su madre le había pedido guardar cama para que no se resfriara…-confesó Alex con naturalidad-. Lo que no sé es: ¿por qué eso de “guardar cama”? ¿Acaso se cayó en un charco de agua como hace dos semanas o algo parecido?

 

E interrogó con la mirada a Elizabeth, divertida, esperando escuchar esa misma historia de nuevo.

 

-Algo así…-dijo la pelinegra, distraída, hasta que se percató de algo-. Espera, ¿Madeleine se cayó en un charco?

 

Por toda respuesta, Alex solo se puso a reír.

 

-¡¿Es una broma…!?

 

No podía dar crédito a lo que sus oídos escuchaban. La risa de Alex comenzaba a fastidiarla un poco, principalmente porque estaba ansiosa por conocer la historia de esa anécdota. Le preocupaba que Madeleine tuviera tan mala suerte...

 

-Vaya, entonces esto de caerse no es tan raro en Madeleine…

 

Fue con esa frase que Alex se calmó un poco, pero no desistió de la idea de seguir riéndose. Sabía bien que Maddie le recordaba inconscientemente ese “evento” cada vez que se tropezaba, y también que se avergonzaba mucho cuando eso sucedía, especialmente porque Alex se largaba a reír como una desquiciada.

 

-Entonces-dijo, aguantando una nueva risotada-, ¿es cierto que se cayó?

 

-Sí, pero no en un charco…-afirmó Elizabeth- Aunque, a fin de cuentas, terminamos igual de empapadas.

 

Y en pocas palabras, le dijo que la cuasi pelirroja se había tropezado en una escalera, y que ella la había ayudado a llegar a casa, mojándose con la lluvia en el camino.

 

-Ah…Eso lo explicaría todo-dijo Alex, llevándose un dedo a la mejilla-. Es que últimamente Maddie se cae en cualquier parte, aunque no haya ningún desnivel en el piso.

 

Hizo una pausa, recordando otras caídas memorables de la ojiverde, pero la extraña expresión en el rostro de su alta compañera le hicieron mantener la compostura.

 

-De todas formas, iré a verla hoy después de clases. Si quieres acompañarme…

 

Pero Betty negó con la cabeza.

 

-No te preocupes; será mejor que no vaya, o nos pondremos a discutir por cualquier tontería. Gracias por decirme que la loca de Maddie estaba bien, Alex.

 

Y extrañamente coincidiendo con el timbre de entrada a clases, Elizabeth se puso de pie y se encaminó a su salón, seguida de Alexandra, quien, aparte de lamentar el no haber comido otra cosa, se tragaba la risa y trataba de entender por qué su nueva compañera se preocupaba tanto (sin que se lo dijera) por Madeleine.

 

 

 

Comenzó a lloviznar. El salón, al igual que ayer, quedó prontamente casi desocupado, pero una persona en especial se había quedado rezagada en su pupitre, revisando con aburrimiento su celular, sin haber ordenado sus cosas.

 

-¿Ya te vas?-preguntó Alex desde la puerta; esta vez, había demorado mucho en arreglarse.

 

-No, todavía no-replicó Elizabeth, y pensó qué podría decirle para que no sospechara, como Maddie, que algo tramaba-. Pero ya me voy; quiero revisar algo primero.

 

Y agitó su celular, dejando en claro que el asunto tenía que ver con él. Alex asintió, y despidiéndose con un vago “hasta mañana”, se marchó, recordando el número de recorrido que Maddie tomaba para irse a su casa. Elizabeth la vio partir, y encontrándose sola otra vez, volvió a la lectura de unos veinte mensajes como mínimo que había recibido en el transcurso del día.

 

Con ágiles dedos, y luego de terminar esa aburrida tarea, respondió a todos los mensajes con uno muy corto, a sabiendas que eso molestaría a su superior (y rió por dentro al imaginar la expresión de su rostro). Se había arriesgado a un regaño porque tenía que apresurarse y seguir a Alex sin que ésta lo notara, siendo su verdadero propósito ir a verificar si todo estaba en orden en casa de Madeleine, deduciendo que si la ojiverde estaba ocupada, notaría menos su presencia. Ordenó sus cosas con rapidez, y se marchó ágil y veloz como una chita por el ahora oscuro pasillo que conducía hasta la salida del colegio.

 

No demoró en divisar la rubia y larga melena de Alex, que se movía al compás del viento bajo un gran paraguas celeste demasiado grande para su cuerpo; iba camino hacia el paradero, con paso rápido y liviando.

 

-Excelente-musitó la ojiazul, escondiéndose tras un poste de luz bastante ancho, sin dejar de mirar a su compañera, que ya levantaba el brazo para detener un bus próximo.

