El baston y el oso
Como quien no quiere la cosa, se fue alejando poco a poco de la puerta de esa oficina que ya le resultaba tan familiar, en todo el sentido de la palabra.
A cada paso que daba miraba de reojo por si la puerta se abría, por si él salía corriendo a atraparlo entre sus brazos, a besarlo locamente, a acariciarlo por sobre sus ropas, y luego ya no sabría que hacer, lo más probable es que se quedaría quieto, sin poder responder nada, ni siquiera ese beso, pero luego terminaría por aceptar sus extrañas disculpas, lo complacería como siempre, irían a su casa y dormirían en aquella cama inundada de su aroma varonil, y aunque en la mañana tuviera que limpiar la habitación y preparar el desayuno no le importaba, de hecho, lo disfrutaba enormemente, era como tener una relación formal… y así siguió caminando mientras pensaba en su felicidad perdida, porque él no le seguía, porque no aceptaba que lo ayudará…
Una furtiva lagrima amenazaba por abandonar sus ojos, por sacar la tristeza que lo inundaba como una fuerte lluvia en medio de la nada, cohibido y desanimado soporto el dolor.
Deseaba tanto ver esos ojos azules, tan intensos como la inmensidad del universo, esos ojos que le habían atraído de una manera casi enferma (porque no encontraba una palabra más apropiada para definirlo), esos ojos que parecía que en un segundo hurgaban su mente y su alma.
Deseaba tanto sentirse dentro de esos brazos calidos y dominantes, oir su voz tan sarcastica y tan encantadora a la vez, que no se fijo que ya había llegado a su oficina.
Abrió la puerta y el frío de la noche lo recibió de lleno por la ventana que estaba abierta de par en par.
Sin encender las luces, podía distinguir sin duda alguna la figura que descansaba en su sillón.
- ¿Pero como…?- comenzó a articular
- Vamos Wilson, si esperabas que corriera tras de ti como si fueras la princesa de un cuento de hadas estas muy equivocado, por dos simples y fuertes razones, uno, no hay necesidad si puedo entrar por el balcón, y dos –dijo alzando su bastón- esto no es precisamente un caballo pura sangre para que nos vayamos de paseo mientras el viento ondea tu vestido…
…Y evitando que dijera algo mas que arruinara el momento cayó en los brazos de House complementándolo con un beso tierno que su amante convirtió en uno más húmedo, conforme avanzaba el tiempo se recostaron en el sillón, sentía la barba sin rasurar rozar con su piel, su boca buscando mas y sus manos expertas tocar cada parte de su ser… “No es como lo esperaba” pensó James “pero a su manera, me gusta”
El sol entraba por la ventana del hospital, iluminando un bastón recargado en un oso de felpa.
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