 

Elizabeth, ya segura de que Alexandra no podría verla se acercó al paradero, y para su fortuna, el siguiente bus, que pasó muy pronto, tenía el recorrido 608 (el mismo que tomó Alex y el que, por ende, llevaba a la casa de Maddie). Alzó el brazo, consciente de que no podía usar sus poderes para llegar antes que Alex, y el autobús se detuvo con suavidad enfrente de ella.

 

Se bajó en el mismo paradero del día de ayer, y tras abrir su paraguas, revisó con cuidado si Alex estaba por ahí. Comprobó que no había nadie en la calle, y eso le extrañó, porque no era primera vez que encontraba tan desolado ese lugar.

 

“Quizás es por la lluvia…pero no creo que sean tan exagerados. Bueno, eso tendré que verlo esta noche, porque ahora necesito investigar un poco mejor su casa…”-concluyó para sus adentros, mirando con desconfianza las hermosas casitas del barrio conforme avanzaba sigilosamente por la mojada acera.

 

Llegó a la última casa de un largo callejón, que a diferencia de las demás, estaba cercada por un muro de concreto del mismo color amarillo pálido y era mucho más grande que todas las del barrio. Sigilosamente, casi con algo de temor, la pelinegra Elizabeth miró hacia el segundo piso, donde había una ventana cerrada, y supo que ahí estaba Madeleine, tal vez charlando con Alex…

 

-¿Qué haces aquí?

 

Una voz que pretendía ser amable no lograba ocultar su verdadero y  sádico deseo de matar. Parecía imposible que ese tono le fuera familiar, pero le resultó todavía peor el terrible escalofrío que recorrió su espalda, luego que su piel hubiera sentido el aura asesina de un ser lleno de odio a sus espaldas.

 

 Giró la cabeza, aparentando tranquilidad, y la reciente sospecha de que conocía esa temible voz se hizo realidad.

 

No entendía por qué Alex le había hablado así, y mucho menos comprendía el que no estuviera dentro de la casa junto a Madeleine.

 

-¡A-Alex!-exclamó, intentando parecer que nada la había inmutado.

 

-¿Te asusté?-dijo con el semblante oscuro, aunque luego sonrió-. Lo siento, es que creí olvidar algo y me detuve a buscarlo en mi bolso...

 

E indicó con la cabeza una mochila que le colgaba del hombro derecho, que tenía el cierre semiabierto como sospechosa evidencia.

 

No podía ser que Alex fuera...Pero si lo era, lo mejor sería averiguar desde cerca y cuidar a Madeleine mientras no descartara ese presentimiento.

 

-Ah, ya veo...-dijo Elizabeth, siguiéndole el juego-. Es que, al final decidí acompañarte...Y como no te encontré en el paradero, me vine en el siguiente autobús.

 

 -¡Me alegra escuchar eso! ¿Te parece si tocamos el timbre? Es que me estoy muriendo de frío...

 

Y sin esperar respuesta, la rubia tocó un botón pegado a la pared. A continuación, la puerta-reja se abrió con un chirrido, y ambas entraron, llegando a la segunda puerta de la casa, que se abrió unos segundos después.

 

-¡Vamos!

 

La ahora animada Alex empujó a Elizabeth al interior, sin saber que ésta no tenía para nada planeado ir a visitar a la ojiverde, que vestida con un pijama bastante ñoño y portando un vaso con agua, miraba con suma moelstia los ojos azules de su nueva compañera, y no pudo reprimir un gruñido.

 

-¿¡Qué rayos haces tú aquí!?-preguntó Madeleine con la voz cargada de grosería, pero mirando fijamente a Alex, que le sonrió tímidamente, como culpable.

 

-Ella quiso venir-soltó la pelirrubia, dándole un codazo a Elizabeth para que dijera algo.

 

-Sí, yo quise venir-espetó Betty sin disimular su contrariedad, pero como estaba decidida a vigilar de cerca a Alex, procuró llevar a la perfección su papel.

 

-Así que quisiste venir...-repitió Madeleine, sorprendida, pero recuperándose pronto de la impresión, volvió a emplear el mismo tono desdeñoso con la ojiazul-. Bueno, pasa, que importa lo que piense; después de todo, viniste a verme, y le agradas mucho a Alex...

 

La ojigrisácea sonrojó, pero Elizabeth se mostró impasible: no tenía ganas de quedarse con un ogro como Madeleine, pero por otro lado...

 

"Bien, aprovechemos el tiempo y confirmemos si mis sospechas son enteramente ciertas"-pensó la pelinegra, sonriendo, mientras acompañaban a Maddie a subir por las escaleras hacia su cuarto, esperando que todo haya sido solo un pequeño ataque de paranoia...

 

 

 

 

Notas finales:

LoL... ¿será paranoia, o de verdad Alex es mala e.e?

Eso se sabrá mucho después, pero les aseguro que no es nada que puedan anticipar (?)

Gracias por leer! *les tira galletas a todos*


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).